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Consecuencias
 
Edición N° 6
 
Junio 2011 | #6 | Índice
 
¿El Psicoanálisis perjudica a las Ciencias Sociales?
Paula Winkler [*]
 

"Sólo para los amateurs y los santos existen las causas urgentes". Heinrich Böll, Ansichten eines Clowns o Impresiones de un payaso.

Las Ciencias Sociales, como toda ciencia dura, poseen un sistema cognitivo propio y estudian los fenómenos de la sociedad. El sujeto es la unidad social mínima, puesto que hace lazo social desde su subjetividad, y las prácticas sociales instituyentes también se corporizan en él y lo modifican. El Psicoanálisis se desenvuelve en la clínica del sujeto, pero el malestar no sólo deviene de éste último. Articular ambas disciplinas constituye un desafío para las democracias, si por fin nos damos cuenta de que no puede ser ciudadano quien no se realizó como sujeto.

 

Cuando no se es psicoanalista, adentrarse en las profundidades de Lacan pone en el tapete la primera pregunta sobre el ser y acerca de la supuesta necesidad epistemológica real de una metasemiosis en el ámbito de las Ciencias Sociales. Uso este término (metasemiosis) en el sentido de un lenguaje de referencia y de crítica a otro, trátese del natural o del epilingüístico. Y leer a Lacan desde y dentro del contexto del pensamiento contemporáneo, además de atreverse al psicoanálisis como práctica social y experiencia terapéutica individual, nos conduce de inmediato a interrogarnos por el límite antropológico mismo de las prácticas y de tales estudios sociales. No se olvide que la reflexión puede moverse siempre dentro de los parámetros de la lengua misma o de los de la especializada de los científicos.

Ahora bien, si hablar de un "metalenguaje", de una "metasemiosis", supone partir de la posibilidad de aceptar cierta aporía y cierto límite en los discursos propios de la lengua natural, pero también en los epistémicos, alejarnos del lenguaje que nos habita parece complicar las cosas más aún (salvo que consideráramos que las ciencias sociales estudian los fenómenos de una sociedad que no es humana). ¿Cómo funciona entonces el Psicoanálisis fuera del consultorio, es decir allí afuera de ese espacio íntimo en el cual no se alcanza a atender, por estarse en lo público, el malestar individual en cuerpo y alma del sujeto? ¿El Psicoanálisis, si no es en el uno-a-uno del caso particular del analizante, se sustenta en una teoría que niega la teoría? ¿Es necesario (y "útil") vincular al Psicoanálisis con las prácticas y los estudios sociales? ¿Por qué razón hacerlo si, como dijera Jorge Alemán, la especificidad de aquella disciplina estriba, precisamente, en que: a)no hay metalenguaje; b)no hay universal que no tenga como límite una excepción que lo niega; y c)no hay relación sexual. (No es necesario aclarar que Lacan era freudiano.) Adviértase que no hablamos aquí de ningún déficit del Psicoanálisis sino nada menos que de lo real, cuestión en principio ajena al mundo jurídico, en el cual todo debe cerrar simbólica e imaginariamente y ajeno también a la ciencia, para la cual la organización de los sistemas y la verificación constante de las abducciones e hipótesis en lo empírico impiden que una verdad sea dicha a medias[1].

Por lo demás, si en este humanitarismo que supimos conseguir con la globalización algo no resultare útil, tal vez habría que declarar, a fuerza de coraje, que tal "utilidad" radica en que no hay utilidad alguna, pues razón y eficacia no siempre se llevan de la mano.

Volvamos a aquello de los metalenguajes: no se me pasa por desapercibida, en efecto, la crítica a Carnap y a Morris sobre la base de la lógica del lenguaje de Wittgenstein y de Popper, en sentido de que todo fluye y cae al fin en el lenguaje objeto, la lengua natural, en última instancia con sus vaguedades y paradojas. Mi intención, sin embargo, se encuentra alejada aun de esas pretensiones positivistas, en las cuales se construyen los edificios de los sistemas y se obvian sus bases primeras. Sí pretendo, cuando aludo a los "metalenguajes" y a las "metasemiosis" –teorías críticas, si se quiere- poner sobre el tapete el límite humano mismo que subyace en cualquier sistema lógico, aunque venga disfrazado de dogmatismos racionales, iluminismos y respuestas de semánticas veritativas, grafos, encuestas, reglas universales y fórmulas matemáticas idealizantes y sin base en lo real.

El ser humano recorre el trayecto de su subjetivación frente al otro en forma permanente. Y lo hace psicológica y políticamente al mismo tiempo. Cada sujeto es el reverso de su entorno familiar, de su contexto social, de lo que pudo restar y guardar para sí de su intersubjetividad con el otro. Digamos, sin eufemismos, que toda la crítica teórica que combatió "el mito" de la subjetividad no hizo sino favorecer de alguna manera los totalitarismos y anular las democracias. Porque el ciudadano, antes que tal, debe de poder realizarse como sujeto. Y si éste es sustituido por los lenguajes del Otro, que le devienen impuestos, ora disfrazados de propaganda, ora como resultado de un manual publicitario, endogámico, o religioso de instrucciones de vida, negará causalidades, y su conciencia histórica quedará reducida a la proliferación de relatos comunicacionales que le serán ajenos aunque aquél los suponga identitarios (he ahí la alienación del hoy).

El sujeto, pues, constituye la unidad mínima social no sólo porque éste hace lazo social desde su subjetividad, sino debido a que las prácticas instituyentes también se corporizan en él y lo modifican. En materia de Derecho Político se hace la distinción entre sociedad, gobierno y Estado. Como dijera Adorno, con remisión a Nietzsche, "Werke", volumen III, "sólo es definible lo que no tiene historia". Pero digamos, acompañados de esa voz de Adorno, que la palabra "sociedad" remite a una suerte de contextura interhumana, una relación intersubjetiva dinámica en la cual el todo subsiste por la unidad de los roles asignados a cada uno y en la cual cada uno, a su vez, está determinado en gran medida por la pertenencia al contexto total [2].

Con respecto al Estado, el representante más importante de las teorías contractuales es Rousseau. Habrá que detenerse en la época, sin embargo, un poco, en Hobbes. Creo importante esto. Hobbes concebía al fundamento moral del Estado como una especie de cesión mancomunada de la vanidad y el odio en beneficio de las necesidades del otro. Decía Hobbes que la soberanía política encuentra su origen en el nombre-del-padre (él hablaba de "autoridad") mientras que el individuo se debate en pugna por pequeñeces. Tal vez haya que advertir después de tanta influencia judeo cristiana, que el ser humano, lejos de haber sido concebido a imagen y semejanza divinas, pulsa y es in-mundo. Brevemente diré al respecto que Freud define la "pulsión" en un escrito de su autoría de 1915, como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como una medida de la exigencia del trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de una especie de trabazón en lo corporal (no querría detenerme en esto, sólo señalar que para gozar hay que tener un cuerpo, y que quien no se apropió de él, definitivamente ha sólo de pulsar y repetir). En definitiva, la pulsión es una expresión psíquica de la excitación. Freud habría adoptado de Georg Grooddek la idea del caos pulsional del ello y lo desarrolla en su trabajo de 1920 "Más allá del principio del placer" para ampliarlo en forma exhaustiva en "El yo y el ello", Obras completas – Volumen II – (traducción de López Ballesteros y Torres).

Quien no quiera ver esto del sujeto provocará y se provocará más dolor, el dolor le pertenece al ser humano, pero la sociedad que se desinterese de este, habrá iniciado una carrera hacia el no querer saber y la eterna compulsión a repetir. Es decir, si el humano es in-mundo, nobleza obliga: el Estado debe propender a políticas públicas que compensen lo que no pudieron las prácticas sociales y alistarse en la ética. Esto que digo constituye de alguna manera el fundamento de la ley jurídica (derivada de la ley de prohibición del incesto), razón por la cual considero que se le debe a Kelsen alguna revisión del origen "ficcional" de su teoría pura, aunque deba aclarar que hace tiempo abandoné el racionalismo dogmático.

Echemos ahora un vistazo a la sociedad y a los Estados de hoy, sin antes señalar que conviene tener en cuenta que "gobierno" y "Estado" son términos que no se identifican y deben ser conceptos separables, lo cual constituye un imperativo ético. Puesto que el Estado se debe a los administrados, sean éstos ciudadanos o habitantes de un territorio, es esta una noción política permanente, mientras que los gobiernos cambian conforme la plataforma electoral de las democracias. En las dictaduras y tiranías, gobierno y Estado son lo mismo, de un modo tal que el Estado no se subsume en la ley sino la ley en el Estado administrado por el padre de la horda. (Freud distinguió bien entre el padre de la horda y el nombre-del-padre, es decir del padre que articula y que prohíbe el incesto.)

Ahora bien, el capitalismo globalizado –sofisticada mutación del capitalismo industrial- no necesita de sujetos, le son imprescindibles los individuos, aquellos que con poca conformación del yo actúan socialmente el rol de agentes de propaganda y lo hacen, desde luego, muy felizmente. Porque la eterna preocupación del yo por sí mismo y su seguridad le confieren un carácter eminentemente conservador e instauran en su economía psíquica una compulsión a la síntesis, tan emulado por la imagen visual. ¿Qué mejor que la síntesis de lo imaginario? Lo cual viene a significar que cualquier alteración de la composición egoica del yo (no del "moi") hará saltar, de inmediato, los mecanismos narcisistas u obsesivos de autodefensa para intentar restaurar su unidad. Agreguemos que, de ser posible, a la globalización le son funcionales seres con un superyó importante que no encuentre, por lo demás, negociación posible y que los empuje a "resolver" sus problemas con pasajes al acto, ataques de pánico y "acting out". A veces estas suspensiones en la significación subjetiva se "solucionan" en los locales de venta con las compras compulsivas, con gritos y peleas en la intimidad de los círculos familiares, o con un exabrupto en los trabajos o en las escuelas. Es que la realidad ha pasado a ser mera visualización de algo externo, y el ojo icónico se contenta con los simulacros hiperreales, tal que los videojuegos sustituyen el esfuerzo muscular en los deportes, los documentales televisados sobre inmigrantes ilegales al desarraigo, la mirada escópica de la miseria humana a la solidaridad, la telepresencia pasó a ser omnipresencia y la comunicación continúa simulando una intersubjetividad mínima a través del "gran hermano" o del amor al prójimo como un objeto a.

En otras oportunidades aquel superyó implacable hace que, cuando se suspendió la cadena significante del sujeto, lamentablemente, éste termine en la comisión de delitos, casi todos con presencia fuerte de pasajes al acto o de acting out, ya que se quiere sustituir, violentamente, la invisibilidad por la visibilidad. Así, es común observar en la época delitos de crueldad extrema cuyos resultados – cadáveres de personas decapitadas o en los que se practicaron toda clase de sevicias – atraerán la pronta imagen televisiva de los noticiosos, la cual tiene a su vez la virtud de hacer visible lo invisible (la furia, el odio, la venganza, la marca de un negocio frustrado, etc.) y, también, de trasformar lo convertido en visible en invisible nuevamente después, debido al proceso de saturación de la imagen visual, las sobre interpretaciones, la fragmentación, celeridad y los debates banales y reduccionistas al infinito.

En definitiva, la visión humana se ve hoy sometida a una cirugía plástica diaria con el soporte de la televisión y del internet. Soporte éste asegurado y sin vencimiento. Como expresa Manuel González de Ávila, "(…) no faltan datos para pensar que los perfeccionados instrumentos de producción, circulación y recepción de íconos disponibles en el presente logran intensificarla (se refiere a la imagen) hasta hacer del ojo actual una contradicción viva: la de un órgano que ya no ve el exterior porque está vuelto hacia un mundo interno sostenido sobre prótesis tecnológicas, y decorado con los remozados ídola de la transmodernidad" [3].

Ya que me referí recién a los delitos, recuérdense los crímenes de las hermanas Papin, los homicidios en masa de las sectas religiosas, los de los sicarios. ¿Hablaríamos en la época únicamente de los crímenes del superyó? ¿O deberíamos agregar aquellos del ello para aludir a quienes matan sin saber, tan sólo por la imperiosa necesidad de hacerlo, o de provocar primeros planos en la cámara de los noticiosos? (La opinión popular suele nombrar a estos delitos como "crímenes bestiales" o "crímenes sin sentido alguno".) Es que si hemos sido despojados del ser, el ser retorna disfrazado y capturado por un instante en una cámara porque el yo autónomo cree que retomará su vida a partir de ese mismo instante efímero y mediático merced al fetiche de un espejo velado y borroso, que es visualizado y común a todos.

Lamentablemente, el mercado no constituye un espacio al cual se pueda pertenecer alternativamente, sino una forma de relación política y social en la cual todos estamos inmersos más allá de nuestra voluntad. Qué esperar, entonces, de la sociedad del conocimiento, en un tiempo alejado de los valores modernos del humanismo. Como dice Gadamer, las moralizaciones en el investigador tienen lo mismo de absurdo que la pretensión del filósofo de deducir desde algunos principios cómo debería modificarse la ciencia de hoy para legitimarse filosóficamente. Quizá, lo que sí interese sea comprender las condiciones de producción de ese conocimiento para ver hasta dónde puede llegar tal conocimiento científico y tecnológico, pero sin censurarlo sino reglándolo jurídica y éticamente.

El conocimiento es el resultado de la razón, siempre enmarcada en la historia. Parece innecesario aclarar que tal conocimiento no deja hoy de ser mercancía, como los restantes objetos de la producción y de la cadena financiera. No se trata de tomar la masificación como un prejuicio sino de observar que ella construye imaginariamente al sujeto y que éste se auto construye en ella. El consumo hoy es simbólico, ha pasado a formar parte de nuestras vidas y a fijarnos un modo de relacionamiento, casi naturalizado e imposible de evitar. Asimismo, el conocimiento necesita de la información y aunque, a menudo se lo confunda con ésta, no existe como tal si no tiene un valor agregado de creatividad. Sin embargo, se tiende a naturalizar también la información como si su resultado nos brindara un conocimiento completo e inmutable en el tiempo.

A mi juicio, episteme y doxa son inseparables. Por ello, como hubiera advertido Espinoza, pensar es acción. Pero retomemos lo del conocimiento para asociarlo a su fuente más arraigada: la de los centros universitarios y académicos. La universidad, la escuela de los pares, las academias constituyen un aliado importante de la investigación, en tanto las primeras preguntas y los avances de sus respuestas se cocinan en ella. En todo caso, y en principio, para las Ciencias Sociales (más que para las Humanidades) resulta prioritaria la instrumentación cognitiva. Interesa más el conocimiento de la mente que la doxa. Digamos que, a mi juicio, no hay transmisión académica de una experiencia, aun la cognitiva, si ésta no puede expandirse a otros sin la complicidad que da el hecho mismo de compartirla. Pero no hay universidad donde hay pura endogamia ni en aquella en la cual los sistemas del conocimiento cierran de por sí aunque no lo hagan para el otro. ¿Qué hacer en la enseñanza, qué hacer en la transferencia de la tradición cognitiva, pues, ya sea en la universidad, ya sea en los centros del conocimiento?

La universidad se debe al saber. Lacan habla de los cuatro discursos: el del amo, el de la universidad, el del histérico y el del psicoanálisis. (Para Lacan no sé hasta qué punto el capitalismo sería un discurso, sencillamente debido al hecho que éste no incluye al Otro. Más bien, "una cierta variedad del discurso del amo y se distingue de él tan sólo por un pequeñísimo cambio en el orden de las letras".) Si bien hay saber en todos los discursos, en el universitario el saber es el agente, es decir es el saber el modo de difusión porque depende en cierto modo de la verdad que oculta, la del amo, que no obstante no está en la misma posición que en la de su propio discurso. No me refiero, entonces, a la universidad que expide títulos y es puro negocio, circunstancia que la haría partícipe como agente del discurso del amo. Me refiero a una universidad y a un centro académico, dueños de su discurso, en los que el educando y el colega no trabajen sobre una pregunta sino que la pregunta los trabaje a ellos –subversión de aquel sujeto puro del conocimiento, empeñado en repetir, perezoso; es decir: aquel llamado el "sujeto del goce" (aunque sea del cognitivo)-.

Para los lacanianos, lo discursivo va más allá del sujeto, constituye una cadena en la que cada significante es dinámico, opera para otro significante. En definitiva es la estructura del lazo social. Si leemos, en los Escritos, El Seminario de 1962/1963 de Lacan, la cuestión del "deseo del enseñante", veremos una posición subjetiva de un sujeto que se encuentra ante la imposibilidad del todo-saber. El saber universitario, así, es un saber-no-todo, permanentemente puesto en crisis. Debe haber desacuerdo, debate y separación, pero también un saber-hacer-nuevo, pues nos proyectamos en el tiempo histórico siempre. Es decir, así como en la clínica, el Psicoanálisis no se contenta con la desaparición del síntoma, sino que al desaparecer las viejas identificaciones primarias lentamente el analizante va a simbolizar unas nuevas que fluyen; la universidad no debería ser la mera transmisora del conocimiento, sino la unidad que se deja cooptar por el saber de sus educandos y de los educadores en un intenso trabajo del pensamiento analógico, con seminarios y debates en los cuales la idea provoque la pregunta y no que la pregunta encuentre respuestas inmediatas y ciertas al infinito.

Apropiándome del saber de De Cusa cuando alude a la "docta ignorancia", que podríamos sintetizar en el afán del saber ligado al deseo, me propongo convocar a un diálogo entre disciplinas que permitan la superación de una mera interdisciplinariedad de superficie. Y ahora volvamos a los conceptos de "sociedad y conocimiento", qué se juega cuando hablamos de esto. Si hay algo que no puede discutirse hoy es el hecho que la tecnología nos ha cambiado la vida. Vale decir, así como cuando apareció el automóvil en lugar del carruaje, el ser humano se acostumbró a andar más rápido, con la invención de las computadoras y la expansión de los medios electrónicos de comunicación, éste se masificó, se hizo él un significante para otro pero en la cadena del consumo, no de su articulación al otro para hacer lazo social, y comenzó lo que yo llamaría ahora la nueva era de la objetivación del sujeto a través de las neurociencias, en las cuales se tiende a reducir a ese sujeto a sus redes neuronales, se habla de mente, de una energía que le es ajena (y no de inconsciente), del cerebro. Se trata, así, de analizar las conductas del sujeto en tanto la ciencia impone su verdad particular a aquél, todo encuentra su diagnóstico en la genética, el goce como cura al servicio del goce. Así, si tu padre tuvo cáncer, lo tendrás también, cuando en verdad puede ocurrir que, precisamente, porque tu padre lo tuvo, vos podés "desarrollar una psiqué" poco propensa al cáncer, el cual, en definitiva, es una patología traducible como un querer hacer lo de uno, separado del otro, con un cuerpo que desarrolla células que, no por casualidad, generan su propio circuito separado del resto de las demás células sanas. Con estos breves ejemplos quiero poner sobre el tapete la idea de que pensar (y, por añadidura, pensar jurídica y sociológicamente) no se identifica, en sí, con el pensamiento científico aunque éste, puesto instrumentalmente al servicio de las personas, haya logrado resultados beneficiosos, que son de público y notorio conocimiento. Sin embargo, en efecto, existen otros modos de pensar posibles, los cuales no por ello deben estigmatizarse como carentes de validez.

Adviértase que, cuando me referí hace instantes a la "objetivación" del sujeto, no hablo de la topología propia del narcisista en la cual éste se encuentra posibilitado, habida cuenta de su narcisismo, de desdoblarse en sujeto y objeto, sino a una especie de des- subjetivación, como si el sujeto formara parte de una cadena significante que le deviene impuesta por la sociedad. Me aclaro: puede decirse que cuando recién aparece en el planeta el ser humano necesita estudiar su hábitat, dedica tiempo a la geografía, física, astronomía para averiguar dónde están él y su contexto. Recién a fines del siglo XIX el sujeto comienza a mirarse, cuando aparecen las ciencias humanas y las duras, las sociales. Entre ambas, surge el Psicoanálisis, el cual podríamos decir que constituye una hermenéutica hasta que con Lacan y Vappereau, más tarde, se elaboran los mathemas y las representaciones geométricas para hacer devenir una crítica de la teoría, es decir una clínica de la teoría y fundamentar una clínica del inconsciente en constante mutación. Quizá esta última práctica y teoría (aun no devenida en ciencia, a mi juicio) constituya el envés de las ciencias del hombre, que prefieren acusar recibo de la episteme, del conocimiento objetivo y en tercera persona, libre de las asociaciones para que se diga verdad (no, "una" verdad, es decir la particularizada y falseable de las ciencias, sino "verdad" articulada con el inconsciente, la cual no depende ni fluye siquiera del sujeto, puesto que no se basa en su razón).

Los enormes avances instrumentales de las ciencias y de la tecnología si bien posibilitaron elaborar curas inimaginables del cuerpo físico del sujeto, practicar cirugías con robots y realizar pronósticos a futuro en la vida planetaria, del sistema solar y del universo, desafiar la idea de Dios con el big ban y destronar cualquier centralización del conocimiento, generaron una manía por colectar probanzas, falsear hipótesis y conformar aparatos lógicos independientes, que se anuló prácticamente cualquier intento de resistencia epistemológica que implicara descentrar la razón del sujeto o pensar racionalmente sin pruebas. Cuando Kant elabora sus categorías, no es que por sus imperativos del deber ser quedó en el camino hasta que apareció la "Aufhebung" / superación hegeliana, sino que aquél ya había descubierto las dos partes inconciliables de la fórmula binaria, que no tienen por qué superarse necesariamente. Claro que Kant no lo sabía y el Derecho no quiere hoy saber de ello. Es que, a veces, enseña más una paradoja y el hecho de ubicarse topológicamente entre dos términos adversos, que elaborar las contestaciones posibles para que todo cierre, como ocurre con los dogmatismos jurídicos y la obsesión. Podría decirse que la ciencia también es obsesión, y el arte y la resistencia, la histeria.

De la mano de la tecnología y de la ciencia, nace como otra derivación del materialismo positivista la semiótica, la ciencia del signo (prefiero referirme a la metodología del signo, pues si todo es signo, la falta de separación entre lo que es estudiado y la teoría impide hablar de "ciencia"). En la otra vereda, queda la interpretación, la hermenéutica, la que se ocupa de ir desarrollando las capas acumulables del saber, que no es una historia del signo sino el saber mismo, que se hace al andar mediante el pensamiento analógico.

La tradición docente que ocupa el conocimiento jerarquizado en las universidades suele apuntar a lo que en la Comunicación se denominan "las tres e": excelencia, eficiencia, eficacia. No obstante, en la época que nos toca vivir del Jetzzeit y del Dasein, cuando el tiempo en vez de ser un aliado de la razón mutó en mercancía y el ser es tan sólo un ser aquí, se necesita conocer rápidamente y con la mayor certeza. Pero resulta que la certidumbre del conocimiento es directamente inversa al caos del saber. Es que el saber y el saber verdad nacen del caos y se acumulan en el tiempo y si bien se organizan al fin, lo hacen en forma abierta y a sabiendas de que aparecerá un nuevo caos siempre. Cuando la causalidad histórica es negada, es decir cuando el lugar donde lo reprimido reaparece una y otra vez y esta circunstancia no es tenida en cuenta, y además se anula socialmente una huella no dicha o no se quiere saber, la noche se hace eterna y lo real, aplastando lo simbólico, cae en todo su peso, aunque llenemos bibliotecas enteras de investigaciones sociales objetivas que nadie leerá.

¿Qué sería entonces una repetición neurótica en la transmisión de las enseñanzas de las ciencias duras? Algo que hace un uso de un sistema del conocimiento sin comprenderlo ni comprender al otro. ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando hablar del Derecho nos hace recalar en la dinámica globalizada de los pseudos poderes nacionales? En un texto de Jean-Claude Milner[4], él nos dice que la democracia actual se basa prácticamente en un cortocircuito entre la mayoría y el todo, puesto que el ganador electoral se queda con todo aun cuando la mayoría no lo sea, por definición, con lo cual las minorías desempeñan el rol social de contar para el otro como nada. Es cierto que en países como Argentina, algunas minorías son bastante visibles, pero en todo caso habrá que ver hasta qué punto las mayorías no es que cumplen su papel literal de no-todo por una falta estructural económica que nos viene de allá en el tiempo. Y la sociedad, ante la presencia de seres que transgreden las leyes, suele movilizarse muy rápidamente alrededor del castigo, transformando a los agresores en una suerte de antihéroes del relato social que merecen ser expulsados. Así, no se quiere saber –circunstancia que articula a la perfección con una disciplina que ocupa la posición del todo-sabe-lo-todo y que desempeña el papel de la "solución" última, vgr. bajar la edad de imputabilidad de los supuestos procesados. La punición penal jurídica queda, así, reducida a dar seguridad a un otro paranoico, cuando ésta debería de poder mediar entre el sujeto y su decir verdad, y la sociedad y su decir propio, en un ida y vuelta en que el sujeto condenado por sentencia firme se haga éticamente responsable ante sí mismo (no sólo ante la ley, ante el juez, o ante Dios). Y las instituciones se harían cargo asímismo, de una vez, de su rol mediador entre el Estado y las personas.

Pero la relación del sujeto con la sociedad y el Derecho es de conflicto, no se basa en el amor. Recuérdese a Legendre, el discípulo con el que trabajara Lacan en el ámbito forense, que escribe un texto "El amor del censor" para articular Derecho y Psicoanálisis. El Derecho no trabaja con paradojas, todo lo contrario. Existe una máxima jurídica, habitualmente hecha precedente en los Altos Tribunales, que expulsa la imprevisión en el legislador, por lo tanto el juez –último intérprete de la norma jurídica- tiene que hacer lo suyo para eliminar la contradicción, superar la falta, de modo tal que aparezca como que la ley jurídica (derivada de la ley de prohibición del incesto del Psicoanálisis) es lo-todo. El objetivo del Psicoanálisis no es el sentido sino, precisamente, la reducción de los significantes a su sin-sentido para encontrar las determinantes causales de la conducta del sujeto.

A su vez, las Ciencias Sociales disponen de una enunciación legitimada, a veces lejos de la empiria y aunque se base en datos que extrae de la realidad, merced a su cohesión, coherencia, despliegue cognitivo académico y social, economía intelectual y reglas propias de validación instrumentales, con metalenguajes o sin estos. ¿El Psicoanálisis acaso las perjudica? ¿Existe antinomia entre el sujeto del inconsciente, el de la razón y la sociedad? Nadie en sus cabales afirmaría esto. La cuestión estriba entonces en advertir por qué razón se mira a menudo al Psicoanálisis como si se tratara de una especie de literatura "peligrosa", o como si el ojo científico de la vida se hubiera vuelto tan frígido como para prescindir de la unidad mínima social que venimos a ser las personas, los sujetos portadores en cuerpo y alma del malestar en la cultura.

La última reserva de las democracias, además del sentido común (que parece poco frecuente hoy), la constituyen las articulaciones posibles entre las diversas ramas del conocimiento, la ciencia y otras hermenéuticas o teorías críticas que puedan operar como un modo de distanciamiento reflexivo de los propios sistemas que éstas producen. Ningún lenguaje es autosuficiente, y la única manera de mejorar la vida de las personas es permitir paliar el malestar que provoca una civilización cada vez más expulsiva. La sociedad no se constituye de la sumatoria de los sujetos que la componen, pero abstraerlo todo conceptualmente desde las ciencias duras para olvidar la base misma antropológica que nos une es una audacia que no parecemos podernos permitir en los tiempos complejos que corren. No se trata de comparativismos estériles sino de sacar a la luz las reglas de producción de cada teoría cognitiva, cada práctica social, cada sistema del conocimiento de modo de coadyuvar a que el sujeto (también el irracional del inconsciente) esté presente y no disimulado en metonimias o en distintos "tropos" ficcionales, aun los jurídicos.

Comparar y vincular, a la postre, es una tarea de la inteligencia, el ser humano no es sólo biología y materia, cerebro y mente, energía y acción. El ser mismo está comprometido en el trayecto que le permite su lenguaje, evitemos por consiguiente los formalismos logicistas. Y aunque no dejemos que desaparezca la brecha entre teoría y clínica, al decir de Žižek, puesto que tal brecha es "la condición positiva del psicoanálisis"[5], aprendamos a ser escuchas del otro, que no se agota en el Otro.

Mientras se continúe gestando en la sociedad una distinción entre vencidos y vencedores, castrados y fálicos, sanos y enfermos, únicos y restantes, positivistas y hermenéuticos (continúa la lista…), la dialéctica del poder habrá de sustentarse en el discurso del amo, en la ley jurídica muda -que no es "ley" sino mera norma deslegitimada para la sociedad y para las personas, cuya pérdida de anclaje en lo social continuará haciendo un llamado desesperado y doloroso al amo y a un a cómo dé lugar-. Cuando la regla social y jurídica se muestra con desparpajo en su falta, deviene el sacrificio de los invisibles y de los más débiles. Y la Sociología y demás Ciencias Sociales no deben desentenderse del dolor individual y del malestar que imprime la cultura a cada sujeto.

 
Notas
* Doctora en Derecho y en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Magíster en Ciencias de la Comunicación, Universidad del Centro Argentino de Estudios Superiores de Ciencias Exactas de la República Argentina. Jurista. Vocal del Tribunal Fiscal de la Nación. Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho y Honoraria del Instituto Argentino de Estudios de Derecho Aduanero. Ex Profesora adjunta de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Belgrano. Ex Profesora Titular de la Organización de los Estados Americanos e Investigadora asesora del Centro Nacional de Población, entre otros. Profesora invitada de la Universidad del Salvador, del Instituto Nacional de la Administración Pública, de la Universidad del Museo Social Argentino, de la Católica de Guadalajara, de la Complutense de Madrid y de la UNAM de México, entre otras. Narradora y ensayista. Tiene más de sesenta artículos y un libro sobre su especialidad jurídica y varias colaboraciones individuales y colectivas sobre semiótica, filosofía, psicoanálisis y crítica literaria.
1- Alemán, Jorge. (1993) Cuestiones Antifilosóficas en Jacques Lacan. Buenos Aires: Atuel.
2- Adorno, Theodor W. y Horkheimer, M. (1969) "La sociedad. Lecciones de sociología", Leipzig Verlag. (Se consultó la versión alemana.)
3- González de Ávila, Manuel. (2010) "Cultura y razón. Antropología de la literatura y de la imagen". Barcelona: Anthropos. Ver, 4.1. pág. 242 y s.s. en "¿Estudios visuales contra semiótica?".
4- Milner, Jean C. (2003) "Les penchants criminels de l´Europe démocratique". Paris: Verdier Editions.
5- Žižek, Slavoj (2005) "La suspensión política de la ética". Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, pág. 12.
 
 
 
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