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Consecuencias
 
Edición N° 18
 
Diciembre 2016 | #18 | Índice
 
La sociedad virtual y el analista real
Por Alma Pérez Abella
 

Alma Pérez Abella1 – El poder de los objetos

¿Cuáles son los objetos que le interesan al psicoanálisis? Aquellos objetos que tienen pantallas y que sirven para navegar en el mundo virtual, son objetos que le interesan al mercado, este se encarga de producirlos y comercializarlos priorizando su valor de cambio por sobre su valor de uso. Estos objetos tienen cierto poder, precisamente el que los aloja en el centro de un discurso, el discurso capitalista. Discurso que desarticula el lugar de la ley, y por tanto desarticula el lugar del deseo, tiene además la particularidad de generar la ilusión de transparencia, que no hace más que quitar a las cosas todo su encanto. "Para nada les estoy diciendo que el discurso capitalista sea feo, al contrario es locamente astuto. (…) marcha demasiado rápido, se consuma, pero se consuma tan bien que se consume"[1]. Básicamente se trata del rechazo de lo imposible.

Para Lacan el asunto central no es el valor de cambio sino el valor de uso que hace al objeto incomparable. El valor de cambio se sostiene en la lógica narcisista desentendida de la lógica del no–todo, un narcisismo en su versión contable, de ahí que, hoy por hoy, todo se contabiliza, los me gusta del FBK o las evaluaciones permanentes en todos los campos son un buen ejemplo. Contar todo es propio del empuje del superyó, un superyó flojito de ideales que se vuelve impúdico y se dedica a exigir sin límites, ni medir consecuencias. Es impúdico porque como dije anteriormente, sostiene el empuje a la transparencia, lo cual por estructura es imposible gracias a lo real. Procurar decirlo todo, ver todo, liberar a las imágenes de toda coreografía o escenografía, las vuelve pornográficas[2]. Esto se acompaña de la exigencia de que no hay que perderse nada. Mucho menos, perder algo. Conservar registro de todo, guardar copias, participar en todo, solidario de un fantasma mezquino.

Hay que estar en las redes, salir en la foto, ir a las fiestas, y además hacerse visible. Esto es parte de la época y todos, en mayor o menor medida, estamos tomados por eso y cada sujeto hace uso según su modalidad de goce. Sociología de las nuevas comunicaciones no es lo que nos corresponde hacer.

Lo que sí nos adeudamos es hacer una lectura de estos fenómenos y sus consecuencias sobre la subjetividad. Al psicoanálisis lo que le interesa son los objetos de la pulsión, siendo principalmente la voz y la mirada aquellos que se juegan en el campo de lo virtual. Tenemos lo virtual como maquinaria de producir sentido al infinito, en ese punto, se verifica que lo que está detrás de esa supuesta "sociedad virtual", no son más que sujetos. Cuando miramos algo, eso que miramos está atravesado por los significantes, no son sin ellos. De hecho, esa estructura significante es la que funciona de velo otorgando alguna clase de sentido a lo que vemos.

La pulsión está en un cuerpo que se sirve de objetos –entre ellos las pantallas y toda clase de gadgets– para satisfacer su recorrido, y que además implica una satisfacción paradojal. El objeto lo que permite es esquivar el agujero, el sin sentido, el vacío. Esos objetos juegan su partida en un mundo donde las imágenes se ofrecen al infinito, la pregunta es cuándo algo de estas imágenes deja de renegar la castración.

Quisiera situar dos consecuencias de lo que mencioné más arriba y que fuerzan al psicoanálisis y los analistas a repensar cuestiones relativas a la transferencia y la interpretación. En primer lugar la relación al saber que tienen algunos sujetos. Cierta creencia en que todo tendría respuesta, y que a esta respuesta sería fácil acceder. Un análisis enseña que de lo que se trata es del síntoma y para saber sus causas hay que googlear en las propias respuestas, tejidas de memoria y de olvido diría Borges.

Otro fenómeno propio de esta época, que se extendió a partir de los nuevos medios de comunicación, es la facilidad con la cual los sujetos pueden decir ciertas cuestiones que los implican vía las redes o whatsapp, incluso enviarse mensajes de audio, pero sin embargo, personalmente se les vuelve imposible. Llamar por teléfono, "en vivo y directo" diría un paciente, ¡Ni por asomo! Oscar Ventura señala algo que viene muy bien para leer estas cuestiones, dice que lo que se produce es "la coalescencia del objeto técnico y el discurso capitalista"[3] y que esto tiene como consecuencia la creación de nuevas subjetividades. Subjetividades a las que se les complica un poco poner el cuerpo en la escena. Una paciente cuenta que se ruboriza, otra que no puede ocultar la soriasis en las manos, otra se distrae y parece ausente, otra se queda sin voz, o no le salen las palabras. Estos son algunos ejemplos de cómo los cuerpos pulsionales hablan, gozan y se revisten. El psicoanálisis invita a sintomatizar, nombrar, circunscribir un borde, metaforizar eso que aparece en su más descarnada literalidad.

2 – Un cuadrado púdico

El cuadrado negro es un cuadro de Malévich que por algunos días más estará expuesto en la Fundación Proa en Bs. As. Me preguntaba qué es lo que hace que un cuadro de estas características genere tanto magnetismo. La pantalla negra de un dispositivo (celular, ipad, etc.) lejos está de producir lo que ese cuadrado negro produce. En primer lugar porque en las pantallas se espera que aparezca algo, alguno de los tantos símbolos que indican que llegó algún mensaje o novedad.

¿Qué hace a este cuadro tan especial y uno de los más comentados a lo largo del S. XX? Ese cuadrado negro llega al punto cero de la representación, quizá ese es su mayor arte, la nada. "Cuando se contempla un cuadro, lo que hay que hallar es la pregunta que forma su horizonte. ¿A qué pregunta da este cuadro una respuesta?"[4] Es la respuesta la que finalmente interroga, y lo es porque la mayoría de las veces no se ve, simplemente la obra es una respuesta. Y esto es algo que podríamos comparar con la lógica de un análisis. Cuando el sujeto se encuentra con que la respuesta que se da, es respuesta a una pregunta que desconoce, se encuentra por una parte con que hay preguntas verdaderas – para Lacan eran las preguntas que no tenían respuesta – y además, puede comenzar a ubicar los hilos significantes a partir de los cuales se armó sus respuestas para hacer aparecer algo en el juego de los espejos. Malevich en una carta a Alexandre Benois (1916) dice sobre su obra que es "nada más que el desierto", a lo que Wajcman se pregunta: "¿un cuadrado negro como aquel blanco que la televisión ponía en la parte inferior de la pantalla en ciertos programas"? ¿Un cuadrado púdico?[5] Corta decididamente las amarras de la representación y expone así la pintura reducida a un resto. No se ocupa de reflejar sino de apuntar, con brutalidad a lo real. Hace del vacío una positividad, allí la ausencia misma es pintada.

Siguiendo lo que plantea Lacan, el neurótico se caracteriza por ser aquel que interroga la verdad sobre su estructura y pasa a "encarnar en sí mismo esta interrogación" por eso él mismo es el síntoma de sus relaciones con el goce y el sentido. Él mismo es el cuadrado negro que sin saberlo es respuesta al agujero. La orientación para la dirección de la cura es precisamente que el analista encarne algo de ese cuadrado negro, de ese espejo que refleja nada, y se sirva del corte para propiciar que el paciente pueda cernir el sin sentido de sus dichos y el fuera de sentido de su goce.

El cuadrado negro de Malévich podríamos tomarlo como muestra de la posición que le conviene al analista de esta época. No propiciar más sentidos, verificar que la nada puede encarnarse, introducir la posibilidad de consentir a algún límite, de quitar consistencia al mundo de las imágenes que intenta hacer representable la belleza y el bien, la relación, lo que no hay.

 
Notas
  1. Lacan, J., "El discurso psicoanalítico", en Conferencia de Lacan en Milán, 12 de mayo de 1972.
  2. Chul Han, B., La sociedad de la transparencia, Ed. Herder, S. L. ,Barcelona, p. 12–13, 2015.
  3. Ventura, O., Las redes sociales en la clínica (¿Qué se teje? ¿Qué se atrapa?) en Revista Consecuencias www.revconsecuencias.com.ar
  4. Wajcman, G., El objeto del siglo. Ed. Amorrortu, Bs. As., p. 33, 2001.
  5. Ibíd., p. 49.
 
 
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