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Consecuencias
 
Edición N° 17
 
Julio 2016 | #17 | Índice
 
¿Una raza de voyeristas?...
Por Gabriela Rodríguez
 

 

"Sí, el hombre era un voyeur, pero ¿no somos todos voyeurs?".
Alfred Hitchcock.

I. "Dios mío, nos hemos vuelto una raza de Peeping Tom"

Gabriela RodríguezSe recordará esta frase, como la filosa desaprobación que le dirige Stella, la enfermera enviada por la compañía de seguros, a L. B. Jeffries, el fotógrafo encarnado por James Stewart, en Rear Window, "La ventana indiscreta" de Alfred Hitchcock (1954). El fotógrafo, inmovilizado por un yeso que lo tiene postrado en una silla de ruedas, no hace más que mirar por su ventana el espectáculo del mundo. Stella antes de proferir la profética frase, le advierte al fotógrafo con sorna que la sentencia en el estado de Nueva York por ser mirón, es de seis meses de cárcel y que allí no hay ventanas. Una expresión inglesa que corona la frase, Peeping Tom, que suele ser usada en esa lengua para referirse al voyeur y deriva del nombre del sastre que viera por las hendijas de su persiana, a lady Godiva pasearse desnuda por las calles de Coventry. La suerte de Peeping Tom, que emerge cual espectro, fue la ceguera, como si algo enceguecedor fuera la consecuencia del mirar profuso o inconveniente, de hecho, como lo recuerda el humor negro de Stella, en la antigüedad, a los mirones les quemaban los ojos con un atizador incandescente. Ese poco de filosofía casera, sin más, le es entregado por Stella a Jeffries, con el fin de instarlo a abandonar la ventana para ganar las calles, o el interés por cierta presencia femenina, la bella Grace Kelly. La ventana por la que Jeffries mira, se confunde con su ojo y también con el nuestro, a partir de una hábil operación cinematográfica que monta Hitchcock, la que ha sido destacada por sendos comentadores[1]: la cámara se aproxima de tal forma a la ventana, que termina coincidiendo con su encuadre, es decir, la pantalla es ahora la ventana, por la que se ven, otras tantas "pantallas"/"ventanas", que recortan lo visible. Hitchcock sabe alimentar el "apetito de ver" con escenas privadas de la vida de los otros, las que transcurren al otro lado de la ventana: el músico que no puede dar con su melodía, las desventuras amorosas de la señorita "corazones solitarios", el círculo de pretendientes de la esbelta bailarina, o los días de alcoba de unos recién casados... Como lo hubiera sugerido Francois Truffaut, en una conversación con Alfred Hitchcock que se convertiría en libro[2], lo que se ve al otro lado de la ventana trasera de Jeffries, es una imagen del mundo, o incluso como lo precisará el propio Hitchcock: se trata de un pequeño catálogo de comportamientos humanos, que espejan ese mundo. Aquella frase profética, proferida por Stella, interesa porque es uno de los epígrafe del Ojo absoluto[3] de Gerard Wajcman, que sirve al autor para sintetizar las coordenadas de una mutación sin precedentes que afectaría a la condición vidente del parlêtre, devenido un voyeur, como correlato de la entrada consumada en "otro mundo", el que nos sumerge en un "nuevo paisaje" caracterizado por un rasgo de época, del que es difícil no percatarse: se trata de la presencia de ojos por todos lados, léase, de la multiplicación de las "extensiones maquínicas del ojo", de la diversidad de dispositivos que ofician de "prótesis de la mirada". Ahora bien, el propio Wajcman no deja de hacer notar en su uso de la frase, las diferencias que median entre aquel voyeur de vieja escuela, el Jeffries fotógrafo de Rear Window, y nosotros, voyeristas modernos, aunque tal vez cabría decir posmodernos. La primera de esas diferencias, retoma de algún modo la observación que hiciera Hitchcock respecto de lo que se ve por la ventana: el catálogo del tipo de conductas que se avienen a ser catalogadas según el detalle sofisticado del apetito del ojo, en una nueva gama, que deja atrás al aficionado, a las ventanas, a las hendijas, o a los ojos de cerraduras, para pasar fundamentalmente a los absortos con y por las pantallas y sus variopintas ofertas de goce. Una multiplicidad que engorda el ojo del cientista social clasificador y hace estallar la antigua división establecida por un Louis–Ferdinand Céline, cuando dividía a los hombres en mirones y exhibicionistas. Pero quizás, la siguiente diferencia que Wajcman señala sea la más relevante, porque compromete el secreto que se aloja en el mundo que nos es dado a ver, lo que vemos lo que nos mira, para parafrasear el título de una obra de Didi–Huberman, una mirada habita allí donde creíamos ver. El envés de la edad de un voyerismo generalizado, delata la presencia en la virtualidad de la pantalla, de "ese ojo inasible pero siempre imaginado"[4] del que hablaba Lacan a propósito de la satisfacción del voyeur, y que ahora se materializa por la presencia cada vez más frecuente de un ojo–cámara en todo tipo de pantallas domésticas, razón por la cual, esa mirada se vuelve visible, según la apreciación de Wajcman. Tal vez, se podría decir, que en un punto, la nueva situación no dista demasiado de las condiciones que afectaban al voyeur de la vieja escuela, pues el ojo fundido en la pantalla, es la lumbre de un cigarrillo encendido en la oscuridad de un cuarto, ese punto luminoso que delatan unos ojos que nos mira, según la sutilísima imagen que supo crear Hitchcock en Rear Window, para indicar la presencia de una mirada, al otro lado de la ventana por la que se cree mirar sin ser visto. Ocurre que, por obra y gracia de esa mirada que se oculta en el espesor de las pantalla, es un hecho la constitución de un neo–dios made in technology, que ha sabido hacer "semblante del Dios"[5] omnividente de la religión, aunque con esa sustitución no se disipen los fantasmas que alimentaba ese ojo supremo, ahora patrocinados por la tecno–ciencia. La atormentada visión de Gerard Wajcman, que ve un ojo que mira, allí donde hay una imagen para ver, nos muestra la extensión, que califica de "planetaria" por no encontrar un adjetivo más extenso, del ámbito de la mirada, aunque más valdría decir aquí visión, y la dirección insensata de aquella extensión, soldada a un significante amo que la preside como voluntad de ver todo, a expensas de las luces y las sombras del ahora anacrónico deseo de ver, antaño abierto por contraste al ángulo muerto, la mancha opaca, el punto ciego, el escondrijo invisible, el divino detalle.

II. A causa de la idea del voyeur.

"¿Puedo usar el ojo de cerradura portátil?", dice ahora Stella tan comprometida en la trama de la visión, entrado el film, como el curioso fotógrafo. Con esa metáfora, Stella, se refiere a la cámara de la que se vale Jeffries, dotada de un descomunal teleobjetivo que pone la escena escudriñada al alcance del ojo del vidente. El motivo visual del ojo de la cerradura, le había provisto a Sartre de un robusto apólogo, que fuera retomado más de una vez por Lacan elogiosamente, con el que nos presenta un pequeño dispositivo ocular, a la vez instrumento, a la vez obstáculo, que le permite ubicar la dimensión intermediaria de la mirada.

Antes que Lacan, Jean Paul Sartre había desmontado las fantasías de trascendencia y dominio propias del despliegue del campo de la visión, sentando una distinción entre el ojo y le regard, que será el puntapié del desarrollo posterior de Lacan sobre la esquizia. En el Ser y la nada[6], publicado en francés en 1943, Sartre sostiene que le regard, no está vinculada con ninguna forma determinada, aunque a menudo pueda enlazarse a la convergencia hacia mí de dos globos oculares. Podría darse el caso, sostiene, que la experiencia de la mirada pueda ser evocada por un crujido de ramas, o un ruido de pasos en el silencio, una ventana que se abre o el leve movimiento de un cortinado. A ojos vista, la evocación de la mirada –una mirada imaginada en el campo del Otro precisará Lacan– prescinde de la presencia de unos ojos. A este fin, la ventana, la cortina o el matorral pueden hacer sus veces, de modo que el ojo, no es allí órgano sensible sino un soporte de la mirada. La operación de Sartre neutraliza los ojos, la aprehensión de la mirada aparece sobre un fondo de "destrucción de los ojos", que, puestos ahora fuera de juego, ceden su lugar a la mirada que "parece ir por delante de ellos". El apólogo archiconocido, paradigma del voyeur de vieja escuela, del fisgón que espía por el ojo de la cerradura hasta que es sorprendido por una mirada que se gana un nuevo estatuto al ser separada de los ojos, nos habla de un sujeto que permanece absorbido en el acto de mirar. Así, Jeffries el curioso peeping tom en el que todos nos convertimos en Rear Window, según la orientación de lectura que surge del desarrollo de Sartre, pone en marcha una pura puesta en relación del instrumento (aquí: ojo de la cerradura) con el supuesto fin a alcanzar (el espectáculo a ver), de lo cual resulta, un suerte de "perderse en el mundo", un "hacerse beber por las cosas", que Sartre remata diciendo: "como la tinta por un secante". El voyeur se hace mancha en el papel secante del mundo, confundiéndose con él, pero, ese fundido se disipa en cuanto emerge la dimensión de la mirada despegada de los ojos, que para vergüenza del voyeur, lo despierta de su sueño de voyeur revelándolo como siendo él mismo, mirada oculta[7], sanciona ahora Lacan auscultando el apólogo.

Pero ¿qué es esta mirada?, según Joan Copjec[8], quién se suma a la lista de comentadores del apólogo sartreano, la mejor manera de responder esta pregunta, es determinar qué problema pretende resolver el concepto de mirada. La vía de Lacan permite responder esa pregunta al incluir en el examen del apólogo la estructura pulsional que lo comanda.

III. Somos todos voyeurs

Francois Truffaut en la conversación con Alfred Hitchcock referida, sindica a Jeffries, el fotógrafo, como el sujeto de una pura curiosidad, Hitchcock que no retrocede frente a la calificación del film que le hiciera London Observer, arriesga: "Digámoslo, era un voyeur, un mirón… pero, ¿no somos todos voyeur?". Este interrogante visionario de Hitchcock, parece entregarnos en 1954 una vieja fórmula, adelantada por Sigmund Freud en su examen temprano de la ceguera histérica[9], hay una "perversión" del ojo, por así decir, que no se contenta con cumplir la supuesta función adaptativa de vigilancia del mundo asignada por la biología, y da lugar a un goce que se obtiene de la inclinación a mirar, foco pulsional en el ver que Freud designa como "pulsión de ver" o "escoptofílica". Sin duda Hitchcock, a su modo, capta una estructura que se generaliza al ritmo de nuestra civilización, que enlata bajo formas diversas, aquello que es el soporte de la mirada del voyeur, como señala Lacan[10], garantizando el aumento de los dividendos para algunos; por eso Hitchcock puede apostar "que nueve de cada diez… no podrían evitar mirar", a pesar de que podrían simplemente apartar la mirada diciendo: "no me concierne", ellos se entretendrán mirando, y consecuentemente, habrá una industria montada sobre la visualidad.

Jacques Lacan en su Seminario de fines de los 60´[11], puso en primer plano, siguiendo el apólogo sartreano, lo que solía ser omitido en el examen de la "pulsión escoptofílica", y que resulta esencial para aproximarse a la fenomenología del voyeur de vieja escuela, para seguir con la distinción establecida por Gerard Wajcman. Se trata del elemento hendidura, rendija, o fisura, que participa de la estructura que se monta, y que reduce al voyeur, a constituirse el mismo en el artificio de esa hendidura, de hecho, como lo hace notar Lacan, la hendija puede ser el equivalente de una mirada, un haz de luz. La satisfacción del voyeur esclarecida por Lacan, comporta la ambigüedad de una situación en la que el objeto del que se trata no sabe que es visto, justamente el voyeur se oculta tras la hendija con la que sin embargo se confunde, pero que no obstante, participa de la situación con algún gesto, prestándose a tomar la función del espectáculo. Lacan aporta además, lo que podría hacer entrar al voyerista en su propia derrota[12], cuando pone el acento en el hecho de que, en lo que el voyeur quiere ver, se trata más bien de lo que lo mira, y es eso lo que lo fija en su fascinación de voyeur, tornándolo inerte como un cuadro.

En todo el montaje dispuesto por el acto del voyeur, resuena la hipótesis planteada por Gerard Wajcman del intento de eliminación en lo contemporáneo, del corte constitutivo del orden de lo visible, corte que reparte presuntamente entre lo que es del orden del sujeto y lo que es del orden del objeto, entre "ver" y "ser visto". Esta es la cuestión que había sido puesta de relieve por Lacan cuando considera propiamente "el momento del acto del voyeur"[13], el que introduce precisamente, esa pregunta: "¿dónde está el sujeto, dónde el objeto?", la respuesta aforística que dice: "el objeto aquí es mirada, mirada que es el sujeto", nos devuelve a la pulsación pulsional y su circuito, figurada por la topología del tiro al blanco.

La situación del voyeur moderno representa en un punto, entonces, una suerte de generalización de aquella estructura que Lacan descubría operando para el voyeur de vieja escuela, la que surgía del apólogo sartreano, no obstante, resta considerar un punto central: hasta dónde llega la generalización del sueño del voyeur. ¿Podemos considerar que la presencia masiva y múltiple de las "pantallas ominividentes", anulan el elemento hendidura considerado por Lacan como el artificio estructurante de la situación del voyeur? El dispositivo "hendidura" cuenta no solo como coartada del mirón, en el sentido del ver sin ser visto, sino y fundamentalmente, porque reproduce las condiciones mismas en la que se estructura la mirada a partir de la esquizia. ¿Son estas condiciones caducas por efecto del estado de la civilización, o a la inversa, es ésta la que ha creado las condiciones de un renovado sueño de voyeur?

 
Bibliografía
  • Arlindo, M., El sujeto en la pantalla, Gedisa, Barcelona, 2009.
  • Copjec, J., Imaginemos que la mujer no existe, Fondo de Cultura económica, Buenos Aires, 2006.
  • Freud, S., "La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis" en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988.
  • Lacan, J., El Seminario 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.
  • Lacan, J., El Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, Buenos Aires, 1990.
  • Lacan, J., "El Seminario 14,La lógica del fantasma"Clase del 25 de enero de 1967. Inédito.
  • Lacan, J., El Seminario 6, El deseo y su interpretación", Paidós, Buenos Aires, 2014.
  • Lacan, J., "El Seminario 7, La trasferencia" Clase 11 de mayo del 1961.
  • Miller, J.–A.,"La máquina panóptica de Jeremy Bentham" en Matemas I, Manantial, Buenos Aires, 1994.
  • Sartre, J P., El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, 2005.
  • Truffaut, F., El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2007.
  • Wajcman, G., El ojo absoluto. Manantial. Buenos Aires, 2011.
 
Notas
  1. Machado, A., El sujeto en la pantalla, Gedisa, Barcelona, 2009.
  2. Truffaut, F., El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Buenos Aires, 2007.
  3. Wajcman, G., El ojo absoluto, Manantial, Buenos Aires, 2011.
  4. Lacan, J., El Seminario 6, El deseo y su interpretación", Paidós, Buenos Aires, 2014.
  5. Miller, J.–A.,"La máquina panóptica de Jeremy Bentham" en Matemas I, Manantial, Buenos Aires, 1994.
  6. Sartre, J. P., El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, 2005.
  7. Lacan, L., "El Seminario 7, La trasferencia", Clase 11 de mayo del 1961.
  8. Copjec, J., Imaginemos que la mujer no existe, Fondo de Cultura económica, Buenos Aires, 2006.
  9. Freud, S., "La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis" en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988.
  10. Lacan, J., El Seminario 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.
  11. Lacan, J., El Seminario 6, El deseo y su interpretación", Paidós, Buenos Aires, 2014.
  12. Lacan, J., "El Seminario 14: La lógica del fantasma", Clase del 25 de enero de 1967. Inédito.
  13. Lacan, J., El Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, Buenos Aires, 1990.
 
 
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