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Consecuencias
 
Edición N° 17
 
Julio 2016 | #17 | Índice
 
De la perplejidad a la orientación
Por Rosy Goldman
 

La analista se orienta

Rosy GoldmanMe atrevería a nombrar lo que se desató el 30 de diciembre de 2004 (hace 12 años ya) en Cromagnón como la expresión vívida del "trauma generalizado" (194 jóvenes fallecidos más los allegados y sobrevivientes), considerando al trauma como un acontecimiento que produce una irrupción de lo real que arrasa con las representaciones simbólicas disponibles. Algo de la sorpresa se pone en juego y el efecto es de extrañeza, de sinsentido, incluso de perplejidad. Algo de lo familiar se ha vuelto extraño en el encuentro con un acontecimiento exterior.

Le agrego el carácter de generalizado en tanto que un tumulto de tragedias individuales puso en evidencia a diversos Otros que no estuvieron allí para evitarlas.

Pero estas referencias simbólicas no se habían desmoronado sólo para los afectados directos sino para la sociedad en su conjunto, incluso los entes gubernamentales que debían responder en forma urgente y masiva.

Considero que la responsabilidad (no la culpa jurídica) debería haber sido asumida por todos los responsables, cada uno en su participación singular en semejante tragedia.

A casi 6 meses de lo sucedido retomo lo que plantea Eric Laurent en "Los hijos del trauma": "Proponemos no inscribir a los sujetos traumatizados en grandes categorías anónimas, sino intentar encontrar con ellos su particularidad y no para aislarlos con otros, no para enfermarlos en una particularidad sino porque no se puede volver a aprender al Otro sino encontrándose como sujeto". Haciendo una relectura de lo implementado desde el psicoanálisis, creo que algo de esto se ha podido llevar a cabo.

Esta experiencia se da en el marco del operativo organizado por un ente estatal destinado a intervenir ante las consecuencias de la tragedia.

Me parece importante poder situar por lo menos dos momentos:

Un primer momento, que se caracterizó por el horror masificado y la perplejidad generalizada, en el que se reclamaba a los psicólogos que "contuvieran" a los afectados directos. En la mayoría de los casos esto se traducía en tareas tan variadas que abarcaban desde proveer agua hasta "informar" sobre la situación de los chicos buscados hasta "poner el cuerpo" junto a los familiares para el reconocimiento de cadáveres en la morgue e ir a los velatorios de los fallecidos ya reconocidos. Todo esto en un contexto caótico, sin otra orientación que la identificación y el voluntarismo.

Un esbozo de organización empieza a bosquejarse cuando se instrumentaliza un 0800 cuya función es canalizar las demandas de los afectados.

Dados los mayoritarios pedidos de "atención psicológica" y frente a la falta de saber sobre cómo acotar este exceso, se produjo un encuentro entre el organismo que no sabía qué hacer con el semblante de saber que mostraba la analista. La propuesta consistía era ser la coordinadora de un dispositivo, que estuviera a la altura de las circunstancias, ordenando el caos que la situación presentaba. En esta intersección en la cual un agujero se hizo evidente, la psicoanalista decidió organizar un equipo conformado por analistas.

Si bien la búsqueda de un Otro que responda no se circunscribió al campo psi, fue llamativo constatar esta abrumadora mayoría dentro de las demandas que llegaban. Podemos pensar que hasta esta irrupción de lo traumático como acontecimiento, las casi 2000 personas que llamaron sabían hacer con lo traumático en tanto "proceso", en tanto estamos insertos en el lenguaje.

Cabe aclarar que la directiva implícita era acallar el horror, que ponía en evidencia que el Estado (Otro) no había estado allí para garantizar los derechos de los ciudadanos.

Como dice J.–A. Miller en "El lugar y el lazo": "era necesario, y tan rápido como sea posible" –y más aún "impedir que el traumatismo cristalice y disolverlo de inmediato en la palabra". Se suponía que "por ser psicólogos" podíamos cumplir con la "exigencia de contar con los medios para taponar el traumatismo con el sentido apelando a la escucha".

Varios interrogantes se presentaban mientras la urgencia apremiaba: ¿Cómo encontrar la brújula que orientara ante las decisiones urgentes y masivas? ¿Cómo poner a prueba la eficacia del psicoanálisis? ¿Cómo responder ante el trauma generalizado? El acontecimiento imprevisto, como siempre, no permitía respuestas anticipadas.

Era menester establecer prioridades. Ante todo, crear un dispositivo que sedujera al amo, evidenciado en su inconsistencia, para que permitiera la intervención de analistas –en un marco donde la transferencia con el psicoanálisis es, por lo menos, inexistente–. Con lo cual, el semblante de saber comandar y organizar era imprescindible.

Para ello era fundamental no fascinarse con el horror y poder establecer alguna distancia frente al exceso, tanto de las demandas de los sujetos afectados por la tragedia como la de los profesionales (psicólogos, trabajadores sociales, abogados, etc.) intervinientes y de las autoridades políticas que comandaban el operativo.

El dispositivo implementado comenzó a tener una orientación clara –en oposición a la perplejidad imperante: rescatar las singularidades de los sujetos atravesados por lo real del trauma. Orientación difícilmente instrumentable si no se sostenía en un recorrido analítico previo.

El primer impedimento que había que sortear era determinar quienes podían ejercer esta función. El organismo del Estado donde este operativo se llevaba a cabo contaba hasta el momento sólo con dos psicólogos. A partir de lo sucedido, se había poblado de voluntarios autoconvocados y psicólogos sociales que hasta el momento trabajaban en otras áreas del gobierno. Muchos fascinados por el horror; otros perplejos; algunos cumpliendo tareas meramente burocráticas, otros desbordados por el caos. Pero algunos estaban causados y dispuestos a escuchar la soledad absoluta de cada uno frente a la muerte, sin obstáculos fantasmáticos obturantes. El deseo del analista era convocado para marcar una diferencia. Era indispensable construir un dispositivo con otros para impedir que en nombre de un universal se olvide la particularidad de cada uno.

Al equipo llegaban infinidad de fichas en las cuales constaba nombre, apellido, vínculo con la víctima, algún teléfono, dirección y una palabra ineludible: atención psicológica urgente.

La coordinadora nombrada por las autoridades fue la encargada de realizar la selección de analistas idóneos. Decidió solicitar una escucha singular a cada profesional en cada caso que intervenía. Esto tenía dos objetivos: comenzar a establecer criterios comunes y, a su vez, poder pesquisar cuál era la posición de cada uno de los profesionales convocados, ya que en su mayoría eran desconocidos.

Se estableció una orientación. Había que pasar del anonimato de la ficha a un sujeto que pudiera hacerse oír. Cada analista introdujo una pausa ante la urgencia e instauró un tiempo de escucha ante el "no hay tiempo". Para esto tenía que haber un Otro que dé lugar a la singularidad y al inicio de una implicación y una respuesta subjetiva posible, para producir algún vuelco en la victimización reinante. Este Otro no tenía que estar obturado por la identificación ni por el horror ni por la victimización. Era necesario también no ubicarse como el destinatario de la culpa que prevalecía ni en una posición sacrificial.

En su mayor parte las entrevistas fueron telefónicas pero en la medida de lo posible, se llevaron a cabo entrevistas personales donde se hacía más viable la eficacia de la intervención.

A su vez se estableció un canal de derivación asistida con la Dirección de Salud Mental, quien respondió con los profesionales disponibles en la Ciudad, ofreciendo turnos inmediatos y gratuitos.

Considero que si bien este dispositivo no alberga la posibilidad de realizar tratamientos que podrían encuadrarse dentro del psicoanálisis puro, ha permitido instaurar para muchos afectados por la tragedia la posibilidad del inicio de un recorrido en la búsqueda de una respuesta singular. Retomo nuevamente palabras de Laurent, esta vez de "El revés del trauma": "Después de un trauma hay que reinventar un Otro que no existe más. Hace falta entonces "causar" un sujeto para que reencuentre reglas de vida con un Otro que ha sido perdido. No se reaprende a vivir con Otro así perdido. Se inventa un camino nuevo causado por el traumatismo". El intento fue éste.

También se organizó un seguimiento de los casos, a través de un intercambio con los analistas tratantes. Había que intentar impedir que todo el esfuerzo por lograr la singularidad del caso sea tapada con medicación, tan utilizada en esta época.

 
 
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