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Consecuencias
 
Edición N° 12
 
Mayo 2014 | #12 | Índice
 
Una apuesta por el deseo del enseñante
Por Juan Sist
 

"… la realidad humana no es solamente el resultado de la organización social, sino una relación subjetiva que, por estar abierta a la dialéctica patética que debe someter lo particular a lo universal, tiene su punto de partida en una alienación dolorosa del individuo a su semejante y encuentra sus caminos en las retorsiones de la agresividad."[1]
J. Lacan.

Una apuesta por el deseo del enseñante

Juan SistTransitamos una época en la que la configuración tradicional del aula está cambiando: la pregunta ya no proviene de los alumnos sino que, paradójicamente, son los profesores los que se la formulan en un intento de comprender la falta de interés de los primeros y la violencia desregulada que cada vez se torna más frecuente en las escuelas.

¿Qué sucede en los alumnos que parecen saberlo todo y no hay ninguna falta que motorice sus incertidumbres? ¿En qué lugar están ubicados estos profesores que no pueden suscitar ninguna pregunta por parte del alumno y sí, en cambio, respuestas agresivas?

El discurso de la época

El discurso es una estructura que sostiene el lazo social y en tanto tal determina la posición del sujeto, siendo éste último un efecto de aquél. El discurso que atraviesa la época actual no es el mismo que regía en otras.

A la altura del seminario 17[2], Lacan explica como el discurso del amo (gráfico 1) ubica al Ideal (S1) en el lugar del agente y, por estructura, deja un lugar al cual las flechas no pueden acceder, un punto de imposibilidad. Este discurso, que prevaleció desde la antigüedad, deja al lugar de "la verdad" (vérité) como causa real en tanto motoriza la producción discursiva (cuestión muy diferente a ser el agente) y deviene inaprehensible por los otros términos que lo conforman, ya que las relaciones solo parten desde su lugar y ninguna se dirige a ella.

El discurso capitalista, en cambio, es esquematizado por medio de la inversión de dos términos del discurso del amo (S1 y $) y de su relación. Lo que me interesa recortar, más que un análisis completo de este discurso, es que esta inversión en la formula tiene por efecto que no haya ningún lugar inaccesible, las flechas dan acceso a todos los lugares. En el discurso que rige la época actual el lugar de la verdad deja de ser no–todo y se torna accesible, forcluyendo la posibilidad de que haya algo imposible.

En palabras de Pablo Peusner: "Cuando la verdad es no–toda tenemos la obligación de realizar un pasaje por el campo del Otro (autre) para intentar referenciarnos. Pero si ahora tenemos acceso directo a la verdad, el Otro ya no existe y nos invade la soledad, que es el sentimiento contemporáneo."[3]

¿Cómo investir de "autoridad"[4] a un Otro que en esta época parecería no ser necesario? Tal como se aborda en el texto "Una travesía por la noción de autoridad", ésta se legitimaba en la tradición, en el reconocimiento a lo que se heredaba, en una época donde el pasado podía garantizar un futuro. Esa confianza era la que sostenía la formación escolar, donde el saber del otro tenía incidencia en el devenir y precisamente esto era lo que permitía investir a los profesores de autoridad. Lo que las autoras del textos ubican, siguiendo a Miriam Revault D'Allones[5], es que actualmente hay un masivo desprendimiento del pasado y de la tradición (los ideales), y que en los modernos la autoridad halla su fuente ultima en la capacidad de autonomía y auto reflexión.

La época esta comandada por el discurso capitalista y la falta de la falta parece no llevar a ninguna pregunta. Los alumnos aferrados a la consistencia de una autonomía ilusoria del yo que les ofrece la época actual no pueden investir a la persona del profesor de autoridad.

Dos referencias

En el artículo del Lic. Francisco Laporta titulado "La autoridad del profesor"[6], aparece la pregunta por las consecuencias que pueden aparecer frente al deterioro sistemático del papel del maestro.

El psicoanalista toma una definición de Bayon y Rodenas quienes plantean que "se reconoce la autoridad de otro cuando se siguen sus dictámenes con independencia de cuál sea el juicio propio sobre el contenido de esos dictámenes". La autoridad nos prestaría una racionalidad para tomar decisiones en un momento en el cual no la tenemos para tomarla por nuestra cuenta. ¿Qué necesita una persona para ser reconocida como autoridad? Laporta responde "sólo hace falta un conocimiento acreditado de su materia y una voluntad de transmitirlo."

En un corto articulo de 1914, Freud justifica la emoción que experimentó al re encontrarse con un profesor de la siguiente manera: "… con éstos nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida, y en muchos de nosotros el camino a la ciencia sólo pudo pasar por las personas de los profesores…"[7]

Más allá de las características de la época que dificultan el lazo al otro, me parece importante plantear la posibilidad de una salida por la vía del deseo del profesor ya que abre un abanico de intervenciones mucho mas practico a nivel de la cotidianeidad escolar para poder hacer surgir cierta direccionalidad del lazo hacia el otro.

Retomaremos entonces esa corriente subterránea jamás interrumpida hacia las personas de los profesores –determinantes en nuestro acceso al conocimiento– para pensar la noción de autoridad propuesta por Laporta. Anticipemos igualmente la necesidad de la persona del profesor y de su voluntad de transmisión para que él mismo pueda ubicarse como sustituto de las figuras parentales y vector hacia un más allá exogámico, representado allí por la figura de la ciencia.

Una lectura desde el Complejo de Edipo

Ya que la referencia freudiana nos lleva al Complejo de Edipo tomemos la lectura que Lacan hace del mismo, estructurándolo en tres tiempos lógicos[8], para intentar de ubicar el pivote del pasaje de cierta completud imaginaria a una posición deseante ligada a la falta:

Un primer tiempo en el que el infans tiene que posicionarse en la estructura deseante que lo anticipa, la cual es previa a su nacimiento. El Otro materno le ofrece un lugar al cual el niño debe alienarse, es la posición de "yo ideal" desde la cual su economía libidinal se regula. Primer tiempo incestuoso en el que el infans queda supeditado al deseo caprichoso y metonímico del Otro materno al cual busca colmar, identificándose a lo que a aquella le falta: el falo.

La entrada al segundo tiempo está marcada por un personaje que viene a interrumpir este paraíso maternal. Es el padre terrible, imaginario, que priva a la madre de reincorporar a su hijo y le prohíbe a éste acostarse con ella, desplazando así al niño del lugar de objeto de goce materno. El padre queda ubicado en una posición imaginaria de objeto rival en tanto es ahora él el que queda ubicado como falo, como el objeto de deseo materno. El padre deviene lo que el niño querría ser, quedando por ello en posiciones simétricas de competitividad.

El padre real es el término con el que Lacan describe la función del padre en el tercer tiempo del complejo. Ya no es el falo que colma a la madre, sino que el falo aparece como algo que el padre tiene y, en tanto tal, puede darlo. La identificación ya no es con el padre sino con las insignias que lo marcan en tanto hombre. La diferencia más importante en relación al segundo tiempo recae entre subjetivar al padre como clase (posición que queda del lado del segundo tiempo del Edipo, del padre como yo ideal, como el hombre que se satisface en una posición narcisista) a pensar al padre "como perteneciendo a una clase", un más allá del padre que deviene miembro de un "conjunto de hombres" cuya conducta sexual está marcada por las insignias de su pertenencia a él.[9] El padre aparece entonces no sólo como un yo ideal prohibidor sino, a partir del tercer tiempo del Edipo, como una figura atravesada por un más allá y dador de una identidad sexual en tanto permite la asunción del sexo y quedar ubicado dentro del lazo social.

El padre de este tercer tiempo tiene el falo y lo da, pero este dar no solo lo podemos leer en relación al niño y a los rasgos del ideal, sino que es un padre que "le da" a la madre, padre cuyo deseo esta causado por ella. Es precisamente su cara deseante –que puede ubicar a una mujer como causa de su deseo (a diferencia del padre de la horda que ubicaba a más de una)– la que puede correr al padre de la rivalidad imaginaria y promover su reconocimiento como aquel que tiene el falo y que puede dármelo.

Con tu madre no, pero más adelante con otras mujeres sí

Un padre que tiene, que da y que promete a futuro a partir de reconocerse en él un deseo causado. La puesta en juego del deseo paterno suspende la omnipotencia del ser que le brindaba al niño la posición de colmar el deseo materno vía la identificación al yo ideal. Dejar de ser para tener: el sujeto tiene que subjetivar que no es y reconocer a otro como el que tiene, para poder llegar al tiempo del propio tener. Para tener es necesario dejar de ser.

Entonces ¿por qué no relacionar el padre del tercer tiempo del Edipo –padre deseante que tiene, que da y que autoriza a futuro– con la autoridad del maestro, con esa direccionalidad hacia otro que haría posible salir del encierro de la autonomía ilusoria?

¿Se trata acaso de que el estudiante se identifique al profesor como el "amo del saber"? Esta postura vinculada al padre como aquel que es el falo, "yo ideal" del segundo tiempo del Edipo, desembocaría en el sin salida de la rivalidad imaginaria especular, en la "lucha a puro prestigio" hegeliana. Esta posición lo deja ubicado al profesor como un par con el cual uno competiría agresivamente.

Volvamos a leer la frase de Freud en relación al encuentro con su profesor: "…en muchos de nosotros el camino a la ciencia sólo pudo pasar por las personas de los profesores…"

Ubicarnos como portadores de la palabra requiere de una primera operación de autorizar al Otro como lugar de la palabra. Considero que el deseo del enseñante es el eje en torno al cual se produce el movimiento por el que se suspende la consistencia del yo ideal para ir en busca del conocimiento en otro lugar, puesta en juego de la falta (el deseo) vía la intervención del profesor que lo corre de un lugar de competencia y que, tal como ubica Lacan en el Seminario 4, "No es negativa, sino el propio motor de la relación del sujeto con el mundo"[10].

Conclusiones

Me parece interesante tomar la "voluntad de transmitir" que propone Laporta para entender allí algo del deseo de aquel que transmite. Podemos pensar a la función del maestro como aquel que transmite su posición en relación al saber. Tal como lo escribe el psicoanalista, no solo un saber acreditado en su materia. Si aquello que la modernidad pone en crisis es la autoridad del maestro sostenida solamente en su saber previo (tradicional), estamos obligados a reflexionar y darle otro estatuto al deseo de aquel que enseña para que ese encuentro entre alumno y profesor devenga una verdadera experiencia.

En Intervención sobre la transferencia, un escrito de Jacques Lacan de 1951, se define al psicoanálisis como una experiencia dialéctica: "se trata de una escansión de las estructuras en que se transmuta para el sujeto la verdad, y que no tocan solamente a su comprensión de las cosas, sino a su posición misma en cuanto sujeto del que los "objetos" son función."[11]

Tomo esa definición del psicoanálisis para pensar el concepto de experiencia, el cual no implica solo una transmisión de saber, una mera comprensión de las cosas, sino que allí se produzca una transformación del sujeto mismo, tal como ubicábamos antes, el pasaje del ser al tener vía la puesta en juego del deseo del enseñante, de la posición del profesor en relación al saber.

En palabras de Eric Laurent: "En la dialéctica entre amo y enseñante, hay que luchar contra la fabricación de significaciones ya hechas. Nuestro esfuerzo como enseñantes consiste en conseguir dar a cada noción, no una historia muerta sino su vida propia. Hay que encontrar cada vez la pregunta a la que viene a responder cada noción enseñada. Si la encontramos, la enseñanza puede llegar a ser viva y enseñar lo vivo."[12]

 
Notas
  1. Lacan, J., Premisas para todo desarrollo posible de la Criminologia en Otros Escritos, Editorial Paidós, p. 536.
  2. Lacan, J., El Seminario Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Editorial Paidós.
  3. Peusner, P., El niño y el otro. La pertinencia de los cuatro discursos en la clínica psicoanalítica con niños, Editorial Letra Viva, p. 52.
  4. Goldenberg, M., (Compilador) Eandi Bonfante, N., Baldini, G., Una travesía por la noción de autoridad en Violencia en las escuelas, Grama Ediciones, p. 87.
  5. Revault D'Allones, M., El poder de los comienzos. Ensayo sobre la autoridad, Amorrortu, Bs.As., 2008.
  6. Laporta, J., La autoridad del profesor, Diario El País, 31 de octubre 2009.
  7. Freud, S., La psicología del colegial en Obras completas, Editorial Ballesteros, p. 1893.
  8. Lacan, J., El Seminario libro 5: Las formaciones del inconsciente, Editorial Paidós.
  9. Bleichmar, H., Introducción al estudio de las perversiones. La teoría del Edipo en Freud y Lacan, Helguero editores, p. 87.
  10. Lacan, J., El Seminario libro 4: Las relaciones de objeto y las estructuras freudianas, Editorial Paidós, p. 38.
  11. Lacan, J., Intervención sobre la transferencia en Escritos 1, Editorial Paidós, p. 212.
  12. Laurent, E., Lo imposible de enseñar, Conferencia dictada en el año 1999 publicada en Cómo se enseña la clínica? Cuadernos del ICdeBA, p. 18.
 
 
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