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Consecuencias
 
Edición N° 25
 
Julio 2021 | #25 | Índice
 
Transferencia y Deseo del analista [1]
Por Javier Aramburu
 

Lacan señala que no se puede hablar de transferencia analítica sin interrogar el deseo del analista. Este deseo da cuenta de la transferencia, porque ella no pone en juego sólo lo que el paciente demanda, sino lo que el analista desea; no tanto por lo que el analista quiere ser tomado, lo que nos sacaría de la contratransferencia, sino por lo que funda como deseo el discurso analítico, es decir, su ética.

En el Seminario Los cuatro conceptos…, pág. 239, Lacan dice: “La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al analista”. La transferencia, pues, es el resultado de un encuentro del deseo del paciente con el deseo del analista. Ahora bien, ¿tienen el mismo estatuto el deseo del paciente y el deseo del analista? ¿El deseo del analista es un deseo histérico? Esto es: ¿El analista está posicionado con relación al deseo del Otro como sujeto dividido, como lo está el histérico? Lacan, sabemos dice que el analista está en posición de ser tomado como objeto causa del deseo del Otro. Y agrega en la página 45 del Seminario XI, referido al deseo histérico. “Freud no podía ver aun que el deseo de la histérica, que se hace de manifiesto de manera resaltante en la observación, es sostener el deseo del padre; en el caso Dora, sostenerlo por procuración. Tanto el deseo del padre que ella favorece en tanto impotente, como el suyo, no puede realizarse como deseo del Otro”. “De la misma manera la homosexual, la mujer homosexual, encuentra otra solución, también para sostener el deseo del padre: desafiar al deseo del padre. Literalmente la homosexual no podía concebirse a no ser aboliéndose, mostrando al padre como es uno, uno mismo, un falo abstracto, heroico, único y consagrado al servicio de una dama”.

Ser causa del deseo, la histérica también se posiciona en nombre de la causa del deseo. ¿Cuál es pues la diferencia? Podríamos decir que en el caso de la histérica coinciden causa y verdad. Su causa es la verdad. En el caso del analista, la causa no está en el lugar de la verdad, lo cual no dice sin relación a ella, sino en el lugar de semblante.

Por otra parte, con relación al padre, el deseo histérico lleva a separar la demanda de la pulsión para ligarla al Ideal. Identificando al padre muerto con el Ideal, no escapa a las vicisitudes hegelianas del reconocimiento recíproco, al desafío, a la lucha a muerte con el amo y la contracara frecuente, esa forma de tristeza, desilusionada, hasta melancolizada, que supone la caída del deseo en la impotencia.

El deseo del analista se funda en el punto más allá del Ideal amoroso, narcisista, del conocimiento de la reciprocidad imaginaria. En efecto, Lacan nos dice que el deseo del analista, a diferencia de la transferencia, que lleva a separar la demanda de la pulsión, es el que vuelve a traer la pulsión a la demanda. En efecto, la demanda puede ligarse al Ideal, tanto como la pulsión. Toma una doble vertiente. Puede limitarse a una demanda de amor Ideal, así como ser soporte del deseo más allá del Ideal, para vincularse a la pulsión constituyendo, con éste, el soporte del deseo sin detención en el Ideal, más allá del punto de identificación narcisista. La pulsión se modaliza con la demanda en el sentido lógico de determinación.

El deseo del analista está del lado de la pulsión como realidad sexual del inconsciente, es decir articulada a los desfiladeros del significante variando su economía de goce. Pero si la transferencia no es no puede aquélla reducirse a una mera ilusión de sostener el deseo impotente del padre. Si la transferencia muestra esto como un efecto, en efecto sin embargo es con el deseo del otro, con la presencia del analista.

El amor de transferencia no es entonces como él dice, algo ilusorio, es verdadero pero verdadero en el sentido que para él tiene la verdad. Es decir, ficción y aun es cierto que es mentira. Pero no ilusión. Porque son dos cosas bien diferentes: la mentira tiene que ver con el engaño, con el Otro, tiene que ver con el lugar del Otro de la palabra. Es desde este lugar de relación con el Otro como lugar de la verdad, desde donde se da el encuentro con la presencia del analista como objeto. Esta presencia del analista no es sin relación con el lugar que ha tomado él también como Otro simbólico, como saber en lugar de la verdad, lo que define al Sujeto Supuesto Saber.

Esta diferencia entre amor al Ideal, en el Ideal, y el amor como encuentro con lo real. Lacan ya la ha anticipado con claridad en el Seminario La transferencia, cuando dice que hablar del amor no es la transferencia, leyendo en El Banquete algo más. Precisa que hay un antes y un después de la entrada de Alcibíades en escena. Este cambia las reglas de juego no se trata tan solo de hablar del amor, proponer hacer el elogio de alguien, de alguno. La transferencia comienza cuando se habla del amor a alguno, como soporte del objeto amado. Dice en la clase del 1 de marzo: “En otros términos, me parece imposible eliminar del fenómeno de la transferencia aquello que se manifiesta en relación con alguien a quien se habla. Esto es constitutivo, constituye una frontera, y nos indica al mismo tiempo, no ahogar su fenómeno en la posibilidad general de repetición que constituye la existencia del inconsciente. Fuera del análisis hay repeticiones ligadas, evidentemente, a la constante cadena de significantes en el sujeto. Estas repeticiones, incluso si pueden en algunos casos tener efectos homólogos, deben ser diferenciadas de la transferencia”.

Cuando Lacan vincula en el mismo Seminario a los dioses como manifestaciones de lo real, el amor en relación a ellos no es un amor narcisístico. Hay en el amor testimonio del encuentro con lo real y manifestación en la transferencia de algo creador: un significante nuevo, soporte de un nuevo amor. Esto sólo se soporta en el orden del encuentro con lo real, cuando lo real responde en la contingencia del encuentro que permite la metáfora, el advenimiento de ese real al significante. Lo que encuentra la transferencia es su ser de falta, es decir su causa del deseo. Lacan en la clase del 8 de marzo dice: “El hecho de que haya transferencia fue suficiente para que estemos implicados en esta posición de ser aquel que contiene la agalma, el objeto fundamental del cual se trata en el análisis del sujeto, como unidos, condicionados por esta relación de vacilación del sujeto que caracterizamos cómo constituyendo el fantasma fundamental”.

Lacan en el seminario Los cuatro concepto, vincula al objeto agalmático con el punto de la transferencia que más allá de la repetición lo liga a la pulsión. En referencia al apólogo del restaurante chino dónde dice que el analista además de cifrar el deseo como deseo del Otro, en tanto está en el lugar el Sujeto Supuesto Saber, debe tener tetas. Debe, además de ser Tiresias, ser soporte del objeto del fantasma del analizante, esa otra forma de presencia a la que la transferencia llama en el punto el fantasma fundamental.

La transferencia se juega en el terreno de la verdad, del Otro simbólico, como lugar fundante del sujeto y en el interior de este campo del Otro es donde el encuentro con el sujeto causa del deseo se hace operatorio. En este punto es donde la transferencia no se disuelve sino por el contrario se solidifica, nos dice Lacan, como amor o como odio y donde se juega el desasimiento, el atravesamiento del punto de la repetición. Es la doble vuelta de la demanda como repetición y como deseo, donde la realidad del inconsciente, como pulsión, se anuda a la demanda, a la cadena significante de la doble falta que articula el deseo.

Esta es la manera en que podemos leer estas dos frases del último capítulo del Seminario los cuatro conceptos fundamentales, cuando dice: “te amo pero inexplicablemente, inexplicablemente para el sujeto, en ese amarte que no ha salido de esta relación al Ideal, de pronto, inexplicablemente, amo en ti, no es lo mismo a ti que en ti, porque inexplicablemente, amo en ti algo más que tú el objeto a te mutilo”. Y la otra frase que corresponde a la neurosis obsesiva es: “Pero ese don de mi persona, oh misterio, se trueca inexplicablemente en regalo de una mierda”.

Estos dos objetos que aparecen aquí, esta mierda en qué se ha convertido ese don y este pedazo que te mutilo, esto traspasa la barrera del narcisismo, del velo de los objetos queda el Ideal haciéndolos a. Pone en juego la presencia del analista de otra forma.

Y vamos a ver ahora que esto quería comentar, un ejemplo que toma Lacan cuando está tratando este mismo problema en el Seminario La Angustia. Ahí él toma tres autores: Szadz, Margaret Little y Lucy Tower. Tenemos el ejemplo que trae de unas historias de pacientes que cuenta Lucy Tower (en las páginas 80 y 86 de las clases del 20 de marzo y del 26 de marzo del Seminario La Angustia). Es muy interesante que en estos ejemplos él los vaya a dar para ver cómo analistas no lacaniamos han puesto en juego la cuestión de la presencia del analista y del objeto, y cómo lo han resuelto.

Y él toma el ejemplo de Lucy Tower porque le va a dar la precisa caracterización de una relación muy interesante, la relación del deseo el analista con Don Juan, eso que me parece a mí que nosotros tratamos de pensar por el lado y lo que llamamos el semblante del objeto, hacer semblante del objeto.

Tower tenía dos pacientes y a ambos los caracteriza como neurosis de angustia. Lacan no cuestiona esta caracterización que ella hace. Dice Tower: “en cuanto a estos dos hombres yo estaba perfectamente al tanto y lo que pasaba con sus mujeres y especialmente que eran demasiado sometidos, demasiado hostiles y en ese sentido, demasiado devotos; y que las dos mujeres se hallaban frustradas por esa falta de una manera suficiente de afirmarse como hombres en forma no inhibida.” A ella le parecía que tenían una cierta forma de presencia masculina un tanto inhibida y que esto dejaba insatisfechas a las mujeres de estos dos pacientes. En otras palabras: ellos no simulaban lo suficiente para estas mujeres.

Tower dice que protegía un poquito demasiado a la mujer del primero y al segundo un poquito demasiado a él. A decir verdad, por él mismo sentía cierto rechazo y entonces entendía que tenía que proteger más a la mujer. Parece que le atraía el segundo porque el primero tenía algunos problemas psicosexuales no demasiado seductores. Y esto parece que a ella no le despertaba nada. Esta mujer no era demasiado histérica, se ve. Bien, por eso es que a lo mejor pudo Lacan pensar en la posición de Don Juan que ella asumía. Pero no porque ella lo asumiera sino porque acá me parece que para entender esta cuestión del deseo del analista hay que pensarla en relación a la posición de Don Juan. Además va a tomar esto para decir que el Don Juan es una fantasía femenina, en principio. Bueno, entonces tenemos esta cuestión: ella protegía un poquito demasiado a la mujer del primero. Ahora el desarrollo va a ser sobre este paciente primero.

Dice la analista que tiene un sueño. Consiste en que dicha mujer, la del primer paciente le aparece a Tower bien dispuesta a encontrarse con ella, con una buena disposición de ánimo, en una actitud cooperativa con respecto al análisis de su marido. Ella deduce de esto que en verdad quizás esta mujer veía bien el análisis y veía bien la posición que tenía el marido en relación con ella, por lo tanto, ahí se manifestaba colaboradora con ella. Esto le hace cambiar su punto de vista respecto de este paciente, que hasta este momento ella subestimaba en su valor deseante. No le parecía que este hombre tuviera un deseo muy decidido, podríamos decir un poco lacanianamente. Pero el sueño le hace pensar que en verdad este hombre, en tanto satisfacía a su mujer, por ahí tenía efectivamente un deseo algo decidido, no era un deseo impotente.

No era exactamente el padre de Dora, ése que había que sostener en su impotencia. Porque el deseo de la histérica, ¿qué es? Es sostener al padre, pero sostener al padre precisamente en tanto el padre planteado como Ideal. Sostenido en el Ideal, es un deseo un poco venido a menos, sería impotente. Pero no porque sea potente sino porque su deseo está caído y ese es el drama de la histérica: tomar a un padre con un deseo ya desfalleciente y tratar de sostenerlo todo el tiempo, mantenerlo ahí. Ella lo hacía por procuración, porque quien parecía saber bien cómo se cumplía esa función de mantener el deseo del padre un poco levantado era la señora K.

Hay un deseo histérico de sostener, casualmente, porque el Ideal aparece en el punto del desfallecimiento del deseo. En Freud está claro que le ideal aparece, él lo dice quizás de otra manera, dice: el Ideal reprime la pulsión. Es otra forma de decirlo.

El padre se convierte en Ideal, en el momento en que desfallece su deseo. Ahí es levantado su Ideal. El Ideal es entonces, efectivamente una trampa, porque el Ideal lo que mantiene es un vacío de deseo. Por eso, en definitiva, el Ideal de la histérica, dice Lacan, puede ser Cristo. Este es el Ideal, algo muerto, tiene que ver con algo muerto, con algo caído, con relación al deseo. Obviamente, insistimos, el deseo del analista no puede equivalerse a este deseo de sostener este padre como Ideal desfalleciente.

Bueno, entonces esta mujer cuando sueña esto -no sabemos si lo que ella dijo, lo dijo al paciente, pero no tiene ninguna importancia- cambia su posición con relación al deseo de ese paciente. A partir de allí toma su deseo en serio, ya no tiene esa especie de desprecio por ese hombre desfalleciente, con un deseo un poco caído. Lo toma en serio. Eso le trae sus consecuencias que vamos a ver cuáles son.

Bien, puesta Lucy Tower en esta rectificación de su posición de analista con relación al deseo que este sujeto, dice, tal como Lucy Tower es traducida por Lacan: “el muchachito se toma en serio, es posible entonces ocuparse de él”. Porque efectivamente él tiene un deseo decidido respecto de su posición. ¿Pero qué pasa a partir de ese momento? Todo se desarrolla en medio de una tormenta de movimientos depresivos y rabias desnudas. “Como si a mí, la analista, el paciente me pusiera a prueba en cada uno de mis más pequeños pedacitos”. Bien, ahora hay que tener tetas. Ahí aparece algo del orden de la presencia, de esas tetas del restaurante chino.

Continúa: “Si un instante de desatención hacía que cada uno de esos pedacitos nos sonara verdadero, que uno de ellos resultará imitación, yo tenía la sensación de que mi paciente se iría todo entero en pedazos él”. Bueno, si alguno quiere pensar lacanianamente que ella está hablando ahí de algo del orden del semblante, sí, está hablando algo del semblante. pero el semblante no es algo de imitación, el semblante es algo que no se finge teatralmente; que el paciente autentifica, por así decir, la verdad de eso, de ese objeto que está en juego. Es con relación a este objeto que produce esta transferencia, amorosa, o de odio, como quieran, que además va más allá de este objeto. ¿Cómo explica Lacan esto? Vamos a la clase del 26 de marzo en Seminario La Angustia donde retoma la cuestión. Dice: la posición del analista con relación al deseo es, a partir de este sueño, otra; el deseo, del paciente es verdaderamente devuelto a su lugar.

Lo que ella encuentra entonces es el desencadenamiento en el paciente de lo que ella expresa, a saber: “a partir de ese momento me encuentro bajo una presión que quiere decir que soy escudriñada. Si por un solo instante llegar a parecer que no estoy en condiciones de responder aquello sobre lo cual en cierto modo soy puesta a prueba, pedacito por pedacito, es mi paciente quien va a irse en mil pedazos.” Por lo tanto, habiendo buscado ella el deseo del hombre, lo que encuentra como respuesta no es la búsqueda de su propio deseo, el de ella, sino el a, el objeto, el verdadero objeto, de aquello que se trata en el deseo que no es el del Otro sin tachar, que es ese resto, el a, el verdadero objeto. “¿Pero qué pasa con este efecto que produce con posterioridad Lucy Tower? ¿Qué ocurre después que vuelve de las vacaciones? Al fin de cuentas fue cuestión de que encontrara. De eso se trata, precisamente, que él advierta que no tiene nada que encontrar”.

“No hay nada que encontrar porque lo que para el hombre, para el deseo masulino, en todo caso, es el objeto de la búsqueda, sólo le concierne, por decía así, a él. Ese es el objeto”.

Lo que él busca es, por así decir, lo que le falta a ella: -φ

“De esto es que él tiene que hacer el duelo. Lo digo porque el texto de Lucy Tower articula muy bien que lo que han hecho juntos es el trabajo de duelo”. Efectivamente ¿qué ha hecho Lucy Tower?

Lucy Tower ha separado -φ del objeto a. Ahora ella se ha instalado en el -φ, en su falta, en su ser, se ha instalado en su ser de falta.

Ella, la analista, ha perdido ese objeto, ha hecho de esa pérdida y de ese objeto su falta. Ahora ella puede decir entonces: que busque.

De lo que se trata es que ahora él haga el duelo de ese objeto que está buscando. ¿Para qué? para que él encuentre también ese lugar, su castración, su auténtico ser.

 
Notas
  1. Publicado en el libro El deseo del analista de Javier Aramburu, publicado por Editorial Tres Haches en Buenos Aires en septiembre 2004. Gracias a la gentileza de Florencia Dassen lo digitalizamos para Revista Consecuencias.
 
 
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