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Consecuencias
 
Edición N° 7
 
Noviembre 2011 | #7 | Índice
 
Repensar la autoridad
Por Gisela Laura Baldini y María Natalia Eandi Bonfante
 

La modernidad fue desde sus inicios un proyecto habitado por una crisis de legitimación que aún conserva. Actualmente dicha crisis se manifiesta en grado máximo al alcanzar instituciones tales como la familia, la justicia, la escuela, de modo tal que las figuras que solían encarnar una autoridad -como el padre, el juez, el médico, el maestro- hoy día no logran reivindicar con fundamento su función.

Desde este contexto las autoras realizan una interesante revisión de la noción de autoridad, con la finalidad de reubicar las coordenadas que la arraigan a nuestro tiempo y la presentan como una autoridad pluralizada y de carácter polisémico, subrayando su valor como fundamento del lazo social.

 

En estos tiempos, solemos escuchar desde diferentes ámbitos sociales que la autoridad ha "desaparecido" o bien que se trata de una noción completamente erradicada del mundo. El objetivo del presente trabajo apunta a interrogar dicha aseveración con la finalidad de promover un análisis sobre la autoridad dentro de espacios educativos que apunte a vislumbrar las características que presenta dicha noción en nuestra época. Desde el psicoanálisis, a través de Lacan y a partir de otros escritores que se han dedicado a trabajar su obra, intentaremos ubicar que se entendió por declinación de la Imago paterna y cuál sería el estatuto actual de dicha noción. Utilizaremos también como referencia el ensayo filosófico e histórico que realiza Myriam Revault d´Allones en "El poder de los comienzos, ensayo sobre la autoridad" (2008) para poder dar cuenta de otras dimensiones que atraviesan el fenómeno que genera el paroxismo de la crisis de autoridad.

Según J.-A. Miller algunos analistas, desde un pretendido saber lacaniano, suponiendo la primacía de la ley respecto del deseo, podrían sentirse inclinados a apoyar medidas o intervenciones que favorecieran o restablecieran la ley, incluso mediante la fuerza[1] en pos de defender al deseo a la hora de involucrarse dentro de las problemáticas sociales. Incluso, en Una Fantasía, J.A Miller comenta que abundan los psicoanalistas que sueñan con la idea de volver a poner el orden del discurso del amo en su lugar y a su vez con el objetivo de poder seguir siendo subversivos harían de la práctica psicoanalítica una práctica que consistiría en pasar a los sujetos sin brújula, los significantes amo de la tradición.

Podríamos mencionar siguiendo esta línea, el diálogo mantenido entre Mario Goldenberg y Slavoj Zizek[2], donde este último dice que conviene interpretar la declinación de la Imago paterna a lo largo de toda la obra lacaniana, subrayando que una lectura ceñida únicamente a sus primeras épocas podría desembocar en añorantes posturas neoconservadoras.

De hecho la caída del Nombre del Padre es una preocupación que se encuentra tempranamente en Lacan. En la década del 30 se refiere de la siguiente manera ante aquello que él denomina como la declinación de la Imago paterna:

"Cualquiera que sea el futuro, esta declinación constituye una crisis psicológica. Quizás la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis. (…) Nuestra experiencia nos lleva a ubicar su determinación principal en la personalidad del padre, carentes siempre de algún modo, ausente, humillada, dividida o postiza"[3].

Para evocar algunos ejemplos clásicos de la literatura psicoanalítica, bastaría con remitirnos al padre de Dora, al padre de Juanito o al padre del hombre de las ratas, cuyas carencias logran manifestarse en el padecimiento de sus hijos, evidenciando "(…) que un padre ha declinado allí. El único padre fuerte es el padre de Schreber, que no opera justamente como modelo de la función y evidentemente produce una psicosis"[4].

La declinación del nombre del padre, a partir de la lectura de Lacan, resulta ser de carácter fundacional para el psicoanálisis y fue una problemática que analizó y reelaboró durante una gran parte de su enseñanza. Constituye incluso un punto de superación a la teoría freudiana planteado la existencia de los nombres del padre. Planteo que se encuentra en consonancia con la existencia de múltiples autoridades.

Con el Lacan de los primeros años, podemos decir que el padre al que se hace referencia es al padre simbólico, un padre que se aparta de la fuerza de su amenaza, transmite la ley y que permite aislar de esta forma el concepto de función paterna.

Una función que sólo opera desde su inscripción fallida y que en su fracaso establece la condición de su éxito.

Sin embargo, el desafío que nos presenta nuestra época es el de lograr responder a esta crisis de un modo que supere la simple evocación del restablecimiento de alguna autoridad simbólica.

En efecto, el Lacan de los últimos años, arriba a la idea de que el padre como tal es un impostor, en tanto se puede prescindir de creer en él como creencia religiosa para lograr servirse del Nombre del Padre como una herramienta[5]. Podríamos recordar en este aspecto el siguiente dicho de Lacan: "Napoleón no se creía en absoluto Napoleón, porque sabía muy bien por qué medios había Bonaparte producido a Napoleón (…)"[6][*]

En el texto "Creencia, Religión y Psicoanálisis" se señala que la primera enseñanza de Lacan apunta a refutar la idea de que la ley se sitúa en el extremo opuesto del deseo, sino que, muy por el contrario, lo crea, lo soporta y lo sostiene. Sin embargo, esto no es independiente del momento histórico en el que uno se sitúa, Miller advierte que "El brillo de la interdicción proviene de una época que ya no es la nuestra (…)"[7] y que "la ley, lejos de ser la primera y la última palabra de Lacan, tal como él indica, tiene (…) el estatuto de un fantasma"[8].

Siguiendo el articulo previamente mencionado, podríamos agregar que, en un segundo momento de la enseñanza de Lacan, se ha considerado que es el placer aquel que limita al goce: "Es decir, no es la prohibición la que constituye el objeto del deseo, es el placer concebido como regla. Es oponer al infinito del goce la medida del placer"[9]. Esto establece, asimismo, una relación en lo que al sacrificio respecta, en tanto que, en la cesión del objeto al Otro, hay un plus, resultado del forzamiento que acota el infinito del goce a la finitud del placer. Entonces nos encontramos ante una reformulación de la metáfora paterna, siendo el principio del placer otro modo de denominar la función del padre.

Si bien no han desaparecido del mundo, son las interdicciones las que hoy se encuentran en problemas. Miller sostiene que no deberíamos menospreciar el cambio de imaginario al que asistimos, dado que nos encontramos ante un nuevo sentido común que hace norma bajo lo que podría llamarse "haz lo que gustes"[10].

En este aspecto, podríamos establecer una diferencia entre un "haz lo que gustes", que se presenta como un mandato de consumo extralimitado, y un posible "haz lo que gustes" que represente la obligación de actuar acorde a nuestros deseos, en tanto éste nos conecte con el placer y no aparezca únicamente como una modalidad defensiva de nuestra condición deseante.

Desde la filosofía, hemos privilegiado el ensayo realizado por Myriam Revault d´Allonnes debido a que, al analizar la crisis de autoridad advenida con la modernidad, nos invita a reconocer que el proyecto moderno es un proyecto habitado desde sus inicios por una crisis de legitimación. Esto nos obliga a resituar las coordenadas de la autoridad, generando un lugar que permita evaluar las posibilidades de cambio que dicha crisis nos ofrece.

Tal como lo sugiere la autora, intentaremos trascender lecturas nostálgicas relativas a la idea de pérdida que el análisis sobre la declinación de la autoridad trae actualmente aparejado, señalando que no necesariamente todo pasado fue mejor y destacando que una pérdida puede, incluso, reportar ganancias.

Dentro del marco de la investigación que nos convoca, podemos sostener que al presente nos encontramos con otros modos de manifestación de esta crisis de autoridad. La violencia que se presenta dentro del ámbito educativo no sólo manifiesta un completo fracaso de la autoridad (lo cual no constituye en sí mismo una novedad, dado que las formas previas de autoritarismo en las escuelas ya lo denunciaban), sino que además se diferencia de aquellos castigos que los educadores solían propinar a sus alumnos con fin pedagógico. En la actualidad, los actos violentos irrumpen en el espacio escolar manifestando un ataque de irracionalidad colectiva que se presenta como una lucha de todos contra todos dentro de la comunidad educativa. Educadores que recurren a la violencia ante la imposibilidad de soportar o reivindicar con fundamento un lugar de autoridad; padres que no escuchan, no ven, no admiten la posibilidad de la falla en sus propios hijos y obstaculizan aún más la tarea pedagógica ; alumnos que encuentran en la violencia una posibilidad de diversión. Basta remitirnos a algunas de las recientes y numerosas noticias vinculadas a episodios violentos acaecidos dentro de la institución escolar, como por ejemplo, el caso del docente que, a punta de pistola, le exigió a su alumno que dejara de escuchar cumbia; el padre que golpeó abruptamente a un docente; o los alumnos que prendieron fuego la cabellera de su maestra mientras los compañeros se dedicaban a registrar, festejar y apoyar este acto de vandalismo que luego fue promocionado en internet[11]. Otro ejemplo de ello fue el paro y movilización que se produjo en la Provincia de Buenos Aires en el mes de septiembre 2011, tras el agravio de un alumno y su madre a un profesor de una escuela estatal; sin embargo en esta ocasión se reclamó a las autoridades gubernamentales la creación de equipos interdisciplinarios en cada escuela para trabajar los casos de violencia.[12] Este acontecimiento reconoce que la problemática en el ámbito escolar excede al contexto educativo y que deberá ser contemplada en la agenda de quienes diseñan las políticas públicas.

Creemos desde ya que una posible intervención ante situaciones como estas no debería apuntar a reestablecer aquello que el imaginario social interpreta como el restablecimiento de la ley de antaño, de hecho, prácticas como aquellas no serían ni siquiera toleradas por el discurso de la época.

Sin embargo, podríamos recordar que bien podría formar parte de la ley de antaño aquello que la historia pasó a llamar Pedagogía Negra, teoría cuyo fundamento se encontró en los libros de Pedagogía que circularon por toda Europa y fueron creados por el padre de Schreber; un padre que desde el psicoanálisis se inmortalizó como un padre carente de falta que lejos de representar a la ley, la constituía[13].

Intentar rememorar algo de aquel tiempo apunta más bien a oponer alguna razón a la nostalgia que nos invade al analizar la problemática de la autoridad.

Si estamos de acuerdo en el hecho de que para situarse en el plano del deseo hay que remitirse a aquello que hace ley para cada sujeto, podríamos hacer referencia a la primera definición sobre la autoridad que nos acerca alusivamente Myriam Revault d´Allones en la introducción de su libro:

"Dedico este libro a Paul Ricoeur. Mientras lo escribía y especialmente en el momento de concluirlo -cuando él acababa de fallecer-, sonaba en mi interior una frase suya:

‘Transfiero a quienes me sucederán la tarea de tomar la posta de mi deseo de ser, de mi esfuerzo por existir, en el tiempo de los vivos’. ¿Hay definición mas exacta de la autoridad?"[14].

 

Algunas nociones sobre la autoridad

Para comenzar, nos remitiremos a un artículo periodístico del Lic. Francisco J. Laporta, publicado por el diario El País en 2009, acerca de una hipotética ley que se debatió en la Comunidad de Madrid sobre la autoridad del maestro, que apunta a conferir un mayor poder a la figura del docente, convirtiendo en delito la manifestación de conductas agresivas y humillantes hacia el profesor. Laporta nos advierte que con las normas jurídicas se ejerce el poder, no se confiere autoridad, de modo que medidas como estas no reparan ni aportan posibles soluciones a la crisis de autoridad que se vivencia dentro del ámbito escolar. No se trata de cuestionar que las conductas indeseables sean sancionadas, sino que el problema radica en identificar la sanción con el restablecimiento de la autoridad.

El texto nos ofrece al menos dos definiciones de autoridad tomadas de distintas fuentes: la primera, García Pelayo, dirá que se da una relación de autoridad "cuando se sigue a otro o el criterio de otro por el crédito que este ofrece en virtud de poseer en grado eminente y demostrado cualidades excepcionales de orden espiritual, moral o intelectual"[15].

Laporta comenta que esta definición a pesar de que proviene de fuentes muy clásicas del pensamiento, tal vez hoy pueda ser considerada como demasiado exigente.

Nosotras creemos que, desde el psicoanálisis, dicha definición también podría ser considerada como algo exigente debido a que no logra dar cuenta de operatorias esenciales en la causación de un sujeto, entendiendo que para poder hablar de un sujeto del inconsciente es necesario que quien encarne a la autoridad pueda ofrecerse como objeto causa del deseo del Otro. Necesariamente, para que pueda aparecer la dimensión deseante de un sujeto, el Otro debe estar atravesado por la castración, lo que implica que debería hacerse lugar a la falta. Si nos quedamos con esta primera definición sobre la autoridad puede que perdamos de vista esto.

La segunda fue tomada de dos filósofos Bayón y Rodenas. Estos entienden que se da un reconocimiento de la autoridad cuando se privilegian las ideas de aquel a quien se le otorga autoridad en detrimento de las propias, excluyendo así razones sobre las mismas.

Hallamos una definición similar en el diccionario de política de Bobbio, Matteucci y Pasquino, quienes dicen que:

"(…) Se tiene autoridad cuando el sujeto pasivo de la relación de poder adopta como criterio de su propio comportamiento el mandato o la orientación del sujeto activo, sin evaluar por su parte el contenido. La obediencia se basa únicamente en el criterio formal de la recepción de un mandato o de una señal proveniente de una cierta fuente. (…) Este transmite el mensaje sin dar razones, y espera que se acepte incondicionalmente. Entendida de esta manera, la autoridad se opone a la relación de poder basada en la persuasión"[16].

Suponer a la autoridad de manera opuesta a una relación de poder basada en la persuasión nos permite decir que, en una relación de autoridad, se nos provee de la racionalidad que precisamos a la hora de tomar decisiones en contextos en los que no nos encontramos capacitados para hacerlo por nuestros propios medios.

Querríamos destacar en este punto el uso del término de racionalidad que hace Laporta en relación con la crisis de autoridad en la escuela, en tanto ésta "(…) puede ser equivalente a experimentar un ataque colectivo de irracionalidad. (…) La crisis de autoridad denota así un padecimiento general de nuestra racionalidad colectiva"[17].

Revault d´Allonnes en su libro destaca que una crisis se origina gracias a que el poder explicativo de la respuestas de una determinada época se ha agotado y, en este sentido, si bien hay una ruptura con el modelo anterior, también hay continuidad, en tanto que se buscan nuevas soluciones a problemas irresolubles que han sido planteados en la antigüedad.

La hipótesis que se expone en el libro es la de encarar la cuestión de la autoridad por medio de la categoría de generatividad y así superar, a través de este planteo, un análisis inscripto únicamente bajo el signo de la perdida y la falta. El análisis realizado por la autora apunta a pensar que la modernidad no solo fragmenta sino que también recompone y engendra una nueva puesta de sentido del mundo, aun si el futuro al cual se abre es una exigencia hecha de incertidumbre.

La autora indica que, para los modernos, "la fuente última de toda autoridad no es la tradición, sino la razón"[18]. Uno de sus más enfáticos planteos es que el advenimiento de la modernidad no implicó la desaparición de la autoridad sino que ésta última cambió de lugar; si en el pasado la fuente de toda autoridad se basaba en la tradición, los modernos basamos nuestra autoridad en la transmisión. La problemática ante la cual nos enfrentamos los modernos gira en torno a la cuestión de la autorización puesto que si para los antiguos este era un punto de partida, para nosotros modernos este es un punto de llegada, dado que, la autorización no depende más de la tradición sino que es pensada a partir del efecto de transmisión.

 

Autoridad y Poder

"Si un hombre que se cree rey está loco,
no lo está menos un rey que se cree rey".[19]

Comúnmente se suele plantear una sinonimia entre autoridad y poder, por ello a continuación intentaremos diferenciar ambos conceptos sosteniendo que una verdadera relación de autoridad no necesita sustentarse de un modo autoritario.

Se puede aseverar que siempre el poder, a menos que sea extremadamente despótico, requiere de la utilización de la máscara de la autoridad. En una relación de autoridad siempre está presente la dimensión del poder pero el ejercicio del poder no está necesariamente vinculado a la figura de la autoridad. Entender el concepto de autoridad como un camino de obediencia ciega y sumisión incondicional tiene por resultado deformarlo y falsear su sentido, puesto que, desde esta perspectiva, la autoridad se confundiría con lo autoritario.

Revault d´Allonnes comienza con su diferenciación tomando al concepto de autoridad a partir del diccionario Petit Robert, donde se describe la autoridad como el derecho de mandar, y el concepto de poder (reconocido o no) como el de imponer obediencia. Luego toma el concepto de la Encyclopedia Universalis, donde se dice que la autoridad es el poder de obtener, sin recurrir a la coacción física, cierto comportamiento de quienes están sometidos a ella. De estas dos definiciones va a concluir que se está frente a la idea de que la autoridad es esa modalidad o propiedad del poder que confiere a éste su legitimidad. Si bien la autora no objeta estas definiciones sugiere no quedarse en la concepción imperativa del poder y en la función instrumental de la autoridad.

Continúa este desarrollo remitiéndose al concepto de auctoritas y potestas de los romanos, basándose en la lectura de Arendt quien subraya que la autoridad se opone a reducir la política al poder y el poder a la dominación.

Para los romanos, la auctoritas no es la potestas. La auctoritas aporta un aumento necesario para la validez de un acto emanado por una persona o un grupo que no pueden, por si solos, validarlo plenamente. Recordemos que auctoritas deriva del verbo augere, que significa aumentar.

La auctoritas no ordena, sino que aconseja, propone o rectifica: "ser auctor es tanto proponer como confirmar y garantizar"[20].

Esta se despliega en el tiempo, situándose hacia atrás como fuerza de proposición y hacia delante como elemento de ratificación o de validación. Se califica al auctor como quien propone anticipando y a la vez como quien garantiza posteriormente.

En la medida en que la auctoritas garantiza el ser-juntos en el tiempo, es mucho más apreciada que como un mero atributo del poder en tanto se presenta como fundamento del lazo social. Tal es así que las realizaciones que sobreviven al acto mismo de su creación aseguran a su auctor una auctoritas que representa la paternidad y prestigio de la obra.

A su vez, Arendt plantea que cómo la autoridad requiere de obediencia, se la toma cómo una forma de poder y de violencia. El límite entre estos conceptos es que la autoridad no requiere del uso de medios de coerción y es incompatible con la persuasión, ya que la autoridad presupone la igualdad y actúa conforme a un proceso de argumentación. Arendt se pregunta por qué se produce esta confusión entre autoridad, poder, coerción, violencia y fuerza; y se responde que se los asocia a cierto concepto del poder entendido exclusivamente como dominación.

El poder no emana de la imposición de una voluntad a otra voluntad, sino de la aptitud de los hombres para actuar de manera concertada. No es jamás una propiedad individual, pertenece a un grupo y continúa hasta tanto el grupo no se disuelva. Sólo existe poder donde se puede situar una acción en común que está regulada por un lazo institucional reconocido, es "poder con", no "poder sobre". El "poder con" instala, según Arendt, la concepción de una relación horizontal que escapa de la relación mando/obediencia. Es así como esta autora opone poder a dominación, lo que implica que el poder es indisociable de la pluralidad.

Revault d´Allonnes agrega que la autoridad está ligada a la categoría temporal y que el poder se sitúa dentro de la categoría espacial, de modo que el poder vincula y desvincula a los hombres en el espacio: cuando los hombres no están juntos, el poder se disipa. Toma en cuenta que para los romanos el concepto de autoridad deriva de una relación generacional, es decir, que son sus ancestros quienes por su preexistencia encarnan y aseguran la fuerza de ligazón de la autoridad; aumenta la fuerza de acción de los vivos, basándose en que la autoridad se encuentra íntimamente relacionada con la tradición, con lo que los antepasados realizaron, permitiendo esto una línea generacional y tradicional.

Habría que especificar que el pensamiento romano no se basaba en perpetuar lo que siempre ha sido, sino de inscribir el cambio sobre el continuum temporal.

Podríamos sostener, sobre la luz de estos desarrollos, que la sustancia de la auctoritas romana es el tiempo y que el aumento temporal genera legitimidad: "el tiempo tiene fuerza de autoridad"[21]y el otro nombre de ésta es la institución, ya que dirá que la institución política de un mundo común no es solamente espacial sino también temporal.

Por último, la autora propone que para analizar el tema de la autoridad y su diferenciación con el poder hay que considerar el elemento esencial del reconocimiento, si este no se presenta, no podemos hablar de autoridad, ya que esta se constituye como tal solo si es reconocida, y en este acto de reconocimiento, la autoridad se legitima. Cuando se la niega se la destruye, de modo que se podría plantear que la autoridad y su reconocimiento conforman una unidad.

Además, la dimensión del reconocimiento incluye también componentes subjetivos y afectivos, "uno puede tender a amar a aquellos a quienes reconoce autoridad y, recíprocamente, puede reconocer la autoridad de aquellos a quienes ama"[22], de modo que hablar de reconocimiento está lejos de ser un acto neutro y no se funda solamente en la razón.[**]

 

De la autoridad de la tradición a la autoridad de la transmisión

Myriam Revault D’ Allones plantea en su libro que la crisis de autoridad que se presenta en la modernidad se debe en principio a la ruptura con el hilo de la tradición y que se podría pensar esta crisis como una crisis de la temporalidad.

Para los modernos "el tiempo ha dejado de prometer algo"[23], el pasado ya no es quien garantiza el futuro y debido a esto lo vuelve extremadamente incierto.

Según la autora, entre los distintos autores que han analizado la modernidad, se puede establecer cierto grado de acuerdo en el hecho de que esta se caracteriza por un masivo desprendimiento del pasado y de la tradición siendo así que la autoridad de los modernos halla su fuente última en la razón, en la capacidad de autonomía y autorreflexión mientras que la autoridad de los antiguos se apoyaba en la tradición.

El proyecto moderno intenta reivindicar (no sin violencia) un modo de legitimidad que se aparta del pasado y de la tradición, de modo que la problemática se plantea en torno a la cuestión de la autorización.

Con la filosofía del iluminismo se cuestiona a la autoridad, debido a que ésta es portadora de prejuicios; por tanto, la autoridad debe ser pensada a través del filtro de la razón. Entonces el punto será plantear en qué se autoriza ahora un enunciado para fundar su credibilidad, dado que esa forma de precedencia que es la autoridad enunciativa queda desbaratada por los principios mismos de la modernidad. El "pensar por sí mismo"[24] kantiano adviene como una de las tres máximas que deben regular el ejercicio del juicio; pensar por sí mismo implica la capacidad de pensar sin prejuicios, y llama prejuicio a la heteronomía de la razón, a la tendencia a la pasividad.

La autora toma la interpretación de Gadamer (1996) para abordar esta temática, quien supone que lo propio de la ilustración es el descrédito otorgado a la noción de prejuicio e insiste sobre el hecho de que la radicalidad que se asume desde el iluminismo es el resultado del "enfrentamiento con una tradición dogmática: la lectura religiosa de las sagradas escrituras"[25].

Entonces, encuentra que si el prejuicio es uno de los cuestionamientos modernos, la autoridad se ve objetada en tanto que es una fuente de prejuicio. Se podría ubicar en este hecho el descrédito absoluto que sufrió la noción de autoridad.

Por otro lado, también se destaca desde esta interpretación de Gadamer, que a la noción de autoridad se le opone "la fe en la autoridad" y "el uso personal de la razón" y que, además (y esto no es contradictorio), la autoridad puede ser una fuente de verdad.

El prejuicio que la autoridad porta en la modernidad es un prejuicio desligado de cualquier dependencia de la tradición, la autora dirá: "Cuando admitimos que el educador, el superior, el especialista, reivindican con fundamento una autoridad, el crédito que les concedemos está acompañado, al menos, de una prevención favorable: un pre – juicio favorable"[26].

El hecho de que quien se posicione como una autoridad la reivindique con fundamento implica tener presente que esta misma es una conquista, se gana y, como tal, requiere del reconocimiento.

El modo de legitimidad que la modernidad reivindica se apoya en la autoafirmación de la razón y se puede sostener porque reside en el proyecto de auto fundación de sí, y este es básicamente un proyecto fundador de ruptura. En este sentido, es pertinente subrayar la distinción que se establece entre aquello que es denominado como "autoafirmación", como instauración del sentido, y la "autohabilitación", como su confirmación en la realidad histórica, puesto que, entre ellos existe un hiato infranqueable, que de no considerarse deja escapar un elemento decisivo: "es la afirmación de sí la que determina la radicalidad de la razón y no a la inversa"[27]. La nueva fundación antropológica que inaugura el gesto soberano no debe confundirse con la ilusión de su cumplimiento. La distinción apunta a destacar que la modernidad tiene una historia, dice: "si se desconoce esa distancia entre la voluntad y su realización, se induce de inmediato -en conformidad con la temática de la discontinuidad radical y la tabla rasa- la idea de que el concepto de autoridad ´en general´ ha desaparecido totalmente del mundo moderno"[28].

Según la autora, el problema de los orígenes de los tiempos modernos se puede emblematizar a través del pensamiento de Descartes, tanto por el ejercicio de la duda metódica (la suspensión de los prejuicios) como por la voluntad de comienzo encarnada en el cogito. El cogito cartesiano "solo encuentra su fundamento en si mismo"[29]. Sin embargo, este nuevo comienzo no es un comienzo ex nihilo, surge en respuesta a diversas problemáticas.

Una de ellas fue la crisis que se engendró por el nominalismo a fines de la Edad Media, ante la exacerbación de la tesis de la potentia absoluta Dei[30] (poder infinito y absoluto de Dios) que, llevada a su extremo, hace que la voluntad todopoderosa de Dios pueda tanto aniquilar al mundo como sostenerlo. Entonces, desde esta perspectiva, se trata de un Dios que no entabla ningún tipo de compromiso con el hombre, que no tiene ninguna deuda con su creación y no le deja al hombre otra alternativa más que la afirmación y la carga de sí mismo.

Al no ser Dios un garante, ni de la continuidad del mundo, ni del futuro del hombre, "el tiempo pasa a ser la dimensión de la incertidumbre absoluta"[31].

El hombre ahora soporta una carga que es una exigencia orientada hacia el futuro, "ya no es tan responsable del pecado original, que pertenece al pasado, sino del futuro que pretende realizar al tiempo que se realiza"[32].

La autora, apoyándose en la interpretación de Paul Ricoeur (1985), dirá que la novedad de los tiempos modernos radica en que se trata de una nueva cualidad del tiempo que nace de una nueva relación con el futuro. Se intenta pensar una continuidad posible dentro del proyecto de ruptura que conlleva la modernidad para inscribir el cambio dentro del continuum temporal. El sentido de crisis se manifiesta aquí en la invención de nuevas respuestas, nuevas significaciones a problemas que se habían vuelto irresolubles, a sabiendas de que solo es posible que surja algo nuevo cuando el poder explicativo de las respuestas antiguas se ha agotado.

Se trata de una apuesta para repensar a la autoridad en función de las crisis que presenta hoy en todas sus formas, intentando retomar aquellas preguntas que han quedado sin respuesta, puesto que los esquemas tradicionales hace tiempo que no resuelven el problema.

El proyecto moderno se legitima en el hecho de reivindicar la autoafirmación y la autofundación; sin embargo, esto no implica que se debiera abolir la distancia existente entre la intención y su cumplimiento, sino más bien asumir que es un proyecto habitado por una crisis de legitimación.

Al cuestionar el orden tradicional, ya no es posible creer en la validez de lo que siempre ha sido, el mundo moderno se encuentra con un presente amenazado de manera constante por su propia contingencia. No obstante, ofrece una alternativa, ante el politeísmo de valores y los modos antagónicos de legitimidad[***]que se presentan; nuestra capacidad de juicio y acción se recompone en tanto somos capaces de procurarle un sentido al mundo. Si bien, el nuevo sentido que emerge no es fruto de una construcción ex nihilo, se nos plantea el desafío de su conquista.

Revault d´Allonnes sostiene en este planteo que no asistimos al vaciamiento de sentido sino a su pluralización, y que este es un punto crucial en la temática de la autoridad, ya que no nos encontramos ante su pérdida o vacancia sino que nos enfrentamos ante la pluralización de la autoridad, de las autoridades.

La tesis fuerte que plantea la autora es el cambio de la autoridad de la tradición a la autoridad de la transmisión. Para desarrollar esto sostiene que la problemática de la autoridad en los modernos está orientada hacia el futuro, la autoridad se autoriza autorizando. "Antes, se procedía de la tradición a la transmisión. Los modernos proceden a la inversa: de la transmisión a la autorización. Se pasó de la autoridad de la tradición a la autoridad de la transmisión"[33].

En este aspecto, podríamos destacar que el mundo se constituye como histórico, en tanto el devenir de la humanidad tiene un sentido, en la medida en que el hombre es capaz de desplegar en ella su propia obra. Entonces, el ser humano debe siempre proyectarse en el futuro, anticiparse al sentido de sus acciones, de modo que la historicidad del hombre no podría jamás desvincularse de la noción de proyecto y en este sentido su presente se organiza en función del futuro.

La autora sostiene que hemos llegado al punto más alto en lo que se refiere a la crisis de autoridad, puesto que alcanza a instituciones tales como la familia, la escuela y la justicia, y ubica su causa no tanto en la ruptura con el hilo de la tradición sino más bien en el desmoronamiento de la autoridad del futuro.

Relaciona, en parte, esta debacle con el derrumbe de los proyectos ligados al futuro con aquello que "se ha llamado, con razón o sin ella, "fin de las ideologías"[34].

En función de esta problemática, la autora analiza que las revoluciones modernas contribuyeron, por un lado, a la pérdida de cierto paradigma de la autoridad, y por el otro, a la confusión que se produjo entre tradición y pasado, en tanto que la desaparición de la tradición en el mundo moderno no conlleva el necesario olvido del pasado, puesto que desde los revolucionarios modernos se arrojó una nueva mirada sobre el pasado de los antiguos a fin de poder religarse y asegurar su propia fundación. Por ende, una de las posibles fuentes de la problemática sobre la autoridad podría ubicarse en el hecho de no prestarle oídos al pasado y no tomarlo como una reserva de sentido inagotable.

Quienes asumen posiciones radicales en defensa de la tradición, lejos de recordar con la intención de motorizar un cambio, encarnan formas hipócritas del olvido.

Entonces, si los modernos nos autorizamos en el futuro, en un movimiento anticipatorio relacionado con el proyecto mismo, éste solo adquiere significación en un segundo movimiento retrospectivo en función del pasado que tiene como resultado la creación de algo nuevo.

Pensarlo de este modo posibilita plantear la hipótesis de la generatividad en tanto esta posee una doble orientación, hacia nuestros predecesores y hacia nuestros sucesores.

Quienes ejercen la autoridad autorizan a sus sucesores a emprender algo nuevo pese a que comenzar es comenzar a continuar, así como continuar es también continuar comenzando. Retomando la problemática de la autoridad en el ámbito escolar, tendríamos que tener en cuenta que los componentes afectivos que se manifiestan dentro de una relación de autoridad son la confianza y, en consecuencia, la credibilidad en la palabra del otro.

Silvia Bleichmar, en su texto "La construcción de legalidades como principio educativo", plantea que en estos tiempos no se cree en la palabra y justamente es a partir de ésta y de la confianza en el otro que se aprende. Esto es lo que produce una posible transmisión que motoriza una búsqueda activa, generando en el otro la posibilidad de una apropiación singular del conocimiento.

Consideramos que no somos iguales ante el proceso educativo mismo, ya que cada chico se acerca al contenido que va a aprender de una manera singular, articulada al modo de transmisión que promueve el docente en cuestión.

El maestro no transmite solamente su saber sino también su relación con el saber, dado que se encuentra implicado en la búsqueda de ese saber y en su forma de transmitirlo.

En estos tiempos, la crisis de autoridad que se manifiesta dentro del ámbito escolar desafía aun más al docente a que pueda reivindicarse con fundamento como una autoridad, y necesariamente deberá hacerlo contemplando la subjetividad de cada alumno e implicándose en su tarea.

Podríamos relacionar la noción lacaniana de "sujeto supuesto saber" y aplicarla dentro del contexto escolar, en tanto que para motorizar una búsqueda activa por parte del alumno es indispensable que el docente le suponga un saber al alumno y que este se lo suponga a su maestro.

La escuela no logra revertir, en muchos casos, el desinterés con respecto a la apropiación de algún conocimiento, y la indiferencia respecto del compromiso que obstaculiza la construcción de un posible proyecto juntos para el futuro, donde la palabra "nosotros", llame al otro a ocupar su lugar e implicarse con el proceso educativo de un modo activo.

Cada institución tiene su historia, sus vivencias, mandatos, alumnos, docentes, directivos y personal no docente, y la posibilidad de crecer y de cambiar surge a partir de mirar la propia singularidad de la institución.

 

¿Nuevos colectivos sociales?

Si compartimos la idea de que la autoridad ha cambiado de lugar, que es necesario referirse a su pluralización y a su carácter polisemico también deberíamos poder albergar nuevas interpretaciones acerca de los colectivos sociales que logren dar cuenta de otras dimensiones de nuestra vida en sociedad y que se diferencien de la masa freudiana.

En esta ocasión, tomaremos la conceptualización de comunidad hecha por Roberto Esposito, quien durante el desarrollo de su aparato teórico ha analizado también la masa freudiana remitiéndola a la dinámica de la inmunización, quedando de este modo ubicada en el polo opuesto de la communitas. A su vez, piensa a la globalización cómo una nueva forma de comunidad cuya apuesta apunta a poder responder mediante una biopolítica afirmativa. Cabe destacar que el autor concibe lo comunitario y lo inmunitario como un par, de modo que intenta pensar a la vez el principio de unidad y de diferencia. En "Dieci pensieri sulla politica" (2011) dirá: "Es cierto que la comunidad siempre nos ha remitido a la identidad y a la unidad, así como la inmunidad a la separación y a la diferencia.(…) Ahora se trata de ponerlos en tensión recíproca. De reconducir la comunidad a la diferencia y la inmunidad a la contaminación"[35]

Los homicidios originarios, particularmente los fratricidios cómo podrían ser el caso de Caín y Abel situado a nivel bíblico cómo origen de la historia del hombre o bien el caso de Rómulo y Remo en el momento de la fundación de Roma muestran muy bien cómo la violencia en la comunidad originaria se manifiesta por un exceso de igualdad.

De hecho en "Communitas"(2007) encuentra el punto de partida de su desarrollo en el análisis etimológico de dicha palabra que le permite ubicarse en una posición diferencial respecto del resto de las filosofías comunitarias, puesto que, éstas plantean una sinonimia entre lo común y lo propio mientras que el autor arriba a la conclusión de que la communitas es en rigor "una nada en común" donde aquello que la une lejos de ser una propiedad se acerca más bien a un deber o a una deuda. Se plantea de esta forma una oposición fundamental: lo que caracteriza a lo común no es lo propio sino lo impropio. La propuesta del autor apunta a reconducir la comunidad a la diferencia, a través de ese elemento que es el munus y que el autor concibe como un don que no implica de ningún modo una posesión sino una pérdida, una cesión, una sustracción.

Retomando la problemática desde una visión psicoanalítica podríamos volver sobre las palabras de Lacan presentes en "La agresividad en psicoanálisis": " (…) es a ese ser no-nada a quien nuestra tarea cotidiana consiste en abrir de nuevo la vía de su sentido en una fraternidad discreta por cuyo rasero somos siempre demasiado desiguales"[36] Encontramoseltérmino de fraternidad discreta con su consecuente desigualdad cómo un movimiento anticipatorio a aquello que dirá en el seminario 17 sobre la fraternidad[37], en tanto que él único origen que ésta conoce es el de la segregación, un estar separados juntos al que se accede por la vía del objeto. En efecto Lacan nos advierte que empeñarse en creer lo contrario trae sus inconvenientes.

 
 
* Si bien esta cita no condice con las posteriores formalizaciones de Lacan respecto de los usos del Nombre del Padre, la utilizamos con el fin de destacar el valor instrumental que se le imprime al Nombel Padre y que posteriormente vincularemos con la noción de reconocimiento.

** En este sentido, podríamos relacionar a la autoridad con los postulados freudianos sobre el Superyó e ideal del yo, en tanto se conforman tras el sepultamiento del complejo de Edipo, se renuncia al objeto incestuoso no sólo por temor a la castración sino también por amor al progenitor-rival.

*** Estos dos conceptos la autora los toma de Weber

 
Notas
  1. Miller, J. (2006). Religión y Psicoanálisis. En La creencia y El psicoanálisis. Fondo de cultura económica. pp 35 – 68
  2. Goldenberg, M. (2006). Punto V: Entrevista a Slajov Zizek. En La creencia y el psicoanálisis. Buenos Aires: Fondo de cultura económica. pp 179- 193
  3. Lacan, J. (1979). La familia, Buenos Aires, Barcelona: Argonauta, pp 93-94. El subrayado es nuestro.
  4. Goldenberg, M. (2006). Introducción: La pertinencia de interrogar la frase de Nietzsche Dios ha muerto. En La creencia y el psicoanálisis, Buenos Aires:. pp 19-32, p. 24, Fondo de cultura económica.
  5. Álvarez, P. (2006). Dos versiones del padre. En La creencia y el psicoanálisis, Buenos Aires: Fondo de cultura económica. pp 83-98
  6. Lacan, J. (2008). Acerca de la causalidad psíquica. En Escritos1, Buenos Aires: Siglo Veintiuno. p. 169
  7. Miller, J. (2006). Punto I: Religión, Psicoanálisis. En La creencia y El psicoanálisis, p. 57
  8. Idem, p. 63
  9. Idem, p. 61
  10. Idem, p. 53
  11. Bordon, J (2010, Junio 02). Un docente fue armado al colegio. Diario La Nación Cruzado, L (2010, Junio 05) Golpeó a un maestro de su hijo y suspenden las clases. Diario Clarín Alumnos queman pelo de profesora. You Tube. Página web
  12. Geddes, D (2011, Octubre) Mas casos de violencia contra los docentes en la Provincia. Diario Clarín
  13. Miller, A. (1998). Por tu propio bien. Barcelona: Tusquets,
  14. Revault d´Allonnes, M. (2008). El poder de los comienzos. Ensayo sobre la autoridad. Buenos Aires: Amorrortu, p. 19
  15. Laporta, J. F. (2009, Octubre 31). La Autoridad del profesor. Diario El País
  16. Bobbio, N , Matteucci, N & Pasquino, G, (1994). Diccionario de Política, México D.F. Siglo Veintiuno, p. 118
  17. Laporta, J. F., op. cit.
  18. Revault d´ Allonnes, M., op. cit., pp.78-79
  19. Lacan, J (2008) op. cit. p. 169
  20. Idem, p. 30
  21. Idem, p. 35
  22. Idem, p. 70
  23. Revault d´ Allonnes, M. Op.cit., p. 134
  24. Idem, p. 124
  25. Idem, p. 79
  26. Idem, p. 79
  27. Idem, p. 85
  28. Idem, p.86
  29. Idem, p. 82
  30. Idem
  31. Idem
  32. Idem. p. 86
  33. Idem, p. 106.
  34. Idem, p. 134
  35. Esposito, R. (2011): "Communitá e Violenza". En Dieci pensieri sulla politica, Bologna: il Mulino Intersezioni. pp. 264-265.
  36. Lacan, J. (2008): "La agresividad en psicoanalisis". En Escritos1, Buenos Aires: Siglo Veintiuno. p.127
  37. Ver al respecto: Lacan, J (2010): Edipo, Moisés y el padre de la horda. En "El Reverso del psicoanálisis". Buenos Aires, Paidós.
 
 
 
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