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Consecuencias
 
Edición N° 11
 
Noviembre 2013 | #11 | Índice
 
Viejas angustias - ¿Nuevos fantasmas?
Por Pablo Fridman
 

Pablo FridmanEn el análisis no se trata de "desangustiar"[1], sino de las consecuencias éticas que supone la dosificación de la angustia, desde el lugar donde el analista hace de semblante de aquello que provoca la barradura del sujeto. Ocupar este lugar supone soportar la angustia necesaria..., que opere como motor del tratamiento. En ocasiones una escena fantasmática provoca un punto de detención que demarca una cierta posición subjetiva.

"Estamos frente a nuevos síntomas, nuevos fantasmas, pero hasta ahora no hay nueva pulsión"[2], nos dice Jacques–Alain Miller. ¿Cuáles son en nuestra época los nuevos fantasmas? Lo que podemos afirmar como seguro, volviendo al fantasma de Pegan a un niño[3], es que el látigo del padre que opera en tanto el significante que vehiculiza la ley (en los fantasmas que relatan los pacientes de Freud), no tiene hoy la misma consistencia que tenían en el momento histórico en que fue escrito dicho artículo.

Como lo propone Lacan, el fantasma es lo que viene a suplir el agujero de la no relación sexual, lo inevitable de la muerte, en suma, la inexistencia del Otro, pero hay que aclarar que el fantasma no es sin el Otro. Justamente por eso deja al sujeto en posición de objeto a, taponando esa hiancia fundamental que no colma, pero que resulta eficaz para soportar la existencia.

Es en la relación al Otro que se juega la pregunta del sujeto: ¿Qué soy para el Otro? ¿Qué me quiere el Otro? La respuesta, el sujeto la encuentra en ser el objeto del fantasma. El sujeto se ofrece como el objeto que obtura la barradura del Otro, y por ende su propia angustia. Es en esta disyuntiva que el sujeto se encuentra en un dilema neurótico: o se es el objeto del Otro, o ese objeto se le impone como angustia. O sea, o se encuentra a merced del Otro, de su voluntad, cumpliendo lo que imagina como el deseo del Otro al cual intenta acomodarse; o la angustia emerge en el punto de falta en el Otro. El fantasma es una respuesta usualmente eficaz (aunque frágil) a lo insoportable del deseo del Otro.

A partir de esta posición de ser objeto del Otro, el fantasma se instituye como perverso: el sujeto queda entregado a la voluntad de goce del Otro, es objeto del goce del Otro. En esta dialéctica entre ocupar el lugar de objeto en el fantasma y la irrupción de la angustia, se debate el sujeto en su eterna queja: o se constituye entonces en un ser sometido al Otro, o se angustia. Desde esta queja, tomado por esta queja, acude a un psicoanalista para ser reconocido en este atolladero, para testimoniar de su trampa, en el punto donde la elección es siempre forzada: o alienarse en el Otro, o perderse en lo Real de la angustia.

Es aquí donde se nos presenta el problema de cómo en la subjetividad actual el fantasma va a posicionarse en relación al Otro de nuestra época, Otro que se presenta como inconsistente, que se especifica desde su no–existencia, del modo en que se lo enuncia en el Seminario El Otro que no existe y sus Comités de Ética[4], dictado por Jacques–Alain Miller y Eric Laurent.

No se trata, entonces, de desangustiar en un análisis sin que esto conlleve una ganancia de saber–hacer para el sujeto. Se trata de despejar lo que no engaña en la emergencia de la angustia. El fantasma es un gran "mediador", como en el derecho se intenta mediar entre partes en litigio. Advierte Jacques–Alain Miller que "…lo que hace de mediación entre el placer y el deseo –podemos decir entre el placer y el goce– es el fantasma, según la fórmula que dice que el fantasma efectúa el placer propio del deseo"[5]. Se puede inferir que en esta mediación no existirá nunca un acuerdo entre las partes, salvo por momentos muy efímeros. La mediación y sus efectos apaciguadores corren aún mayor riesgo en la época del Otro que no existe.

La salida a este problema se puede formalizar en el fin de análisis al situar la diferencia entre el atravesamiento del fantasma, y el saber–hacer con el síntoma: hacer algo con lo Real que constituye al sujeto (instaurar una barrera), o "hacerse" como sujeto en ese Real (incidir en lo Real).

Lacan nos señala que la función de la belleza es la última barrera cuando el sujeto se acerca al horror de su goce, esa belleza se construye con los velos del fantasma de cada uno. Lo que el Seminario La Ética del Psicoanálisis llama "la función ética del erotismo"[6] es lo que se juega en la conjunción del goce de cada uno y la envoltura formal de ese goce, que cumple también un papel protector, respecto de lo real en juego.

Los patrones de belleza actuales han virado a mostrar algo de lo que debería estar más allá de la última barrera de lo bello, un verdadero "corrimiento" de la belleza hacia lo real, un "corrimiento" de lo bello de la armonía de las partes a la angustia. Desde la perspectiva que pone a la angustia como rectora de la existencia, se tratará en un tratamiento analítico "...de hacerle soportar (al sujeto) la inconsistencia del Otro, sin por ello ceder al imperativo de goce del superyó"[7].

Lo que se puede observar en la clínica es que el marco de las viejas angustias son los nuevos fantasmas: devorar–ser devorado en las anorexias–bulimias, disolución del cuerpo en el objeto tóxico en las toxicomanías, identificación al objeto como resto en la desgracia del ser de la depresión, etc. En todos los casos, en estos marcos se constata el dominio del objeto sobre el Ideal. Es lo que Jacques–Alain Miller y Eric Laurent han matematizado como a > I (a es más que I)[8]. Es el mundo de los objetos–gadgets que se ofertan en su multiplicidad desde los escaparates. Es el mundo de los objetos que prometen un plus de goce, un goce que en verdad no tiene nada de nuevo.

De todos modos, conviene remarcar lo que Lacan destaca en su Seminario XIV: "el fantasma tiene una significación de verdad"[9]. O sea que en el fantasma también se revela algo de la verdad del sujeto. Donde allí es verdad sin conciencia, sin los recursos inventivos del síntoma, pero también en relación a la causa de su deseo.

Esta dimensión de fijación de la angustia por el fantasma puede considerarse en el siguiente caso: luego de un tortuoso duelo de dos años, a raíz de una separación matrimonial que ha provocado el comienzo de su tratamiento, la angustia parece disiparse…. Angustia que en su momento se ha tornado insoportable porque la iniciativa ha sido tomada por su esposa, en un momento donde según el paciente asegura que: "estaba todo bien…".

Finalmente, y sin pensarlo demasiado, ha decidido encarar algunas de sus fantasías, que eran el origen de sus dudas homosexuales. Por primera vez en su vida, sustrayéndose a los ideales de masculinidad que han sido inculcados desde los tiempos de su infancia, contrata los servicios pagos de un travesti, y experimenta que se siente al "tener un pene en la boca". Comprueba, con cierta decepción, que eso no le genera ninguna "experiencia interesante...", ni tampoco, aparentemente, ninguna pregunta, ningún enigma acerca de su goce. Termina diciendo: "Fue una boludez". La experiencia ha sido claramente insatisfactoria, lo que no genera un apaciguamiento de su angustia, pero si el final de sus dudas.

Previo a esta decisión, imagina muchas veces en algunas mujeres, que por debajo de sus ropas podrían ocultar un pene, y asocia, en el análisis, a esta "sospecha" con su madre, que siempre le ha afirmado que le iba a "dar todo, todo lo que le hiciera falta en la vida". Al poco tiempo de su encuentro fallido con un travesti, una escena se repite reiteradamente: el sujeto recorre avisos clasificados de ofertas sexuales de travestis, en un éxtasis, en una suerte de prolongada masturbación intelectual. De ningún modo considera la posibilidad de un nuevo contacto con un travesti, le avergüenza que la relación sexual que pueda resultar de esta experiencia pueda producirle algún tipo de satisfacción. Dice preferir mirar los clasificados.

La mirada no está aquí como objeto en el lugar donde se produce la visión, sino que se halla implicada donde algo se da a ver. La escena fantasmática (buscar avisos de ofertas de travestis en el diario) le da marco a eso que se da a ver, que le retorna como mujeres con pene que se le ofrecen, un "placer del fantasma"[10], disminuye su tensión, disminuye su angustia.

Comenta esta escena, y después advierte: "es lo único que me calma en soledad, es mi placer privado" Esto no le impide sostener una relación satisfactoria con su nueva pareja, con quien convive sin mayores dificultades, y con quien dice mantener una vida sexual satisfactoria.

La oferta clasificatoria de los travestis busca taponar el "dar todo" de la madre, quien por dar lo que tiene, encarna el objeto de la angustia. A punto tal que él llega a decir que no soporta que su madre le pregunte, cuando lo visita: – ¿te falta algo? Su madre no se pone en falta, aun cuando lo toma como objeto de su deseo. Es allí que surge la pregunta angustiante, insoportable: "Hijo, ¿te falta algo?". Evidentemente, ser el falo de la madre no puede resolver la cuestión, porque no resuelve la angustia. Es aquí donde la imagen de los travestis en oferta viene a poner oportunamente el velo. Poder poner en falta a la madre… puede también significar que al sujeto le podría "faltar algo".

Así se decanta la solución por la fijeza de la escena fantasmática, que el sujeto sostiene por años de un modo eficaz respecto de la angustia, sin ningún fetiche que intente taponarla, y sin que genere ningún tipo de interrogación. La imagen de "las mujeres que tienen pene" lo disculpa respecto de su posición erótica, y es funcional a una época donde lo que se propone como ideal es una proliferación infinita de distintas prácticas de goce, ¡Cuánto más y más diferente, mejor!, parece decir el ideal moral.

La construcción de la imagen de la mujer con pene, se ofrece de diversos modos como objeto de consumo, hay que destacar que es un fantasma freudiano por excelencia, ya vigente desde tiempo inmemorial. Adquiere aires de contemporaneidad con el recurso del "llame ya, y lo tendrá". Avisos, pseudo–ofertas, que de un modo imaginario, siempre fallido, intentan velar la castración del Otro. La función del fantasma logra apaciguar la angustia, siempre que pueda montarse la escena fantasmática: el recorrido por la mirada de los avisos clasificados de travestis que se ofrecen ("el vicio privado").

 
Bibliografía
  • Laurent, E., Ciudades Analíticas, Tres Haches, Bs. As., 2004.
  • Miller, J.–A., "I < a Goces sin Otro", en Estudios de Anorexia y Bulimia, Compilación de Vera Gorali, Atuel–Cap, Bs. As., 2000.
  • Freud, S., "«Pegan a un niño». Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales", Obras Completas, Tomo XVII, Amorrortu, 1979.
  • Miller, J.–A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Bs. As., 2005.
  • Miller, J.–A., El Partenaire síntoma, Paidós, Bs. As., 2008.
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1988.
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 14, La Lógica del fantasma, Clase 23, 21 de Junio de 1967, Versión Inédita.
  • Miller, J.–A., Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma, Fundación del Campo Freudiano en Argentina, Manantial, Bs. As., 1983.
 
Notas
  1. Laurent, E., Ciudades Analíticas, Tres Haches, Bs. As., 2004, p. 8.
  2. Miller, Jacques–Alain, "I < a Goces sin Otro", en Estudios de Anorexia y Bulimia, Compilación de Vera Gorali, Atuel–Cap, Bs. As., 2000, p. 26.
  3. Freud, S., "«Pegan a un niño». Contribución al conocimiento de la génesis de la perversiones sexuales", Obras Completas, Tomo XVII, Amorrortu, Bs. As., 1979, p. 173.
  4. Miller, J.–Alain, El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, 2005.
  5. Miller, J.–Alain, El partenaire–síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 393.
  6. Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 7, La Ética del Psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1988, p. 186.
  7. Laurent, Eric, Op. Cit, p. 137.
  8. Miller, J.–Alain, Op. Cit, p. 112.
  9. Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 14, La lógica del fantasma, Clase 23, 21 de Junio de 1967, Versión Inédita.
  10. Miller, J–Alain, Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma, Fundación del Campo Freudiano en Argentina, Edit. Manantial, Bs. As., 1983, p. 18.
 
 
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