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Consecuencias
 
Edición N° 21
 
Noviembre 2018 | #21 | Índice
 
El campo transferencial de la política hoy [*]
Por Reginald Blanchet
 

Reginald BlanchetEl campo transferencial de la política hoy en Occidente podría estar obligado a organizarse en dos polos. Por un lado una transferencia “positiva” hacia el “Pueblo”, por otro una transferencia negativa hacia la “democracia”, y más generalmente hacia la “política”.

“El–Pueblo” debe ser comprendido en el sentido de la realidad fantasmática. Y es esencialmente variable. “El–Pueblo” es en efecto un significante flotante. Como es de constatar, no por eso indexa de modo menos constante y conjunto una protesta y una aspiración. Protesta contra la desposesión de sí (pérdida de soberanía y de identidad, de espacio propio pues). Aspiración a la dignidad y a la seguridad. En eso, “El–Pueblo” está obligado a ser, y entonces a tener, la respuesta al malestar que conoce la civilización occidental ligada a los azares de la mutación profunda que atraviesa. Es el sujeto supuesto saber de los discursos que serán considerados con acierto como populistas. Es esa transferencia al “pueblo” como sujeto al que se le supone detentar la solución al problema político lo que logra la eficacia de la propaganda de tipo populista. Aunque movilizado en la retórica más elementalmente demagógica, no por ello deja de operar. La elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos continúa siendo, en ese sentido, un acontecimiento mayor. La onda de choque no termina de producir efectos desestabilizantes para el equilibrio del mundo.

De modo paradójico, a primera vista el éxito político de esos discursos anti–élite y anti–sistema es la expresión confirmada de una transferencia negativa hacia la democracia. Es un hecho que los procesos de “de–democratización”, que tienden a generalizarse en Occidente, son llevados a cabo bajo el llamado al hombre fuerte, al autócrata.

Los países y formaciones sociales del Este europeo son hoy el teatro principal de esto (véase el grupo Grupo Višegrad). La demanda de autoritarismo político y de segregación social se oye cada vez más fuerte. Es el espacio mismo del conflicto institucionalizado propio al régimen de democracia representativa el que es activamente atacado.

Donald Trump puede ser visto como la figura de proa de la demanda de autoritarismo en boga en nuestras democracias. Su estilo en política denota sin embargo el carácter específico de la demanda política de la cual pretende hacerse el portavoz. Su interpretación de la demanda “anti–sistema” pone al goce, sino en el puesto de comando[1] de la política, por lo menos en el primer plano de la escena política. En principio en su relación con la palabra. Groseros, sus propósitos muestran el goce que el presidente de los Estados Unidos obtiene de la obscenidad: la palabra queda aquí reducida al estado de “carroña”, el insulto es gozado a más no poder. La verdad aquí ya no es, parafraseando lo dicho por Lacan, “hermana de goce”, sino que es esclava (teoría de los “hechos alternativos”, “fake news”, o bien el sempiterno complot imputado a los medios de prensa). La hipervirilidad reivindicada sobredimensiona el goce misógino del bruto, de todas las clases sociales, que se defiende del efecto feminizante de la castración en su fantasma. Crea un sistema con la ideología del supremacismo blanco y de la voluntad de segregación que recorre el cuerpo social. Todo esto acompaña al odio ostentatorio del saber dejado a la delectación de lo que Trump llama las “élites degeneradas de la costa Este”.

El sujeto supuesto gozar

Vale decir que aquello que es promovido es la ley del goce, que no conoce ni censura ni subordinación a un interés superior cualquiera. Se trata del cinismo de la posición anti–sistema sostenida por la derecha dura y la ultra–derecha. Se trata igualmente de la modalidad de goce cínico que propone a sus simpatizantes. Es goce de resentimiento y de odio. “Make America great again” suena extrañamente a “Make America hate again”. El odio aquí hace un todo con la pasión de la ignorancia, del “no quiero saber nada” y de la decadencia del saber, objeto execrado de Donald Trump en persona. A punto de asumir sus funciones de presidente, tuvo que renunciar finalmente a la lección de iniciación a la Constitución americana de la que ignoraba prácticamente todo, a causa de no poder resistir al aburrimiento mortal en el que la lección de derecho constitucional lo hacía sucumbir. Ejemplo de eso habla, eso goza y no quiere saber nada con ello sobre lo que ironiza Lacan [2].Sabemos así que el objeto de transferencia que constituye Donald Trump para sus electores es el objeto–goce. El fundamento de esa transferencia no es otro más que el sujeto–supuesto–gozar. Más exactamente, es el goce promovido en lugar del saber: es incluso el goce–supuesto–saber.

Llevado al sujeto supuesto saber que constituye el fundamento de la transferencia, esa transferencia en estado salvaje sería, no la negación del sujeto supuesto saber[3], sino su torsión, su mutación en hecho de goce. El saber permanecía pues interesado, pero investido especialmente en su calidad de saber agujereado, de saber apuntado entorno a su agujero, o mejor dicho tal vez, movilizado a su revés que constituye el goce. Es lo que demostraría hoy el campo transferencial de la política polarizado por el odio y por la ignorancia, por un lado, y la invención que se busca aún con malestar de un plus de democracia prevenir contra ello, por otro. Imantados eminentemente por el odio y por la ignorancia el campo transferencial de la política hoy es el campo en el que el goce se ejerce en su ferocidad en estado bruto, es decir en lo salvaje. Donald Trump es el parangón de ello. La transferencia salvaje[4] puede ser comprendida entonces ya no solo como goce salvaje, sino precisamente como goce de lo salvaje como tal.[5]

El discurso del psicoanalista no podría ser indiferente u oponer solo la soberbia de lo que solo sería entonces su propia impericia. El sujeto de su discurso, y eso no es sin consecuencia, no tiene solo como zócalo efectivamente al sujeto de la ciencia, sino más aún al sujeto de la democracia. Aquello a lo que apunta el régimen democrático es precisamente a oponerse a la institución de lo salvaje del goce en política.

 
Tradujo Phillipe Fultot
 
Notas

* Extracto de la intervención pronunciada, bajo el título inicial de “El goce supuesto saber”, en el XVI Congreso de la NLS “La transferencia en todos sus estados, salvaje, político, psicoanalítico”, Paris, 30 de junio-1 de julio de 2018.

  1. El goce promovido al primer plano de la conducta de la política en sí misma se lee en la orientación aislacionista y estrechamente replegada sobre sí misma de la defensa de los intereses del país. “América First” se entiende como América por encima de todos, o aún América en detrimento de todos. La linea se muestra en todo su cinismo para gran alegría de una ultra-derecha que representa a las fuerzas más conservadoras del país. Aquel que detiene el poder ejecutivo, dando el espectáculo de goce ubicado por encima de todo, imponiendo su ley en todos lados y siempre, la obedece pues eficazmente. La ley del goce promovida en la escena política como principio de gobierno está encarnada en el estilo político de Donald Trump y en su extravagancia.
  2. Lacan, J.El Seminario, libro XX, Encore, Seuil, 1975, pág. 75.
  3. “¡Yo sé cómo arreglar esto!” “I know how to fix it!” tal fue la antífona de la campaña electoral de Donald Trump. El candidato se hacía fuerte afirmando saber cómo reformar el “sistema en decrepitud” y “devolverle a América su grandeza”, y ser el único, por ese solo hecho, a detentar el poder de hacerlo.
  4. Lacan evoca la transferencia salvaje a propósito del acting out sin análisis. Cf Seminario X, La Angustia, Seuil, 2004, p.148.
  5. Ver en relación a ese punto F. Cusset, Le déchainement du monde. Logique nouvelle de la violence, La Découverte, 2018, p. 141.
 
 
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