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Consecuencias
 
Edición N° 16
 
Noviembre 2015 | #16 | Índice
 
La esencia de la técnica y el imperativo de rentabilidad del yo
Por Phillipe Fultot
 

I

Phillipe FultotEn tiempos en los que la subjetividad se encuentra sitiada y en los que el psicoanálisis –último reducto defensivo de esa subjetividad– es objeto de un intento de regulación normativa en nombre de la inflación jurídica del ethos democrático mismo[1], debemos preguntarnos en qué consiste esa erosión programada de la personalidad y ese verdadero asedio hacia el sujeto y sus vicisitudes. En esa ofensiva determinada contra la subjetividad, la ciencia ocupa, como todos acuerdan en afirmar, un lugar central en la remodelación del lugar que ocupa el hombre en el mundo. Para Lacan, el problema de la ciencia es simple, y sus conclusiones, lapidarias: la ciencia es ni más ni menos que una ideología de la supresión del sujeto. Abordar ese terreno resbaladizo que es el estudio del espíritu de la ciencia, y en el que se nos dificulta definir y distinguir a la ciencia de la técnica, y a ésta de la tecnología, es un áspero trabajo intelectual que requiere el mayor rigor. El aporte de Heidegger en la materia resulta esclarecedor, puesto que para él una cosa es la ciencia y otra la técnica, y la técnica a su vez no es lo mismo que la esencia de la técnica. Si la primera es axiológicamente neutra, en la segunda puede yacer lo que él llama el "peligro supremo"[2].

La técnica es un instrumento, un medio para un fin, ya sea en su versión artesanal (un molino de viento), en su versión moderna e industrial (una central atómica) o aún, en su versión de gadget sofisticado (un smartphone). En todos los casos se trata de un módulo instrumental compuesto por un medio fabricado por hombres, para un fin puesto por hombres. Aun cuando, en su fase de producción masiva e ilimitada de gadgets en la era de la imagen y de la propaganda, el imperativo de consumo dispone de modo inédito ciencia, técnica y Mercado en un mismo dispositivo, se trata de la técnica en su versión antropológica, entendida como instrumento y no como esencia, y es por ende una definición restringida y una representación "caduca".

En esta versión antropológica, restringida, "caduca", la técnica parecía haber concretado finalmente la vieja ilusión cartesiana de convertir al hombre en "amo y propietario de la naturaleza" (Discurso del Método), aspiración retomada por Nietzsche y su Voluntad de poder como manifestación de la dominación del hombre sobre todo lo que lo rodea. Pero allí donde Descartes y Nietzsche ven la realización historicista del dominio del hombre sobre lo real[3] –el "fin de la historia" en clave racionalista–, Heidegger ve en contrapartida la última etapa de su des–posesión, precisamente. Cuanto más se cree amo de lo real, más se convierte en un engranaje del dispositivo en sí mismo –esencia de la técnica mediante–, y deja de ser un hombre para transformarse en un simple recurso energético del cual se nutre ese dispositivo esencial de la técnica.

¿Qué es entonces la esencia de la técnica? No es algo técnico, no es algo antropológico, sino metafísico, es un "acontecimiento destinal de desvelamiento de lo existente" (aquello que los griegos llamaban aletheia), un tipo de relación entre el hombre y el mundo, y un modo de "verdad del Ser".

Heidegger ve en la etimología de la palabra griega techne, y lo ve precisamente gracias al desvío que realiza a través de su lectura de los pre–socráticos, no una producción, sino un saber, una poiesis como medio de conocimiento lúdico, incluso un saber anticipatorio, una capacidad de des–velamiento, de traer–ahí–adelante, de pasar del estado de ocultamiento al de des–ocultamiento poniéndolo delante, una salida de lo oculto, es decir un camino hacia lo que él llama la Verdad. La esencia de la técnica es pues un "modo de salir de lo oculto", es la "región del des–ocultamiento".

Sin embargo, si la techne es una producción de un saber anticipatorio, el traer–ahí–adelante de la técnica moderna no se despliega en el producir sino más bien en el provocar, en el solicitar de modo imperativo, pues conmina a todo lo existente a que se presente a suministrar energía que como tal, debe ser extraída y almacenada matemáticamente, y de modo predecible, como fondo de reserva. No se trata más de des–velar algo en sí, sino de hacerlo en relación a parámetros matemáticos que definen a priori su objetividad y su naturaleza disponible. El modo de des–ocultamiento de la técnica moderna pasa por una imposición provocativa a la naturaleza. Se emplaza todo lo existente, y de modo inmediato, "hacia la máxima utilización con el mínimo gasto". Dicho en términos marxistas, el propósito de esa Gestell (estructura de emplazamiento) es que todo aquello que es se presente como mercancía: "la energía oculta en la Naturaleza es sacada a la luz, a lo sacado a la luz se lo transforma, lo transformado es almacenado, a lo almacenado a su vez se lo distribuye, y lo distribuido es nuevamente conmutado". Se libera, se transforma, se almacena, se distribuye y se vuelve a comenzar, de ahí el carácter de estructura de emplazamiento.

"¿Quién lleva a cabo el emplazamiento que provoca y mediante el cual lo que llamamos real y efectivo es sacado de lo oculto como existencias?" se pregunta Heidegger. La respuesta es El Hombre. Es decir, el carácter de disponibilidad y de movilización como fondo de reserva, se hace extensible hacia el hombre, quien "está ya provocado a extraer energías naturales para hacer acontecer ese salir de lo oculto que solicita y emplaza". Ese hombre pierde su status de sujeto para pasar a ser un miserable técnico de sí mismo, empresario de la rentabilidad de su yo, reduciéndose a un capital humano en su horizonte de disponibilidad.

"Estructura de emplazamiento significa lo co–ligante de aquel emplazar que emplaza al hombre, es decir, que lo provoca a hacer salir de lo oculto lo real y efectivo en el modo de salir de lo oculto que prevalece en la esencia de la técnica moderna". En ese sentido, la esencia de la técnica invierte la ilusión técnica y racionalista de Descartes. El hombre no es pues amo y propietario de la naturaleza, pues es la Gestell la que domina por completo al hombre, solicitándolo para y por el des–velamiento requisitorio que lo obliga a des–ocultar todo lo existente como fondo de reserva.

Es aquí donde interviene la relación entre ciencia y técnica. La ciencia no es técnica solo por utilizar medios sofisticados sino porque es esencialmente técnica, porque "emplaza a la naturaleza a presentarse como una trama de fuerzas calculable de antemano", y la presenta como "algo constatable por medio de un cómputo y a que siga siendo solicitable como un sistema de informaciones".

Como lo afirma Olivier Rey, "aquello que es observado no es más la naturaleza, sino el modo en el que se comporta en relación a un marco experimental –la naturaleza ya no es observada, sino sometida a una interrogación. (…) La ciencia en tiempos de los griegos era un modo de llevar las cosas a producir–se, y no era pro–vocación de las cosas para que respondieran a una interrogación. (…) Lo existente se encuentra, a priori, puesto a distancia, y readmitido en la medida en la que se fusiona sin residuos con las formas matemáticas que se le substituyen. Lo existente está "trabajado" para que responda según un modo accesible al cálculo. (…) En conformidad con su naturaleza matemática y experimental, la física moderna no conoce a los objetos más que por su modo de responder a las solicitudes exteriores, que integra en esquemas operatorios"[4].

En este sentido, la técnica en su esencia no es una herramienta al servicio de la ciencia, sino que es la técnica la que ha puesto la ciencia a su servicio.

Aun así, tampoco es la esencia misma de la técnica la que representa el peligro supremo, sino la forma peculiar de provocación conminatoria con la que se emplaza a todo lo que existe, de un modo propiamente obsceno (es decir, forzando imperativamente el paso delante de la escena). El sujeto dejar de ser sujeto, y ni siquiera para decaer al lugar de objeto, sino algo aun peor: se convierte en una simple hipótesis matematizable cuyo valor reside en el planteamiento de la fórmula y del método, sin importar prácticamente su verificabilidad. Este modo particular del des–ocultar cierra el paso a otros caminos del des–ocultamiento, aquellos que des–velan lo real en–sí, aquellos que nos mantienen en contacto con la aletheia. El hombre cree ser libre porque cree dominar lo real a través de la técnica, y en esto reside el engaño por excelencia, ya que queda emplazado él también en el dispositivo esencialmente técnico que solicita que todo lo que es se presente como fondo de reserva, alejándose así por completo del carácter destinal del des–ocultamiento como encuentro con la verdad del ser.

Sin embargo, citando al poeta Hölderlin, Heidegger afirma que "allí donde crece el peligro, yace precisamente aquello que lo salva". Es decir, es frente al peligro supremo de la esencia de la técnica como modo obsceno de provocación solicitante de lo real, y su puesta a disposición como fondo de reserva, que podemos emprender un camino de regreso a un modo de des–velamiento que no caiga baja el imperativo de la provocación.

El primer paso es poner la mirada en la esencia de la técnica en juzgarla por su carácter meramente instrumental y antropológico. Y el segundo paso según Heidegger, honrando lo que él llamó el "regreso a los griegos", es volver la mirada hacia la poiesis del arte griego, aquella techné que des–velaba lo verdadero al traer lo bello, la poesía, lo poético y se nutría de las ilimitadas potencialidades creativas del ser humano: "lo poético lleva lo verdadero al esplendor de aquello que Platón, en el Fedro, describe como lo más puro. Lo poético penetra con su esencia todo arte, todo hacer salir lo que esencia al entrar en lo bello".

 

II

¿De qué es nombre la esencia de la técnica? ¿Qué relación podemos establecer entre esencia de la técnica, teoría psicoanalítica y clínica psicoanalítica? ¿En qué la esencia de la técnica interpela al psicoanálisis?

El discurso de la ciencia, o cientismo, se pretende relato y promesa. Es una explicación del mundo y una teleología. La promesa consiste en intentar hacernos creer –es en el fondo una cuestión de fe– que aquello que hoy es imposible, mañana dejará de serlo. Es el corrimiento de la barrera de lo imposible hasta sus últimas consecuencias. En términos estrictamente filosóficos, la promesa de la ciencia no es ni más ni menos que la de la inmortalidad.

En cuanto relato, y a través de la esencia de la técnica, se trata del "fin de la legitimidad fundada en la autoridad del enunciante en beneficio de una legitimidad fundada en la autoridad que da la coherencia interna de los enunciados"[5], es decir un conjunto acéfalo de decires. En un ensayo de 1951, titulado ¿Qué significa pensar? , el propio Heidegger afirmaba que "la ciencia no piensa" porque se trata efectivamente de una disciplina liberada de la verdad y de la responsabilidad del decir, una disciplina que no reflexiona sobre sí misma. El discurso de la ciencia alimenta la creencia de que con cada uno de sus avances es capaz de auto–fundarse (como el bootstrapping del Barón de Munchausen): "el de la ciencia es el discurso menos discursivo de todos, aquel que tiende a negarse como discurso, aquel que se define como no siendo discurso de la ciencia excepto si puede ser lo menos discursivo posible"[6], precisamente en la medida en la que suprime el lugar del que enuncia. En ese sentido, la ciencia y la economía de mercado, necesitan del declive del Nombre del Padre, de la subversión de la posibilidad del ejercicio de la función paterna; requieren un sujeto que sea solo hijo de su madre, puesto que ¿quién mejor que ese padre para basar la verdad del enunciado no en su coherencia interna, sino en la autoridad y alteridad del enunciante, precisamente?

A la acefalía en el enunciado, debemos añadir que al pretender someter a todo lo existente a la Gestell, la época de la esencia técnica es fundamentalmente un rechazo de la imposibilidad, del límite, de la castración. Este delirio propiamente totalitario de disponer de todo lo existente como fondo de reserva, incluyendo al hombre como algo co–ligante en el dispositivo, le niega al sujeto la experiencia vivencial del vacío que genera y que ordena el deseo. En esto, la esencia de la técnica coincide con lo fundamental del discurso capitalista de Lacan, entendido como ese círculo que por el momento no tiene punto de ruptura o de fuga, donde no hay capitoneo posible ni funciona la castración, que no es reprimida sino forcluída. El sujeto es emplazado sin cesar en la deriva de la metonimia de los objetos del mercado (lo que Lacan llamó astutamente "letosas" –lethousia–, en homenaje a las ideas de Heidegger), que sostienen la insatisfacción permanente a través de las tentaciones que despierta el bombardeo incesante y siempre renovado de las pacotillas de consumo. Pacotillas que de todos modos no son causa del deseo, sino respuestas a él. No faltan, sino que sobran. Podríamos afirmar que el sujeto es requerido a ofrecerse como algo imponderable, de una plasticidad abierta a todo tipo de manipulación, sin conexión alguna más que aquella que pueda proporcionar la red de conexiones de la metafísica de mercado (lo que Deleuze y Guattari llaman el "rizoma").

Cabe preguntarse, puesto que la esencia de la técnica no es represión de la castración sino forclusión, de qué modo particular retornará entonces en lo Real.

 

III

A la luz de los éxitos editoriales de las neurociencias y de la autoayuda, verdaderos indicadores de malestar social que desbordan el simple fenómeno best–seller ¿cómo no ver ahí el despliegue de esa estructura de emplazamiento en la que el sujeto es provocado para que se desvele su fondo de reserva y se presente a ser más inteligente, más feliz, más neuronalmente ágil?

¿Qué tiene esto en común con la campaña de afiches publicitarios de Nike intimando a los sujetos a "conocer su límite para superarlo", o a "competir contra sí mismos"[7]?

El punto de acuerdo es sencillamente el modo en el que desde los años '60s –en particular desde y como consecuencia de Mayo del '68– la esencia de la técnica y la economía de mercado han coincidido para des–velar precisamente que la esencia del capitalismo no es económica, ni técnica, sino de plus–de–gozar. Es la mentalidad empresarial, vector cultural privilegiado del giro decisivo de los años '60s, la que ha colonizado completamente la experiencia subjetiva, contaminando la neurosis del Yo con la obsesión por la rentabilidad, intimando al Yo a solicitarse a sí mismo, a emplazarse a sí mismo diríamos con Heidegger, en términos de minimización de costos, maximización de ganancias y sobre todo, inmediatez, empujando de modo obsceno al sujeto a requerirse a sí mismo como empresario de su propio Yo.

En todos los casos se trata de un nuevo imperativo de la época y es aquí donde deben intervenir las malas noticias de las que es portador el psicoanálisis: solo una renovada ola de peste psicoanalítica puede subvertir la ideología del imperativo de rentabilidad al servicio de la libre empresa, ideología emplazada en el dispositivo técnico.

Puesto que si en la Viena victoriana de Freud el goce estaba prohibido, en nuestra era de la técnica el goce no es un derecho, sino una obligación, un requerimiento, un solicitar, un emplazamiento, un dispositivo. Dicho de otro modo, si la era patriarcal ordenaba los distintos modos de goce, la era post–edípica del declive del Nombre del Padre ordena gozar, a secas. Si durante el patriarcado la castración era reprimida, la técnica la forcluye, con todo lo que eso implica.

¿Qué ocurre cuando el sujeto es emplazado a ser más feliz, más inteligente, más bello, mejor deportista, más exitoso, más adinerado, más productivo, y no lo logra? ¿Con qué tipo de malestar y síntomas inéditos, fruto del imperativo que intima a emplazarse como ente disponible para su rentabilidad, se presenta el nuevo sujeto sufriente del siglo XXI ante el analista?

¿Qué lugar debe ocupar el psicoanálisis en este nuevo contexto? Sin duda el de un lugar de resistencia frente y contra el embate hegemónico del peligro supremo del que habla Heidegger, que podríamos traducir ni más ni menos que como la supresión del sujeto.

¿Podríamos decir que, al modo de esa esencia de la técnica que salva, el psicoanálisis debería ayudar a facilitar en el paciente un desvelamiento a efecto poietico, es decir una producción de un sujeto que se sirva del des–velamiento (aletheia mediante: "este soy yo") pero sin alienarse en él, un sujeto creador que aumente sus recursos expresivos sublimatorios?

¿Cuál es el camino de la cura para ese sujeto? ¿Identificarlo a su sinthome? ¿O bien hacerle comprender que tiene derecho a dejar de gozar de esa intimación a la rentabilidad?

Son preguntas necesarias para abordar el lugar y la tarea del psicoanálisis en el siglo XXI, preguntas fundamentales puesto que la disyuntiva de la época parece ser "o bien o el psicoanálisis o bien el aniquilamiento del sujeto en manos de la estructura de emplazamiento".

 
Notas
  1. Signo de la época: históricamente perseguido como ciencia judía o como desviación pequeño burguesa por los gobiernos totalitarios, el psicoanálisis es ahora llamado al orden por las propias democracias de mercado.
  2. En adelante en el texto, todas las citas entre comillas se refieren al texto "La cuestión de la Técnica" de Heidegger, publicado por primera vez en 1954.
  3. Lo real filosófico será distinguido en el texto de lo Real lacaniano por el uso de las minúsculas y mayúsculas.
  4. Olivier Rey, Itinéraire de l'égarement. Du rôle de la science dans l'absurdité contemporaine, Paris, Seuil, 2003, p. 83 y siguientes.
  5. Jean Pierre Lebrun, Un monde sans limite. Toulouse, Eres, 1997, p. 70.
  6. Ibíd., p.74.
  7. La relación que establezco entre los gigantescos conglomerados comerciales (junto con sus infernales maquinarias publicitarias) por un lado, y el imperativo de rentabilidad del Yo, por el otro, va más allá de lo evidente y tiene un punto de conexión central con la teoría psicoanalítica: al sostener la primacía de lo pulsional e irracional del deseo como motivación exclusiva y excluyente para el consumo, fue Edward Bernays, doble sobrino de Freud y discípulo suyo, quién dio por tierra definitivamente con el mito iluminista–liberal del "sujeto que decide racionalmente con arreglo a fines". Sus aportes desde el tratamiento psicoanalítico del deseo redinamizaron por completo la economía de mercado occidental en los años 1920's, haciéndola renunciar definitivamente al ascetismo protestante del ahorro y volcándola hacia el consumo–en–goce, es decir haciendo girar el eje antropológico desde el productor al consumidor. A sus grandes trabajos teóricos que contribuyeron a asentar la economía de consumo, se suman sus escritos sobre propaganda política, tendientes a manipular a la opinión pública con fines políticos, y basados igualmente en la movilización de las cargas pulsionales del sujeto. Las técnicas de propaganda política no fueron inventadas ni por el fascismo, ni por el nazismo, ni por el comunismo, sino por Edward Bernays, para ser utilizadas en y por las democracias parlamentarias de mercado. Como lo cuenta en sus memorias, Bernays se enteró en 1933, espantado, por parte del periodista americano Karl von Weigand, que durante su entrevista de ese año a Joseph Goebbels éste le había mostrado en su biblioteca personal el libro "Cristalizando la opinión pública" de Bernays como una de sus influencias mayores. Tal vez sea este el motivo por el cual en 1999 la revista Time incluyó a Bernays en la lista de las "100 personalidades más influyentes del siglo", calificándolo de "Maquiavelo del siglo XX". En lo que nos atañe, estamos obligados a preguntarnos sobre la influencia que el propio psicoanálisis pueda haber tenido en la construcción del imperativo de goce que puede suprimir al sujeto, contra la cuál ese mismo psicoanálisis parece ser hoy la última fortificación defensiva.
 
 
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2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA