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Consecuencias
 
Edición N° 20
 
Marzo 2018 | #20 | Índice
 
¿Quiénes son los freudianos?*
Por Serge Cottet
 

Serge CottetVeinte años después. Hace veinte años, en 1981, yo había inaugurado en compañía del añorado Michel Silvestre, una rúbrica en el gabinete de lectura de la revista Ornicar? Una crítica asidua que tenía por objetivo a las mayores perlas de la Revue française de psychanalyse[1]. Sin gran éxito de escucha entre ellos, ni de marcado interés entre nosotros, el diálogo de sordos podía continuar. Avanzábamos sobre el tema siguiente: ¿cómo orientarse en la experiencia analítica sin la brújula lacaniana? Difícil recomenzar hoy semejante ejercicio de corrección de copia en un contexto en el que la SPP[2] ya no puede ignorar ni a Lacan ni a los lacanianos, testigo de lo cual es el número especial de la RFP[3] (2001).

En esa época, nos aferrábamos sobre todo a los dichos desbocados de los analistas, cercanos a la asociación libre. El diagnóstico nos parecía ser el siguiente: identificación del analista con el analizante. Todo lo que decimos puede hacer sentido, toda elucubración sobre el paciente debe interesar a la verdad del inconsciente. Y así de pronto, ya no parecía útil comprometerse en una prueba epistemológica high–tech que semejante deriva ya excluía.

Descuidando desde hace unos años las lecturas de las revistas de la IPA, vuelvo ahora a ello en ocasión de la polémica inaugurada por el número especial a propósito del cual J.–A. Miller ha sonado la alarma.

Freud des–supuesto

¿Qué es lo que ha cambiado desde 1981? Hoy de lo único que se habla es de crisis: institucional, ideológica, científica. Se duda de todo: de la formación de los analistas, de los conceptos, de la técnica. La influencia y la incidencia de las prácticas anglosajonas, en obra desde algunas décadas, no dejan intocable a Freud. El que hasta ahí era un punto fijo, al que se amarraba poco y nada la metapsicología a la francesa, ahora vacila. La ambivalencia con respecto a Freud, al cual se le reprocha a veces una responsabilidad en el marasmo actual de la institución, es notable. La referencia a la autoridad científica que él encarna se vuelve relativa: ¿qué es realmente científico en el psicoanálisis? Confesado por uno de los autores, la teoría se convierte en un asunto privado[4]. La única referente de la experiencia es la escucha del psicoanalista en función de su contra–transferencia, a lo que está reducida la relación con el analizante. El estilo hace valer "mi opinión", "mi punto de vista" (siempre muy personal), "mi subjetividad", etc. Es una tendencia. Hay otras: los partidarios de un semblante de programa de estudios intentan algo. Pero finalmente no se percibe más una defensa mayor de la metapsicología freudiana ni de sus desarrollos. Difícil dar lecciones de orientación freudiana al respecto de esto. La bomba está desactivada.

Esta constatación no es de mi autoría. Afortunadamente es un inglés el que se insurge contra esa erosión. Bollas le imputa a la "técnica británica" esa renuncia a la experiencia freudiana al punto tal que dicha técnica le ha, según él, "erosionado lo que hay de psicoanalítico en el psicoanálisis"[5]. El autor denuncia fundamentalmente una práctica sistemática de la interpretación de la transferencia desde el momento en que debe actualizarse en el hic et nunc[6] la sesión. Cerca de cincuenta años más tarde, creemos leer el Seminario I de Lacan sobre las desviaciones de la técnica freudiana. Oportunamente el Sr. Bollas elogia la creatividad de Lacan[7] y prosigue una crítica en regla de la institucionalización por parte de la IPA de una práctica protocolar del psicoanálisis.

¿No es entones un engaño hacia el público iluminado el oponer lacanianos a freudianos? El psicoanálisis es freudiano en la SPP tanto como la constelación del perro recuerda al animal que ladra. Nos parece entonces abusivo el sintagma "psicoanálisis francés" toda vez que este tiene como único factor de cohesión el rechazo[8] a Lacan o en el mejor de los casos la ambivalencia al respecto de él, mientras que cada uno, uno por uno, fabrica semi–conceptos [9]. El truco de magia que consiste en aprovechar el prestigio del que aún goza el freudismo en la opinión iluminada mientras se bastardean todos sus conceptos es absolutamente cuestionable.

Sin reducir a Lacan al retorno a Freud, es la ocasión para no olvidar que ha sido él quien, contra la IPA, ha restaurado la orientación freudiana en su filo, en su especificidad, contra todos los desvíos psico–bio–sociológicos que vuelven a tener éxito en nuestros días.

Hace 20 años, aún le reconocíamos a la SPP el relacionarse con la experiencia que Freud había instituido aunque haya sido interpretada de un modo un poco molieresco[10]. Pretendíamos ofrecer una grilla de lectura y de interpretación más exigente y más homogénea a la estructura del inconsciente. Hoy en día, en vista de la ausencia de referentes clínicos que provocaban más o menos la unanimidad, lo único que queda es un vocabulario cada vez más alejado de las construcciones de los freudianos e incluso de los post–freudianos. De vez en cuando, es cierto, aparece la palabra "objeto" o "mundo interno, mundo externo", "contra–transferencia", por supuesto, y sobre todo, algunos trozos de Winnicott, algunos restos de la Ego–psychology. Se diría que el síntoma neurótico y la estructura de las psicosis han dejado de existir. Como parece asimismo que "el psicoanálisis no está fundado en bases linguisticas"[11] ya ni siquiera estamos obligados a preguntarnos lo que significa hablar. Un esfuerzo más y la clínica psicoanalítica se reducirá al manual estadístico DSM IV.

¿En qué se han convertido los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis identificados por Lacan en la obra de Freud y que constituyen el mínimo de herramientas indispensables destinadas a interrogar la experiencia? Se puede imaginar un Diccionario de las ideas preconcebidas a la Flaubert con las definiciones más chatas:

  • El inconsciente: no siempre está estructurado como un lenguaje.
  • La pulsión: pulsiona.
  • La repetición: cuando termina, recomienza.
  • La transferencia: siempre relativa a la contra–transferencia.

Lo anti–Lacan no es pues en absoluto una defensa de Freud. Menos aún un retorno a los conceptos fundamentales, sino el borrado progresivo de su doctrina y la neutralización de todo aquello que produce la especificidad de su clínica en relación al trastero de la psicopatología contemporánea; patchwork, pidgin que deprime todo deseo de saber. Se dirá: es el banquete totémico de los postfreudianos luego de la muerte de Freud. Se come lo que hay en todos los estantes. Si fuese cierto, ¡ya sería algo! .No tenemos, por otro lado, nada contra los postfreudianos: Lacan forma parte de esa serie. El vocabulario rudo de estos pretendía por lo menos salvar algo, de un más allá de la psicología, de las instituciones y de las ilusiones de un roce intersubjetivo, propio del obscurantismo contemporáneo. Había escuelas, doctrinas, Anna Freud contra Melanie Klein, o el middle group. El psicoanálisis francés está en otra parte. Se las arregla solo[12].

Desorganización contra–evolutiva

Tomemos por ejemplo el debate alrededor de la pulsión de muerte, iniciado por Jean Guillaumin y André Green en La invención de la pulsión de muerte. No hay duda de que esa noción fundamental es enviada al tacho de basura de la Historia. No vemos por qué, a excepción del pesimismo de Freud, semejante invento perduraría, desconocido a la observación y sin base biológica. Era una repetición de lo de 1914, o tal vez de lo de 1924, cuando nadie comprendía dónde Freud había ido a buscar tales hipótesis. Es ahí que se hace sentir la necesidad de borrar el descubrimiento con un vocabulario a la Pierre Dac, digno de Malheur au barbu[13] (nunca mejor dicho). Imaginamos el diálogo. Uno declara "Pues bien, yo prefiero decir desorganización contra–evolutiva, en lugar de pulsión de muerte"[14]. ¿Y usted qué dice?. Pues yo rectifico y anuncio un nuevo protocolo de estudio: "supresión de la expresión pulsión de muerte y remplazo por el término genérico de pulsión de destrucción con orientación interna o externa"[15]. Se habrá notado, es cierto, "la distancia que separa su pensamiento (el de Freud) de mis opiniones (las de Green)"[16].

Antiguo debate sin embargo, aquel de los años treinta, en el que Melanie Klein era la única que salvaba la pulsión de muerte de Freud poniendo justamente en juego el reverso de un teatro edípico –se decía pre–edípico en aquella época– la experiencia autodestructiva del sujeto. Por lo menos se consagraba a salvar la experiencia analítica sin recurrir a la evolución biológica. Es inútil fanfarronear sobre esta cuestión puesto que ya se trataba de la piedra angular del último freudismo, el dualismo pulsional vida–muerte. Muchos freudianos consideraban acerca de este punto que, con un Freud envejeciendo, la guerra no estando muy lejos, los duelos, la enfermedad, etc., incidían en su ánimo especulativo. Chicanear sobre la pulsión de muerte, uno de los conceptos más populares de Freud, es hacer prueba o bien de mala fe, o bien de una regresión teórica lamentable.

Sin entrar en el detalle, alcanza, como lo hace Lacan, con inscribir esta noción en el campo del lenguaje para que cese de aparecer como una curiosidad teratológica en la teoría: significa que el significante mortifica al sujeto, lo inhibe, lo enferma. Hay algo en la sexualidad que se opone a todo ciclo vital. En ese sentido, el goce no es ni progresista, ni atento a los intereses del sujeto, ni preocupado por su felicidad o por su tranquilidad, sino que es el continente negro del sujeto: ni intra ni extra–subjetivo. Por el hecho mismo del sexo, una parte de lo viviente se nos escapa, es lo que llamamos pulsión. ¿No es lo mínimo que hay que oír cuando el analizante evoca sus fallidos, su miseria, el calvario del amor, etc.? ¿O bien creemos superar todo ese desorden a través de la observación hoy más minuciosa del recién nacido en el laboratorio? ¿Es de este modo que viven los hombres? ¿El psicoanálisis se desarrolla a través de la aprehensión de los fenómenos cognitivos o a través de la atención que se le presta al desgarro subjetivo que caracteriza al hombre y a su deseo?

Otro autor, es cierto, da más relieve a la pregunta aplicando al grupo freudiano y a sus avatares la noción de pulsión de muerte. En un brillante artículo sobre los fundamentos freudianos del odio por el otro[17], René Kaës le encuentra una justificación a esa noción; fundamentalmente a partir de los odios y de las escisiones del propio grupo psicoanalítico. El narcisismo de grupo, reforzado por la identificación con el gran hombre, es lo que se llama el imaginario del grupo. En el fondo, Freud no encontró nada mejor que la historia del movimiento psicoanalítico para justificar su descubrimiento. Añadamos que su posición de padre autoritario suscitaba un grupo estructurado a partir de la ambivalencia, de los celos. En fin, es la horda primitiva de los psicoanalistas. Como Lacan, y no es mejor, se reprocha finalmente a los analistas su identificación con el padre muerto al infinito. No es completamente el punto de vista de Lacan sobre lo posterior a Freud y la transmisión del psicoanálisis. La crítica a Freud también forma parte del programa de la transmisión. Retorno a Freud no excluye la elucidación y la crítica de sus conceptos, sin por ello liquidar la experiencia y el dispositivo que permitieron hacer existir. Al liberarse de los principios surgidos del descifrado del inconsciente, es la experiencia entera la que se destruye. La obsesión por el padre fundador, es decir, la lectura edípica de la historia del psicoanálisis, ha terminado. Si el hecho de olvidar a Freud alivia, que por lo menos se lo haga con un mínimo de rigor y de honestidad, en lugar de abrir las puertas del psicoanálisis a la invasión de las tecnologías contemporáneas de reforzamiento de la autonomía. ¿Se nos va a enyoizar aún durante mucho tiempo[18] con la herencia, con la filiación, con el yerno, etc.? Lacan critica a Freud para tomar un poco de distancia en relación al Nombre–del–Padre. Kaës tira al bebé junto con el agua de la bañera: a malas políticas, malas palabras, como si la política de Freud alterara el valor de sus descubrimientos clínicos por la sola razón de que se las podía aplicar a él mismo.

Se nos hace más claro hoy que la SPP, veinte años después, no dispone de ninguna herramienta freudiana para interrogar la experiencia. Llegamos incluso a preguntarnos si la experiencia es la misma para todos, si es común a los analistas más allá de sus elucubraciones privadas. Tiendo a pensar que no y que todo lleva a creer que no se trata, para todo el mundo, de una experiencia de la palabra. Aunque el objeto del discurso fuese el comportamiento del ratón en el laberinto, el vocabulario permanecería inalterado.

Reducción de la experiencia freudiana

Es cierto que también se expresan en la revista autores actualizados. No desconocen la deuda que contrae cada analista con Lacan, aunque más no fuese a título de retorno a Freud. Por más que se diga que hay numerosos Lacan, numerosas etapas, con escansiones anti–freudianas, sobre todo luego de los años setenta; Lacan ha dado los instrumentos necesarios para no confundir al inconsciente con lo intra, lo interno, ni otro dato arcaico. Es el motivo por el cual el debate sobre continuidad o ruptura no nos parece lindar con una epistemología muy sutil. Se evoca la contra–transferencia de Lacan hacia Freud, como lo hace Guyomard. En mi conocimiento, Lacan nunca empleó esa expresión, sino más bien, aquella de transferencia negativa, tratándose de su relación con Freud. De lo que se trata es en efecto del supuesto saber. Freud sabía. Desafortunadamente si el inconsciente es un saber inscripto en lo real, ello no empuja al optimismo; y surge de allí un motivo de crítica. El inconsciente es relativo al discurso mismo que lo instituye y que lo escucha; da esperanza de un cambio con la condición de saber–hacer ahí. Puede, llegado el caso, ser incluso transmitido.

Que Freud no sea lacaniano no impide que Lacan sea engañado por su discurso hasta el final. No se supera a Freud: se lo critica. Lo que se pregunta es pues si la doctrina freudiana da suficiente cuenta de la experiencia y del campo que ha abierto, un campo que se extiende hasta el malestar en la cultura. Está claro que existen nuevos síntomas que no había previsto. Esos síntomas merecen ser interrogados a partir de la punta más aguda de la clínica: lo real, el fuera–de–sentido del goce, nociones poco familiares para los partidarios de lo borderline y que no son sin embargo extrañas para los freudianos. Al no reconocerlas, este campo se cierra sobre sí mismo implicando la responsabilidad del psicoanalista.

Afortunadamente, Guyomard confirma que la lectura de Lacan "suscita un renovado interés por Freud"[19]. Del mismo modo un rechazo de Lacan puede acarrear un rechazo de Freud y del psicoanálisis. Sobre este último punto, hay que estar atento puesto que Guyomard se ocupa del significante del corte que, para él, haría la partición[20] entre la experiencia freudiana y otro tipo de experiencia. Alude a una práctica que él censura, concernida por el "uso mecánico del concepto de significante"[21]. No sé de qué mecánica se trata, siendo que el significante es en sí mismo lo suficientemente técnico por definición en su estructura lógica. Pero vemos a qué apunta Guyomard. Ese uso "desvalorizaría a priori todo aquello que es experimentado y sentido"[22]. ¡Ya está! ¡Se recomienza con los afectos! El anti–lacanismo primario censuraba a un Lacan intelectualista. La crítica de Guyomard se dirige a los lacanianos que no dejarían tiempo a sus pacientes para experimentar algo. Sería sorprendente. Tranquilícense: el analizante tendría razón en rebelarse.

Parece pues que el significante es reductor de la experiencia. Para superar ese desecamiento habría que "dar un sentido clínico a términos como clivaje, disociación, denegación de lo sentido y falso self"[23].

Sin embargo el problema no es dar un sentido clínico a conceptos venidos de afuera, sino encontrar los conceptos más adecuados a la nueva experiencia. El valor de estos es función de la ruptura que instauran en relación a la continuidad de los estados de ánimo. Los cuatro ejemplos citados por Guyomard no tienen esa virtud, están más emparentados con los semi–conceptos de Guillaumin. Sería fácil mostrar que ninguna de esas categorías es específica del Campo Freudiano. Clivaje es empleado a la vez por Bleuler, Janet y sobre todo Melanie Klein en acepciones bien diferentes. La disociación es un dato clínico del psicoanálisis bleuleriano, concerniente a la esquizofrenia. La denegación de lo sentido no es un concepto; o bien se quiere decir represión, o bien si se atiene a la denegación, tanto como Freud se atenía, es para afinar la doctrina del fetichismo y de la perversión. Es sabido que Freud no cedía en las palabras, sobre todo cuando estas edulcoraban su descubrimiento. Véase autismo que borra auto–erotismo en los años diez, o la escotomización de Laforgue que permite prescindir de la castración. ¿Y entonces, el significante borraría todo eso? Cuando por el contrario, permite un corte de la clínica y permitiría fundamentalmente asegurar a los fenómenos psicóticos su especificidad, aquello que es borrado hoy por el continuum sindrómico del DSM IV. Paso por alto el self desarrollado por Winnicott, señalado por Lacan, aún mientras prefería el objeto transicional. Es curioso que, en la RFP no se tenga en cuenta el objeto a de Lacan y que su obra sea en efecto reducida a una elucubración sobre el significante. Hemos allí la verdadera reducción.

Discrepo pues con la idea según la cual "una de las culminaciones del lacanismo es una reducción de la experiencia freudiana"[24]. Es todo lo contrario. El progresivo maquillaje de los conceptos de Freud en categorías adaptadas a la vivencia contemporánea contribuye a diluir la experiencia que él instauró. En esas condiciones, es inútil lanzarse a un largo debate acerca del inconsciente freudiano y el inconsciente lacaniano, y hacer trucos de magia entre corte del inconsciente y corte con Freud.

Puede ser que se esté cansado de Freud en la IPA. Una cura de lectura lacaniana podría tal vez hacerlos volver a él. A menos que lo real no se ocupe él solo ya de ello.

Los freudianos, en efecto, son aquellos que tropiezan sobre la cuestión de lo real, y toman en cuenta el malestar en la cultura, el goce contemporáneo, la pulsión como algo imposible de simbolizar sin resto. Hacen un paso suplementario para proponer una doctrina del fin del análisis que el proceso del pase interina.

No es necesariamente un fracaso, como la RFP nos lo imputa. Es una experiencia educadora que concierne los efectos de un análisis sobre ese real. Ninguna de las grandes preguntas que hace Freud al final de su vida –el fin de un análisis, el goce femenino, el grupo analítico, los límites del análisis– ha sido escamoteada. Lacan es quien ofrece los mejores instrumentos para tratar las preguntas que interesan a todo el mundo. Da la impresión de que empiezan a hacerse esas preguntas en la RFP.

 
Traducción: Philippe Fultot.
 
Notas

* Título original: Qui sont les freudienes?, del libro: Qui sont vos psychanalystes?, Jacques–Alain Miller et quatre–ving–quatre amis, Éditions du Seuil, Paris, 2002. Traducción hecha para esta Revista por Philippe Fultot.

  1. Cf. Por ejemplo Ornicar? n° 24–25.
  2. Société Psychanalytique de Paris.
  3. Revue française de psychanalyse.
  4. RFP, p. 99.
  5. RFP, p. 234.
  6. Locución latina que significa literalmente "aquí y ahora".
  7. RFP, Op. Cit p. 240.
  8. Nota del Traductor: refoulement es tanto "rechazo" como "represión", y puede ser interpretado de ambos modos en el contexto de un escrito sobre psicoanálisis.
  9. Guillaumin, J., en L'Invention de la pulsión de mort, Dunod, Paris, 2000, p. 46.
  10. Nota del Traductor: En referencia a Molière, dramaturgo cómico francés del siglo XVII. Por extensión, lo molieresco es algo cómico, que hace reír.
  11. RFP, Op. Cit., p. 206.
  12. Nota del Traductor: en el texto original, "fait son plum–pudding tout seul", "hace su budín solo".
  13. Célebre radionovela francesa cómica de los años '50, con guiones de Pierre Dac y Francis Blanche.
  14. Green, A., Op. Cit., p.164.
  15. Ibíd.,p.170.
  16. Ibíd.
  17. Guillaumin, J., Op. Cit., p. 89.
  18. Lacan, J., Ornicar?, n°2, p.103.
  19. RFP, Op. Cit., p. 327.
  20. Nota del Traductor: Partage significa tanto "partición" como "compartir". Se trata de lo común que une en la separación.
  21. RFP, Op. Cit., p. 332.
  22. Ibíd.
  23. Ibíd.
  24. Ibíd.
 
 
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