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Consecuencias
 
Edición N° 25
 
Julio 2021 | #25 | Índice
 
La conversación en la época del Otro roto y la era Zoom
Por José Ramón Ubieto
 
José Ramón Ubieto

Conversar exige tener un interlocutor. Cuando hablamos hoy del declive del patriarcado no nos referimos solo a la crisis de los personajes que lo encarnaban: desde el rey al padre, pasando por el maestro o el político. La transformación es mucho más profunda porque afecta al tipo de vínculo que establecíamos en ese régimen y que ahora ya no puede ser el mismo porque ese Otro, como interlocutor, está roto. La pandemia nos lo ha revelado muy bien al echar por tierra todas las rutinas y ficciones que nos sostenían. Ni siquiera el saber de la ciencia ha quedado indemne, mucho menos por supuesto el semblante de los políticos, que han evidenciado su inconsistencia. La pandemia nos ha dejado, a cada uno y cada una, a solas, en una cierta intemperie, con nuestros arreglos y manejos propios.

Este nuevo Otro, caracterizado por sus roturas y sus desenganches, produce narraciones fragmentadas ante las que nuestra identidad se siente sorprendida, a veces rota, contradictoria o confusa. Es un Otro que no genera ya una identidad sólida, sino identificaciones dispares y variables. Un Otro diferente del Otro de la antigüedad, que hacía creer en la relación mágica con la naturaleza o en la relación con los dioses que le acompañaban. También es distinto del Otro del Logos de la Ilustración, un Otro que promovía la confianza en la luz del pensamiento y en las construcciones humanas.

Este nuevo Otro roto es producto de la intromisión de la ciencia en la naturaleza, en la vida y en el capitalismo. Hay procedimientos automáticos o calculados por la sociedad tecno científica, pero en sus fronteras, en sus espacios no colonizados, queda desamparado de nuevo el cuerpo y la existencia del humano postmoderno. El desengaño es fuerte y genera un sentimiento negativo, teñido cada vez con más rabia e indignación. Este Otro roto no nos ofrece la garantía de un manual de uso para vivir. Solo renueva ilusiones, ficciones y sugestiones de todo tipo si el ciudadano acepta vivir como un consumidor o creyente del mundo global. Y, en lugar de cumplirse la profecía del fin de la Historia, nos encontramos con una paradoja inesperada: el lazo social se rompe y proliferan las segregaciones en un mundo globalizado.

La pandemia ha desgarrado los velos y las ilusiones del mundo actual. Por un lado, captamos los agujeros de este Otro que nos ilusionaba, con sus progresos ante los retos de la muerte y la vida, y que ahora trastabilla. Por otra parte, los apoyos que el discurso capitalista nos facilitaba, en forma de conexiones permanentes a objetos sofisticados o de satisfacciones de todo tipo -solitarias o en grupo-, siguen presentes pero la pandemia también los ha puesto en cuestión, como vemos en la fatiga zoom, paradigma del hartazgo que ese modo de goce nos produce. Ya no nos sirve tan fácilmente el encadenado del relato que íbamos construyendo, ni tampoco el deslizarnos de un lugar a otro (conexiones, redes sociales, viajes low cost, consumos) hasta el infinito y más allá. Algo se ha roto y precisamos de una nueva manera de anudar nuestras vidas.

Usos de la conversación

Aquí es donde la conversación se presenta como un método y una oportunidad. Y más en un momento de aislamiento y confinamiento como el que vivimos -con sus aperturas y cierres- y que nos acompañará durante tiempo. Esta conversación que proponemos es un lazo sostenido a partir del vacío subjetivo de cada cual, es por tanto una necesidad y un deseo. No es una conversación organizada en la línea de esperar del otro las indicaciones, como si le atribuyéramos a ese otro (experto, político) un saber consistente. Ya hemos visto que eso no iba más, lo que no resta valor al saber experto, simplemente no lo absolutiza. Tampoco puede ser una conversación monológica, en la que cada uno se confina con su propio pensamiento.

Esta conversación que nos interesa requiere de un primer enlace con nuestra soledad subjetiva, de una cierta suspensión de todas esas creencias y prejuicios que constituyen nuestra rutina habitual. Eva Illouz, socióloga israelí, analiza muy bien, en su último libro, El fin del amor, las condiciones sociales y culturales que hay detrás de lo que ha llegado a ser una característica común de las relaciones sexuales y románticas contemporáneas: el acto de abandonarlas. De distintas maneras -ya sea por falta de compromiso, por separación o divorcio-, las relaciones están marcadas hoy por la libertad de retirarse, o de ni siquiera entrar en ellas. En estas prácticas juega un rol clave el capitalismo consumista, que nos entrena para desechar los vínculos sociales y pasar rápidamente a la siguiente transacción. Esa propuesta que hacemos de desprendernos de parte del automaton (rutina) de nuestras vidas no es para rápidamente sustituirlo por otro, sino para tratar de acoger la contingencia, la tyche (azar) e inventar -en esa conversación- fórmulas y significantes nuevos para cada uno/a. Palabras que nos permitan restaurar, con nuevos sentidos, ese real del cuerpo que se ha visto conmovido por la pandemia: la distancia, el aislamiento, los miedos y angustias, las ideas y pensamientos que nos embrollan y perturban.

Una breve viñeta de nuestra práctica nos ayudará a explicar mejor esta idea. Julia es una mujer mayor que hace el duelo de un ser querido, fallecido a causa de la COVID-19, escribiendo las recetas de cocina que todos aprecian. Es una idea que le surgió en nuestras conversaciones, como un modo de poner por escrito algo que siente como muy suyo. Le sugiero que lo vincule a su propia historia y ella decide añadir a cada receta una coda al final, donde recuerda algún episodio de su vida ligado a ese plato. Esa receta le funciona porque los recuerdos que escribe son un ingrediente vital que no la sumen en la impotencia, sentimiento que nos abruma por aquello que no podemos hacer (en este caso recuperar al fallecido). Su coda invita más bien a prolongar la vida de sus recetas y a situar así cada una de esas piezas sueltas de su historia. Darse contra el muro de la impotencia lleva siempre a la pesadumbre, aceptar la pérdida permite, en cambio, hacer lo posible en cada caso. Julia se ha atrevido a traducir el ánimo triste en una fórmula poética propia, que ofrece al otro como parte de su conversación. Sus codas a las recetas son esos significantes nuevos que inventa con los que restaurar algo de lo que se ha conmovido, de manera trágica, en su vida.

Una conversación imposible en la Escuela

Lacan se refería – con la decepción posterior a su Proposición sobre el Pase- a la imposibilidad de la conversación en estos términos: “Los psicoanalistas son los sabios de un saber acerca del cual no pueden conversar” y agregaba que de ahí procedía su asociación con “los que no comparten con él ese saber sino por no poder intercambiarlo”.[1] Cada uno con su causa, pero unidos por una misma meta.

¿Cómo sostener esa conversación en la época del Otro roto[2] para continuar con el camino de hacer existir la Escuela de Lacan en los tiempos de hoy? Tenemos las herramientas. El pase es el instrumento prínceps que une transmisión y deseo de escuela, pone a trabajar la tensión entre lo analizado (ya sabido) y lo singular a transmitir, destituyendo cualquier suficiencia. El cartel -en su empuje a la elaboración colectiva- es el otro instrumento clave. Tanto uno como otro, implican un esfuerzo de transmisión de ese saber particular que cada uno produce acerca de su goce en la comunidad de experiencia -en tanto analizantes- que es la Escuela.

Una tercera vía para sostener el deseo vivo está en la conversación con otras disciplinas acerca de la actualidad. Una conversación bien orientada hacia lo real, que implica renunciar a la posición de amo y abrirse a los interrogantes, los nuestros pero también los de ellos. Es una vieja tradición en el psicoanálisis. Tanto Lacan -y antes Freud- como Miller nos han enseñado el esfuerzo de esa conversación imposible con la lógica, la filosofía, la lingüística, la topología, el arte, que permite producir algo de la invención.

Miller retoma un concepto de Peirce -abducción- como un requisito clave para esa conversación que nos conviene.[3] Este concepto implica que hay ciertas zonas de la elaboración de saber en las que no se puede operar sin la capacidad de adivinar, puesto que ninguna aplicación de lo ya sabido puede funcionar. La deducción no sirve y es preciso anticiparse. La conversación sólo es posible en el límite vacilante entre lo ya sabido y lo no sabido. Esta conversación es -dice Miller- ´”la puesta en acto de la desuposición del saber del Uno…del saber soportado por uno solo”, lo que implica que siempre queda algo por decir. Si la ciencia releva -con su mutismo- el lugar vacío que deja el Nombre del Padre, el psicoanálisis instala en ese lugar la conversación.

La Escuela, como fuerza exterior a la práctica misma del analista, aviva el deseo de saber restableciendo una relación con el sujeto supuesto saber, distinta de la enseñanza de lo ya sabido. La conversación opera allí como modelo práctico de relación con una “honesta ignorancia”[4] y se opone a la modalidad de la negociación, que Lacan situaba como el funcionamiento de la IPA. Honestidad hay que entenderlo como un volver sobre lo ya deducido para mirarlo de otra manera, verificando el carácter tridimensional de las verdades a diferencia del saber del Uno. Lo cual favorece acoger las preguntas e intervenciones de los más jóvenes, cuestión esencial hoy para la escuela.

Esa pragmática de la conversación, donde no hay la última palabra, requiere acoger la sorpresa, el sinsentido y el humor como sus ingredientes básicos[5]. La conversación no es el régimen de las opiniones, hay que asegurarse que estamos viendo dónde está la cosa, el problema: “poner el objeto a en el lugar adecuado, más allá de lo que uno dice”.[6]

Su objetivo no puede ser otro que producir una clínica que tenga una incidencia sobre las nominaciones de lo real en nuestras culturas.[7] El deseo de escuela y el porvenir de la transmisión del psicoanálisis dependerán, sin duda de sostener esa conversación imposible, práctica esencial de los miembros de la escuela, a partir de estos tres ejes: pase, cartel, extensión.

José R. Ubieto. Psicoanalista en Barcelona. Miembro de la ELP y de la AMP.

 
Notas
  1. Lacan, J.; “Del Psicoanálisis en sus relaciones con la realidad” en Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012.
  2. Lacan, J.; El Seminario, Libro XXIV, “L’insu que sait de l’une-béuve s’aile à mourre ». Inédito, clase del 10 de mayo de 1977.
  3. Miller, J-A.; “Lo postanalítico “en Conferencias porteñas tomo 3. Buenos Aires, Paidós, 2010.
  4. Ídem.
  5. Ubieto, José R.; El mundo pos-COVID. Entre la presencia y lo virtual. Barcelona, Ned, 2021.
  6. Laurent, Eric.; Cómo se enseña la clínica. Buenos Aires, ICBA, 2007
  7. Eric Laurent. “Herejía y deseo”. ORNICAR? Digital, nº 155, 2001.
 
 
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