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Consecuencias
 
Edición N° 19
 
Julio 2017 | #19 | Índice
 
Cuerpo y biopoder en los trabajos de Michel Foucault
Por Susana Murillo
 

Susana MurilloLa tarea de investigar desde el nombre de Michel Foucault, en primer lugar supone no hablar de un "autor" u "obra", sino de un conjunto diverso de libros, conferencias, entrevistas, que configuran una materialidad discursiva cuyo sentido se construye en las relaciones estratégicas de fuerza en la que esa diversidad se despliega, así como en los efectos disímiles que produce. Es entonces menester asumir que no hay una verdad última que pueda "develarse" acerca de la "obra", ni hay un "autor" a decodificar. Se trata de trabajar con una "caja de herramientas" a partir de la cual se configuran sentidos y efectos disímiles, desde una perspectiva en las relaciones d poder. En eso radica un aspecto la materialidad del discurso. Intentaré en breves y apresuradas palabras acercarnos a aspectos de esa materialidad.

Desde esa clave entiendo que una de las herramientas para investigar que se despliegan en esos escritos que llevan el nombre de Foucault es el intento de construir con documentos una analítica (no una teoría) que dé cuenta de una ontología histórica del presente; una ontología que hace eje en las prácticas, que siempre son prácticas sociales y por ende en los cuerpos, cuyas dimensiones también lo son inevitablemente.

En esa perspectiva, la producción que lleva el nombre de Foucault suele organizarse en tres problemas. El del saber, el del poder y el de la gubernamentalidad. Son tres son preguntas que bordean el a priori histórico que nos constituye; ellas van transformándose en relación a las mutaciones y a los problemas que plantea la investigación que lleva a construir esa ontología de nuestro presente.

Nos centraremos en el problema del poder, teniendo en cuenta elementos metodológicos que Foucault caracterizó en La Arqueología del Saber, pues la problematización de las prácticas requiere un trabajo con documentos en varias dimensiones que más adelante mencionaré.

La noción de poder se configura, en los trabajos de Foucault, como una problematización explícita a fines del años '60, aunque en los primeros trabajos que llevan su nombre (Historia de la Locura en la Época Clásica) la analítica foucaultiana está atravesada por los problemas del poder. No obstante, es habitual en los trabajos de investigación que un problema esté ahí, ante los ojos, y no nos sea posible conceptualizarlo. Fue luego de los acontecimientos en París en 1968 y la formación de Grupos de Información sobre Prisiones, que se ve emerger la problematización explícita del problema del poder. En 1970, una conferencia en honor a Jean Hyppolite publicada como "Nietzsche, la genealogía, la historia" hace explícito el problema del poder entendido como una relación de fuerzas, a menudo coactiva, pero sobre todo productiva, positiva, en el sentido de que el poder no reprime meramente, sino que fundamentalmente opera como haces de fuerzas contrapuestos y diversos que operan sobre los cuerpos y, donde el yo, se configura como ilusión de identidad. El poder, de ese modo ancla en la fascinación, la seducción, el placer y el discurso. No creamos, se afirma en el volumen I de Historia de la sexualidad publicado en 1976, que cuando pedimos la liberación sexual estamos rompiendo con el poder, en realidad, lo estamos anclando en las relaciones discursivas y con ello en las de poder. Así, por ejemplo se le preguntó a Casanova cuál era el secreto de su éxito amoroso y Casanova parce haber contestado: "Mi secreto está en el secreto".

De modo entonces que intentar hacer una genealogía del poder es analizar documentalmente cómo éste se configura a partir de dos ejes: los cuerpos y las relaciones de fuerzas que intentan modularlos y a las que ellos resisten. En esa clave la vida siempre escapa a las redes del poder. Siempre se recrea a sí misma, al tiempo que el poder intenta atraparla en un sendero interminable, no conocido de antemano.

Entre 1970 y 1978, cursos como La Sociedad Punitiva o Los Anormales o libros como Vigilar y Castigar o La Voluntad de Saber van a dar a luz al concepto de "biopoder"; el neologismo menta por un lado a la denominada "anatomopolítica" que refiere a las disciplinas que a partir del ejercicio construyen hábitos; su blanco son los cuerpos individuales que se articulan en la fábrica, la escuela o el ejército en cuerpos colectivos. Pero la anatomopolítica implica un complemento: se trata de la Biopolítica cuyo blanco son las poblaciones. La Biopolítica, a través de la demografía y las estadísticas construyó en el siglo XIX los conceptos de los "normal" (entendido como la media esperable para una población) y lo anormal (lo que se desvía de esa media esperable). El conocimiento de esos procesos poblacionales retorna sobre la anatomopolítica a través de la medicina, la escuela o los medios de comunicación por medio de recetas, reglamentos, consejos, currículas escolares, hoy libros de autoayuda o entretenimientos televisivos, que tienden a modificar los hábitos de diversos sectores de la población. Se gestan así procesos de normación, que no necesariamente son exitosos en sus objetivos, pues no hay poder sin resistencias.

Así en lo que Foucault llama "edad clásica" y mucho más tras el advenimiento de la revolución industrial, el biopoder se configura paulatinamente como un derecho a administrar la vida, que tiene su contracara constante en la administración de la muerte. El biopoder ha cometido y comete los peores holocaustos y genocidios en nombre de la vida. Es un poder que toma la vida en sus manos, la calcula, intenta administrarla y ello en un sentido a la vez totalizante (biopolítica) e individualizaste (anatomopolítica). Es una forma de poder que no elimina el derecho de matar, lo encabalga con un cálculo meditado y científico– técnico de la vida. Se trata de un poder de hacer vivir y dejar morir.

La analítica del biopoder requiere desplegarlo tomando en cuenta ciertas dimensiones metodológicas de carácter arqueológico.

En primer lugar es menester reflexionar acerca de su superficie de emergencia. El biopoder es un emergente del arte liberal de gobernar. Es en el liberalismo cuando surgen conceptos como el de "población" y de lo "social". Ellos se construyen en relación a "la cuestión social". El período signado por el capitalismo industrial en Europa y la neocolonialidad en América Latina, Asia y África es uno de los períodos en los que la Historia de la Medicina registra mayor cantidad de enfermedades ligadas a problemas laborales y al hacinamiento en las ciudades en las que las industrias crecen. Junto a las epidemias y enfermedades físicas, en las adversas condiciones de vida para las poblaciones trabajadoras, aumenta también lo que los médicos higienistas llamaban la "enfermedad moral": la prostitución, la locura, el robo, el homicidio, entre otros. También son considerados parte de esa enfermedad moral los motines y levantamientos, que alcanzan en Europa momentos álgidos en 1830, 1848 y 1871. Luchas que se manifestaron también en Nuestra América a partir de la Revolución Mexicana; en nuestro país la inmigración de población excedentaria del campo europeo, traía también organizaciones y generaba revueltas contra las condiciones de vida y trabajo. Todo ello se denominó "enfermedad moral".

Con ello nacía la cuestión social y se reactivaba la cuestión colonial en plena expansión de los estados hegemónicos a nivel mundial.

La cuestión social, es considerada en la Sociología como la brecha entre los principios proclamados por el ideario liberal y la realidad efectiva. Ahora bien, ese abismo entre los principios y la historia concreta no es sino la desigualdad efectiva que niega en los hechos la igualdad proclamada a nivel discursivo por la Ilustración y el liberalismo. Esa brecha es la enfermedad que corroe al cuerpo social y de la que emergen los diversos síntomas sociales plasmados en protestas y formas diversas de resistencias. Estos síntomas han generado y generan distintos modos de intentar contenerlos. Para lograrlo se han plasmado políticas sociales diversas. De manera que los remedios pensados para resolver la cuestión social son parte también de ella. Remedios que han cambiado en la historia contemporánea, precisamente en relación a los avatares de la relación entre capital y trabajo y a las luchas intercapitalistas. El biopoder es ese conjunto de tácticas y estrategias destinadas a contener al tiempo que a mantener la desigualdad ínsita al orden social capitalista.

En esa clave, en segundo lugar es menester pensar en sus estrategias y tácticas. La estrategia del biopoder, (que como toda estrategia no tiene un comando supremo, ni está predeterminada, sino que se va configurando en las prácticas sociales donde las relaciones de poder son siempre asimétricas) es la administración de la vida de la especie, o dicho de otro modo el gobierno de cuerpos individuales y de poblaciones. La estrategia se configura en la articulación, a menudo azarosa de diversas tácticas. Así, por ejemplo, a fin de evitar que las tasas de enfermedad social superen el riesgo poblacional tolerable, se desplegaron desde el siglo XIX diversas tácticas que tuvieron uno de sus centros en la formación del niño, (futuro ciudadano) y en relación a ello la educación escolar, la formación de las mujeres como futuras madres y la fijación de los trabajadores–padres de familia a un lugar. Se trató de la inculcación de hábitos de ahorro, del combate a la prostitución, de campañas para estimular los casamientos, de formación de hábitos higiénicos, entre otras medidas. En síntesis, la imposición de la higiene física y moral desde el momento del nacimiento, desplegada en diversas instituciones (escuela, familia, hospital, Iglesia), se tornó un elemento central a la hora de construir lazos sociales y evitar conflictividad política.

En tercer lugar la configuración del biopoder requiere tomar en cuenta sus instancias de delimitación. Se trató de instituciones científicas, ligadas al Estado y las organizaciones paraestatales (en especial en el cristianismo protestante disidente, por ejemplo los cuáqueros quienes crearon los primeros hospitales para "alienados"). Las instituciones científicas, en particular las vinculadas a las ciencias de la vida, a la demografía, así como a la sociología, la psicología, la pedagogía y diversas formas del trabajo social. Se trató (y se trata aunque de otro modo) de la medicina y la jurisprudencia, en cuya matriz nacen paulatinamente las Ciencias Sociales: antropología, sociología, psicología, economía. Disciplinas que van a participar de este acto de hacer vivir o administrar la vida y dejar morir.

Las Ciencias tuvieron y tienen un carácter dual: ellas son a menudo una tecnología de poder y también con frecuencia un modo de resistencia. En tanto tecnologías de poder sobre individuos y poblaciones configuran y legitima ese biopoder, que no reside en un mero poder de matar. El genocidio se ejerce sobre la vida, la raza y los fenómenos masivos de población. Se mata de manera presuntamente legítima, a quienes representan, según afirmaciones científicas, un peligro biológico para los demás, de ahí la importancia que toma desde el siglo XIX la raza en relación a la biología y con ella la eugenesia, construida en el ámbito anglosajón para dominar el mundo y cuyo rostro más brutal y manifiesto se mostró en el nazismo. El biopoder se centra desde lo más público de la vida (la población Biopolítica) hasta lo más privado (la anatomopolítica).

En cuarto lugar, la comprensión del biopoder implica asumir que su despliegue gesta nuevas posiciones de sujeto que se constituyen a través de sus tácticas. No hay sujetos predados, ellos se constituyen en prácticas sociales concretas. Así el trabajador social, el médico, la maestra, el juez, el niño, la madre abnegada, la histérica, el médico, el perverso, el anormal se configuran a través de tácticas–técnicas que obturan la violencia solapada. La vieja potencia de la vida se encuentra así rigurosamente investida por ese poder de hacer vivir, de calcular y administrar todas las etapas de la vida a través de medios indirectos que hoy más que nunca intentan modular a individuos y poblaciones.

En quinto lugar la comprensión del biopoder implica asumir que no hay objetos predados. Los objetos se construyen en prácticas sociales que siempre implican relaciones de poder. El objeto que el biopoder construye es el sexo. Desde el siglo XIX la gran tecnología de poder que se despliega es el dispositivo sexualidad. Este dispositivo se constituye en la instituciones estatales y privadas que aseguran no sólo el desarrollo de las fuerzas productivas, sino también la jerarquización social y formas de hegemonía. El ajuste entre acumulación de seres humanos y de capital fue asegurado por el ejercicio del biopoder y ello en relación a la valorización del cuerpo viviente.

Esto implicó la entrada de la vida en la historia y en las estrategias políticas. No es que en la historia no haya habido matanzas, sino de que a partir del desarrollo de las ciencias de la vida y las ciencias sociales las academias públicas y privadas desarrollaron un saber científico sobre los seres humanos en tanto individuos y en tanto poblaciones, saber que posibilitó un cálculo de la vida en el sentido de un gobierno político de la misma. En ese sentido la Biopolítica es una tecnología de gobierno desplegada a partir del liberalismo, con transformaciones en el neoliberalismo que hace entrar a la vida y sus mecanismos, sustentados en el cuerpo, en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder–saber en un agente de transformación de la vida humana. Cálculo que siempre falla, pues la vida escapa a esas técnicas siempre sin cesar.

Lo anterior implicó una nueva relación entre ley y norma. La ley soberana jamás ceja: ella prohíbe y todo lo demás puede hacerse. La norma es quien posibilita al poder adentrarse ahí donde la ley no lo permite. La norma a través de regulaciones varias intenta distribuir a los vivientes en relación a la utilidad. De ese modo el aparto judicial se centró cada vez más en un continuo de aparatos médicos y administrativos cuyas funciones son reguladoras. El efecto es un poder que opera a partir del derecho a la vida, a la salud, a la felicidad, a la satisfacción.

En este proceso el sexo ocupa un lugar peculiar. Él es el objeto que emerge del dispositivo sexualidad a partir de un cruce de micro y macropoderes sobre los cuerpos colectivos e individuales. Por ello desde el siglo XIX la vida íntima es perseguida en el más ínfimo detalle a través de campañas de moralización y responsabilización tanto laicas como religiosas. Hoy el sexo se construye de otro modo, por ejemplo, él es mostrado con descaro, sin pudor, las figuras retocadas del photoshop ofrecen la imaginería de un cuerpo completo y sin fisuras como signo de liberación, que al decir de Foucault, sólo hacen que el poder se instale más vivamente en el placer.

Lo anterior, implicó desde el siglo XIX cuatro grandes líneas en las que despliega del dispositivo sexualidad, aunque con rasgos cambiantes a lo largo del tiempo: a) la sexualización del cuerpo del niño. b) La histerización del cuerpo de la mujer que exigió una minuciosa medicalización de su cuerpo y su sexo, llevada a cabo en nombre de la responsabilidad que le cabría en el cuidado de sus hijos y de sacar a su marido de tabernas y levantamientos obreros. La mujer se constituye a sí en espacio de configuración de la solidez familiar y la salvación de la sociedad complementariamente. c) Una tercera línea fue el control de nacimientos, se trató, y se trata, de la planificación familiar, del control de la reproducción, en particular de las poblaciones pobres. d) En cuarto lugar, a partir de fines del siglo XVIII, se configuró la psiquiatrización de las perversiones (tal como lo muestran las dos internaciones del marqués de Sade).

Los nuevos modos de ejercicio del poder hicieron así "pasar de una simbólica de la sangre a una analítica de la sexualidad." La primera está centrada en la muerte, la segunda en la norma, el saber, el sentido y las regulaciones de la vida; no obstante ambas se encabalgan desde el siglo XIX hasta el presente, aunque con modalidades diversas.

En esa clave, la idea de raza, tiende a borrar las particularidades aristocráticas de la sangre para sostener los efectos controlables del sexo que actúan a nivel individualizante y totalizante. El racismo en su forma moderna estatal y biologizante (y en su forma post moderna donde el Estado conforma alianzas estratégicas regidas por empresas, organizaciones no– gubernamentales y organismos internacionales) conformó a la familia y la descendencia, como espacios para gestar la jerarquización social. Desde ahí, y en nombre de la propiedad se gestaron diversas intervenciones sobre el cuerpo individual y el de las poblaciones en nombre de la salud de la raza, hoy en nombre de la seguridad.

En esa clave histórica nace el psicoanálisis, que se opuso y diferenció de la eugenesia, del fascismo y el nazismo precisamente porque colocó la ley y la soberanía en la función del padre Soberano, en suma, afirma Foucault, pues convocó en torno al deseo, todo lo que antes estaba ligado a la ley del soberano Estado. Esto no implica que el psicoanálisis haya elidido al cuerpo, sólo supone que el psicoanálisis puso de manifiesto a los mecanismos de regulación la sexualidad como dispositivo político que se articula al cuerpo, lo inviste desde el entramado de relaciones sociales.

De modo entonces, afirma Foucault, que el sexo es definido e intervenido y con ello construido históricamente y la sexualidad es el dispositivo en el cual se configura el sexo a partir de la sociedad industrial. A través de este dispositivo el sexo "se agrupó en una unidad artificial elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones, placeres, pudo funcionar como significante único y sentido universal. Además al darse unitariamente como anatomía y como carencia, como función y como latencia, como instinto y como sentido, pudo trazar una línea de contacto entre el saber de la sexualidad humana y las ciencias biológicas de la reproducción. Así por la garantía de esas ciencias recibió una garantía de cuasi cientificidad. Por esa vecindad, ciertos principios de la biología y la fisiología pudieron servir de norma a la sexualidad" (Foucault, 1987: 185). Como consecuencia, la noción de sexo permitió pensar a la sexualidad, no en su vínculo con el poder, sino como algo que el poder intenta dominar; en esa clave, la idea de sexo permite esquivar lo que el poder hace: sus efectos subjetivos de carácter productivo y posibilita sólo pensarlo como ley y prohibición (ob. cit.: 188). Desde ahí concluye Foucault que es menester pensar al sexo como el punto ideal construido por el dispositivo sexualidad, a partir del cual cada uno debe acceder a su propia inteligibilidad. Por lo tanto, es menester analizar cómo el sexo se configura históricamente en el dispositivo sexualidad, proceso muy real que crea al sexo como instancia ideal. No hay que creer que diciendo sí al sexo se diga no al poder. No fue la censura sino el ascenso de dispositivos de sexualidad lo que construyó al sexo como significante ideal. No fue Freud quien descubrió su centralidad, él descifró la clave: el valor que había cobrado el dispositivo y con ello sorteó la grilla de inteligibilidad de la eugenesia, contemporánea suya, que hacía recaer en la herencia física el elemento central de la explicación de los fenómenos sociales y subjetivos.

 
Bibliografía citada o mencionada:
  • Foucault, M., "La arqueología del saber", Siglo XXI, México, 1991.
  • Foucault, M., "Nietzsche, la genealogía, la historia", La Piqueta, Madrid, 1976.
  • Foucault, M., "La Société Punitive. Course au Collége de France", Gallimard, Paris, 2013.
  • Foucault, M., "Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión", Siglo XXI, México, 1991.
  • Foucault, M., "Historia de la sexualidad, Tomo I: La voluntad de saber", Siglo XXI, México, 1987.
  • Foucault, M., "Historia de la Locura en la época clásica", FCE, México, 1986.
  • Foucault, M., "Los Anormales", FCE, Buenos Aires.
  • Foucault, M., "¿Qué es un autor?", Universidad Autónoma de Tlaxcala, México, 1985.
 
 
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