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Consecuencias
 
Edición N° 7
 
Noviembre 2011 | #7 | Índice
 
Del síntoma I al síntoma II [*]
Por Francisco-Hugo Freda
 

Un psicoanalista que se propone interrogar su propia praxis bajo la égida de su análisis personal, de su encuentro con la enseñanza de Jacques Lacan, con Jacques-Alain Miller, y desde la relación que mantiene como psicoanalista con el psicoanálisis lacaniano.

Es desde esta posición que ubica la operación que realiza Lacan en el Seminario 20, Aun, respecto de la relación entre el significante y el goce, como operación esencial para pensar la práctica psicoanalítica .

De manera tal que establece, a partir de allí, una serie de principios que fundamentan lo que él mismo denomina su modo lacaniano de practicar y los efectos de ésta, su praxis, sobre el goce del síntoma, al inicio y al final.

 

Francisco-Hugo FredaNo se sabría deducir las reglas o los modos de empleo de una praxis lacaniana. Freud manifiesta una reticencia evidente a producir textos relativos a las modalidades prácticas del saber-hacer psicoanalítico. En la misma línea, Lacan hizo pocos textos sobre la técnica psicoanalítica. Esta ausencia es deliberada, Freud intentaba que la experiencia psicoanalítica no se burocratice con el establecimiento de reglas fijas. Para él, cada caso debía ser considerado como único. Por otra parte, Lacan inscribió los principios técnicos bajo la égida del "deseo del analista". Tanto para uno como para el otro, la praxis concierne a una posición, a una definición del analista.

Tomo la vía de la técnica sin por ello olvidar la definición propuesta por Lacan de la praxis propiamente dicha. Pero hoy deseo interrogar mi práctica, es decir, mi manera de "practicar", mi manera de "praxisar", si me permiten este neologismo. De la praxis analítica, el analista es responsable. La presentación de casos clínicos está ligada al saber-hacer del psicoanalista. La experiencia del pase es preciosa en ese sentido, en ella encontramos siempre, de manera explícita o en filigrana, la manera de operar del psicoanalista.

Intentaré entonces presentar las líneas de fuerza de mi trabajo como psicoanalista. Estas son el producto de mi análisis personal y de la relación que mantengo con el psicoanálisis lacaniano.

Tuve la oportunidad de expresarme, por lo menos en dos oportunidades, a propósito del primer punto: el pase es el testimonio del fin de mi análisis. Mi relación a la praxis lacaniana está marcada por dos momentos cronológicos. He asistido al Seminario de Lacan, desde de 1972 –el año del Seminario Aun- hasta su último curso.

El segundo momento corresponde a la enseñanza de Jacques-Alain Miller, desde su inicio hasta ahora. Independientemente de los hechos y de la historia de mi encuentro con Lacan y con su enseñanza, me es necesario interpretar el sentido de este encuentro, es decir, los efectos producidos por este encuentro.

Conocí a Lacan en un momento capital de su enseñanza, en el momento de una ruptura, de una discontinuidad en relación a lo que había propuesto hasta entonces. En 1972, en efecto, operaba una deflación del valor acordado al significante y un ascenso en potencia de la lógica del goce. Se trataba de la relación que mantenían esos dos términos. Como analista, estoy determinado por ese movimiento.

En el Seminario Aun[1], la noción del significante sufría un verdadero estallido. El ejemplo más preciso es la suerte reservada al S1: Lacan hace estallar en pedazos al S1, porque éste puede ser a la vez el significante amo y el que puede resolver la relación del sujeto con la verdad; pero también por primera vez, la única a mi entender, es el significante del goce. En Aun, el S1 pierde su brillantez en provecho de una descomposición en múltiples significaciones. Este estallido se acompaña de la puesta en primer plano del goce como punto de partida de lo que será más tarde la arquitectura borromea. La noción despedazada del significante se ordena de diferente manera en el nudo borromeo. Ser lacaniano, para mí, es aceptar ese movimiento.

Encuentro la confirmación de esto en las palabras de Jacques-Alain Miller del 26 de noviembre de 1997, en su curso "El partenaire-síntoma"[2]: "Ser lacaniano, es arreglárselas con el problema de la articulación entre la libido y lo simbólico. He aquí lo que quiere decir ser lacaniano hoy".

Esta tensión, Jacques-Alain Miller la desplegó a lo largo de su enseñanza. Las nociones de vida, pulsión, libido, del objeto a en sus diferentes facetas, incluso de existencia y de ser, deben ser interpretadas en el horizonte de esta tensión que ordena mi praxis. Ella está trazada por un vector que va del goce al significante.

Esta posición tiene consecuencias muy precisas:

  1. El orden causal se encuentra transformado. La indeterminación del goce relega a un segundo plano el determinismo significante.
  2. El goce, lo que no tiene nombre, define al sujeto.
  3. El significante es lo que ordena los signos del goce.
  4. El síntoma es la puesta en forma neurótica, psicótica o perversa -elegida por el sujeto-, para significar un agujero en la significación.
  5. La realidad psíquica, es decir, la realidad psíquica psicoanalíticamente tratable, es aquella que podrá descifrarse a partir de la tensión entre goce y significante.
  6. El inconsciente es una suposición que reencuentra la trama que lo ordena en el final del análisis.
  7. El analista, en tanto que suposición, se anuda con el inconsciente, lo que hace del psicoanalista, como Lacan lo indica, uno de los nombres del sinthome.

Sin los seis primeros puntos enunciados anteriormente según una continuación lógica, el séptimo no sería posible. Es decir, que la realidad psíquica sería fallida. En efecto, el orden de los seis primeros puntos constituye lo que llamo el síntoma I, que corresponde a lo que trae el paciente cuando viene a verme. Ese paciente sufre de su síntoma I, al punto tal que lo que él llama la realidad se reduce a los lineamientos de su queja. Sin embargo, lo que me anima en ese primer momento no es tanto el hecho de su dolor, sino la razón de por qué éste me es dirigido a mí. Yo me preocupo de la transferencia. Me sucedió de preguntarle a un paciente durante su primera entrevista preliminar: "¿Qué le hace suponer que yo podré hacer algo por usted?" Él me respondió, sin ambages y con conocimiento de causa, dado que conocía el medio analítico como la palma de su mano: "Porque si nos es con usted, no es con nadie". Mi nombre era así elevado a la categoría de la "excepción".

Es una obligación para al psicoanalista saber que se trata ahí de una suposición a la que él no sabría identificarse, sabiendo al mismo tiempo que se trata de la condición para que el análisis sea posible. Ser el único para mi paciente definía al psicoanalista como posible para él.

En consecuencia, defino a la cura analítica, la que propone Lacan a partir del Seminario Aun, como el recorrido que va del síntoma I al síntoma II. Del síntoma como realidad psíquica, al síntoma como realidad del inconsciente, produciendo un anudamiento entre dos suposiciones. La primera de esas suposiciones se llama la transferencia, y la otra corresponde al inconsciente. El analista es aquel que une esos dos términos: es el analista como sinthome.

Diría, para concluir, que el síntoma I es el del inicio, el de la puesta en forma de un goce, mientras que el síntoma II, el del final, es la puesta en forma del inconsciente.

Esta constatación es la que me ha permitido, hace ya algunos años, definir al inconsciente como una nueva forma del síntoma.

 

* Texto presentado en París, en octubre de 2011, en las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana: La Praxis lacaniana del psicoanálisis. Traducción: Damasia Amadeo de Freda.

Agradecemos a Francisco-Hugo Freda por su renovada disposición para publicar en Consecuencias.

 
Notas
  1. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 20, Aun (1972-1973), Paidós, Buenos Aires, 1992.
  2. Miller, Jacques-Alain. El partenaire-síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008.
 
 
 
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