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Consecuencias
 
Edición N° 12
 
Mayo 2014 | #12 | Índice
 
Doris Lessing, escribir la radical extrañeza
Por Beatriz Premazzi
 

Beatriz PremazziConstruir ficciones que rasgan el velo que oculta la extrañeza de lo femenino; así interpreto la obra del Premio Nobel de Literatura 2007. Dos aspectos están en el centro de mi reflexión y los dos tratan de un real: el real de la pulsión con respecto al objeto mirada y el real del cuerpo femenino como fundamentalmente Otro.

Doris Lessing es una mujer del siglo xx. "La guerra me vio nacer", nos dirá la escritora. Fruto del encuentro de un soldado herido y de la enfermera que lo cuidaba, la Primera Gran Guerra selló el encuentro de sus padres; vivió la Segunda en una colonia africana, y la guerra fría y las guerras de independencia coloniales, como militante de izquierda. No es casualidad que la búsqueda de la verdad de sus personajes femeninos pase por el odio como núcleo íntimo del ser: punto de odio de sí y en sí. La violencia desatada en la sociedad encuentra un eco en ese punto de odio que funda lo humano.

La escritura le permite actuar sobre lo real del odio a través de la deconstrucción de los ideales alienantes vehiculados por el lenguaje, por un lado, y la invención de personajes femeninos, por el otro. Criaturas femeninas que son Otro para ella misma, pero en las que generaciones de mujeres han podido reconocerse.

Los ideales alienantes pueden conducir a la eliminación total del otro. La experiencia que tuvo en el partido comunista le permitió percibir la manera en que las palabras poseen a las personas. Después de publicar La buena terrorista, antiguos militantes de grupos armados le escribieron para testimoniar de qué manera "el lenguaje los dominaba".

La observadora

Doris Lessing funda su vocación de narradora en la mirada. En una entrevista habla de la niña solitaria que observaba tanto su familia como los colonos blancos perdidos en la inmensidad de Zimbabwe. La pequeña Doris se sentía extranjera en su propio medio ("no soy yo", "no soy yo") y se negaba a aceptar las mentiras que erigían ese puñado de sobrevivientes blancos de una colonia africana para evitar, así, el derrumbe de sus ideales de éxito.

Esa mirada crítica frente a la hipocresía que la rodeaba sellará el compromiso político de Lessing. La escritura, compañera de su soledad, permanecerá como marca de esa mirada que se vuelca hacia lo íntimo de manera aún más implacable.

Esta observadora, imprescindible para escribir, según Lessing, se encarna en los personajes de ficción. Martha (La ciudad de las cuatro puertas), alter ego de la escritora, describe con gran fineza las diferentes voces que la habitan. Encontramos a Matty, "payaso infantil", a la "comunista" o "defensora", gritona, perentoria, didáctica, que a la más mínima palabra se lanza en interminables discursos … Sus personalidades interiores luchan unas contra otras. Esas personalidades son diferentes modalidades de respuesta al discurso del Otro, momentos de verdad del personaje en tanto que hablado por el Otro. Volvemos a encontrar el "no soy yo" de la autora cuando niña, pero esta vez no del lado del rechazo, sino del desconocimiento profundo que engendra el "yo".

Martha, pero también Harriet, Jane, Kate, Alice… las "locas"

Hay una pregunta sobre el ser en la exploración de lo más íntimo de los personajes femeninos de la escritora inglesa. Esa verdad escondida no puede alcanzarse sino a través del cuerpo. En algunos párrafos extraordinarios, Martha no come ni duerme para llegar a tocar su "ser de odio". Ese punto desde el que su vida se le aparecía al revés, dada vuelta, desde el que se veía "mala, maldita y abominable". Martha no puede vencer el odio en sí misma, pero puede reprimirlo escribiendo.

En el segundo volumen de su autobiografía, Un paseo por la sombra, la autora nos cuenta cómo se sometió a una experiencia que la enloquecía al privarse voluntariamente de comida y de sueño. Aprendió muchas cosas, pero a pesar de eso, no lo recomienda porque es "un juego peligroso". Agrega que, para que una novela sea interesante, tiene que haber detrás una concentración singular de experiencia.

En su libro El verano antes de la oscuridad, la protagonista que atraviesa un momento difícil en su vida (los hijos se van de casa, su marido la descuida) ve cómo se desintegra su vida social al mismo tiempo que observa su evolución interior. Esta novela corresponde a una época en donde se pensaba que la locura permitía acceder a una revelación sobre el ser. Lessing se opone a esta idea y dice que no cedió a la tentación de la locura o de la depresión porque escribía sobre ello. La escritura funciona, en este caso, como un punto de capitón, un límite al goce que desborda al sujeto en la búsqueda de la verdad sobre su "ser".

Esta locura femenina que ella explora en sus libros confiesa no saber de dónde sale, sus personajes se le escapan. ¿De dónde viene la mujer, esposa y madre que se suicida sin razón en Habitación 19; la joven idealista que llega a matar en La buena terrorista; la mujer madura que se enamora apasionadamente de un joven, después de años sin sexo, en De nuevo el amor; las señoras que se acuestan con el hijo de su mejor amiga, más allá de toda convención, en Las abuelas?

En su novela Diario de una buena vecina, el encuentro entre una mujer culta, profesionalmente exitosa, pero que está llegando a la madurez física muy sola, y una anciana pobre y miserable, va a cambiar completamente la vida de la primera. La anciana no nos inspira ninguna simpatía, más bien repugnancia, no se trata entonces de buenos sentimientos. ¿Cómo hace la protagonista con el asco que la otra le inspira? ¿Por qué lo hace? Lo real de la muerte y de la decrepitud encarnado en el cuerpo de la anciana modifica, en la más joven, la relación con el otro y con su propio cuerpo.

Un embarazo no esperado es el centro de la trama de El quinto hijo. El niño concebido sin deseo se transforma para la protagonista en un monstruo que quiere matarla. El cuerpo está omnipresente en esta novela: una mujer dividida ante el horror que le provoca el fruto de sus entrañas y su deber como madre.

Lo que empuja a la escritura no es en este caso un trabajo sobre la letra, sino la invención de criaturas confrontadas a experiencias, elegidas o no, donde los semblantes tiemblan abriendo las puertas a un goce tan desconocido como ilimitado. Hay un más allá fálico en las mujeres inventadas por Lessing, que molesta y fascina al mismo tiempo. Es por eso, tal vez, que siempre rechazó el adjetivo "feminista". Su prosa no es reivindicativa, es una exploración de la feminidad a través del cuerpo como real pulsional.

El objeto "mirada"

En un sueño de su infancia, más bien una pesadilla, ella es mirada por el ojo de un pescado muerto, especie de fósil que la deja fijada a un ojo sin vida. Doris Lessing cuenta cómo se detiene a veces a mirar las cosas más banales con la mirada de un loco. Ve entonces "una figura en una nube, un pliegue en una cortina, una manera en que la luz se refleja en la balaustrada, racimos de gotas de lluvia como diamantes en un vidrio" de manera amenazante o tan evocadora de algo extraño que tiene que apartarlas de la mente. Cree que mucha gente vive así, tratando de escapar de los enemigos que los habitan, sin lograrlo. Es la mirada que rasga el velo de la realidad y deja percibir la extrañeza del mundo; mirada que vuelve sobre el sujeto bajo una forma inquietante.

La autora dirá que la literatura la salvó; mi hipótesis es que le ha permitido separarse de la mirada a través de sus personajes de ficción. El punto desde el que se ve "abominable" se distancia a través de la construcción del personaje que vive la experiencia; el punto de odio en sí es reprimido en las hojas de papel escritas, como lo dice ella misma. Diríamos que la ficción es un tratamiento imaginario y simbólico de la mirada.

Esta manera singular de hacer con el objeto le permite subir al escenario del mundo como mujer comprometida y escritora reconocida.

 
 
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2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA