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Consecuencias
 
Edición N° 15
 
Mayo 2015 | #15 | Índice
 
Acerca de una lectura psicoanalítica sobre la violencia
Por Ana Vallejo
 

Ana VallejoLa violencia, en distinción a la agresividad, aparece como un modo disruptivo, que escapa a la formalización sintomática del encuentro con la no–relación sexual. La agresividad, en la vereda de lo estructural, se apoya en el eje imaginario, en el núcleo de las vicisitudes constitucionales del Yo entre el cuerpo fragmentado y la imagen del otro. Se dirá que el Yo es Otro. Un sujeto se constituye a partir de un otro, que lo aloja en un deseo, a partir de los cuidados y la mirada. Esta experiencia es siempre fallida, se verá si en menor o mayor medida, y la misma arraiga la base de la agresividad que posteriormente se externalizará en la competencia con los otros. Está vinculada al sistema narcisista.

Podemos pensar a la violencia en otro orden, no respondiendo a los mecanismos agresivos de la trama constitutiva. Tiene que ver con otras cosas, entre ellas, con la imposibilidad de mediar con las palabras, es testimonio de un universo simbólico alterado. La violencia es correlativa al acto, al sin–sentido y muchas veces, como consecuencia de la diversión.

La lectura que hacemos desde el psicoanálisis lacaniano, tomando los aportes de un primer Lacan, es que la violencia se opone a la palabra, "incluso es exactamente lo contrario". "Lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra".[1] La agresividad, en cambio, puede ser inscripta simbólicamente, es inclusive analizable. Con la violencia, hay que generar un trabajo previo, insertar algo del orden de un decir cuando no está de antemano, no por la vía de la interpretación sino más bien por la vía del equívoco.

Se ubican diferentes modalidades de respuesta frente al vacío de la relación sexual, allí donde no hay un saber en lo real sobre el sexo. El síntoma como estructura metafórica, es una forma de invención ante la ausencia de un significante que dé cuenta de cómo abordar al otro sexo. Pero el síntoma, a diferencia de la violencia, es una formación en estrecha vinculación al trabajo del inconsciente, que se da a leer y es sensible a los efectos de la interpretación.

La violencia, como otras presentaciones actuales del malestar en la cultura, no remite a la forma clásica del síntoma[2], sino que refiere a un desvío del pasaje por el inconsciente. Es necesario darle el estatuto de síntoma para no fijarlo a la categoría de fenómeno. ¿Qué significa darle estatuto de síntoma? Que ante un episodio de violencia debemos considerar el caso por caso, no caer en generalidades, abrir preguntas sobre qué se pone en juego allí, pero sobre todo estar advertidos del carácter gozoso que puede condensar un acto violento. Esto nos detiene a la implantación generalizada de los significantes víctima/victimario, que evitan la responsabilidad del sujeto, ya sea, en una situación concreta o en su modo de responder a la misma.

La violencia no constituye la evidencia fundamental de ninguna estructura psíquica, forma parte de los modos en que los sujetos de la hipermodernidad hacen según las posibilidades que los discursos contemporáneos otorgan a la producción de la subjetividad. En la actualidad el discurso de los mercados promueve la epidemia de la violencia en sus diversas manifestaciones. Siguiendo la línea de Lipovetsky destacamos que, el mundo hipermoderno, se organiza en cuatro polos estructurales: hipercapitalismo, hipertecnificación, hiperindividualismo e hiperconsumo."En estas condiciones es donde la época ve triunfar una cultura globalizada o globalista, una cultura sin fronteras cuyo objetivo no es otro que una sociedad universal de consumidores".[3]

Cada época tiene su malestar, que se manifiesta en la cultura. Podemos pensar que la lógica que sostenía una época pasada, era una lógica basada en la represión y el sacrificio, más del lado de la renuncia. En la época actual el superyó manda a gozar de todo y eso extravía.

Desde el psicoanálisis se ubica que las sociedades actuales ya no se regulan a través del eje de la función paterna, lo que da cuenta de sujetos desorientados[4]. Se evidencia una falla particular de las mediaciones simbólicas frente a un real que se impone, alocado, dando lugar a lo desbordante del goce. Parecen convivir la imposibilidad de dar un marco al goce del exceso, con la precariedad para armar una ficción que articule el significante con el goce. "Cuando nada vale como discurso, hay violencia. El único interés, entonces, es atacar al otro"[5].

La perturbación del lazo social como consecuencia de un mandato al consumo, refuerza las posturas individualistas y el decline de los ideales. El avasallamiento de una ley de hierro que nos exige gozar, aún más, deja a la luz la predisposición autística entre el propio cuerpo y los objetos a la carta. Éstos se multiplican, se reflejan en las pantallas, se ubican en el lugar del ideal, velando al sujeto hasta aplastarlo.

En este contexto, captamos la emergencia de fenómenos violentos en lo cotidiano, contra las mujeres, en la familia y en la escuela. Es preciso despejar las lecturas de la época que reducen la problemática al eje imaginario: víctima–victimario. Dichos binomios cierran la pregunta sobre el goce, sosteniéndose en identificaciones especulares. Somos todos víctimas, entonces no hay lugar para la responsabilidad sobre la posición de goce de cada quien. Es precisamente lo que el discurso normativo niega, la dimensión real del goce. La violencia es una experiencia de goce, quizás de un doble goce que se pone en juego, tanto en la segregación, como en la pelea del cuerpo a cuerpo.

La segregación aparece como una respuesta a la posición singular del otro, del distinto. Cuando la intolerancia a la diferencia llega a tal punto irrumpe la violencia, ya sea física o verbal, en un intento de coartar la singularidad del semejante. Aparece así, la intolerancia a un modo de gozar distinto, pero que resuena en la fantasmática propia de quien ejerce el acto segregativo. "El acto violento se revela entonces como el rechazo más absoluto de lo que es diferente y, en especial, de lo que hay de diferente, de heterogéneo, en la propia unidad narcisista. De nuevo, aquí es una diferencia, la diferencia con la alteridad, lo que aparece como un punto irreductible ante el que se produce el pasaje al acto violento"[6]. Se cree así que un goce es más válido que otro. El goce del otro se presenta como subdesarrollado.[7] El mecanismo de la segregación se basa en rechazar en el otro lo que es rechazado en uno mismo.

Lo insoportable del goce que se vincula al más allá del falo tiene que ver con el goce femenino. Un goce sin medida fálica e indescifrable. La desorientación que conlleva el goce femenino, en ocasiones, se traduce en una respuesta mediante la violencia. En el fracaso del sentido, de la significación, encontramos como consecuencia una forma de abordar la posición femenina mediante el pasaje al acto violento.

La otra vertiente del goce comprometido en la violencia es aquel que se pone en acto en la pelea del cuerpo a cuerpo[8]. El empuje a gozar que comanda el superyó hace irrefrenable la imposición a gozar, gozarse y gozar de todo. Sabemos que el cuerpo ocupa un lugar privilegiado para el goce, un cuerpo es algo que se goza. Lacan dice que "No hay relación sexual porque el goce del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado"[9]. Quizás en la búsqueda incansable de inscribir esa inexistencia, ciertos sujetos encuentran una manera errática, sin renuncia, de gozar de un cuerpo vía la violencia.

Bajo este panorama resulta fundamental hacer entrar el lazo amoroso al discurso contemporáneo, que es rechazado del discurso del capital. El amor es una herramienta fundamental, ya sabemos sobre el amor de transferencia, porque es posible que en un más allá del goce, aparezca algo de la dimensión del deseo. Posibilitando un modo distinto de hacer frente al encuentro, siempre contingente, con lo real.

El presente escrito se encuadra en el trabajo realizado en el marco de una investigación sobre Violencia en las Escuelas dirigida por Mario Goldenberg. Fue presentado en la Universidad de Belgrano el 3/11/2014.

 
Notas
  1. Lacan, J., El Seminario Libro 5, Las formaciones del inconciente, Paidós, Buenos Aires, p. 168
  2. Stevens, A., Nuevos síntomas en la adolescencia, extraído de www.nel–mexico.org
  3. Lipovetsky, G. y Serroy, J., La cultura–mundo: respuesta a una sociedad desorientada. Barcelona: Anagrama. 2010, p. 34
  4. Miller, J.–A., Una fantasía, Comandatuba, 2004
  5. Laurent, E., Cómo criar a los niños, entrevista para La Nación, 3 de junio 2007.
  6. Bassols, M., La violencia contra las mujeres, este texto es la contribución de la AMP hacia la 15ª Sesión de la Commission on the Status of Women, que se realizó del 4 al 15 de Marzo de 2013 en la United Nations Headquarters de la ciudad de New York.
  7. Lacan, J., Radiofonía y Televisión, 1973
  8. Laurent, E., Op. Cit.
  9. Lacan, J., El Seminario Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, p. 174
 
 
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