J-A. Miller destaca el fenómeno de la feminización del mundo; que no es lo mismo que el ascenso del feminismo.
La época del feminismo o la extensión de esta postura implica el contrario de la feminización, ya que el poder de la mujer no está en parecerse al hombre, hacerse fálica, ni siquiera ser su reverso.
Se trata de que en el mundo ya se haya instalado un proceso por el cual la relación al Ideal, al Otro, a la autoridad ha cambiado. Rige un nuevo modo para el mundo, viejo para las mujeres; que no es lo mismo que la histeria.
Las mujeres están especialmente preparadas para la multiplicidad, tienen una habilidad especial ante la complejidad. Pueden no reaccionar con rigidez, en su lugar despliegan la suavidad, apelan a la habilidad más que la fuerza, aplican el cuidadoso arte de la persuasión, desarrollan la astucia; por nombrar alguna de sus competencias más eficaces.
Así puede testimoniarlo la historia de la humanidad en lo referente a la crianza de los niños y el dominio doméstico de los bienes y del hombre. El disciplinamiento del cuerpo familiar, el sostenimiento de las costumbres, el convencimiento con los niños, constituyen los dominios femeninos.
Actualmente, a nivel global ningún espacio escapa a la impotencia de la autoridad, la increencia en el Padre, la caída de la ley. En el paradigmático campo del Derecho, por ejemplo, se observa la caída de la justicia, que habla más por los fallidos, que por sus fallos. De allí que las nuevas formas jurídicas sean al modo de contratos y no de leyes universales, uno se sitúa desde lo particular y el otro lo general, el 1° desde la equidad mientras que el 2° trata sobre la noción de igualdad.
A diferencia de otros tiempos, la inconsistencia requiere del talento negociador más que la rudeza. La cultura contemporánea de la homogeneidad da lugar a la variedad, la unicidad cae ante la heterogeneidad, la uniformidad cede a la pluralidad. Las estructuras jerárquicas dan paso a los convenios.
Ante una civilización comandada por la inexistencia del Otro, las mujeres son más competentes para su manejo en la medida que, conviven con el vacío, por estructura.
En tal sentido, comprobamos una vez más, que cuando todo el mundo está perdido y extrañado, el sujeto femenino sabe desenvolverse, no se extravía.
Finalmente, la frase "política de las mujeres" introduce el equívoco.
No se trata de que las mujeres deban tomar el poder y gobernar.
Pone de relieve una reconfiguración de lo social y sus consecuencias subjetivas.
Indica un pasaje de lógica, que no es cualquiera; se trata de una nueva modalidad compatible con el lado femenino. De allí que la lógica femenina – no el feminismo, no el afeminado, no la histeria, etc- nos de las claves de un saber hacer con lo real de nuestro tiempo.
La política del psicoanálisis se sostiene entre la cultura y lo real de la estructura.
Sin dudas, esta es la posición que conviene al porvenir del psicoanálisis y los psicoanalistas; depende de cada uno de nosotros. |