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Consecuencias
 
Edición N° 3
 
Septiembre 2009 | #3 | Índice
 
Santidad
François Regnault
 

François RegnaultQue el santo chino y el santo cristiano, al menos el de "la civilización occidental", tengan el mismo sentido, sean sinónimos, es una idea inmensamente increíble. Es entonces porque Lacan lo afirma que esto debe ser verdad. Y es porque esa verdad, no llegamos, como a ninguna otra, a decirla toda, que nos ha puesto a trabajar a Natalie Charraud, a quien agradezco haberme dado la fórmula y haberla aclarado, y a mí, que voy a intentar, dejando el santo chino, el del Tao, de lado, no sin haber intentado penetrar el arcano, de evocar el santo cristiano -según Lacan. Un recuerdo a propósito de esto: un día Lacan me evoca su conocimiento del Tao. Me hace con su mano la decena o docena de movimientos que se requería, para ser escrito con el pincel, tal signo -ideograma, digámoslo- de una palabra que no pude retener. Y añade que no tenía la intención de tratar del Tao en su seminario, con una fórmula del tipo: "usted se da cuenta a donde esto iría...".

Tomamos entonces el riesgo de ir allí, más lejos que su medio-decir.

Metiendo de nuevo mi nariz en La religión de los Chinos del gran sinólogo Marcel Granet, aquel que, aunque habiéndose orientado hacia los Indo-europeos, George Dumezil eligió como maestro, de todos modos subraya lo siguiente a propósito del taoísmo: "Un texto de Tchouang-tseu vuelve sensibles el pasaje de las creencias antiguas a las especulaciones taoístas y su parentesco de éstas con las teorías confusianas. Para él, el conjunto de los seres es realizado por una expansión liberal y total del Tao celeste; el imperio está unido gracias a una expansión análoga del Tao imperial; el Tao del Santo somete igualmente a su influencia todo el país. Pero, mientras que, en el pensamiento confusiano, la Eficacia es de orden moral, ella es, para los taoístas, de naturaleza tan indeterminada, o casi, como en las concepciones populares. Por tanto, al oponerse al Providencialismo, más o menos idealista, de los confusianos, el Taoísmo toma la apariencia de un monismo naturalista, sino materialista: la idea central es la de un Continuo cósmico cuya existencia permite las acciones de espíritu a espíritu".[1] "[...] El éxito en la caza o la pesca no depende de los instrumentos empleados; por malos que sean, el cazador o el pescador alcanzan directamente su presa, por efecto de su prestigio personal, si tienen la Eficacia".[2]

Y he aquí que nos aproxima al sujeto supuesto saber, cuyo solo lugar es eficaz, y no por sus cualidades propias, y cuya función se las arregla con su insuficiencia. Prudencia de todos modos con ese rasgo: resto no es obligatoriamente insuficiencia.

La aproximación se hace también con el santo evocando Televisión. Me limitaré a interpretar ese texto enigmático.

En Televisión, la evocación del santo, a pesar de ser paradójico, o, por lo menos, original, nos persuade. Su identificación con el analista nos sorprende.

Sin remontarnos a Freud, tan desconfiado del pastor Pfister y sus curas del alma, hemos aprendido que la confesión no se da sin análisis, pero en fin, la comparación no es del analista con el cura, sino con el santo. Ahora bien, se sabe que una de las tradiciones más auténticas del cristianismo, o, al menos, del catolicismo -porque, tomado con rigor, el protestantismo ha renunciado, no a la santidad, sino a los santos (notablemente canonizados)- es esa división del sacerdote y de la santidad: da su clave principal a los romanos de Bernanos: división del cura impostor (Cenabre) y de la santa no piadosa (Chantal de Clergerie), incluso impía (Mouchette), con a veces, pero excepcional, la figura del santo cura (Chevance, o el cura de Bajo el Solio de Satán). Se encontrará una dialéctica análoga, aunque no idéntica en la ortodoxia rusa.

Un principio de lectura, primero. No se trata evidentemente de explicar lo que Lacan ha perdido de la esencia de la santidad, sino de darle razón. Dicho de otro modo, lo que presenta Televisión, es una interpretación de Lacan de la santidad cristiana, a su manera. Veremos que es bastante genial.

"Volvamos entonces al psicoanalista y no hagamos rodeos. Ellos nos conducirán todos allá donde quiero decir".[3]

Todos los caminos conducen a Roma, para la santidad no se puede nada mejor que ir a ver.

"No se sabrá situarlo mejor objetivamente que en lo que en el pasado se llamó: ser un santo".[4]

En el pasado: se trata evidentemente del pasado cristiano. Dense cuenta que no hay ninguna alusión en Televisión al santo chino. Hay entonces que aplicar las propiedades del santo cristiano al santo chino. A no ser que, a la inversa, sea más bien el conocimiento adquirido por Lacan del santo del taoísmo lo que le aclara lo del santo cristiano. Claro está, encontramos en el telón de fondo la tentativa abortada por los Jesuítas de conciliar los ritos cristianos con los ritos confusianos. Todos sabemos que eso no funcionó, que ese fue un episodio de una importancia histórica considerable, del que nunca mediremos las consecuencias. A la hora en que la China se despierte una vez más (a no ser que seamos nosotros quienes nos adormezcamos frecuentemente...), esta consideración tiene su precio. Pero a la relación imposible entre los ritos chinos y los ritos cristianos, Lacan le encuentra justamente su punto de real: el santo.

"Un santo durante su vida no se impone por el respeto que le vale a veces una aureola".[5]

A veces una aureola: la Iglesia no pretende en efecto canonizar a todos los santos, y los santos en su vida no tienen aureola. [Tienen] al menos los estigmas, que los hacen sangrar. Luego, cuando son, como se dice, elevados a los altares, la pintura debe aureolarlos, todo esto es algo muy conocido.

"Nadie lo nota cuando se sigue la vía de Balthazar Gracián, la de no hacer escándalos, -por lo que Amelot de la Houssaye ha creído que escribía sobre el cortesano".[6]

Sería preciso un largo comentario. Me limito a citar la última sentencia del Hombre cortesano: "CCC Finalmente, ser un santo. Es decirlo todo en una sola palabra. La virtud es la cadena de todas las perfecciones y el centro de toda felicidad. Vuelve al hombre prudente, atento, avisado, sabio, valiente, retenido, íntegro, feliz, plausible, verdadero y héroe de todos. Tres S lo hacen feliz: la salud, la sabiduría, la santidad".[7]

"Un santo, para hacerme comprender, no hace la caridad [charité]. Más bien él hace de desecho [déchet]: el dese-carita [décharite] [desecha la caridad]".[8]

Aquí comienza la paradoja, ya que para la imagen común el santo hace la caridad. Lacan deja entender que el santo se descarga justamente de la caridad, de la que se modela, "desecharita", es una condensación de desecho y caridad, y, añade, comienza también como: "descarga", con todos los sentidos que ustedes pongan allí.[9]

Tomaría dos ejemplos, opuestos voluntariamente: los dos Patronos de Italia: santa Catherina de Siena. Su vida muestra que ella se usaba, se consumía, se extenuaba al hacer la caridad. Hasta se forzaba a beber el cubo en que recogía los humores purulentos, por penitencia. Y de subir a Avignon, también, para rogar a los papas volver a Roma, no sin éxito, se dice. Sea. ¿Es esa su última palabra? ¿Es su última palabra? No, si se pone en paralelo con san Francisco de Asís, quien pasa un poco como el más grande santo del occidente cristiano, encontrarán la confirmación en el Federico II de Kantorowicz. Pero san Francisco, lo conocemos más por todas las circunstancias en que más bien se libra a una caridad bizarra: requerido por su padre a que restituya a un suplicante el dinero que ha robado y conducido ante el tribunal del obispo, se desnuda y tira sus vestidos al pié de su padre, renunciando a todos sus bienes, y el obispo lo cubre con su capa -la escena es pintada por Giotto; luego predica a los pájaros y los envía a los cuatro rincones del cielo, convierte al lobo feroz de Gubbio, acepta una montaña de regalo, el Monte Alvernia, para recogerse, tantos actos extraños dan lugar a relatos legendarios de su vida, entre los cuales los famosos Fioretti, que siguieron a su rápida canonización (dos años después de su muerte). En cuanto al asunto de la caridad, sea, pero mientras se pueda hacer, en tanto se pertenezca a una orden mendicante (como Santa Catherine, que era dominica) y de que se ha hecho el voto de pobreza. Después de todo, hacer el voto de pobreza, no permite en adelante dar gran cosa a los pobres, salvo a cortar su manto en dos, al respecto ver Lacan! Nada que ver, en el fondo, con el san Vicente de Paul de una vieja y famosa película, Monsieur Vincent, puesta en escena por el no ingenuo Jean Anouilh que le hace decir a Ana de Austria: "¡Señora, he alcanzado la edad de setenta años para saber que no se podía dormir sino tres horas por noche!". Nada que ver, tal vez tampoco con la figura reciente del abad Pierre, de un bastante logrado texto de Mitologías de Roland Barthes, "Iconografía del abad Pierre", decía: "El corte del abad Pierre, concebido visiblemente para alcanzar un equilibrio neutro entre el cabello corto (convención indispensable para no hacerse notar) y el cabello descuidado (estado propio para mantener el desprecio de las otras convenciones) se reúnen así en el arquetipo capilar de la santidad: el santo es ante todo un ser sin contexto formal; la idea de la moda es antipática a la idea de la santidad".[10] Pero para añadir pérfidamente: "Donde las cosas se complican -sin que el abad lo sepa, hay que desearlo- es que aquí como en otros lugares la neutralidad termina por funcionar como el signo de la neutralidad, y si se quisiera pasar inadvertido, habría que comenzar de nuevo todo". Mas que, diría yo, con la Madre Teresa de la que tengo el sentimiento de que ella descaritaba a lo largo de su jornada en su moridero de Calcuta, imponiéndose incluso el no convertir a ningún Indio.

"para realizar eso que la estructura impone, a saber permitir al sujeto, al sujeto del inconsciente, de tomarlo por causa de su deseo".[11]

Atención, el santo, aquí aproximado al analista, no es el sujeto del inconsciente, sino la causa del deseo de ese sujeto. Lo que la estructura impone, la del análisis para el analista, la de la santidad para el santo, es en suma, la dirección de la cura: el pecador encuentra el santo, que le muestra la vía (Tao), sin quererlo, sin nombrarla, a su manera.

"Es por la abyección de esta causa en efecto que el sujeto en cuestión tiene la oportunidad de orientarse al menos en la estructura. Para el santo eso no es gracioso, pero imagino que, para algunas orejas de esta tele, eso acota bien la extrañeza de los hechos de santo".[12]

Acabo de citar las extrañezas, de las que todas las vidas de santos están llenas, y que no responden a las demandas mediáticas. (aún un ejemplo: San Luis Gonzaga). Dicho de otro modo, Lacan toma el santo por el lado donde no es ni piadoso, ni edificante, sino sujeto a, o mejor, objeto de sorpresa.

"Que esto tenga efectos de goce ¿quién no tiene [anudado] el sentido con el goce? Solo el santo que permanece seco. Es incluso lo que impacta más en el asunto. Impacta a aquellos que se aproximan y no se engañan: el santo es el desecho del goce".[13]

Aquí está la tesis central, ella misma impactante, debo decirlo. Goce de haber agujereado la santidad del santo, para el sujeto (del inconsciente), goce de la transferencia sobre el psicoanalista, sin identificación, sin obediencia, sin sometimiento, salvo evidentemente en los casos de santos poco santos que ensombrecen en el sermoneo, imponen un orden, juegan al gurú, fundan un secta (y no una Orden), etc. Recuerden el ejemplo, frecuentemente representado en la pintura de san Antonio predicando a los peces, ya que ningún fiel lo escuchaba. Esto da lugar a un bello sermón del gran Jesuita portugués Vieira, digno de Balthazar Gracián. Se sueña en Lacan y en su "yo hablo sin la menor esperanza- de hacerme escuchar, notablemente..."[14]

Desde el punto de vista filológico, una referencia se impone, que saco del Vocabulario de las instituciones indo-europeas de Benveniste, y que coincide con la de Freud sobre los sentidos opuestos en una palabra tal como sacer. "El estudio de la designación de lo sagrado nos pone en presencia de una situación lingüística original: ausencia del término específico en indo-europeo común, de una parte, doble designación en muchas lenguas (iraní, latín, griego), de otra parte. La búsqueda, aclarando las connotaciones de términos históricos, apunta a precisar la estructura de una noción cuya expresión parece exigir no uno, sino dos signos. El estudio de cada una de las parejas testimoniadas -[...], latín: sacer, sanctus; griego: hieros, hagios- conduce a planear, en la prehistoria, una noción de doble cara: positiva "lo que está cargado de la presencia divina" y negativa "lo que está prohibido al contacto de los hombres"".[15]

Esto porque el analista puede devenir el objeto a, el desecho, por lo que Lacan lo compara con el santo, siguiendo la vertiente negativa de la palabra sanctus, con el doble sentido: "consagrado a los dioses y cargado de una mancha imborrable, augusta y maldita, digna de veneración y suscitando horror".[16] El horror de su acto, llegará a decir Lacan.

Y aun, recordemos el Discurso a la Escuela freudiana de París: "El psicoanalista, como se dice, quiere ser la mierda, pero no siempre la misma. Es interpretable, a condición de que él se dé cuenta que de ser mierda, es verdaderamente lo que quiere, desde que se hace el hombre de paja del sujeto supuesto saber".[17] Alusión probable al sicut palea de santo Tomás de Aquino, ya que ese palea que Lacan traduce por estiércol, [es el mismo sentido] ustedes saben que se le da a nuestra palabra "paja".

"A veces por tanto hay un descanso, del cual no se contenta más que cualquiera otro. Goza. Él no opera más durante ese tiempo. No es que los astutos no lo vigilen entonces para sacar las consecuencias e hincharse ellos mismos. Pero al santo esto no le interesa, tanto más cuanto que allí obtiene su recompensa. Lo que es para retorcerse de la risa".[18]

Cuando el santo goza, no opera. Piensen en santa Teresa, la de Ávila, la del Bernini (no fue la del cubo de santa Caterina de Siena!) Los astutos citados aquí me recuerdan esa réplica del joven héroe del Despertar de primavera de Wedekind a la chica que él ama y que va a ver a los pobres: "¿Es entonces por tu placer que visitas los pobres? […] Pero ¿si tu no tendrías placer no irías?"[19]. Concluiremos nosotros que ¿es cuando ella hace la caridad, y que goza, que deroga de algún modo la santidad? ¿Por qué no ir hasta ese punto? Y concluir que el analista que "se echa a cuestas toda la miseria del mundo", como lo formula Jacques-Alain Miller en su pregunta a Lacan, ¿sale del análisis? Eso es seguro que lo sabemos todos.

"porque se burla así de la justicia distributiva, es de allí que frecuentemente se ha partido".[20] Piensen en san Francisco de Asís despojándose de sus vestiduras!

"En verdad el santo no se cree con méritos, lo que no quiere decir que no tenga moral. El sólo inconveniente para los otros, es que no saben a dónde eso los conduce".[21]

El santo no se cree con méritos, todo el mundo lo sabe, pero no obstante el no es inactivo. La moral, que sigue no es el quietismo. Diremos que el sujeto supuesto saber tampoco ¿no vive en la ataraxia? ¿Hay que decir que se hace causa de un deseo? Esto no implica sin embargo algún dominio.

"Yo, cogito locamente porque haya algo nuevo como eso. Es sin duda algo que yo mismo no alcanzo".[22]

¿No diríamos nosotros, que Lacan lo alcanzó? Podemos decirlo.

"Más se es santo, más se ríe, es mi principio, incluso la salida del discurso capitalista,-lo que constituirá un progreso, así sea sólo para algunos".[23]

Psicoanalista, entonces = santo, pero santo en el sentido del sujeto supuesto saber que es el analista, no el sujeto que viene al análisis, ni el sujeto del inconsciente (para retomar los términos definidos por Jacques-Alain Miller en Nuestro sujeto supuesto saber[24]). La lucha iniciada, la guerra de la que se habla, ustedes la entienden aquí definida como la salida del discurso capitalista, apuesta de gran talla, contra los sujetos supuestos saber que no son pequeños santos, es lo menos que puede decirse.

Como frecuentemente en Lacan, el punto de real que suscita en él una comparación esclarecedora no debe arrastrar con ella todo el resto. Dicho de otro modo, Sócrates inventa la transferencia, pero el psicoanálisis no es el platonismo. Aquí igualmente, no es sobre todo porque el psicoanalista=santo que Escuela =Iglesia, al contrario. Al respecto Lacan aconseja incluso que el examen de la estructura de grupo debería conducir a estudiar "la función de la Iglesia y del Ejército del sujeto supuesto saber". La hipótesis es tal vez que el santo chino debe vaciar el santo cristiano de todo efecto de iglesia.

Terminemos estas consideraciones sobre la paja, el estiércol y el cagajón con los que permiten a las flores crecer y perfumar así el final de la cura, dejando el sujeto supuesto saber en ese lugar que al final de uno de los más bellos poemas de san Juan de la Cruz le concede:
"Entre las azucenas olvidado."

Post scriptum

Un texto extraordinario de Péguy merece ser citado: "Por la impotencia misma del mal, de la crueldad, Corneille va más profundo que Racine. Ya que la crueldad no es más, cuanto se requiere, lo que hay de más profundo. Ella no es más lo profundo del corazón, ella no es más lo profundo del hombre. Entra frecuentemente mucha vanidad. La caridad va infinitamente más profunda. Es si puedo decirlo un vicio peor, infinitamente peor, (una inhumanidad, sobre-humanidad, sub-humanidad infinitamente peor). Más mordaz, infinitamente más profunda, más dominante, más aferrada a su presa. Los santos y los mártires son infinitamente más amasados, tan obligados a la caridad como los criminales, como los crueles mordidos por la crueldad. La impronta, más que la impronta la herida, la mordedura, el alimento es más profundo, más imborrable. (Más grave). De la caridad que de la crueldad. El santo es infinitamente más devorado por la caridad que el cruel mordido por la crueldad. Su corazón consumido por el amor. Su corazón devorado por el amor. Se podría casi decir que el santo es más irrecusablemente víctima de su caridad que el criminal, que el cruel víctima de su crueldad".[25]

Esto parece decir lo contrario de lo que Lacan dice del santo, pero pienso que dice la misma cosa, ya que ni en Péguy, ni en Lacan, el santo hace la caridad, es ella la que lo hace, y de otra parte, en Péguy y en Lacan, el santo parece salir de la humanidad, de la sociedad, no hace nada al servicio de los bienes. Esto parece difícil de sostener, porque los medias han impuesto la figura del caritativo que asume un mal de perros para socorrer la miseria, como la figura del analista que pasa su fin de semana escuchando las neurosis de última hora y sin cobrar un centavo, cuando en verdad las figuras de la caridad en el sentido ordinario, del socorro, de la compasión, de la entrega, aquí están, diría, para taponar lo que hay de insensato en tales conductas. Para re-asegurarnos finalmente. Mientras que al santo eso no le importa.
 
Traducción de: Mario Elkin Ramírez
 
Notas
1- Granet M., La religión des Chinois, Paris, Albin Michel, 1998, p. 125-126.
2- Ibíd.
3- Lacan J. "Televisión", Autres écrits, Paris, Le Seuil, 2001, p. 519.
4- Ibíd.
5- Ibíd.
6- Ibíd.
7- Gracián B. "L'homme de cour", trad. Amelot de la Houssaie (1684), Paris, Ivréa, Champ Libre, 1993.
8- Lacan, op. cit. Corchetes del traductor.
9- El autor sugiere también en esa expresión francesa la evacuación de los intestinos.
10- Barthes R. Mythologies, Paris, Le Seuil, 1975, p. 54.
11- Lacan J., Op cit.
12- Ibíd.
13- Ibíd.
14- Lacan J. "Lettre de dissolution", Autres Écrits, Op. cit., p. 317.
15- Benveniste E., Vocabulaire des institutions indo-européennes, 2, Pouvoir, Droit, Religion, Paris, Minuit, 1969, p. 179.
16- Ibíd., p. 188.
17- Lacan J. "Discurso de la Escuela freudiana de París", en Autres écrits, op. cit., p. 275.
18- Lacan J. "Television", op. cit. p. 20.
19- Wedekind F. L´eveil du printemp, Tragédie enfantine, Paris, Gallimard, Le manteau d'Arlequin, 1974, p. 35.
20- Lacan J. "Televisión", en: Autres écrits, op. cit.
21- Ibíd.
22- Ibíd.
23- Ibíd.
24- Miller J-M. "Notre sujet supposé savoir", Lettre mensuelle n°254, janvier 2007, p. 3-6.
25- Péguy C., "Víctor-Marie, Comte Hugo", Œuvres en prose complètes, tome 1, Paris, Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, 1987, p. 777.
 
 
 
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