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Consecuencias
 
Edición N° 11
 
Noviembre 2013 | #11 | Índice
 
La respuesta política del analista [1]
Por José Luis Tuñón
 

José Luis TuñónPesa sobre la política un generalizado descrédito que la reduce a los arreglos más o menos opacos con los que se manejan los intereses. En otra época se imaginaba su redención por las vías de las vías de la utopía revolucionaria. Más recientemente se propuso su reemplazo por una burocracia acéfala y transparente. Sin embargo, y a pesar del fracaso de estos ideales, la política parece volver a despertar interés e interrogantes.

Al descrédito se le suma ahora una especie de debate generalizado, que empuja a todo el mundo a pronunciarse y que alcanza también a la posición del analista. Se puede decir, sin forzar las cosas, que ese debate gira en torno a cómo se accede al goce y cómo se reparten los daños y los beneficios. Sin embargo, los que estudian la política entienden que su naturaleza va más allá del orden y del reparto, para abrirse a una dimensión que llama insistentemente a ese pronunciamiento.

Los estudiosos de la política se interesan ahora por Lacan y especialmente por su categoría de Real. Su condición, irreductible a cualquier predicado, parece dar cuenta del vacío que habita en el corazón mismo de la política.

Es más tranquilizador entender a la política como un conflicto entre el interés por identificar el goce a un régimen de propiedad y el poder para hacerlo. Lacan lo llamaba discurso del amo e indicaba para el psicoanálisis el papel de su reverso. Este discurso nombra y procura la identificación a esos nombres. Determina el lugar para el saber y el goce que puede obtenerse. De esas condiciones resulta una verdad para el sujeto que habilita las preguntas y hasta las revueltas.

Pero el discurso del amo no agota la política, más bien su realización, aunque sintomática, coincide con lo que J. Rancière nombra con el término de policía: un funcionamiento basado en la marcha de las identificaciones y el reparto, pero también un lugar para las quejas. Es el orden fálico, en donde el goce y sus reaseguros se organizan alrededor del los malentendidos del ser y del tener.

Los estudiosos de la política suelen partir de Aristóteles y de lo que llamó animal político, cuya propiedad, la palabra, le permite distinguirse de los animales que sólo cuentan con la voz, para indicar el placer y el dolor. Según Aristóteles, la palabra permite a este animal distinguir lo útil de lo nocivo y de allí, lo justo de lo injusto. El acuerdo sobre estos tópicos funda una comunidad apoyada en el bien común. Pero este esfuerzo falla continuamente y por eso hablamos de política del síntoma. Y más a partir de que la política prometió una satisfacción para todos. Desde entonces se afana en desarrollar sistemas ideales en los cuales disolver el síntoma.

El deseo del analista, en cambio, de obtener la máxima diferencia entre el ideal y el objeto, se cruza con ese esfuerzo. Tanto a izquierda, del lado de los sistemas ideales, como a derecha, del lado del goce y su régimen de propiedad. De ahí que la incidencia política de Escuela esté incluida casi "naturalmente" en nuestra agenda.

Pero volvamos a ese vacío que se abre en el corazón de la política. Hay varios autores que se ocupan de él, pero voy a referirme a J. Rancière, quién llama, igualdad, a esa fuerza que rompe los ordenamientos comunes.

En su libro, El Desacuerdo, propone que la política empieza cuando se trata de dar cuenta de la condición de los miembros de una comunidad. Estos miembros –diversos por naturaleza– se ven obligados a refrendar su pertenencia, en términos distintos a los que podrían obtener de sus posiciones de hecho. Esa posición no puede ser deducida, ni de sus bienes, ni de sus linajes y tampoco de la fuerza concreta con la que podrían imponer sus posiciones. Entonces no habría política. Para que la haya es necesario encontrar una proporción de esas fuerzas en un sistema que represente a la comunidad y al hacerlo quedan incluidos también quienes no las detentan. Ese sistema representa al todo y las partes, y la ley que lo constituye pasa a representar la igualdad.

Esa igualdad es la piedra de toque, según Rancière, para el nacimiento de la política. Se suele invocar, como causa de su instauración, la necesidad de superar el choque material de las fuerzas antagónicas y la imposibilidad del intercambio descarnado de los bienes. Sería entonces cuando se impondría la búsqueda de una equivalencia que convierta las fuerzas en valores. Esta vía incluye a aquellos que sólo tienen la libertad (demos) para incluirse, y cuyo ejercicio, es el escándalo de la política, según Rancière.

El cálculo de las partes es cuestionado cuando un conjunto no contemplado, consigue subjetivar su igualdad, reclamando su inscripción como una parte que no existía como tal. Esa subjetivación invoca una igualdad radical, previa a todo predicado, que conmueve el equilibrio alcanzado hasta entonces.

Podría decirse, siguiendo a Aristóteles, que es la palabra la que relativiza a las otras formas de posesión, ya que implica hacer pasar por ella la fuerza emanada de fuentes concretas. Y traducir el dolor o el goce en un sistema ideal en el que cada quién encontraría la medida justa del daño y el regocijo.

Pero según Rancière "Un desequilibrio secreto perturba esta bella construcción" y ese desequilibrio amenaza de continuo cualquier estabilización conseguida, sea por vía de las instituciones o la tradición. Es que esa igualdad, previa, anterior a cualquier predicado, no emana de la palabra, sino del rechazo radical del orden que regula la inscripción. Consentir a la inscripción, y alienarse a la mediación de la palabra, es también renunciar a este rechazo primero. Por eso dice Rancière que esta igualdad es inaprensible ya que se refracta continuamente en libertad. ¿Libertad de que? De rechazar el bien que me obliga y recuperar con ello una potestad anterior a todo condicionamiento. Potestad que solo se ejerce en el rechazo.

Desde el psicoanálisis entendemos que no hay fuerza, linaje o riqueza que no esté hecha ya de lenguaje, y mucho más la riqueza contemporánea, creada luego de la dispensa de fundar su valor en el patrón oro. Aquí es donde Lacan nos ha permitido entender casi desde el comienzo de su enseñanza, que esta operación es la instauración misma del régimen simbólico y que en ella se constituyen los protagonistas principales del escenario político: el ideal regulador, los bienes disponibles y su contracara, la figura del privador y el daño consecuente.

Es en el Seminario VII donde Lacan se refiere a Aristóteles y al problema político del bien, y plantea entonces cual es ese desequilibrio secreto que amenaza la bella construcción: el deseo, que en su ambición, abre un más allá de las barreras que se le oponen, un oscuro más allá, que gira alrededor de ese Real, que no está privado de nada, a no ser por el vacío que instala en él la inscripción de lo simbólico. Un bien que solo puede ejercerse privando de él a los demás, y eso, precisamente, es lo que instala el lugar de los comunes y hace surgir al otro, como tal. Este camino permite explicar algunas aporías de la política, cómo su manifestación radical, la llamada antipolítica, de donde emana el profundo descrédito del que hablábamos al comienzo. En el Seminario VII Lacan dice: "lo que se llama defender sus bienes no es más que la sola y misma cosa que prohibirse a si mismo gozar de ellos".

La política comienza entonces con un rechazo radical, al que le sigue luego un consentimiento, la bejahung primordial, pero allí, junto con la instalación de los bienes y las regulaciones ideales, también se abre ese más allá, que los filósofos entienden que es el corazón de la política, y que llama a la igualdad.

En el Seminario XX, Lacan retoma el problema de Aristóteles y las paradojas del bien, como fundamento de la política. Pero ya no por la vía de la palabra, cuyo alcance ha quedado reducido a la noción de discurso y su efecto de semblante. Lo hace en las vías de lo que llama, La Otra Satisfacción, donde el desequilibrio secreto de Rancière, se revela no tan secreto, sino más bien generalizado. Se trata de una falla que tiene que ver justamente con lo que no encaja en el reparto de los bienes ni de los daños: un objeto que se caracteriza por fallar. Porque para hacer la cuenta que repartiría beneficios y daños (con toda la ambigüedad que consideramos a estas dos condiciones en psicoanálisis) sólo contamos con el orden fálico. Y el goce fálico que es el que debería contar en la cuenta, no tiene más relación con la cuenta que el Uno. El Uno del goce que no inscribe nada de la relación. Por ello, para que exista la relación que haría la cuenta, haría falta que no fuese ese[2]. "En suma, ese goce, si le sobreviene al que habla […] tiene algo que ver con esa famosa relación sexual respecto a la cual le sobrarán ocasiones de percatarse de que no existe [….] Vean la relación que tiene que ver todo esto con la utilidad. Es útil: los hace capaces de servir de algo, y ello, a falta de saber gozar de otro modo que no sea siendo gozados, o burlados, ya que es justamente el goce que haría falta que no".[3]

Todo esto merecería un trabajo más extenso que este. Me pareció que entender el concepto de igualdad de Rancière, nos daría elementos para situarnos en este tiempo político, donde conviven dos caras de la misma moneda: la despolitización y la agitación indignada. Las dos a riesgo de ir a lo peor, la primera porque por su pendiente se desliza el arrasamiento de la dimensión subjetiva y la igualdad que se propone es la conversión masiva en objetos tecnológicos, la segunda, porque la vía para obtener la reposición del valor reclamado es muchas veces la entronización de alguna de las muchas formas del perjuicio y el resarcimiento. Su impacto sobre el sistema de leyes, a través del llamado paradigma de los derechos, termina en otra forma de la oclusión subjetiva: la que objetiva el daño victimizando al sujeto.

El analista tiene varias oportunidades en este panorama: ha de haber alcanzado un punto en su recorrido que le permita, por un lado, evitar los llamados indignados al Otro, este saber es valioso por ejemplo, para limitar la desorientación progresista. Por otro lado, ha de haber alcanzado un saber sobre su condición de desecho que le ahorra ilusiones. Incluidas las de la mercantilización del goce que cultivan los que presumen de realistas. Puede encarnar así el semblante del objeto que falla, ese que no entra en la cuenta, que no espera nada, ni del otro, ni del goce, como no sea el paso de ese poco de saber en hacer mas llevadera la miseria común de esta época.

 
Bibliografía
  • Lacan, J., Seminario VII. La ética del Psicoanálisis, Paidós, Bs. As.
  • Lacan, J., Seminario XX. Aún, Paidós, Bs. As.
  • Miller, J.–A., El Banquete De Los Analistas, Paidós, Bs. As.
  • Miller, J.–A., Sutilezas Analíticas, Paidós, Bs. As.
  • Arendt, H., La Promesa De La Política, Paidós, Bs. As, 2008
  • Esposito, R., Diez Pensamientos Acerca De La Política, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2012
  • Rancière, J., El Desacuerdo, Nueva Visión, Bs. As., 2010
 
Notas
  1. El presente trabajo fue realizado en el marco de un Cartel formado por invitación de la Escuela de la Orientación Lacaniana para trabajar la relación entre Política y Escuela. El Cartel se conformó con Catalina Bordón, Fedra Cabanna, Paula Gil, José Lachevsky, Silvina Sanmartino y quien firma.
  2. Lacan, J., Seminario XX. Aún, Paidós, Bs. As.
  3. Ibíd.
 
 
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