El popular barrio parisino de Saint–Denis vivió el miércoles siete horas en estado de sitio. Una joven yihadista se suicidó al hacer estallar su cinturón con explosivos y al menos otro supuesto terrorista murió en una operación policial y militar que convirtió la zona en un escenario bélico. La operación ha sido el primer golpe a yihadistas implicados en la matanza del viernes en París. El nuevo grupo, armado y con explosivos, se enfrentó a tiros y bombazos con las fuerzas de seguridad.
He escrito algo para LQ [1] que va a salir hoy bajo el título «Urgencias subjetivas de la guerra en tiempo de paz». Puedo añadir esto después de lo que ocurrió ayer a la mañana en Saint–Denis.
Primero vemos que los terroristas no son más anónimos. Cada día se confirma que tienen una historia y que hacen parte de una red, de una pandilla que se entrecruza desde años. No son solitarios. Son tan conectados, tan cosmopolitas, tan globalizados que los que odian y matan. Tienen la misma edad. La globalización de ellos es una globalización al envés pero en espejo. Ellos no circulan entre París, Londres, Bruselas y Nueva–York solamente. Circulan entre Bruselas, Estanbul, Raqqa, Lesbos, Budapest.
Nuestros terroristas son todos franceses. Vienen a vengarse de una exclusión. ¿Fueron excluidos o se excluyeron ellos mismos? Hay de los dos, es esto sobre lo que es difícil dar cuenta. Pensar los dos.
Una palabra más sobre la eficacia de los servicios públicos franceses: bomberos, hospitales, y policía. Pensar que no hubo una víctima civil, en un gueto de cien mil habitantes a lo largo de un asalto que duro 8 horas, es notorio. Queda la falla de los servicios de Inteligencia. Sufrieron más de la globalización que los otros.
Queda mucho para aprender.
París, 19 de noviembre de 2015 |