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Consecuencias
 
Edición N° 22
 
Julio 2019 | #22 | Índice
 
Niños violentos ¿Cuerpos no violentados?
Por Marina Ñañez
 
Marina Ñañez

De la experiencia clínica con algunos niños y adolescentes, surge la pregunta acerca del estatuto de aquellos cuerpos que soportan el goce en la destrucción ¿Se trata allí de cuerpos sobre los que podemos decir que no han sido violentados con la potencia simbólica del lenguaje, con la traza simbólica de un significante–amo, que haga escritura en el cuerpo del ser hablante? Pero también, ¿qué estatuto darle a la violencia en el niño– cuyo rostro parece constituir la pulsión de muerte– en una sociedad pretendidamente liberal? Si el sujeto contemporáneo, ha logrado liberarse de todo tipo de ataduras para constituirse en “empresario de sí mismo”: ¿Cómo se explican la multiplicación de fenómenos de violencia, en niños y jóvenes, en los que asistimos a cuerpos arrojados a lo tanático de la pulsión? Tales interrogantes, nos llevarán a pensar si dichos fenómenos no alojan como verdad el ocaso de la nominación simbólica, rasgo que además parece ser propio de nuestra época, y cuyo emplazamiento sería el superyó como empuje al ¡Gozá![1]

Violencia del lenguaje–violencia de la letra

Hablar de violencia, implica al menos, poder interpelarnos por la complejidad y multiplicidad de significaciones que, en psicoanálisis, puede encontrar dicho significante.

En primer lugar, debemos considerar que J. Lacan le atribuyó al lenguaje mismo, cierta dimensión violenta, en lo que hace a su afección al cuerpo. Dicha dimensión, encontrará en la última enseñanza de Lacan, un soporte escritural con los nudos, llegando en el Seminario 23 a atribuirle al lenguaje la función de agujero.[2] Aquí, ya podemos suponer, sino un sesgo de violencia, al menos de perturbación del cuerpo del ser hablante por parte del lenguaje.

Así, Lacan al conceptualizar al inconsciente real, lo hará a partir de lalengua, aquella que provee la madre, y cuya materialidad se soporta del enjambre de S1 que instila la voz materna, tratándose allí, de una transmisión de marcas mudas, significantes sueltos, fuera de sentido. Lo que está en juego allí, es un estatuto sonoro del significante, sin que por ello se vuelva más audible para el sujeto, dado que allí lo que está implicado, no es lo que se oye del significante, sino lo que éste escribe en su precipitación, no sobre, ni en, sino fuera de cuerpo para el ser hablante.

Ya en Lituratierra, escrito de 1971, Lacan al conceptualizar la letra, lo hará en términos de litoral para señalar, justamente, su imposibilidad de reducirse a un borde bien definido, un límite preciso, lo que designaría más bien, la destitución del mismo, ubicándose así “entre centro y ausencia, entre saber y goce”[3]. Así, la letra hace litura, tachadura, que la acerca más a su función de agujero, allí donde el significante en su valor de semblante, no se sostiene.

Y es por ello que, en un sentido, lo perturbador, lo violento, se alojaría en lo indecible que comporta esa escritura que anuda al cuerpo, y que señala al mismo tiempo el agujero, aquello que del significante hace trauma. Experiencia de goce, que el cuerpo traducirá no–todo, permaneciendo siempre en exceso para el mismo, y que va más allá de lo que el sujeto sea capaz de enunciar.

Tenemos allí, a nivel de la estructura, un primer golpe del significante, articulado a su cara real y como experiencia de goce, cuya escritura para el ser hablante, tendrá valor de acontecimiento, haciendo advenir un cuerpo sensible a los ecos de la palabra en sus bordes pulsionales. A ello se refiere Lacan en el Seminario 23, cuando formula que: “…las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir”, agregando que el decir sólo puede tener resonancia en un cuerpo sensible a ello[4].

Ahora bien, nos interrogan aquellos casos en los que pareciera que la potencia del significante–amo, no ha marcado el cuerpo del niño, y cuyo correlato puede encontrar para el sujeto, en la temprana infancia o en el tiempo posterior de la adolescencia, el goce en la destrucción.

Al respecto J.–A. Miller en su artículo “Niños violentos”, nos dice:

“Hay que distinguir la violencia como emergencia de una potencia en lo real y la violencia simbólica inherente al significante que cabe en la imposición de un significante–amo. Cuando esa imposición de un significante–amo falta, el sujeto puede encontrar un Ersatz, marcándose él mismo –escarificación, tatuaje, piercing, diferentes maneras de cortarse, de torturarse, de hacer violencia a su cuerpo–”[5].

Se trata allí, del cuerpo tomado como un objeto y sobre el cual un sujeto puede buscar realizar una inscripción brutal del mismo, una escritura real, violentando su propio cuerpo.

De este modo, vemos que interrogarnos por la violencia en el niño o el joven, no escapa a la pregunta por el estatuto que encuentra hoy lo simbólico en la constitución del cuerpo.

Del goce en la destrucción: violencia del Eros y Thanatos.

Así el analista puede ser interpelado en su acto, ante interrogantes como: ¿Qué estatuto darle, por ejemplo, a los fenómenos de bullying– que pueden ir desde la plataforma virtual a la real– en los que si bien, puede estar en juego el goce macho y sus semblantes, en ocasiones el sujeto no puede más que referir un puro goce en la agresión, el de su cuerpo o el de otros? O bien, ¿cómo leer aquellos actos violentos en los que no puede decirse siquiera que estén dirigidos a un otro? Pero también, aquellos casos que están en consonancia con el discurso capitalista: ¿qué estatuto darle al uso del cuerpo que pueden hacer ciertos jóvenes que someten al mismo, al sin límite de sustancias, tatuajes, cortes, ejercicios físicos, cirugías, o al uso de la tecnología como medio privilegiado para el lazo con otros? Casos en los que no llama menos su atención la soledad en que niños y jóvenes se encuentran respecto de un Otro hacia el cual dirigirse.

Para abordar esta cuestión, desde un punto pragmático, podemos considerar lo que J.–A. Miller, en dicho escrito, nos señala para leer la violencia en el niño. Al respecto, parte de una hipótesis en la que no toma a la violencia en el niño como un síntoma, sino más bien como su fracaso, es decir, allí donde la pulsión no ha logrado devenir en sustituto de una satisfacción no advenida[6]. Proponiendo variables para pensar sus distintas presentaciones, diferenciando aquellas que están articuladas a un texto, y que pueden ser simbolizadas, de las que denomina un puro goce como potencia en lo real[7], en donde la violencia se vuelve expresión misma de la pulsión de muerte.

En este punto, debemos ubicar un paréntesis y diferenciar la violencia y el odio. El odio y el amor, que J. Lacan, no sin razón, reunió en un sólo término: odioanamoramiento[8], pertenecen al registro del Eros, pulsiones que apuntan a la conservación de la vida, para decirlo en términos freudianos. La violencia, por su parte, supone una complejidad que exige ser pensada.

Por su parte, Miller nos propone separar en dos vertientes la violencia en el niño. Diferenciando, por un lado, aquella que adoptaría un rostro sintomático y que denomina violencia de orden histérico –por su valor de demanda de amor, o de queja, por la falta–en–ser–. Ubicando también, en la misma vertiente, las que denomina de orden paranoico[9].

Estos tipos de violencias, por estar ligadas al Eros, se corresponden con aquellas violencias que hablan, que pueden ser subjetivadas.

En el lado opuesto, tenemos aquellas violencias que Miller destaca como referida al registro de Thanatos[10], cuya experiencia de lo real se presenta para el sujeto de un modo más descarnado, como expresión –en cierto sentido– directa de la pulsión de muerte.

Cabe recordar, que Freud reserva el término de Thanatos para referirse a la pulsión de muerte, cuya tendencia no sería la de ligar libidinalmente, como lo es impulso del Eros, al cual, claramente, se opone. Del lado de la pulsión de muerte, se trata de destruir, de romper las ligaduras, reconduciendo al ser vivo, a su estado anterior, a su condición de inanimado[11].

En esta vertiente, se trataría de casos de violencia, en los que la satisfacción que está en juego es la de la pulsión de muerte, “el puro deseo de destrucción”[12], nos dice Miller. Ahora bien, más allá del enigma e insensatez acerca del goce allí implicado, nos interroga dentro de esta planteo, si dicho goce no se sostiene de un marco fantasmático, siendo su expresión, ya un intento de ligazón. Y en este punto, podemos preguntarnos también, si estos casos pueden ser pensados desde lo que Freud llamó “desmezcla pulsional”, en el tiempo de la constitución subjetiva[13].

Lo cierto es que, desde la perspectiva que nos ofrece Miller, no se trata de la sustitución de una satisfacción de la pulsión, sino del fracaso en la sustitución de goce, y por lo tanto de una falla en el proceso represivo, que haría posible la emergencia del síntoma como “signo” y “sustituto” de la satisfacción no advenida.[14]

Aquí, J.–A. Miller nos recuerda, la afirmación de Lacan en Subversión del sujeto…acerca de que: “La castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”[15].

Tal es la función del Padre, como aquello que dice que no a nivel de la estructura, que en su función de nominación, permitirá al ser hablante, anudarse a un cuerpo.

Otra topología de la violencia

Significantes como Síndrome de hiperactividad, dispersión, Bullying, adicción, entre otros, dan cuenta que los síntomas actuales en niños y jóvenes, están enteramente ligados al discurso capitalista actual y a lo que el filósofo Byung–Chul Han en Topología de la violencia, llama violencia de la positividad[16].

Se trata del exceso de consumo y saturación, al que son expuestos y sometidos los cuerpos de la modernidad tardía, por lo que podríamos denominar la mano invisible del mercado. Ya no se trata de una violencia privativa, ni tampoco disciplinaria en busca de una ortopedia sobre los goces del cuerpo. Por el contrario, la violencia en la modernidad se disfraza de libertad.

En este sentido, podemos decir, que al niño casi desde su llegada al mundo se lo instaura en esta lógica, por ejemplo bajo la libre demanda de la teta de su madre, o el control de esfínteres cuando él lo decida. O bien con el uso del chupete tecnológico que satisface y parece callar las pulsiones, aunque no las regula. Así desde la temprana infancia, el sujeto es empujando a la producción y al consumo ilimitado de gadgets, a la proliferación de imágenes y estereotipos, en detrimento de los semblantes y significantes–amos.

La violencia que otrora, instauraba el orden paterno, dando nacimiento a los mitos edípicos y a la ley feroz de un Superyó, ligado al castigo, la vigilancia y la culpa, hoy en día ha sufrido un vuelco hacia un imperativo al más, ya no articulado a la Ley paterna, sino a la Ley del mercado.

Pero debemos mencionar también, aquella violencia que emerge en forma solapada, y aún legitimada, desde el discurso científico–médico –en articulación con el mercado, por supuesto– con la multiplicación de diagnósticos y medicación temprana. Sin pasar por alto aquellas que sostienen las instituciones escolares, bajo lemas como educación inclusiva ó escuela abierta para todos, pero cuyo reverso no es más que un empuje al todos iguales, donde la función de la excepción, que instaura la diferencia, queda forcluída junto a la singularidad del niño.

En una sociedad pretendidamente liberal, donde el sujeto ha conseguido liberarse de las cadenas del destino, de la culpa, de la explotación y de la historia, tal como señala E. Levinas en Algunas reflexiones sobre la filosofía del Hitlerismo, donde el “hombre del mundo liberalista no escoge su destino bajo el peso de su historia”[17], surge la pregunta acerca de cómo pensar las violencias en niños y jóvenes, que muestran a los cuerpos presos del desenfreno y el empuje tanático de la pulsión. Al respecto, E. Levinas, nos orienta con una respuesta, al advertir, en el mismo escrito, acerca de esa libertad en la que también puede alojarse para el sujeto– en el intervalo que separa al hombre de sus ideas– el peligro de la mentira[18]. Encontramos aquí, cierta resonancia con la liquidez, que en nuestra civilización, han tomado los semblantes, las creencias y las narrativas, y cuyo retorno puede encontrarse en la proximidad que el sujeto puede tener con el horror que lo habita. Tal es el planteo de G. Dessal en El Retorno del Péndulo, en su conversación con Z. Bauman:

“El estado “líquido” de la civilización nos ha dejado casi sin defensas. Usted ha acuñado un concepto que, en definitiva, es la forma laica de expresar la inexistencia de Dios (…) ese milenario y cambiante conjunto de relatos, creencias, rituales e ideologías que conformaron un orden simbólico suficientemente denso como para mantenernos a cierta distancia del horror que habita en nosotros mismos.”[19]

Si bien la violencia, podemos decir, no constituye un síntoma en un sentido estricto, debemos pensar que sí lo es en tanto retorno, en la sociedad actual, de un empuje a la positividad, y por lo tanto, correlato de la declinación del Padre.

Bajo el imperio del Superyó

Ahora bien, debemos hacer otro paréntesis y subrayar, que si bien el goce fálico como tal reviste un carácter violento para el ser hablante, dado que es un goce fuera de cuerpo, lo cierto es que será la función fálica, sostenida por la función de excepción al Todo, la que hará posible, no sólo la significación de ese goce, sino también su regulación, dentro de una lógica de lo discreto, de lo medible, de lo cuantificable. Tal es la lógica de la función fálica.

Del lado opuesto, podemos afirmar, tenemos una lógica rizomática[20], dispersa, donde el goce no se liga a un significante–amo, sino que permanece en lo abierto, pero en su faz metonímica, y hacia su infinitización, y por lo tanto, sin cortes, ¿Es desde ésta última lógica, que debemos pensar el estatuto de estos cuerpos, que arrojados a lo tanático de la pulsión, soportan el goce en la destrucción, en tanto emergencia o retorno de un goce que no ha sido rechazado por la represión, y que da cuenta del fracaso de la Ley paterna?

Lo que sí podemos afirmar, es que la violencia ejercida en el cuerpo de estos sujetos, por sí mismos o por otros, nos revelan una vez más, aunque de un modo descarnado, que el cuerpo allí no es algo que se tiene, ni sobre el cual los sujetos puedan sentirse dueños ó empresarios de sí mismo, sino todo lo contrario. En ciertos casos, asistimos a la crudeza de esa dimensión impropia del cuerpo, en la cual el mismo se torna algo ajeno, incluso sede del mal, perdiendo el goce su estructura éxtima, siendo la violencia, paradojalmente, un modo de anclar el cuerpo, llevando al sujeto a inscribirlo, con una marca en lo real.

Desde esta perspectiva, los cuerpos que soportan este goce en la destrucción, claramente no se ordenan bajo la Ley Paterna, como nominación simbólica. En su contrapartida, se nos presentan comandados por el empuje a la satisfacción, al consumo, bajo el imperativo del superyó que dicta: ¡Goza!, que en su pretensión de eliminar la división subjetiva, sólo puede encontrar su rostro en la pulsión de muerte, y bajo el impulso a destruir.

Nos resta como interrogante, pensar si se tratará en la violencia en el niño, de cuerpos que se ordenan, ya no bajo la Ley del Deseo –que garantizaría la función paterna– , sino bajo un orden, al que Lacan se refiere en el Seminario 21, que denomina de Hierro, el cual nos anuncia el emplazamiento del Nombre–del–Padre por el Nombrar para, y sobre el cual se pregunta si no tenemos que ver allí: “el signo de una degeneración catastrófica”.[21]

 
Bibliografía
  • Bauman Z., Dessal G. (2014) El retorno del péndulo, sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido, Fondo de cultura económica de Argentina, Buenos Aires, 2014.
  • Brousse, M. H. (2011) El superyó: del Ideal hacia el objeto, Colección Grulla, 2018.
  • Freud, S., (1920) “Más allá del principio del placer” en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XVIII, Amorrortu editores, Buenos Aires–Madrid, 2007.
  • Freud, S., (1924) “El problema económico del masoquismo” en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu editores, Buenos, Aires, 2007.
  • Han, Byug–Chul (2013) Topología de la violencia, Herder editorial, Buenos Aires, 2018.
  • Lacan, J., (1972–73) El seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires–Barcelona–México, 2011.
  • Lacan, J., (1973–74) “Seminario 21: « Les non–dupes errent » ó « les noms du père »”, (Inédito).
  • Lacan, J., (1974–75) “Seminario 22, R.S.I.” (Inédito).
  • Lacan, J., (1975–76) El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires–Barcelona–México, 2009.
  • Lacan, J., “Lituratierra”, Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, p. 25
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuese del semblante, Paidós, Buenos Aires–Barceló–México, 2009, p. 164.
  • Laurent, E., (2016) El reverso de la biopolítica, Grama ediciones, Buenos Aires, 2016.
  • Levinas, E., (1997) Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, Fondo de cultura económica, Buenos aires, 2001
  • Miller, J.–A. (2017) “Niños violentos”, intervención de clausura de la 4ta Jornada del instituto del Niño, 18 de Marzo del 2017.
Notas
  1. Lacan, J., El Seminario. Libro 18, De un discurso que no fuese del semblante, Paidós, Buenos Aires, 2009, p.164
  2. Lacan, J., El Seminario. Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires–Barcelona–México, 2009
  3. Lacan, J., “Lituratierra”, en Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, p. 25
  4. Ibíd., p. 18.
  5. Miller, J– A., “Niños violentos”, en Intervención de clausura de la 4ta jornada del Instituto del Niño, 18 de Marzo del 2017.
  6. Ibíd.
  7. Ibíd.
  8. Lacan, J., El Seminario. Libro 20 Aún, Paidós, Buenos Aires–Barcelona–México, 2011, p. 110
  9. Miller, J.–A., (2017) “Niños violentos”…, Op. Cit.
  10. Ibíd.
  11. Freud trabaja sobre la “pulsión de muerte” en distintos artículos, como “el problema económico del masoquismo” (1924), y “Más allá del principio del placer” (1920)
  12. Miller, J.–A., “Niños violentos”…, Op. Cit.
  13. Freud, S., (1924) “El problema económico del masoquismo” en Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XIX, Amorrortu editores, Buenos, Aires, 2007.
  14. Miller, J.–A., (2017) “Niños violentos”…, Op. Cit.
  15. J. Lacan (2008) “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos 2, Siglo XXI editores, Buenos aires, p. 786.
  16. Han, Byug–Chul (2013) Topología de la violencia, Herder editorial, Buenos Aires, 2018.
  17. Levinas, E., (1997) Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, Fondo de cultura económica, Buenos aires, 2001, p. 163
  18. Ibíd., p 166.
  19. Bauman Z., Dessal G., El retorno del péndulo, sobre psicoanálisis y el futuro del mundo líquido, Fondo de cultura económica de Argentina, Buenos Aires, 2014, p. 27
  20. Deleuze y Guattari desarrollan sobre esta lógica rizomática en El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Buenos Aires–Barcelona–México, 1972.
  21. Lacan, J., (1973–74) “Seminario 21 « Les non–dupes errent » ó « les noms du père »”, (Inédito).
 
 
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