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Consecuencias
 
Edición N° 17
 
Julio 2016 | #17 | Índice
 
Las redes sociales en la clínica (¿Qué se teje? ¿Qué se atrapa?)
Por Oscar Ventura
 

Oscar Ventura1– Qué se teje.

Efectivamente, las redes sociales son un tejido, un enjambre de conexiones, que muestran, fundamentalmente, la forma en que se ha construido un lazo social inédito en la historia de la civilización. Este lazo no es un funcionamiento social más entre los otros, sino que tiene la particularidad de poner en duda un modo de estar en el mundo que tiene una tradición milenaria. Si bien no podemos negar que la controversia entre la razón científica y la cuestión humana atraviesa al conjunto del pensamiento. Lo que nos presenta esta época, lo radicalmente diferente a cualquier otra es que la construcción de este lazo está sostenido a partir de dos cuestiones que modifican en lo más profundo la subjetividad. Y que se establecen a partir de la relación que el sujeto establece por un lado con el Tiempo y por otro con el Cuerpo. No se trata tan solo de la instauración de un régimen nuevo de intercambio en el sentido clásico. Ahora se trata de cómo la coalescencia del objeto técnico y el discurso capitalista produce un efecto de creación de nuevas subjetividades. Por una parte la puesta en acto del objeto virtual muestra que el uso que de él se hace en las redes sociales ha operado una pragmática definitiva sobre el tiempo. En el que se va consumando su reducción. Esencialmente el del tiempo de comprender. Y efectivamente, los lazos que se constituyen sobre esta reducción del tiempo parecen no ser solidarios con los intervalos necesarios que ofrecen al lazo con el Otro una consistencia.

Al producir un relevamiento sobre la historia científica del tiempo Jacques–Alain Miller se pregunta si cuando observamos este paso de la historia científica del tiempo, hay o no una forclusión del tiempo. Y, efectivamente, las formas en que el lazo social se construye en la contemporaneidad implican esta reducción del tiempo operada por el discurso. Y apuntan hacia una consumación inmediata de la satisfacción. El sujeto contemporáneo se ve cada vez más despojado de las palabras que permiten habitar su experiencia. El relato empieza a faltar en el tránsito hacia la experiencia del goce. Nuestra clínica no es ajena a esta dificultad que la época impone. A las formas como su inercia va agujereando, a una velocidad de vértigo, los velos que la genealogía de los encuentros entre los hombres ha ido tejiendo en torno al objeto. Hoy más bien el lazo social tiene como paradigma la mensajería instantánea. Y las formas que toma el intercambio están orientadas hacia un monitoreo constante del objeto, el sujeto lo lleva en el bolsillo. No es sencilla la maniobra que invente el vacío necesario para provocar la buena forma de la separación. Pero sin embargo ella es necesaria. Va implícita en el acto analítico. Por otra parte el cuerpo empieza a estar cada vez más ausente. La existencia de las redes sociales modificaron radicalmente los vínculos interpersonales ya que los cuerpos han dejado de ser el soporte del encuentro. La esencia de la red es que todo existe de modo simultáneo y se hace visible cuando se lo convoca. Y la propiedad más bizarra de esto reside en que también a un golpe de ratón, al cuerpo, se lo hace desaparecer. El elemento virtual, introduce la posibilidad de abolir la presencia real del cuerpo en el encuentro y verificamos que el lazo social se organiza cada vez más a partir de esta ausencia. El goce sexual mismo, a partir de la generalización de la pornografía por ejemplo, no es inmune a esta tendencia. Desde la óptica de la cibercultura el cuerpo es considerado como una pesada carga de la cual podríamos desprendernos en beneficio tanto de una ascesis cínica del amor, como del sueño de la ciencia de abolir la sustancia gozante que en él reside.

2– Qué se Atrapa.

En este punto una sola cuestión, sin duda hay muchas otras. Lo que se atrapa cada vez con más frecuencia en la clínica: es la soledad, bajo su peor forma. Los tipos de goce contemporáneos se alojan en el campo más degradado de la soledad. Para nosotros la soledad es un concepto consistente. La buena forma de la soledad, lo sabemos, es de raigambre freudiana y se sostiene en una forma privilegiada de nombrar la vitalidad del sujeto. Se inscribe del lado de la Hilflosigkeit, del lado del desamparo. Al que Lacan supo darle toda su dimensión en el Seminario de la Ética. Dos vertientes de la soledad están en juego en el devenir de la clínica. Una es la que se desprende del discurso analítico, y que tiene que ver con el rasgo de autenticidad de la soledad, es la necesariedad de habitar su experiencia como aquello que hace lazo de un modo posible para encontrar un saber–hacer con la ausencia de relación sexual. La otra, a la que hoy en día asistimos cada vez con más frecuencia, se inscribe en un modo de soledad del goce de los Unos solos. Y que hace bascular al sujeto hacia el campo de una soledad imbecilizada. Sabemos, por otra parte, que es imposible la restitución del concepto de soledad clásico. Es inútil la nostalgia que empujaría a rescatar el ideal de una soledad no atravesada por el discurso de la ciencia. Lejos estamos de ello. Y aunque verificamos de momento en un conjunto cada vez más amplio de lo social, –no–todo por supuesto–, la creación de soledades que se inscriben cada vez más del lado del autismo subjetivo, que del lado del buen encuentro con la soledad, eso aún no deja de producir síntomas. El forjamiento posible de un escabel a la medida de cada cual, la buena relación del sujeto, poca o mucha con la sublimación, no pasa por los modos de soledad que se desprenden de estas nuevas formas de lazo social. Pero sabemos también que la ascesis analítica es sin duda una de las formas privilegiadas de hacer con la soledad, Y en esta dirección el acto mismo del analista nunca puede ser cómplice del cinismo ni de la imbecilidad. Está más bien al servicio de producir, aunque sean intermitentes, las buenas formas de la desconexión.

 
 
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