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Consecuencias
 
Edición N° 11
 
Noviembre 2013 | #11 | Índice
 
No es fácil para una madre ser mujer
Por Adela Fryd
 

Adela FrydLa cuestión de la función y el lugar de la madre en la subjetividad (y por extensión a los niños, a la psicosis y al síntoma) se inscriben en el Psicoanálisis como el elemento resistente de la estructura.

La clínica nos convoca con su imperialismo de las pulsiones y su tiranía narcisista. Es una clínica donde no aparece el niño con síntomas sino un niño desenfrenado, en riesgo, que no responde al saber porque no está realmente en condiciones de saber. Se trata de una clínica sin preguntas y sin enigmas.

Ese goce imposible de reducir hace aparecer a la madre en primer plano, instalando su presencia de una manera dominante. Esa madre omnipresente tiene efectos precoces sobre el sujeto que podrán tener fuerza de ley en el futuro.

Freud resaltó el amor de la madre reflejando su situación personal, y pensando que su estatuto privilegiado–sobresaliente–excepcional lo había ayudado a terminar su obra. En Poesía y Verdad[1] escribe: "Cuando uno fue indiscutible favorito de la madre, guarda para la vida un sentimiento conquistador, esa seguridad exitosa que no es raro que efectivamente conduzca más tarde al éxito". Quizás en función de eso, Lacan nos dice que el fracaso del Inconsciente es el amor al síntoma.[2]

¿Lo real también marca inclusive los primeros amores, aquellos que tienen lugar entre la madre y el niño?

Lo que podemos decir es que el amor es una marca de lo real, una apertura demostrada por las articulaciones entre el amor y goce.

El niño se confronta al goce de la madre desde que nace, siendo el niño entonces el residuo de esos reencuentros marcados.

A M. Klein le reprocharon haber propuesto una teoría de desarrollo en la cual todo sería preformado en el interior del niño. Lacan defiende a Klein insistiendo sobre esto. Si hay algo que Klein nos hace ver es que la situación primera es caótica, verdaderamente anárquica. Lo que originariamente es característico es el ruido y el furor de las pulsiones. Se trata justamente de saber como puede establecerse un orden a partir de allí. La madre –tal como Klein la describe– es un real para el niño y no solamente una representación del otro simbólico. Esto lo saben muy bien los clínicos que trabajan con niños psicóticos o autistas.

Pensando en el primer amor con la madre, los encuentros entre hombres y mujeres muchas veces son dirigidos por ascendientes, y el antiguo amor de las madres –y también el amor por ellas– juega aquí un papel determinante. Serán así los primeros amores tan serios como aquellos que le siguen. Aunque una madre quiera a su hijo, ella también lo decepciona siempre. El príncipe Hamlet es un ejemplo, pero también lo vemos en el neurótico obsesivo. A la hora de la verdad están particularmente afectados por esta decepción, cuando deben ver que lo que su madre amaba en ellos era ante todo la imagen fálica. A ellos mismos (fascinados por la mirada de ella) les cuesta mucho soportar que hubieran sido amados –ante todo– como una imagen.

La madre es otra cosa que el objeto primitivo. Es primeramente la madre simbólica: esta allí o no está. Así lo simboliza el Fort–Da en la ausencia y su presencia. Entonces el llamado la hace surgir y la representa en su ausencia. Ella puede no contestar y –según Lacan– es allí que se convierte en real.

Entendamos que el niño simplemente toma conciencia de la existencia de su madre. Si ella responde arbitrariamente su capricho la constituirá como potencia, una potencia de amor. Pero en ese tiempo –ilusoriamente aislado– podemos pensar que si la madre puede faltar es en el sentido de que se ausenta, y no en el sentido de que el niño acepte verla privada de algo. Que se ausente o que no responda no testimonia forzosamente un deseo. Es una potencia que ordena y exige en nombre del amor. En un sentido es algo mortífero ya que su deseo no se apoya sobre una causa más allá del niño.

Por otro lado ella puede ser alcanzada en su potencia, ya que al estar desprovista de falo, ama en su niño la imagen de ese falo. Se trate del valor de la identificación con la madre o con el objeto, la esencia es el falo.

Allí nos encontramos con lo que Lacan titula Madre insaciable, insatisfecha[3]. Ella esta ahí y quiere devorar como todos los seres insaciables. Esto es lo que nos muestra Juanito. Siendo un apéndice de su madre, era preponderantemente un falo metonímico. Cuando Juanito descubre su pene el órgano se convierte en la porquería degradada de su madre: ¿cómo hará para que ese órgano se falicise, para que tenga un valor fálico para él?

Un joven adolescente con una relación muy fuerte con su madre (motivo por el cual acude al análisis), quiere hacer un corte de lo que hasta ese momento eran rebeldías jugadas como actings. Aparece un síntoma que le resulta insoportable: eyaculación precoz. Cuenta cómo sufre cuando va al baño porque cualquiera que esté al lado se dará cuenta que él no ha tenido relaciones sexuales viendo su pito. A: "Eso les sucede a las mujeres". Asocia que sus sueños siempre están ligados al mear. Allí dice que de niño se hacía pis en la cama. Sus sueños, ese pito órgano para mear y no un órgano viril, muestran la dificultad para que su órgano tome un valor fálico.

¿Qué lugar ocupa el niño en el deseo de la madre? El niño amando a su madre ama también lo que ese deseo contiene: el goce y sus peligros. Lacan nos dice que el deseo de la madre es capital, no es algo que podamos soportar así como así, por más que le resulte indiferente.

La ley de la madre –por así decirlo– es una ley incontrolada[4].

Es realmente mucho mejor para el niño que su madre sea deseadora. Y mejor también que ella no lo desee a él por lo que es sino que desee más allá de él.

Si la metáfora materna viene a responder la pregunta de la X del deseo de la madre, esto no quiere decir que la metáfora paterna cree el deseo de la madre. Es así como al principio tiene que estar el DM para que la metáfora paterna pueda jugar su función.

Si el niño asumiera la insignia imaginaria del deseo de la madre, estaríamos en la psicosis. Entonces ¿qué es ese deseo de la madre antes de que sea mediatizado por la operación del lado del padre?

En sus dos artículos sobre la Femineidad, Freud subraya que las primeras relaciones edípicas entre madre e hija dominan en la niña el goce en la pasividad. Más tarde esa pasividad va traduciéndose en actividad. Sin embargo, la pasividad entera no puede traducirse en actividad y queda un resto. De ahí viene la insatisfacción de la hija frente a su madre, quien no le dio las palabras para traducir ese goce de las tendencias pasivas. En cuanto admita que la madre no le puede suministrar todo, entonces la niña se dirigirá hacia el padre, porque tiene el falo, una palabra y un saber. El goce de la tendencia pasiva permanece como resto desconocido pero empujando a la traducción.

El parto enfrenta a la mujer a su propia castración. Así podemos comprender que este es un momento de desencadenamiento en ciertas mujeres.

También el deseo de la madre nos hace ver sus fantasmas y nos hace pensar en la mujer de esta época que no pone en juego su deseo de mujer: ella sólo puede desear un niño.

La fecundación artificial puede separar el goce de la Madre y el goce de la Mujer. De ese modo la ciencia permite poner por fuera al hombre y crea la posibilidad de objetos niños, de puros objetos fálicos, saturando el deseo de la madre. La ciencia desempeña así el papel de la madre toda poderosa.

Si el niño no es un objeto que satura a la madre, allí puede aparecer su angustia. El niño puede relacionarse con ese punto de angustia que puede tomar distintas figuras: la angustia de perder al niño, la angustia de su castración en cuanto a los cuidados que hay que darle al recién nacido, u horrorizada frente al encuentro con el niño. En este caso el recurso para la madre es –en general– el dirigirse a su propia madre.

Verónica se desespera por tener un hijo. Ella tenía que poder responder a ese ideal de ser como su madre, que durante años estuvo separada de su marido. Este la deja como mujer y se dedica devotamente a sus hijos. Cuando Verónica tiene sus niños no sabe que hacer con ellos. El primer niño resulta asemejarse al ideal, y el segundo rompe esa perfección y la enfrenta a un niño que no puede controlar. Entonces su reacción es desesperante: recurre a su madre y está más pegada que nunca a ella, buscando a la "todopoderosa". Pero este niño, Tomás, se encarga de mostrarle la imposibilidad de una madre ideal. Solo Verónica puede responderle a ese niño cuando él vive una situación de riesgo, pero no puede responder ni escuchar a ese niño en ninguno de sus matices. Ella –que tanto quería ser madre– aparece cada vez más fortaleciendo a su propia madre, quien muestra también sus límites. Ella es hija cada vez más, su ansiedad y desesperación la hacen dejar de lado su lugar de mujer y enfrentarse a la realidad de que su madre ideal no puede tampoco con este niño.

El destino del niño está ligado al aprendizaje de las palabras, y no son palabras que el niño de alguna manera toma junto con la leche materna.

"La mujer en tanto madre hace hablar, pero a ella le toca transmitir la lengua y entonces tiene efectos inconscientes. La lengua es la lengua privada, la lengua del cuerpo a cuerpo, palabras con un goce que encubren. Cuando la madre hablaba habíamos sumergido las raíces de nuestro deseo en el suyo"[5]. Lacan dice con énfasis en Juventud de Gide: "El primer decir decreta, legisla, aforiza; es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad".

Estas palabras tienen fuerza de ley y dan testimonio de la exagerada presencia de la madre. Son palabras no simbolizadas sino huellas memorizadas del poder total de la madre sobre el hijo o sobre su goce. Un discurso sin palabras a veces sonorizado y encontrado como el superyó materno.

Otra cosa podrá advenir para el sujeto cuando se introduce el Deseo de la Madre, el significante de una ausencia que se convertirá en falta.

Lacan va de la metáfora paterna (en donde la orientación es el deseo de la madre y el nombre del padre como envoltura del síntoma del niño) a redefinir la función paterna otorgándole otro lugar en relación al síntoma. En RSI Lacan sorprende al afirmar que el padre que pueda cumplir la función paterna será aquel que se oriente a una mujer, mujer que esté en el lugar del objeto que lo causa.

El viraje que proporciona Lacan es que el respeto no será el amor al padre que proponía Freud, no se tratará del amor al significante primordial sino que el respeto estará dado por la posibilidad del amor del padre. Mujer como objeto–causa: esta será la versión del padre que se nombra como "Pere–versión".

Hasta ahora hemos trabajo lo que la función paterna permite. Cuando un hombre introduce el deseo y elije una mujer la separa del resto. Pero queremos hacer hincapié en lo que le sucede a esta mujer. ¿Cómo una mujer puede ocupar ese lugar de mujer?

Lacan dice claramente que "una mujer es un síntoma", en el sentido de que –sin saberlo– revela algo del goce del sujeto.

Quisiera remarcar lo necesario de que una mujer pueda condescender a ocupar ese lugar, que consienta ser su causa y sea la elegida. La mujer es aquella que puede consentir ser objeto del deseo de un hombre, el ser síntoma de un hombre.

Destaquemos este punto: así como en la metáfora materna la mujer debe ir más allá del deseo de la madre hacia el hombre, aquí el lugar es más contundente para ambos. En esta nueva vuelta la mujer debe consentir ser causa y ser elegida.

El deseo del padre actúa sin duda de manera normativa sobre sus niños, acotando el goce materno. Esto no impide que la madre mantenga la proximidad a su propio goce y que tenga implicancia sobre su hijo.

Hay un dominio de la mujer en carácter de madre. Lacan dice: "Ella enseña a su hijo a alardearse. Ella lleva el superávit plus de goce porque hunde sus raíces. Ella, la mujer como la flor, en el goce mismo"[6]. Aquí Lacan nos muestra que esa madre como mujer mantiene las raíces con el goce, pero no está hablando del goce femenino. Ya lo reconocía en 1958 en Más allá del falo: la sexualidad acentuando el goce.

Lacan ha hecho hincapié en el deseo de la madre y desde el principio lo plantea como el deseo de la mujer en la madre, como un deseo que limita. Así aparece la mujer en la metáfora paterna: marcando la falta materna como falta fálica. Se dividirá entonces entre el hombre y su hijo, pero el falicismo es legible a pesar de esa división. El niño puede interpretarlo y podrá ubicarse dentro de la significación fálica.

Cuando Lacan introduce la idea de que hay otro goce que no es el goce fálico, la mujer aparece como "no toda fálica" y eso hace surgir su goce femenino. Lacan califica este goce no como complementario pero sí "suplementario"[7]. Quiere decir que hay un goce del cuerpo más allá del falo. Afirma "de este goce, la mujer no sabe nada". Ella no es toda fálica y esto hace aparecer su goce femenino. Ese "no todo" es un silencio absoluto, un silencio indescifrable que vuelve a la madre ausente.

Esto nos podría llevar a las figuras de la madre que van desde la madre demasiado madre para la que sólo existe su hijo y que sólo mira a su hijo, hasta aquella demasiado mujer donde el hijo no encuentra lugar.

Hay varias maneras de tomar al hijo. Una cosa es el niño falo que está al servicio del narcisismo, y otra es un niño al servicio del erotismo.

Allí podemos pensar en las palabras de Georges Bataille: "por un lado su madre es mujer muy mujer. Me sorprendía sin duda que durante las ausencias de mi padre ella saliera constantemente. Te llamo mañana, dame un beso. Hasta mañana por la noche hermoso amante mío. Con esta despedida se rió desenfrenadamente. Cuando hubo cerrado la puerta pensé que su belleza y su risa eran diabólicas. Me pareció en mi angustia que el vacío me invadía. Yo era demasiado pequeño, demasiado miserable... Oí a mi madre entrar descalza en mi habitación. No me vio ni en la cama ni en mi cuarto y gritó: ¡Pierre! Tropezó conmigo. Me levanté. La cogí entre mis brazos. Sentíamos miedo y llorábamos. Nos cubríamos de besos. Su camisón le había resbalado por la espalda de tal manera, que en mis brazos yo estrechaba un cuerpo semidesnudo. Debes perdonarme, soy abominable, he bebido. Pero te quiero y te respeto. Sí, tu madre es repugnante". Aquí vemos una madre entregarse con exceso a su goce, ese erotismo podría poner al niño como servicio sexual.

¿Cómo pensar entonces en una madre que toque lo femenino sin caer en esos polos tan abismales, algunos que pueden llegar al espanto? La respuesta está en la femineidad. Porque pensar en un goce no todo fálico implica la configuración de una nueva clínica en lo que concierne a las formas de anudamiento del deseo del amor y del goce.

Así como el amor de una madre humaniza a un niño cuando su deseo no es anónimo, y lo masculino se suple por el fantasma, la modalidad femenina toma la suplencia por la vía del amor.

En El Malestar en la Civilización, Freud insiste sobre este amor femenino, que además de formar parte de los ideales culturales y gracias a sus exigencias, ha establecido las bases de la civilización. Un amor proveniente del "no todo" es real, es más singular.

Esa femineidad invisible las hace más creativas. No la femineidad que se muestra sino aquella de la que ellas no hablan, aquella que las hace ausentes y –por consecuencias diferentes– menos sometidas a la evaluación fálica cuando la asumen.

En el Eros femenino el deseo no se orienta por el objeto pulsional del montaje fantasmático y el goce está anudado al amor, ¿Qué es lo que una mujer ama en un hombre? Lo que intriga, es que la respuesta de Lacan a esta pregunta comporta una dimensión ética, porque invoca esta virtud que es el coraje. Podría ser que lo que ama es el hombre que hace frente al hecho de que la mujer nada dice y nada sabe.

La mujer no puede amar más que la manera en la que el hombre le hace frente al saber del cual ama. Es decir, afrontar con paciencia y coraje el hecho de que hay un goce indecible. Vemos como necesitamos (para que un padre pueda cumplir su función paterna) que la mujer sea su objeto–causa en su fantasma, y una mujer necesita dejarse amar por un hombre con nombre[8].

La dedicación materna vale cuando ella no es todo para el niño. Es necesario que su amor de mujer tenga un nombre; eso hará que su niño no sea un falo y que también produzca un límite a esa opacidad del goce, del silencio absoluto. De esta manera el deseo femenino se inscribe en el niño.

 
Notas
  1. Freud, S., "Un recuerdo infantil de Goethe en Poesía y Verdad", Tomo VII, O.C. Biblioteca Nueva.
  2. Lacan, J., "Seminario XXIV: El no saber del inconsciente es el amor" (Inédito)
  3. Lacan, J., Seminario IV: La relación de objeto, capítulo XI, Paidós, 1994, página 181.
  4. Lacan, J., Seminario V: Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 1999.
  5. Morel, G., "La loi de la mère, Essai sur le sinthome sexual", "Collection "Psychanalyse", Ed. Económica, 2008.
  6. Lacan, J., Seminario XVII, Clase VII, Paidós, Buenos Aires, 1996.
  7. Lacan, J., Seminario XX, Paidós, Buenos Aires, 1998.
  8. Nouvelle Revue de Psychnalyse, La Cause de Désir, "En ligne avec Lilie Mahjoub".
 
 
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