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Consecuencias
 
Abril 2008 | #1 | Índice
 
Pragmatismo y Metafísica
Javier Aramburu
 
El pragmatismo se propone descripciones útiles para lograr la mayor felicidad. Para Rorty, nos dice Aramburu, la felicidad es lo único que no engaña. En definitiva lo que propone es que hay dos relatos: uno que supone que en el Otro tiene la última palabra, la verdad de cómo el ser es, y otro el pragmático que solo dice que el Otro tiene un relato contingente de su ser histórico y por lo tanto no hay reglas, ni verdad ni conocimiento más que las que uno impone en vistas de su felicidad. En el síntoma también se cree, pero la creencia en el síntoma supone que uno cree, no como el pragmatista, que le puede hacer decir lo que le conviene, lo que uno quiere oír, sin engañarse.Creer en lo real del síntoma es precisamente creer que él dice algo más que lo uno quiere escuchar.
 

En el prólogo a la edición 1994 de Consecuencias del pragmatismo, Rorty resume la manera pragmática de leer la filosofía. Su argumento apunta a globalizarla en una historia de la metafísica y al mismo tiempo, suponer que estas ideas filosóficas son el centro de toda la episteme occidental desde Platón, lectura que repite la ya conocida tesis heideggeriana. En occidente hasta los pragmáticos piensan de una manera metafísica. Es en Dewey y Janet, en Nietzsche y Heidegger en quien Rorty funda una ruptura esencial con el todo occidental desde los griegos a nuestros días. Lo que unifica ese gran paquete de occidente, lo que comparten todos, sería la idea de que la verdad debe representar la realidad. Es decir que hay un ser eterno e inmuta­ble a conocer y la verdad buscaría adecuar el pensamiento a ese ser.

Frente a ello el pragmatismo se propone no la búsqueda de la verdad del ser, sino descripciones útiles para lograr la mayor felicidad. Ahora, ¿por qué a Rorty le parece nefasto que se piense que hay un real que sea indife­rente a como yo lo crea y que de ese real la verdad deba dar razón? Porque dice que en ese caso, se daría prioridad al conocer sobre la felicidad. Pero esto de ninguna manera es una respuesta adecuada. De ninguna manera Sócrates pensaba esto, todo lo contrario, el saber, para él, era condición de la felicidad. Se podría decir que esto era un exceso socrático, pero no que Sócrates no buscaba la felicidad humana. La felicidad en Sócrates estaba condicionada a la verdad del ser, el fundamento de la felicidad era la verdad. Para Rorty en cambio la felicidad no tiene condiciones. Hay que utilizar lo que sea para lograrla. Para él la felicidad es lo único que no engaña.

El sin embargo niega ser relativista, no cree que cualquier relato valga igual que otro. El cree que el suyo es el mejor porque postula que hace feliz a la mayor cantidad de personas. El "nosotros" es necesario para la felicidad de Rorty; pero ¿cuál? ¿el de los blancos americanos? ¿el occidente capitalis­ta o los capitalistas de occidente?

Sin embargo aun cuando Rorty sostenga que el conocer no lleva a la felicidad, no puede él mismo dejar de querer saber cuál relato puede hacerlo más feliz. Dice que eso no es conocer, sino relatarse, darse una identidad en un relato, que en tanto no dice la verdad del ser no produce ningún cierre y estaría siempre abierto a nuevas reinscripciones. De todas formas aquí hay un truco.

Lo que Platón se pregunta -y con él quizá todo occidente- es ¿cómo puedo dudar de lo que creo? ¿De dónde me viene la idea que hay otra cosa más allá de lo que yo creo que es, de lo que mi percepción me muestra? Su respuesta es sin duda que hay un Otro que tiene alguna relación con el saber en lo real. Para Rorty por el contrario no hay ningún saber en lo real y por lo tanto tampoco hay Sujeto supuesto Saber.

Las creencias de un sujeto sólo entrarían en cuestión frente a otras creencias pero todas ellas serían susceptibles de ser conversadas y cada uno mostraría al otro lo infundado, lo contingente de su relato y en ese campo, el que una u otra se impusiera, sólo sería efecto de una imposición, pues no habría razones mejores de un lado o de otro, o demostrar que uno es más feliz con su creencia que el otro con la suya, pero eso es lo que siempre Hollywood quiso hacernos creer.

En definitiva lo que Rorty nos propone es que hay dos relatos: uno que supone que el Otro tiene la última palabra, la verdad de cómo el ser es, y otro el pragmático que sólo dice que el Otro tiene un relato contingente de su ser histórico y por lo tanto no hay reglas, ni verdad ni conocimiento más que las que uno impone en vistas de su felicidad. Pero allí es donde se separa del psicoanálisis, pues él no deduce que allí donde el Otro falta como garante de la verdad, lo real traumatiza la creencia en mi felicidad, no hay para él más allá del principio del placer.

El Otro de Rorty parece no ser un Otro completo en tanto no puede decir la última palabra, como sujeto soy movido por la creencia, pero ese es el nivel del fantasma, un fantasma lúcido, consistente, del hombre pos metafísico. El sujeto de Rorty sabe que el suyo es un relato contingente porque habita un relato donde la verdad no tiene lugar. Es un sujeto no dividido, es el sujeto "verdadero" de la filosofía. Así pues ha derrotado al inconsciente no lo necesita.

Con el pragmatismo postmoderno el psicoanálisis coincidirá en lo que es llamada la inexistencia del Otro. Esta inexistencia del Otro hay que en­tenderla como que no hay garante de la verdad. El Otro del lenguaje no puede garantizar la verdad del lenguaje mismo en tanto no puede totalizarse. El pragmatista toma una decisión: no hay manera de saber nada fuera del lenguaje, no hay sujeto trascendental a él -por lo tanto puedo funcionar como si no hubiera nada fuera del juego del lenguaje-, no hay referente, no hay manera de saber la verdad, el bien, el mal, fuera de lo que yo crea que es.

Rorty en Consecuencias del pragmatismo punto 8, se refiere a la dife­rencia que hay entre el pragmatismo y lo que él llama textualismo, punto fundamental de su crítica de la verdad, puesto que en el textualismo le permite refutar simultáneamente la idea de una verdad aunque sea formal y la idea de un sujeto. En primer lugar aproxima la teoría pragmática y el textualismo, en tanto ambos comparten el hecho de hacer oídos sordos a lo que el autor pretendería decir. Pero a partir de allí hay dos posibilidades: una, tomar el texto como una máquina lógica que opera independientemente de la intencionalidad del autor; otra, que es aún más radical, no sólo no se pregun­ta cuál es la verdad del texto, su lógica, sino que sólo le hace decir al texto lo que yo quiero que él diga. El primero es en definitiva, dice Rorty, un metafísico, pues pretende encontrar la verdad del texto en el texto mismo, a los segundos no les importa descubrir la verdad del texto, critican sólo para saber qué pueden sacar de él a su servicio.

El pragmatista se pregunta frente a cada texto y cada sujeto cómo he de manipularlo, describirlo, para que concuerde con los fines que persigue, esto es su felicidad. Pero aquí tropezamos con el mismo problema: hay un sujeto, el lector en este caso, el intérprete interesado, que sabe dónde está su bien, su felicidad. Sin duda se pierde aquí la idea de un autor del texto pero se recupera por otro lado, pues el verdadero autor es el lector interesado en hacerle decir al texto lo que sabe que quiere hacerle decir. En definitiva una ilusión cumplida, no metafísica si se quiere, pero fundada en mi creencia, es decir en mi voluntad de sostenerla.

En realidad el pragmatismo cree que todo es poiesis, convención, nomos. Platón, dicen, pretendía sostener la unidad entre ser y lenguaje, entre el ser y el Uno, ya que esta unidad del ser y del Uno era necesaria para postular un principio del conocimiento. Pero el pragmatismo logra esa unidad ya no en­tre el ser y el Uno sino en el mismo juego del lenguaje: en tanto no remite a nada ha anulado la dualidad del ser y del ente pues en definitiva todo ser es un ente creado, creído.

Se trata en definitiva de dos creencias, pero no equivalentes en sus efectos. Una creencia, que no se reconoce como creencia, pretende hablar sobre el mundo del ser: ésta sería la metafísica; la otra, pragmática, pretende saber que habla sólo de lo que cree, es decir se postula como una creencia lúcida. ¿Es por ello más verdadera? Los pragmáticos no lo podrían decir; sólo creen que es más útil, que los hace más felices en tanto los libera del peso, de la responsabilidad de la verdad del ser, pues sólo tienen que creer. Creen que saben que creen. Creen también que los hace ser unos seres más morales, pues son responsables de su creencia, ya que al no haber garantía de la verdad, no hay Otro de la verdad, uno no está obligado a ser moral, nadie le pedirá cuentas de ello. Un sujeto que cree en su creencia, que sabe que lo es, se postula transparente para sí mismo. Un ser así transparente, que ha decidido ser consecuente con lo que cree sin ningún fundamento ni nece­sidad, se postula como más moral. Sólo que esto no es pragmatismo, pues su "fundamento" es su felicidad y su creencia es su creencia en su felicidad; si decide ser moral es porque esa forma de ser lo hará más feliz. Es sin duda una moral interesada. Pero entonces esta moral ¿en qué se diferencia de la metafísica? La que cree que supuestamente hay una forma de ser bueno, un Dios que premiará esto, desde luego, es también interesada. Pero en realidad una creencia en Dios es menos interesada, en tanto más incierta, que una creencia en la felicidad en la tierra; sobre todo si postulo, como la pragmáti­ca, que sé dónde me conviene creer para ser feliz, porque de ella tengo prác­tica, es decir ya la tengo.

Se podría concluir que tanto la metafísica como el pragmatismo com­parten la idea que el sujeto busca la felicidad, está regido por un solo princi­pio, el del placer y que ésta felicidad está al alcance del sujeto, sólo su igno­rancia lo aleja de ella. Uno y otro confían en la conversación, o en la imposi­ción, para corregir las interpretaciones no útiles.

Que el pragmatismo no crea en el Otro como garante de la verdad y el metafísico sí, en vista de la creencia en el inconsciente, no los hace diferen­tes, en tanto para nosotros es la unidad del sujeto lo que está en cuestión; no hay sujeto transparente a sus representaciones, es decir que se pueda totali­zar en su creencia. Se podría decir sin embargo que en el síntoma también se cree que es una creencia más, pero he aquí lo importante, la creencia en el síntoma supone que uno cree, no como el pragmatista, que le puede hacer decir lo que le conviene, lo que uno quiere oír, sin engañarse. Creer en lo real del síntoma es precisamente creer que él dice algo más que lo que uno quiere escuchar, que lo que le gustaría oír que dice. Cerca del pragmatista pero diferente, por lo real. Cerca del metafísico, en tanto sostiene un saber en lo real y el supuesto en un sujeto de ese saber, pero diferente, porque la verdad sólo es verdad a medias, no se es uno con el ser, no hay unidad del sujeto con él mismo, pues el síntoma dice lo imposible de esa transparencia.

1998

 
Publicado en "El Deseo del Analista" de Javier Aramburu. Editorial Tres Haches. 2000 Buenos Aires
 
 
 
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