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Consecuencias
 
Edición N° 7
 
Noviembre 2011 | #7 | Índice
 
Lo vivo de Jacques Lacan
Por Mónica Unterberger
 

Es difícil imaginarse este paso del siglo XX al siglo XXI sin el viraje que la pasión, la contundencia, el rigor, la frescura y la enorme cultura de Jacques Lacan, inyecta en su andar.

Desde luego que no se trata sólo del enorme saber que uno encuentra a lo largo de las innumerables referencias, citas, rodeos, demostraciones y un sinfín de etc., que podemos ir agregando incansablemente. No. Se trata del genio, que al modo de Freud, hace uso de ese saber para hacer surgir esa vuelta indispensable para producir la chispa que ilumina la zona que justo antes estaba en la sombra. En la sombra más oscura y más cruel. Sin remedio.

La clínica en su variedad más compleja ha podido recibir de su pensamiento, la primavera de una renovación decisiva y en plena resonancia con el acto radical del descubrimiento del inconsciente y su verdad. Una amplia, seria y profusa literatura demuestra los alcances de su enseñanza. Está a disposición de quienes tienen un verdadero interés por el malestar que aqueja al ser que habla, a disposición de quienes se interesan por las vías en que se puede orientar una clínica, que se precie de estar a la altura de las consecuencias del discurso que porta toda época, -ese horizonte subjetivo que no puede desconocer nadie que se reconozca como heredero de la misma-, las consecuencias que ese discurso produce sobre los modos de gozar, en particular nuestra época, que se vio sacudida por la conmoción imposible de concebir previamente, de los efectos ilimitados de una tecnociencia, autofascinada por sus milagros sin fin que anuncian prometer un dominio insospechado y sin nombre.

Al modo de aquel poeta que sabe encontrar las claves con que cifrar lo que deviene su canto anticipatorio, Jacques Lacan, se aprovisionó de los instrumentos más finos que la escritura formal, el arte de su tiempo, la psiquiatría preciosista, el pensamiento más fecundo y vivo, le ofrecían. Y con ellos y su genio, pudo advertir de este dominio, mejor dicho, advirtió de este predominio y de sus consecuencias en la generación de las nuevas formas del síntoma con las cuales nos las tendríamos que ver, los psicoanalistas. Es decir, aquellos que intervienen desde el discurso que los sitúa en tanto tales, sobre el objeto y los modos del goce del sujeto.

Se lo podrá cuestionar, vituperar, negar, odiar, amar, sin lugar a dudas. Hay discursos que provocan tales pasiones. Sin embargo, una cosa son las pasiones siempre tan ciegas cuando no se les pone el nombre que las provoca y otra cosa, y muy distinta, es lo que atañe a la existencia de un discurso. A un discurso sólo se lo trata con la mediación de argumentos.

Para mí, Lacan es aquel hombre de pensamiento que además tuvo el coraje de conmover la verdad, tal como la había reflexionada la filosofía: ligó la verdad al goce y así pudo afirmar de la verdad que ésta sólo puede mediodecir la certeza del goce.

¿Qué discurso actual encontramos hoy capaz de argumentar con fundamentos, algo equivalente a la riqueza de lo articulado por Jacques Lacan y estar a la altura de ese rigor, del valor aún por extraer del aporte inédito de su enseñanza en el campo del saber?

¿Basta apoyarse en las consabidas experiencias científicas que necesitan concebir al sujeto reducido a su organismo, cuando no a su fisiología y aún a rebajar su ser a un número que entre a formar parte de un protocolo a seguir, para abordar la compleja torsión que hace falta para suponer un sujeto tal, que por hablar tiene los síntomas que hacen a cada uno particular? Esa falsa suficiencia, denuncia una pobreza que no conviene a la dificultad a la que nos confronta el ser que habla.

Jacques Lacan tendrá, aún, presencia en el siglo XXI, la formidable presencia viva de un pensamiento que piensa, y a diferencia de la obsesión, no cesará de causar nuevas olas.
 
 
 
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