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Consecuencias
 
Edición N° 15
 
Mayo 2015 | #15 | Índice
 
A propósito de lo hipermoderno
Por Mariana del Cerro
 

Lo nuevo es bello: es mejor

Mariana del CerroLuego de la Modernidad los valores comenzaron a fluctuar; las referencias desaparecieron; las grandes ideologías perdieron peso hasta volverse anoréxicas; se diluyeron las normas impuestas; los proyectos históricos dejaron de movilizar; arriesgar la vida por un ideal pasó a formar parte de un cuento fantástico.

Vivimos en una época caracterizada por la fluidez. La flexibilidad permanente, el consumo como promesa de un presente eufórico y la diversión como un fin único. El tiempo se vive en una lógica de la urgencia, donde desacelerar equivale a derrochar. Está prohibido parar, frenar, reflexionar.

Lo nuevo es bello: es mejor. Esta pasión por lo nuevo impone vivir en la "novedad perpetua". En palabras de Jaques–Alain Miller, "la dimensión misma de lo nuevo se expresa como una dimensión del ser"[1].

Hoy comanda el mercado, con la proliferación infinita de objetos de consumo (gadgets). Pero a esta sociedad de consumo no podemos explicarla sólo como efecto de un modelo económico. Sino a partir de un detalle indispensable: comprender cuál es la función del objeto en la dinámica psíquica del sujeto. En este sentido, los promotores y vendedores saben muy bien de este valor del objeto como objeto libidinal. Aquí está la clave. Saben, también, del carácter radicalmente insatisfecho del deseo donde siempre va a surgir esta diferencia entre lo que se busca y lo que se encuentra. Podemos inferir, por este motivo, que el objeto de consumo actual está programado para caducar. "No sólo en su materialidad física sino fundamentalmente en su valor imaginario de fetiche, es el señuelo ideal para ofrecerle al deseo puesto que posee la propiedad mágica indispensable: una mezcla exacta de placer y decepción"[2], afirma Gustavo Dessal.

Unboxing

Palabra hipermoderna que se utiliza para nombrar a "videos" que muestran un momento: cuando se le saca el envoltorio y se abre la caja del objeto que se ha comprado. Hay miles de imágenes que –por ejemplo– retratan el "primer encuentro" entre un celular y su dueño. No hay efectos especiales, sólo las manos del comprador y las maniobras que realiza a medida que se encuentra con bolsitas, papelitos, cables, stickers. Tampoco hay publicidad que vincule al objeto con un estereotipo (el o la modelo mostrando las bondades del producto). Nada. Sólo dos manos que liberan al objeto, que es libidinizado. Algo parecido a un striptease del celular. Unboxing puede pensarse –así– como el proceso de mostrar al objeto del deseo en su estado de desnudez. Pero se trata de una experiencia incompleta: falta usarlo.

Podemos concluir que lo que genera tanto revuelo alrededor de un objeto es ese valor libidinal. Porque luego de abrir la caja, sacar todo, leer las instrucciones a medias, cargarlo y encenderlo vendrá: "Estaba muy bueno, pero no era exactamente lo que esperaba".

El deseo vuelve así a recargar "su movimiento eterno hacia la nada"

De parte del sujeto, del consumidor, la demanda es cada vez mayor: pide más cantidad y variedad. Objetos cada vez más nuevos. Con la creencia de que encontrará El objeto que se adecúe; es decir el objeto que encastre con el sujeto, que genere la felicidad que tanto prometen las publicidades.

Es una época del imperativo superyoico que nos dice ¡Gozá ya! ¡Disfrutá ya!, el avance de internet, con la información en tiempo real devaluó las formas de la espera y la lentitud. En su lugar la inmediatez y la simultaneidad tomaron el protagonismo. Lo híper le ganó terreno a lo simple, a lo discreto: hipermercado, shoppings monstruosos y freeshops que se expanden.

Esta exhortación al goce infinito viene acompañada por el riesgo y la incertidumbre. Ya no se trata como dice Lipovetsky de un goza sin límites propio del posmodernismo sino de un "disfrutá y tené miedo toda la vida".[3] El terror se apropió de nosotros. Época paranoica donde todo es peligroso y sobre todo, el otro es peligroso.

La gran contradicción

Por un lado el mandato a gozar sin límite donde el a se le impone al sujeto sin brújula invitándolo a atravesar sus inhibiciones –como dice Miller[4]– pero al mismo tiempo esta libertad es contemporánea de cámaras de seguridad. Todo lo ven, todo lo controlan. Somos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario.

Este mundo hipermoderno vende la posibilidad efectiva de comprar felicidad, de gozar sin resto, pero nos encontramos con síntomas contemporáneos que nos muestran que el sufrimiento es grande.

En cada intersticio, espacio, grieta que se forma como efecto del vivir, el mercado toma partido, se entromete, se adelanta; genera –en fin– nuevos gadgets que encontrarán nuevos consumidores.

"Imposible is nothing"

El avance tecnológico en esta alianza simbiótica con el mercado, produce y vende sin límite. Produce no solo objetos sino la creencia de que todo es posible. Nos lleva a convertirnos en creyentes acéfalos de que hay efectivamente saber en lo real. Y que a ese saber se accede con dinero. Esta línea sigue la ciencia cuando promueve un determinismo genético extremo (sos los genes que tenés); y otorga la posibilidad de que mediante alguna intervención específica lo inevitable, lo inmodificable se torne evitable, modificable. En otras palabras, ciencia y mercado es una alianza inseparable que resalta la creencia de que la libertad absoluta es posible; esto es: si tienes con qué pagarlo, la biotecnología podrá ayudarte a cambiar esa parte de tus genes que no te gustan, y podrás apreciar ese cambio no sólo en vos mismo sino en tu descendencia cada vez más perfecta y a gusto de sus progenitores. Podemos pensar, gracias al avance de la tecnología, en un deslizamiento del lugar del niño hacia un estatuto de gadget, un objeto más que se puede "crear" controlando que posea determinadas características y evitando que aparezcan otras.

Para terminar. Tenemos una visión de aquellos sujetos que están inmersos y tomados por los mandatos actuales, como seres sin brújula, sin sacrificio, que sólo se dirigen hacia donde les resulte más cómodo. Pero creo, y acá se puede ver la fuerza del superyó, que habría que profundizar un poco en esta supuesta comodidad y falta de compromiso que se les otorga a los seres hipermodernos. En lugar de eso propongo pensarlos como seres que están dispuestos a sacrificarlo todo, que día a día dejan un pedazo más de su singularidad, de su deseo, con tal de no perder lo más preciado: la capacidad de poder seguir consumiendo, de seguir sintiéndose él mismo, un buen consumidor. Hoy es entonces una época de gran fidelidad, pero no a un ideal ni a un partenaire sino fidelidad a volver a intentar llenar una y otra vez ese lugar vacío, el a, con espejitos digitales.

 
Notas
  1. Miller, J.–A., El otro que no existe y sus comités de ética, Ed. Paidós, Bs As, 2005, p. 329
  2. Zygmunt, B. y Dessal, G., El retorno del péndulo, Ed.FCE .Argentina, 2014, p. 62
  3. Lipovetsky, G., Los tiempos hipermodernos, Ed. Anagrama, Barcelona, 2008.
  4. Miller, J.–A., "Una Fantasía", Conferencia en Comandatuba, IV Congreso de la AMP, 2004.
 
 
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