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Consecuencias
 
Edición N° 11
 
Noviembre 2013 | #11 | Índice
 
SUBLIMACIÓN no sin el cuerpo
Por Ana Lúcia Lutterbach Holck
 

Ana Lúcia Lutterbach HolckLacan, después de Freud, opera una verdadera subversión en el concepto de sublimación. Para situarla partiendo de la hipótesis que en la sublimación se trata de una nueva satisfacción, que no es sin el cuerpo, retomo, brevemente, el concepto en la obra freudiana, para volver a la enseñanza de Lacan, en el Seminario 7 y Seminario 20.

Freud

En "Introducción del Narcisismo", sublimación e idealización dicen respecto a la libido de objeto y en ambos hay una paradojal desexualización de la libido, aunque existe una distinción: en la sublimación hay un desvío de la sexualidad, la pulsión de dirige en el sentido de una finalidad diferente y apartada de la satisfacción sexual, sin represión. En cuanto a la idealización, la sexualidad es reprimida y el objeto engrandecido y exaltado.

En "Psicología de las masas y análisis del yo", donde define la fórmula para la constitución libidinal de las masas, Freud hace una distinción entre idealización del objeto amado y la formación de los ideales: la idealización del objeto amado es siempre fuertemente marcada por el narcisismo: "Discernimos que el objeto es tratado como el yo propio, y por lo tanto en el enamoramiento afluye al objeto una medida mayor de libido narcisista"[1]. Ese desborde de libido sobre el objeto amado es la perspectiva de recuperar las perfecciones del propio yo y así, indirectamente la satisfacción narcisista. La sublimación es un proceso especial que puede ser estimulado por el ideal, pero cuya ejecución es enteramente independiente de tal estímulo. La formación de un ideal aumenta las exigencias del yo, constituyendo el factor más poderoso a favor de la represión, en cuanto que la sublimación es una salida, una manera por la cual esas exigencias pueden ser atendidas sin involucrar la represión.

En "El yo y el ello" donde es elaborada la segunda tópica, Freud retorna al tema de la sublimación y su relación con la transformación de la libido de objeto en libido narcisista. El Yo trata a las primeras investiduras de objeto del Ello, retirando la libido de ellos para sí mismo y ligando las alteraciones del yo producidas por medio de la identificación. La transformación de libido sexual en libido yoica, implica un abandono de los objetivos sexuales, una desexualización. Apoderándose así de la libido de la investidura de objeto, se erige un único objeto de amor y desexualizando o sublimando la libido del Ello, el Yo trabaja en oposición a los objetivos de Eros, colocándose al servicio de las mociones pulsionales opuestas.

Para Freud, entonces, la sublimación es un desvío de las fuerzas pulsionales de los objetivos sexuales y su orientación para nuevos objetivos, proceso que se inicia en el período de la latencia sexual y desempeña un importante papel en ese momento.

Ética

En Lacan, hay en la sublimación una paradojal satisfacción de las pulsiones, es decir, las pulsiones son desviadas, no del objeto pero sí de su blanco o sea, se trata de otra satisfacción. Enfatiza así, no en el objeto pero sí en su propia mudanza. Su ejemplo de sublimación en el Seminario 7, es la frase extraída del Apocalipsis: "Toma el libro y cómelo"[2], el verbo, la acción toma el primer plano, y el sujeto tiene ahí un carácter secundario. Sería satisfacer la forma con el libro, con algo que no es hecho para ser comido. La forma sublimada cae en el intervalo entre dos, pues el libro no llena el estómago, es una incorporación de significante en el cual el objeto no se torna carne, "el libro me deviene" como dice Lacan[3].

La sublimación, como esa satisfacción sin represión, coloca en primer plano la cuestión del deseo como condición absoluta: "En la medida en que la demanda está a la vez más allá y más acá de ella, misma, articulándose con el significante, ella demanda siempre otra cosa, que, en la satisfacción de la necesidad, ella exige otra cosa, en toda satisfacción de la necesidad exige otra cosa; que la satisfacción formulada se extienda y se encuadre en esa hiancia, que el deseo se forme como lo que sostiene esa metonimia, a saber qué quiere decir la demanda más allá de lo que formula. Por eso la cuestión de la realización del deseo se formula necesariamente en una perspectiva del juicio final"[4].

La sublimación revela lo que es la naturaleza de la pulsión, separándola del instinto, y mostrando su relación con Das Ding, la Cosa, una vez que ella es distinta del objeto. Para que un objeto de la experiencia venga a ocupar el lugar de Das Ding es preciso que ocurra una transformación, y es a esa transformación que Lacan designa sublimación y cuya fórmula define: "la sublimación eleva un objeto a la dignidad de la Cosa"[5]

Para ilustrar esta fórmula es mejor aprender la sublimación en relación a la Cosa, Lacan nos ofrece tres ejemplos en el campo del arte: la colección de Prévert, el apólogo del vaso y el amor cortés.

Al insertar una caja de fósforos en otra, por un desplazamiento de la caja interior, formando una cinta en el contorno de la pared, Prévert transforma un objeto de uso en un objeto de arte, que no sirve para nada, dejando transparentar la "cosidad" del objeto, o sea, elevarlo a la dignidad de Cosa. El apólogo del vaso es un apólogo de función artística pero primitiva, el alfarero, con el elemento más primordial de la industria humana, el vaso. Fabricar un vaso es producir un agujero, circuncidar una zona vacía e instaurar una falta donde no faltaba nada. Así como el significante crea una grieta en lo real, fabricar un vaso es crearla a partir de la nada, es representar la Cosa por un objeto a partir de nada. En el apólogo del vaso, se trata de demostrar la función del significante en lo real como una creación ex–nihilo, o sea, demostrar que el significante no exprime un significado ya presente pero es "la introducción en lo real de una hiancia, de un agujero". El sentido sólo surge en el uso, como efecto de encadenamiento significante, así como el valor de uso del vaso es secundario en relación a su creación.

Inaugurando con los trovadores en los países de Languedoc, en el comienzo del siglo XII, en el contexto de la sociedad feudal, donde la posición de la mujer estaba identificada con una función de cambio social, el amor cortés era una manera de articular el ideal femenino sin ninguna correspondencia con la realidad. El trovador crea el poema o su canto ex–nihilo. No hay nada preexistente, y coloca en esta nada una mujer particular en su cuerpo y su belleza. Una manera de no huir de la Mujer, no huir de ese vacío cruel y enloquecedor, pero girar en torno de ese vacío, cercándolo a través del arte de decir y cantar. Ese arte del enlace no es una ascesis moral, es una creación estética al servicio de la erótica. El trovador crea el poema o el canto ex–nihilo, no hay nada preexistente, y coloca en este nada una mujer particularizada en su cuerpo y su belleza. Se trata de un ejercicio poético en el cual el objeto femenino es vaciado de toda sustancia real y se introduce por la privación, por la inaccesibilidad. La Mujer es aislada por una barrera que la circunda, protegiendo al sujeto del encuentro con lo innombrable.

Mientras tanto, a pesar de la ideología del amor cortés de proponer el lado de la exaltación ideal, desempeña otro papel, el de límite, pues su función es precisamente contornear el objeto tornándolo inaccesible, una vez que el encuentro con la Cosa acarrearía un goce insoportable, más allá del principio del placer.

Ese movimiento en relación al objeto, no resulta sólo de la tentativa de garantizar el principio del placer como estructura de la realidad, es también para hacer que con el vacío como tal, aparezca una cierta transgresión del deseo. Es aquí, según Lacan, que entra en juego la función ética del erotismo aludida por Freud, pues las técnicas en cuestión en el amor cortés se articulan con los placeres preliminares de "Tres ensayos", ciertas maneras intermediarias de relacionarse con el objeto que antecede al coito y son placenteros en sí mismos. "El acto de cortejar engendra la belleza, estado de deseo", la regla del obstáculo necesario, de la interdicción que no es represión del deseo, sino lo contrario, lo posibilita. La regla del amor cortés impone una demora, es preciso el tiempo del bien–decir, permitiendo el nacimiento del deseo para que el acto sexual no sea violencia.

Algunos historiadores interpretan la regla del amor cortés, según Julien[6], como un rechazo al acto sexual, al considerar la castidad presupuesta del amor cortés como un medio de evitar "el acto que lo haría perecer", confundiendo castidad cortés con continencia sexual. Así, la regla del amor cortés, los placeres preliminares sin el acto sexual, permitirían una interpretación de que el acto no debería ocurrir o que era del orden del secreto.

Pero, interpretado por la vía de la sublimación, como sugiere Lacan, la interdicción del acto, se torna la propia condición para realizarlo, porque la interdicción despierta el deseo "purificado" de la brutalidad y de la rutina. La sublimación pierde así, su carácter freudiano de desexualización y asociado a los placeres preliminares, se torna un juego de seducción previo al acto, una preparación de donde nace, con la fantasía, el soporte del deseo como deseo del Otro. El goce es domesticado por la belleza que lo recubre con su brillo.

Aún...

El deseo puro, en el Seminario 7, es puro porque es sin cuerpo. Bordes y límites definen campos diferentes en un mismo plano, y lo que está en juego son los desvíos, transgresiones y adelantamientos para alcanzar o evitar el objeto. Ya está ahí el esbozo de una topología, en tanto, este diseño aún está más próximo de una cartografía.

La ética no cesa de insistir, las primeras palabras del Seminario 20 Aún, son una referencia literal al Seminario de la Etica: "Sucede que no publiqué La Ética del Psicoanálisis […] Con el tiempo, descubrí que podía decir algo más sobre el asunto. Me percaté, además, de que mi manera de avanzar estaba constituida por algo que pertenecía al orden del no quiero saber nada de eso".[7]

Él no quería saber de la sustancia del cuerpo como aquello que goza, que la incidencia del lenguaje sobre el cuerpo no es sólo mortificación, también produce goce. Él constata, así, que había valorizado el cuerpo mortificado por el significante, un cuerpo vaciado de su dimensión de ser vivo. En el Seminario 20, se trata de un cuerpo vivo, sexuado: "¿No es esto lo que supone propiamente la experiencia analítica?: la sustancia de cuerpo, a condición de que se defina sólo por lo que se goza. Propiedad del cuerpo viviente, sin duda, pero no sabemos qué es estar vivos, a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza. No se goza sino corporeizándolo de manera significante"[8].

En este Seminario, el paradigma del goce, según nos propone Miller, es la no relación, esto es el goce sustentado por el significante Uno, un goce sin Otro. Sobre ese paradigma, el tema de Lacan será la elaboración del notodo (pas tout), una estructura correlativa a la presencia real del Otro, del Otro que no existe. El goce gana cuerpo, el lenguaje es goce y pierde utilidad, esto significa que no es en vistas a la comunicación. La sublimación no es sin el cuerpo pero es "una manera refinada de suplir la ausencia de relación sexual, fingiendo que somos nosotros que le imponemos obstáculos"[9]. La transgresión es lo que el lenguaje realiza en el cuerpo, subvirtiendo su uso y sus cualidades, creando islas de goce donde no debería. No se trata ya de una cartografía, ni de una topología que define los lugares en términos de límite, convergencia e infinito. "En este espacio de goce tomar algo limitado cerrado, es un lugar, y hablar de eso es una topología"[10].

La sustancia gozante es atribuida al cuerpo, pero a condición, según Miller[11], que ella se defina sólo como aquello de lo que se goza, o sea, el cuerpo del que se trata aquí no se define por la imagen o por la forma, como el cuerpo del estadio del espejo. Decir sustancia implica un cuerpo que goza de sí mismo, no el cuerpo de la relación sexual, sino un cuerpo existente donde el lenguaje se imprime produciendo efecto de goce: el Uno se imprime sobre el cuerpo y hace de él un aparato de goce. En las palabras de Miller, "la repetición del Uno conmemora una irrupción de goce inolvidable".

Miller, en este curso, propone llamar "generalización del goce femenino" a la repetición de este goce mudo del cuerpo, opaco, fuera de sentido, que no todas las mujeres experimentan y que un hombre puede experimentar.

El libro Historia de una vida[12] del escritor nacido en Romenia en 1932, Aharon Appelfeld, relata el período en que estuvo forajido de un campo de concentración durante la segunda guerra. A los ocho años vivió enteramente sólo, escondido en una floresta durante tres años: "Que el lector no procure en estas páginas una autobiografía estructurada y precisa […] Una gran parte está perdida, otra fue devorada por el olvido".[13]

Más de cincuenta años después él intenta cernir esa experiencia: "casi toda pérdida es devorada por el olvido", principalmente los lugares, los datos, los nombres de personas, en tanto están presentes en su cuerpo, como nos enseña: "Cada vez que llueve, que hace frío o sopla un viento violento, estoy de nuevo en el gueto, en el campo, o en las florestas que me abrigaron un largo tiempo. La memoria tiene raíces profundamente ancladas en el cuerpo. Basta, algunas veces, el olor de la paja o el grito de un pájaro para transportarme lejos y al interior"[14]

Él sabe que esa experiencia de cuerpo tiene relación con el período en que vivió abandonado, pero por más que cuente la historia e intente acordarse de los acontecimientos, resta una isla de goce sin nombre que revive cada vez que entra en contacto con esa experiencia de cuerpo. Nos dice que si no puede hablar de los acontecimientos, intenta con su escritura cernir algo a partir de estas irrupciones de goce en el cuerpo.

Recuerdo muy poco de estos seis años de guerra, como si estos seis años no hubiesen sido consecutivos. Algunas veces de las profundidades de la neblina espesa, emerge un cuerpo sombrío, una mano ennegrecida, un zapato del cual sólo restan trapos. Estas imágenes, algunas veces tan violentas como un disparo, desaparecen inmediatamente, como si ellas rechazasen ser reveladas, y es de nuevo el túnel negro que llamamos guerra. Esto concierne al dominio de lo consciente, pero las palmas de las manos, la espalda y las rodillas se acuerdan más que la memoria […] Tuve éxito, algunas veces, en escuchar mi cuerpo y escribí así algunos capítulos, pero estos no pasan de fragmentos de una realidad turbia, enterrada en mí para siempre"[15]

¿Podríamos llamar sublimación a la satisfacción encontrada en esa transposición de un goce en el cuerpo hacia un escrito, en tanto la propia satisfacción es el acto de escritura?

Rio de Janeiro/2013

 
Traducción: Carolina Rovere.
 
Notas
  1. Freud, S., (1921) "Psicología de las masas y análisis del yo", en Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1993, p.106.
  2. "Cuando leemos en el Apocalipsis esa imagen poderosa, comer el libro, ¿qué significa eso? Señal que el libro adquiere el valor de una incorporación del propio significante, el soporte de la creación propiamente apocalíptica. El significante, en esa ocasión se torna Dios, el objeto de la incorporación", J. Lacan en Seminario 7, La ética, p. 350.
  3. Ibíd., p.383
  4. Ibíd., p.350
  5. Ibíd., p.138
  6. Julien, P. (1996) O Estranho Gozo do próximo. Ética e psicanálise, Rio: JZE, p.117
  7. Lacan, J. (1972–73) El Seminario 20: Aún, Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 9.
  8. Ibíd. p. 32
  9. Ibíd., p. 94
  10. Ibíd., p.171
  11. Miller, J.–A., (2011) Curso "El ser y el uno", sesión del 23 de marzo de 2011. Inédito.
  12. Appelfeld, A. (1999) Histoire d'une vie. Éditions de l'Olivier, Paris, 2004.
  13. Ibíd., p.10
  14. Ibíd., p. 60
  15. Ibíd., p. 9
 
 
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