Última edición Staff Links Contacto Instituto Clínico de Buenos Aires Seguinos en FacebookSeguinos en Facebook
Consecuencias
 
Edición N° 21
 
Noviembre 2018 | #21 | Índice
 
Psicoanálisis y economía. El psicoanálisis o el fracaso de la economía
Por Christian Laval
 

Christian LavalPlantear la pregunta sobre la relación entre economía y psicoanálisis es interrogar la antinomia absoluta de dos maneras de aprehender el lazo del individuo moderno a los “objetos”, es decir de dos éticas. El psicoanálisis, el de Freud y el de Lacan, enuncia el fracaso de la economía como discurso de la armonía realizable por medio de la producción y del consumo de los bienes necesarios para la satisfacción de las necesidades. La oposición es radical y profunda entre el campo ético de la economía política (incluida, hasta cierto punto, de su crítica marxista) y el campo ético del psicoanálisis. Es extranjera y opuesta al mundo de la armonía, tal como lo describe o lo promete el discurso económico, pero le es al mismo tiempo aparentemente muy cercana, al menos en Freud, en tanto cultiva cierta intimidad con el discurso económico para invertir la lógica apoderándose de algunos de sus conceptos y de los esquemas explicativos más fundamentales (utilidad, inversión, cantidad, etc.)

El psicoanálisis propone, sin duda, una “economía”, pero una economía extraña que funciona al revés del discurso económico y lo lleva más allá de sí mismo[1]. El discurso económico es dirigido por una relación “feliz” del ser humano con los bienes, formulada por el principio de utilidad. El discurso analítico es conducido por una relación “infeliz” del ser humano con los bienes, expresado por lo que se llama el principio de ficción. Uno enuncia el éxito de esta relación, el otro su fracaso. En cada caso se trata de un principio de conducta, dicho de otro modo de una economía individual retomada, en otro nivel, como una ética, un imperativo para conducirse “como es debido” en relación a lo real. El principio de utilidad reposa sobre la racionalidad maximizadora de la conducta individual. François Quesnay dio, quizás, la expresión más clara: “Obtener la mayor cantidad de goce posible, con la mayor disminución de gastos posible, es la perfección de la conducta económica”. El principio de ficción es otra economía caracterizada por la substitución, el señuelo, el fantasma, la ilusión, la repetición del fracaso. No se alcanza el objeto del deseo porque está irremediablemente perdido, de manera que el cálculo que se puede realizar es el de “hacer con” un fallido de estructura. Si el discurso económico, contra toda evidencia, promueve la armonía como ideal realizado o a realizarse, el discurso analítico hace del fracaso de la armonía entre el individuo y los bienes, el centro de su propósito. Conocemos sobre este punto las fórmulas lacanianas: “la esencia del objeto es el fracaso”[2]. Este “fracaso” en el corazón del discurso analítico no es una invención de Lacan. Es constitutivo del freudismo. Entonces es por él que se debe comenzar.

El discurso desencantador del psicoanálisis freudiano

Freud nunca escondió que el psicoanálisis tenía algo que decir sobre el lazo social. Conocemos esta aserción de 1921, que identifica psicología individual y psicología social: “En la vida psíquica del individuo tomado aisladamente, el Otro interviene muy regularmente en tanto modelo, sostén y adversario y por este hecho la psicología individual es de entrada y simultáneamente una psicología social, en este sentido extendido pero perfectamente justificado”[3].

El psicoanálisis está perfectamente en su derecho de pretender tar los fenómenos sociales. Eso de lo que Freud no se privó. Y si los trata, es para dejar una lección sobre la manera de proceder en la existencia, ética a la que invita la práctica del psicoanálisis. En Malestar en la Cultura (1929) es donde esta se encuentra mejor resumida: el psicoanálisis invita a no adherir a las ilusiones que una época se realiza sobre ella misma, ya que tiene una mala noticia para anunciar. Los hombres buscan incansablemente la felicidad, y no logran alcanzarla. La constitución de su aparato psíquico sostiene esta exigencia de felicidad. El objetivo de la vida que se dan está gobernado por una formulación cultural, históricamente diferenciada, del principio del placer. Sin embargo, las fórmulas culturales de esta búsqueda de felicidad son todas ilusiones sociales.

El orden del universo como la condición humana se oponen, escribe Freud. Las instituciones sociales, cualesquiera que ellas sean, son la fuente de frustraciones porque están hechas para frenar las pulsiones más vitales. Hay una contradicción fundamental en la existencia humana: “Se nota, es simplemente el principio del placer el que determina el objetivo de la vida que gobierna desde el origen a las operaciones del aparato psíquico; ninguna duda puede subsistir en cuanto a su utilidad, y sin embargo el universo entero –el macrocosmos tanto como el microcosmos– busca disputar su programa. Este es absolutamente irrealizable; todo el orden del universo se opone; estaríamos tentados de decir que no entró en el plan de la “creación” que el hombre sea “feliz””[4].

¿Cómo resolvieron esta contradicción los seres humanos? Inventaron soluciones que aparecen tanto como avatares colectivos de la pulsión socialmente regulados, como formas de agenciar socialmente la represión, la sublimación o la perversión. Limitaron las necesidades o bien, al contrario, aumentaron los medios para satisfacerlas, se negaron a los deseos por ascetismo o sobreprodujeron los bienes para dar libre curso a una infinidad de deseos, o más aún se entregaron a las ocupaciones culturales o a las especulaciones intelectuales para alejarse de la realidad. Ha sido inútil. Ninguna de estas dialécticas logró superar una contradicción radical. La causa del hombre es el malestar. A falta de ser sublime, la ética de Freud es coherente: si ninguno de los grandes ideales sociales asegura alcanzar el Soberano bien es inútil todavía buscarlo.

Lacan señala en alguna parte que Malestar en la cultura no goza de una gran reputación. Se parece al testimonio desencantado sobre la vida de un científico que está envejeciendo. Es en realidad otra cosa, si logramos ver que lo que él enuncia es que la “solución” moderna no ofrece mayores ventajas que las demás para asegurar la felicidad. Para comprender la naturaleza de esta “solución” moderna hay que acordarse que la publicación surge en la obra freudiana luego de la crisis y de la reformulación teórica de la llamada “segunda tópica”, en la que Freud sitúa la originalidad de su descubrimiento en “Más allá del principio del placer”. Sin embargo, hasta aquí, el principio del placer buscaba concordar con la realidad transformándose, o más exactamente, moderándose. En una palabra, calculando las chances de alcanzar sus fines, teniendo en cuenta a la realidad. Freud llamó a esta capacidad adaptativa, el “principio de realidad”[5]. En su artículo “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (1911), Freud precisa el objetivo de su texto: “la tarea que nos incumbe ahora es la de examinar en su desarrollo la relación del neurótico y del hombre en general con la realidad, y de integrar así la significación psicológica del mundo exterior real en el cuerpo de nuestra doctrina”. Sin embargo, esta relación con la realidad está definida precisamente como una relación de utilidad. Es que la realidad no puede ser, bajo la mirada de esta suerte de tiranía del principio del placer, más que un enlace sustitutivo: “Así como el yo–placer no puede hacer nada más que desear, trabajar para ganar placer y evitar el displacer, asimismo el yo–realidad no puede hacer más que tender hacia lo útil y asegurarse contra los daños” (subrayado por Freud). Y agrega como nota una cita de Bernard Shaw que ilustra muy precisamente, según él, la dominación del yo–realidad sobre el yo–placer: “para poder elegir la línea de la mayor ventaja en lugar de ceder en la dirección de la menor resistencia”[6], frase que está en la línea del pensamiento utilitarista. La substitución–continuidad, esta suerte de Aufhebung, de utilidad con respecto al placer está dada en este texto como una operación estructural (si se nos permite el anacronismo), permitiendo rendir cuenta del clivaje psíquico. El principio de realidad no es otra cosa que el principio de utilidad, es decir el que la filosofía utilitarista propuso como “solución” moderna por excelencia en la organización social.

Esta substitución de lo útil al placer está lejos de ser solamente un hecho de ontogénesis psicológica. Cuando confrontamos este texto de 1911 con Malestar en la Cultura, redactado dieciocho años más tarde, vemos que Freud inscribe la promoción de la utilidad en un punto de inflexión histórico que vio el éxito de la solución económica propia de las sociedades modernas que pretenden superar la antinomia entre institución y pulsión por el trabajo y la producción. Freud resume esta “solución” moderna: “se trabaja con todos para la felicidad de todos”. Donde no se puede no reconocer una propuesta fundamental de la economía política, tomada bajo el ángulo de una ética propia del mundo moderno. Pero si en 1911, la substitución ontogenética parecía una condición misma de una felicidad al menos relativa, cuando se convierte en una solución social es condenada al fracaso como las otras tentativas humanas de resolución de la contradicción.

¿Por qué este pesimismo freudiano con respecto a la felicidad económica? ¿Por qué esta constatación del fracaso de las formaciones sociales centradas sobre la economía? Primero, para tranquilizarse, Freud no perdió la esperanza de que una “dictadura de la razón en la vida psíquica del hombre” pudiera volver a las sociedades gobernables, haciendo comprender las lógicas afectivas que comandan el psiquismo humano[7]. En otras palabras, el psicoanálisis en tanto desarrollo del espíritu científico, parece prometer una suerte de racionalización del fracaso de la promesa económica, es decir una explicación científica de los límites de la racionalidad económica, según una “dialéctica de la razón” que Adorno y Horkheimer no habían previsto[8]. No lo hizo hasta ahora, al menos “claramente”.

Para responder directamente a la solución económica moderna y a su fracaso, hay que volver a los textos “sociológicos” de Freud. En el “Porvenir de una ilusión”, como se sabe, él califica a la religión como una ilusión. Una ilusión, en este sentido preciso, es una creencia nutrida por los deseos de origen infantil provenientes en compensación de las privaciones introducidas por el sistema de prohibiciones de la civilización y por la situación de desamparo original del niño deseoso de protección y de compensación. La “salvación” es siempre el deseo de un Otro protector, así como de un Otro que prohíbe, es la esperanza en el “reino bienaventurado de la Providencia divina”, escribe. Ciertamente esta creencia en la bondad divina podría ser desmentida por el argumento racional propuesto por las ciencias sociales según las cuales las instituciones sociales son obra de los hombres y de los hombres solos.

Hay por supuesto, destaca Freud, una ventaja considerable al substituir un origen puramente humano de las instituciones al supuesto origen divino. Esta explicación racional sería, sin duda, mejor a fin de “reconciliar a los hombres con la presión que ejerce sobre ellos la civilización” [9]. El hecho de atribuir a dios lo que corresponde a la voluntad humana ha engendrado una proliferación de lo sagrado más allá de las prohibiciones fundamentales de la civilización (prohibición del incesto y del asesinato). El racionalismo aplicado a las cosas humanas tendría como ventaja que “los hombres estarían más capacitados para comprender que (las leyes y ordenanzas) han sido creadas no tanto para dominarlos sino en acuerdo a su propio interés, tendrían para con ellas una actitud más amigable, y en lugar de buscar abolirlas, apuntarían solamente a mejorarlas.”[10]

Sin embargo, las ciencias sociales, procedentes del Iluminismo, no logran esta reconciliación. El utilitarismo que hace valer el interés al fundamento de las instituciones, y que es una versión particular del racionalismo político, es un fracaso, suena incluso falso con respecto a la explicación religiosa, subraya Freud, quien valida el argumento religioso por sobre el argumento racional. Porque el argumento religioso dice una verdad que no puede ser tomada en cuenta por ninguna “construcción racionalista”, una verdad inconsciente que expresa a su manera la religión, y que Freud quiere inscribir en la historia real: el asesinato del padre primitivo (Urvater): “Así la doctrina religiosa nos dice la verdad histórica, aunque de forma transformada y disfrazada; nuestra exposición racional, al contrario, la desmiente”[11]. Sabemos que Tótem y Tabú está enteramente consagrado a una construcción mitológica alternativa, en la medida en que las teorías políticas son también mitos de origen. Pero esta explicación mitológica tiene una ventaja sobre los otros mitos racionales, en tanto da cuenta de la imposible realización de la felicidad a través de las instituciones. En otras palabras, esta explicación da cuenta del drama humano más fundamental, mientras que la “construcción racionalista” sólo puede conducir hacia esfuerzos vanos, hacia utopías peligrosas e incluso hacia odios bárbaros.

Si entonces, tenemos la impresión de que las frecuentes presentaciones que Freud hizo del principio del placer no hacían más que retomar y prolongar a la psicología inglesa y alemana de los siglos XVIII y XIX, se debe constatar que el resultado al que él llega se opone a las conclusiones de estas psicologías. Freud lo escribe muy claramente como lo vimos más arriba.

Esto se debe a lo que entendemos justamente por “felicidad”. Sólo puede proceder de “goce intenso” y no de una simple evitación del sufrimiento dado por el justo y prudente respeto del principio de realidad. El prototipo de este goce es el objetivo sexual, pero está expuesto y por lo tanto la felicidad con él, a la extrema fragilidad debida entre otras cosas a las restricciones impuestas por la sociedad. El goce está marcado por lo prohibido. El proceso de civilización, cuyos métodos pueden ser asimilados a las imposiciones de la repetición de la neurosis obsesiva, tienden a controlar en el ser humano a “la bestia salvaje”[12]. Freud retoma por su cuenta la palabra de Térence que recupera a Hobbes: Homo homini lupus. Y la inspiración hobbesiana lo conduce así a escribir: “el hombre civilizado intercambió una parte de felicidad posible por una parte de seguridad”[13]. En otras palabras, la realidad social, como la realidad física, impone una renuncia. Pero mientras que en Hobbes y en todos los “racionalistas”, no se trata nunca más que de una renuncia aprovechable abriéndole al hombre el campo de paz y de prosperidad bajo el ala protectora de la ley común, la orientación freudiana conduce a oponerse a las pretensiones para instituir la “sociedad feliz”, ya sea bajo la égida de la religión, de la concurrencia liberal o del Estado comunista.

Freud sostiene, entonces, que todas las representaciones de la sociedad, con los ideales que las acompañan son diques para el goce imposible en tanto destructor de la civilización misma. La vida en común no puede reposar más que sobre una mentira, como el modelo del ideal de amar al prójimo como a sí mismo, “ideal cuya justificación verdadera es precisamente que nada es más contrario que ello a la naturaleza humana primitiva”[14].

La posición freudiana transgrede al utilitarismo dominante de nuestra época contrariamente a las asimilaciones que han podido ser realizadas sobre este punto. El principio de realidad, alias el principio de utilidad está en jaque. Cuando Freud constata que los grandes progresos técnicos, el bienestar económico y los perfeccionamientos institucionales han hecho del hombre un dios, este dios no puede ser feliz aún cuando “todo está ordenado con miras a lo que le resulta útil”[15]. Lo útil, al cual está irremediablemente atado el discurso económico es, entonces, la última ilusión. Entendemos por qué Lacan se interesó en este punto por el utilitarismo y por Bentham. O, mejor dicho, al fracaso de Bentham, es decir a su más bello éxito: la irreductible dimensión de la ficción.

24 de enero de 2018

 
Traducido por Julia Goldenberg y revisado por Philippe Fultot
 
Notas
  1. En esto puede basarse en dos autores que Lacan no se privó de utilizar: Marx y Bentham.
  2. Lacan, J., Encore, Seminario XX, Le Seuil, Paris, p. 54–55. Un economista, Serge–Christophe Kolm pretendió que el psicoanálisis se inscribiera en el campo del homo economicus. Es en parte verdadera, y es al mismo tiempo un completo error completo.
  3. S. Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Ensayos de psicoanálisis, Payot, p. 123.
  4. S. Freud, Malestar en la cultura, PUF, p. 20.
  5. Cf. S. Freud, “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”.
  6. En el original: “to be able to choose the line of the greatest advantage instead of yielding in the direction of the least resistance”.
  7. Cf. S. Freud, XXXVe Conferencia, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, ed. Folio, p. 229.
  8. Recordamos que para Theodor Adorno et Max Horkheimer, “todo lo que no es conforme a los criterios de cálculo y utilidad es sospechoso para la razón” (Dialéctica de la Razón, ed. Gallimard, p. 24).
  9. S. Freud, El porvenir de una ilusión, PUF, p. 59.
  10. Ibíd., p. 58 y 59.
  11. Ibíd., p. 60.
  12. S. Freud, Malestar… Op. Cit., p. 47.
  13. Ibíd., p. 69.
  14. Ibíd., p. 66.
  15. Ibíd., p. 40.
 
 
Kilak | Diseño & Web
2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA