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Consecuencias
 
Edición N° 3
 
Septiembre 2009 | #3 | Índice
 
La tristeza, el duelo y las neurosis melancolizadas
Diana Chorne
 

Hablar de la tristeza en psicoanálisis es, desde luego, hablar de un afecto.

No es el afecto al que Lacan privilegió. Al afecto que le dio un lugar especial, fue a la angustia al que le reservó la cualidad de ser un afecto que no engaña.

¿Qué hace Lacan con los afectos? En primer lugar, decide nombrarlos así, y no por ejemplo sentimientos, porque el afecto quiere decir precisamente que el sujeto está afectado, tocado, por sus relaciones con el Otro. En segundo lugar, se podría decir que hace un paso asombroso: desinscribe los afectos de un lugar para reinscribirlos en otro. Pero, ¿de dónde los saca y dónde los pone? Los saca de la psicología de las emociones y los reubica en el campo de la ética. Por eso, no sorprende tanto que diga que la tristeza es una "cobardía moral" o un "pecado" y tome como referencia a Spinoza y al Dante.

La tristeza, el duelo y las neurosis melancolizadasPero, ¿por qué Lacan retoma a Spinoza?

Recordemos que ya en el Seminario El deseo y su interpretación, Lacan cita a Spinoza quien en su Ética demostrada según el orden geométrico sostiene que el deseo es la esencia misma del hombre, y agrega que las cosas no son malas o buenas en sí mismas, sino que son buenas si las deseamos o malas si no las deseamos.

El primer paso de Spinoza será el de separar los afectos de las pasiones, y aclara que entiende por afecto una acción, en cambio lo que impide la acción es una pasión.

Recordemos que Spinoza define al afecto como la potencia de actuar del hombre, y lo diferencia de la pasión que disminuye la capacidad de actuar, la tristeza disminuye la capacidad de actuar.

Dado que la esencia del hombre es el deseo, y el deseo no es sino el deseo de actuar, el corolario para Spinoza es que la tristeza es directamente mala porque cuando hay un impedimento de actuar se opera una sustracción, una falla; nuestra potencia queda disminuida. Ese impedimento, esa falla moral, ese pecado se llama "tristeza". La tristeza entonces se define por una carencia, una falta. Me parece de sumo interés esta tesis para pensar los desarrollos de Lacan en el Seminario de la Angustia, en relación a la inhibición.

Volvamos ahora a Lacan y a su esfuerzo por retirar a los afectos del campo de la psicología de las emociones, para inscribirlos en el de la ética del psicoanálisis.

¿Por qué hace este pasaje, que dio lugar a tantas críticas referidas a la supuesta poca importancia que le otorgó a los afectos? Lacan se negó terminantemente a establecer una división entre lo intelectual y lo afectivo. Como dijo alguna vez, la histérica piensa con la pierna. Es también por esto que toma a Spinoza quien habla de "amor intellectualis" y que en definitiva va a seguir aquí tan fielmente los desarrollos de Freud.

Para Freud, lo esencial consiste en demostrar que no es posible hablar de afectos inconscientes o reprimidos. Sólo está reprimida la idea, la representación ideativa, lo que en términos de Lacan es el significante ligado al afecto.

De ahí que Lacan se encuentre tan cerca de Freud cuando postula que los afectos engañan. Porque lo esencial del afecto es su movilidad, su desplazamiento, "el afecto – cito a Lacan – está desamarrado, se lo encuentra desplazado, loco, invertido, metabolizado pero nunca reprimido." Lo que está reprimido entonces, son los significantes que lo amarran.

Si en Televisión Lacan habla de la tristeza como un "pecado" o una "cobardía moral", es porque lo opone al saber inconsciente, como saber que no se sabe que se sabe. Se sigue entonces, que la tristeza es una cobardía, porque es rechazo del saber inconsciente.

Lacan contrapone así la tristeza al "saber alegre" como virtud (una vez más la virtud, palabra sorprendente) y ubica a este saber en la ética del bien-decir, en la virtud de reconocerse en el inconsciente, es decir, en la estructura.

La tristeza quedaría para Lacan contrapuesta por un lado, al saber inconsciente, y por el otro, a la "valentía"; el alma nos dice "es la paciencia y la valentía para soportar el mundo".

Repito: la tristeza no es el afecto que Lacan privilegió, sin embargo, es claro que en nuestra clínica, la de todos los días, los pacientes muchas veces llegan a consulta aquejados de una intensa tristeza. Es más, suele ocurrir que es precisamente por esto que vienen a consultarnos.

El duelo y su trabajo

Ahora bien, la tristeza en sí misma no se corresponde con ninguna estructura clínica en particular, más bien acompaña o es parte de cualquiera, porque desde ya el deseo insatisfecho de la histérica, el deseo imposible del obsesivo, o el deseo prevenido de la fobia, conllevan como es obvio una vertiente melancolizante (por supuesto en sentido descriptivo.)

Pero no es esto de lo que quiero hablar, sino de los pacientes que llegan a consulta en un mar de lágrimas, desvitalizados, con ganas de nada.

¿Con qué nos encontramos al poco tiempo de comenzar a escuchar? Nos encontramos, muy frecuentemente, con duelos pendientes, duelos no realizados, pacientes en los que precisamente falta el trabajo de duelo.

Pero, ¿qué es un duelo? Sigamos a Freud. Lo primero que dice es que el duelo es una reacción. En segundo lugar, agrega que esta relación se produce frente a una pérdida. Luego, añade que se trata de la pérdida de una persona amada o, y esto sí quiero subrayarlo, de una abstracción que haga sus veces (patria, libertad, menopausia, etc.)

Es claro que en Duelo y melancolía, Freud no solo habla del duelo y la melancolía sino que también hace múltiples referencias al duelo patológico en las neurosis.

Pero, ¿qué diferencia un duelo normal de un duelo patológico?

Freud, y esto es importante, no lo ubico en relación a ciertas desviaciones de conducta, porque el duelo normal también trae consigo graves perturbaciones de conducta.

¿Qué comparten o qué diferencian al duelo normal del duelo patológico? Ambos comparten una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad de amar y cierta inhibición en la productividad.

¿Qué los diferencia? En el duelo patológico hay una rebaja del sentimiento de si, que se exterioriza en auto-reproches, auto-denigraciones y, lo que Freud llama con tanta precisión, un delirio de insignificancia. Esto, Freud lo ubica ya claramente en el campo de las psicosis. Mientras que en el duelo normal falta la perturbación del sentimiento de si, es el mundo el que se ha hecho pobre y vacío.

Pero vayamos un poco más despacio. Freud pega – adhiere – a la palabra "duelo" otra palabra, la palabra "trabajo". Llega incluso a decir que el "trabajo del duelo" es el modelo de todo trabajo. ¿En qué consiste el trabajo del duelo? Precisamente, por muy sorprendente que parezca, en desprenderse de un objeto ya desaparecido.

¿Qué implica pues ese trabajo? Implica una rememoración, detalle por detalle, de la relación con el objeto perdido, porque el objeto está perdido en la realidad, pero vivo en cada uno. Freud explica la inhibición característica del duelo por el modo en que este trabajo absorbe al yo con gran gasto de tiempo y energía.

Es más, para Lacan las inhibiciones características del duelo están en relación con la pérdida en el duelo del lugar de objeto (a) causa del deseo del Otro. Dice Lacan que lo que Freud nos hace notar es que el sujeto del duelo tiene que cumplir una tarea. ¿Cuál es esa tarea? El trabajo consiste en consumar por segunda vez la pérdida provocada por el accidente del destino del objeto amado y agrega: "¿Acaso el trabajo del duelo no es un trabajo destinado a mantener, a sostener todos los lazos de detalle?" Lacan prosigue: "… y Dios sabe cuánto insiste Freud y con razón, sobre el costado minucioso, detallado de la rememoración del duelo, en lo relativo a todo lo que fue vivido con el objeto amado."

Pero, ¿qué ocurre en verdad en el duelo? En el duelo por la muerte de un ser amado, o de una abstracción que haga sus veces, este duelo redobla otra pérdida, una desaparición anterior, una falta en la estructura.

Lacan establece una diferencia entre dos pérdidas en la estructura. Por un lado, el sujeto como objeto del goce del Otro debe ser perdido para causar el deseo en el Otro, para ubicarse en la falta del Otro.

Sólo en la medida en que deviene el mismo objeto perdido puede causar el deseo en el Otro. Por otra parte, si pierde al Otro debe hacer el duelo por el lugar de causa que ocupaba en relación con la falta del Otro.

Volvamos ahora a la formulación de Lacan acerca de la tristeza como cobardía moral. ¿Es siempre la tristeza una cobardía moral? Creo que no. No es casual que Lacan aborde también el problema del duelo en el Seminario sobre la angustia. Y aquí es muy preciso: llevamos luto y sentimos los efectos de la devaluación del duelo en la medida en que el objeto por el cual llevamos luto era, sin que lo supiéramos, aquello que nosotros habíamos construido como el soporte de nuestra castración. Así, subrayo una vez más, la castración vuelve a nosotros.

También se pregunta ¿a qué se debe la identificación que encontramos en el principio del duelo? Ese "a" objeto de la identificación es objeto de amor, en la medida en que es aquello que hace al amante amable haciéndolo sujeto de la falta. De allí que por ser lo que ya no se tiene, pueda encontrárselo por vía regresiva bajo la forma de la identificación.

Conviene hacer algunas aclaraciones fundamentales:
1- La identificación con el objeto del duelo es central; pero es central porque sólo es posible hacer el duelo por aquel cuya falta fuimos, por aquel cuyo deseo causamos. La identificación con el objeto perdido en el duelo, es la identificación con la falta que habita en el Otro.
2- Hay un punto incurable en el duelo, punto en que la falta no es sustituible, punto imposible y por lo tanto real. En ese agujero real que no es pasible de ser sustituido ni colmado es donde se aloja la dignidad misma del sujeto en duelo.
Esto es lo que explica, me parece, que la tristeza no sea siempre una cobardía moral sino muchas veces la dignidad misma del sujeto en duelo.

En el Seminario de La angustia Lacan hace una aclaración que me parece fundamental. Nos dice que si no distinguimos con claridad el objeto "a" del i(a), no podemos concebir lo que Freud articula en Duelo y melancolía sobre la diferencia radical entre la melancolía y el duelo.

El objeto "a" está habitualmente oculto detrás del i(a) del narcisismo; y el i(a) del narcisismo está allí para que el "a" quede oculto. Esto es fundamental para entender la diferencia entre el duelo y la melancolía.

Decía anteriormente que el trabajo del duelo demanda gran gasto de tiempo y energía. Sin embargo, Freud tampoco parece estar de acuerdo con los duelos eternos.

Es, por ejemplo, Bernarda Alba, rebenque en mano, dictaminando ante sus hijas: "En ocho años que dure este luto no ha de entrar en casa el viento de la calle. Haremos de cuenta que hemos tapiado con ladrillo puertas y ventanas." Y nótese bien, ésto no para dar libre curso a los afectos, sino para acallarlos. Agrega: "Magdalena, no llores: si quieres llorar te metes debajo de la cama." Más aún, en toda la obra no se habla del marido muerto.

Entonces, ¿qué ocurre con éstos pacientes tan entristecidos, tan desvitalizados, que no alcanzan a decir por qué están así?

Ocurre muchas veces que el trabajo del duelo, por diferentes razones según el caso, no se ha realizado, está pendiente. Entonces nos encontramos con pacientes que no vienen solos a la consulta. De hecho nunca llegan solos, siempre – como dice con acierto un paciente – concurre una gran asamblea, pero en estos casos es casi patético observar que vienen con el muerto a cuestas.

Pero entonces, ¿cuáles son las condiciones para que el duelo pueda realizarse?

Quisiera detenerme por un momento en el Hamlet de Lacan. Esta obra es escrita por Shakespeare un año después de la muerte del padre, y toma su nombre de un hijo muerto. Como ustedes recordarán, la madre de Hamlet se casa con el cuerpo de su marido muerto, que está, digamos, todavía caliente. Por eso dice Shakespeare: "las comidas de los funerales sirvieron para las bodas."

Según señala Lacan, han faltado los imprescindibles rituales ante la muerte de un ser querido. Esto no solo alimentará a Hamlet la sospecha del asesinato cometido, sino que lo obliga a cargar con las terribles consecuencias del duelo no realizado.

¿Qué quiere decir Lacan cuando habla de duelos no realizados, no satisfechos? Varias cosas.

En primer lugar, promete y no alcanza a cumplir que tomará un año de sus seminarios para hablar de los ritos funerarios. ¿Qué dice de estos ritos? Que tienen un carácter microcósmico, ésto es, que hay un "universal" en las comunidades humanas en relación al rito funerario.

En segundo lugar, Lacan se lamenta de la pérdida de estos ritos en el mundo contemporáneo. ¿Por qué? Porque los ritos funerarios ligados a la memoria del muerto implican "la intervención total, pública, desde el infierno hasta el cielo de todo el juego simbólico."

Pero todavía, ¿por qué es tan importante la intervención de todo el conjunto significante, de todo el juego simbólico? Porque la pérdida en el duelo abre un agujero en lo real y es entonces todo el conjunto significante el que es convocado ante el menor duelo, claro que no hay nada significante que pueda colmar este agujero en lo real.

En tercer lugar, Lacan sostiene que es a nivel del "logos" que se realiza el trabajo del duelo, pero aclara que dice "logos" como podría haber dicho "grupo" o "comunidad".

Esto importa porque quisiera decir que no existe la posibilidad de realizar un duelo "a solas". Aún reconociendo esa forma de inexorable soledad del sujeto ante su propia muerte, el trabajo del duelo implica necesariamente a los otros, porque tengamos claro – y en ésto Pirandello se anticipa a Lacan – que lo intolerable no es la experiencia de la propia muerte, que nadie tiene, sino la de la muerte del otro.

Recordemos a Pirandello en el Coloquio con la madre:
Dormí durante los dos días del viaje hasta llegar a Sicilia. No volvía desde que murió mi madre. Alguien me había mandado llamar; no sabía quien, pero con gusto dejé mi casa de Roma donde la pena de vivir se había vuelto ya insoportable: el trabajo, los hijos, mis años. No quiero explicar lo que no se explica y ya despierto me preguntaba si no dormía todavía.

…Desde que entré en la casa no me sentía sólo. Algo se movía en las sombras de los rincones; sombras de sombras me miraban, me espiaban.
Me miraban con tal insistencia que me volví.
- Mamá, eres tú quien me ha llamado.
- Si, yo, Luigi.
- Y ésta es tu música, la reconozco. Recuerdo cuando nos la cantabas.
- Te llamé para decirte lo que no pude por tu ausencia (…) antes de dejar la vida.
- Ser fuerte, ¿no mamá? Hoy como ayer, como siempre.
- Te ríes de mí…
- No, dímelo, lo necesito. Por eso he venido.
- Debes relajarte. Ser fuerte no significa vivir siempre así (…) significa saber vivir también así.
- ¡Dios, madre, tus dedos!
- ¿Ves, Luigi, como el cuerpo se ha reducido? Por eso vino la muerte, debía venir (…)
- No llores, Luigi. Si me quieres tanto debes pensarme como me ves aquí ahora, viva.
- No lloro por eso. Te recuerdo, madre; siempre te veo como estás ahora, viva, sentada aquí en tu sillón. Pero lloro por otra cosa. Lloro porque tú no puedes pensar en mí. Cuando estabas sentada aquí, yo decía: si desde lejos me piensa, estoy vivo para ella. Esto me sostenía y me confortaba. Ahora que estás muerta y no me piensas más, ya no estoy vivo para tí y no lo estaré nunca más.
- Me cuesta mucho, hijo, seguir tus pensamientos. Se volvieron muy difíciles para mí. Sin embargo, una cosa puedo decirte todavía: mira las cosas con los ojos de los que ya no pueden ver más. Ciertamente sentirás dolor, pero ese dolor las hará sagradas y más hermosas. Quizás te llamé sólo para decirte esto.

Vuelvo a Lacan. ¿Dónde ubica el agujero de la pérdida en el duelo? Lo ubica en lo real. Nos explica que en el duelo se produce una reacción inversa a la "verwerfung", en la que lo rechazado en lo simbólico reaparece en lo real. En cambio, el agujero de la pérdida en lo real moviliza al significante, en el sentido que antes dije : grupo, familia y comunidad.

Lacan no deja de preguntarse, ¿en qué se emparenta el duelo con la psicosis? ¿Qué contesta? En nada, salvo que como las psicosis se da testimonio de una de las locuras más notorias de la comunidad humana: el ghost, las figuras fantasmales.

El ghost, agrega Lacan, sorprende el alma de todos y cada uno de nosotros, cuando la desaparición de alguien no fue acompañada de los ritos que ésta exige.

El duelo y las neurosis

A esta altura y después de los desarrollos de Freud y Lacan creo que se impone la pregunta sobre la diferencia entre la melancolía pura y las neurosis melancolizadas.

No puedo sino contestar brevemente, diciendo que la diferencia queda establecida por todo lo que hace diferente a una neurosis de una psicosis.

Hay dos formas diferenciales de rechazo del inconsciente, la represión para las neurosis, la forclusión para las psicosis.

¿De dónde parte Freud? Lo sorprenden las feroces acusaciones que el melancólico se dirige a sí mismo a diferencia de la paranoia donde los reproches se dirigen siempre al otro. El melancólico tiene una certeza sobre su ser, él es lo hediondo del mundo, a diferencia del paranoico que lo ubica siempre en el lugar del otro.

Hay un abismo – dice Séglas – entre ese refrán, esa letanía del melancólico, y la novela del perseguido. Es en ese sentido que puede decirse que el melancólico se identifica con "la cosa". Es a ella a quien insulta dentro de sí, con esa complacencia que tanto sorprendía a Freud.

El insulto alucinatorio, ya sea "marrana" o un auto-insulto, no cambia las cosas. En los dos casos hay que tener claro que es retorno en lo real de lo que es rechazado en el lenguaje.

Lacan pone en relación a las melancolías con el pasaje al acto en su faz maníaca. Recordemos que en Televisión sostiene que cuando la cobardía es deshecho del inconsciente va hacia la psicosis, que es retorno en lo real de lo que es rechazado en el lenguaje, y es por la excitación maníaca que este retorno se hace mortal. Pero, atención, también sabemos que en una neurosis puede haber un pasaje al acto suicida.

Por otra parte, la crítica hipermoral, como lo dice el mismo Freud en relación a las neurosis obsesivas, no es patrimonio de la melancolía.

Tampoco podemos pensar que se trata de un problema de cantidad: cantidad de odio del superyó o bienestar por una cantidad de amor del superyó. Por lo tanto, no ser tan amado por el superyó o no ser tan odiado por él mismo, no da cuenta de la diferencia.

Me parece en cambio, que se puede reformular "el feliz destino" del que habla Freud, o del codicilo en la nuca tal como lo formula Lacan, diferenciando la infelicidad que por la castración conlleva la vida de cualquiera, de lo que ocurre al melancólico cuya infelicidad no está en relación a lo perdido, sino a lo que no se puede perder.

No puede perder "Das Ding", que se presentifica en el yo como un cadáver, impidiendo por lo mismo que se inscriba el significante fálico. La mudez, el dolor petrificado del melancólico, dan cuenta de lo que no puede perder.

Lacan recuerda el pasaje en Duelo y melancolía, donde Freud, después de haberse embarcado en la noción de retorno de la libido objetal sobre el yo, confiesa que es evidente que en la melancolía ese proceso no culmina ahí.

¿Qué otra cosa pasa en la melancolía? El objeto supera su dirección y es el objeto el que triunfa. Y porque esto es diferente del retorno de la libido en el duelo, también por eso, todo el proceso, toda la dialéctica en la melancolía se edifica de otro modo.

El melancólico se ve compelido a atacarse y se ataca para poder alcanzar en ese objeto "a" que lo trasciende aquello cuyo mando se le escapa. La caída lo arrastrará en esa precipitación al suicidio, como dice Lacan, con ese automatismo, con ese carácter necesario y alienado con el cual se realizan los suicidios de los melancólicos y no en cualquier marco. Hay en ellos una propensión, siempre cumplida con fulgurante rapidez, a tirarse por la ventana.

Finalmente, la estructura no es otra que la del fantasma. En la manía lo que está en juego –subrayo- es la no función de "a" y no su desconocimiento. Es aquello por lo cual el sujeto ya no es lastrado por ningún "a", y es ésto lo que lo entrega a una metonimia infinita.

Para concluir no quiero dejar de señalar que en el duelo, en las neurosis, la incorporación del objeto perdido bajo la forma de la identificación nos hace infelices, y nos hace infelices porque ese objeto que incorporamos no es sólo amable. Tal parece que frente a él no sólo tenemos autorreproches, también tenemos reproches y quizás el más fuerte, el reproche de los reproches, es que nos puso en este mundo para vivir y morir.

No olvidemos que desde El malestar…, Freud adjudica el máximo de la infelicidad por el desamparo en que el padre nos deja en este mundo.

 
 
 
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2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA