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Consecuencias
 
Edición N° 3
 
Septiembre 2009 | #3 | Índice
 
El malestar de los operadores de mercado financiero
Ximena Zabala Corradi [*]
 

¿Qué hace un trader? Intercambia. En este sentido su labor existe desde épocas de origen, cuando se trataba de los primeros trueques, una cosa por otra; estaría amarrada a cierta tradición de esas ocupaciones artesanales que pueden haberse transmitido de generación en generación, de padre a hijo, de maestro a aprendiz.

Sin embargo ha habido incidencia. El trader de hoy no es el mercader. Su negociación es más un negocio, la ganancia no parece un plus como efecto de una pérdida efectiva, trozo que ha implicado trazo en el cuerpo del sujeto.

Así, se nos presenta un nuevo fenómeno para pensar el semblante y los discursos desde el psicoanálisis, en relación con la actividad especulativa del mercado financiero.

 

I

Ximena Zabala CorradiDesde hace algún tiempo muchos autores nos han habituado al diagnóstico según el cual el hombre de la segunda mitad del siglo XX sería el protagonista de una profunda transformación cultural. El desarrollo vertiginoso de nuevas tecnologías, la expansión de medios de comunicación masivos e interactivos, el nacimiento de un capitalismo tardío globalizado y la posibilidad de un consumo sin precedentes históricos estarían dando cuenta de esta transformación cultural.

Para ciertos autores (Baudrillard, 1992; Lyotard, 1986; Vattimo, 1987) estas transformaciones serían el reflejo de una crisis de la cultura occidental moderna. Ellos señalan que, a pesar de su desarrollo material, la sociedad moderna no habría de ninguna manera alcanzado la tarea que ella misma se habría impuesto desde la Ilustración, es decir, la realización de una emancipación universal a partir del ejercicio de la razón. Estos cambios recientes habrían conducido a la caída del fundamento mismo sobre el cual se había construido la organización de la sociedad moderna, conduciendo tanto al fin de los metarrelatos convertidos en falsas promesas (Lyotard), como al fin de la historia considerada como un proceso progresivo (Baudrillard).

Desde la perspectiva de algunos sociólogos (Castells, 1998; Lipovetsky, 1983), la sociedad contemporánea se encontraría sufriendo una transformación normativa mayor donde los antiguos ideales y valores modernos no servirían más como referentes válidos para la conformación de los sujetos. Los más diversos fenómenos entre los cuales se pueden contar las nuevas formas de tribalismo, la crisis de la identidad asociada a la ausencia de fines colectivos, el retorno de los irracionalismos y de los fundamentalismos o la escalada de la violencia urbana, estarían dando cuenta de un debilitamiento de las normas modernas, que inevitablemente, estarían conduciendo a la aparición de nuevas formas de subjetividad (Lipovetsky; Maffesoli, 1988)

Los psicoanalistas no se habrían quedado al margen de este movimiento que predica el fin del sujeto moderno asociado a la caída de la ley. En efecto, un cierto grupo de ellos, especialmente de orientación lacaniana, han defendido la tesis según la cual el sujeto contemporáneo habría dejado de estar sostenido por la ley simbólica, encontrándose hoy únicamente sometido a la norma jurídica. La instancia de la ley en el inconsciente habría cedido su lugar a la autoridad, precipitando el desfallecimiento de las articulaciones simbólicas que hoy se expresan en las más diversas « nuevas enfermedades del alma » (Kristeva, 1993). Diferentes manifestaciones psicopatológicas darían cuenta de la aparición de una nueva economía psíquica (Melman, 2002) la cual no pudiendo ser reconducida a las clásicas neurosis de Freud, indicaría una transformación de la subjetividad cuya principal responsable sería una suerte de anomia simbólica precipitada por la hegemonía del discurso capitalista (Lebrun, 1997).

Pero, ¿nos enfrentamos acaso a un verdadero fin de la subjetividad moderna? ¿Asistimos a una anomia sin precedentes, responsable del nacimiento de un nuevo sujeto posmoderno, o aún hipermoderno? El discurso capitalista ¿trae una caída generalizada del orden simbólico? No pretendemos responder definitivamente a estas preguntas, sino únicamente intentar determinar su alcance a partir de un estudio situado en el contexto de la reciente transformación que ha sufrido el ámbito económico. Si la evolución tardía del capitalismo aparece como una de los grandes responsables de la crisis de la modernidad, que precipitando una caída de lo simbólico, habría dado lugar a la aparición de una nueva subjetividad, entonces una investigación que se oriente a caracterizar algunos cambios recientes en el campo económico, podría darnos luces en ese sentido. Se trata de un estudio preliminar que considera un agente económico emergente y estrechamente ligado a la transformación de las prácticas económicas que ocurrieron en el último cuarto del siglo veinte y que para ciertos autores constituye una nueva era del capitalismo (Boltanski & Chiapello, 1999). Nos referimos al capitalismo financiero (Batsch, 2002) y a uno de sus agentes especializados, los traders.

II

El capitalismo financiero se caracteriza por la unificación de los mercados de acciones, de divisas y de deudas, su progresivo crecimiento y su radical internacionalización. Si bien el sistema financiero no tiene nada de nuevo, la multiplicación de bolsas por todo el mundo y el crecimiento exponencial de los volúmenes de transacciones, parece haber producido una transformación en el interior mismo del régimen macroeconómico de acumulación hasta establecer lo que, desde la perspectiva de ciertos autores, constituye un nuevo “régimen de acumulación financiarizado” (Orléan, 2000). De hecho, la importancia actual de los mercados financieros es de tal envergadura, que una caída de los valores bursátiles puede tener efectos considerables y nefastos sobre el conjunto de la economía mundial.

La financiarización se distingue por un cambio en la relación de la fuerza social en provecho de una forma particular de capital, el capital financiero, de sus actores, sus representantes y sus instituciones (Bourdieu, Heilbron & Reynaud, 2003). Contrariamente a los sistemas de financiamiento tradicionales principalmente fundados en el endeudamiento administrado donde el rol de la banca era central, el capitalismo financiero busca nuevas fuentes de financiamiento a través de los mercados de capitales. Se trata del recurso a la liquidez del capital, el que como pivote fundamental del funcionamiento del sistema, impone la subordinación de la gestión interna de las empresas a la rentabilidad financiera e implica que los beneficios no dependan exclusivamente de la productividad efectiva (Orléan, 2000).

El antecedente más inmediato de la financiarización es la crisis económica de los años 70 en Estados Unidos (Batsch, 2002). Confrontado a la baja de la productividad y a las dificultades en el financiamiento de las empresas norteamericanas, el estado resolvió el problema a través de una substancial disminución de los impuestos a las empresas, una liberalización del mercado de trabajo y un conjunto de reformas que se tradujeron en el desmantelamiento del estado providencial (Bourdieu, 2000). Se trató de una vasta modificación de la legislación la cual, liberalizando las actividades comerciales, buscó favorecer el recurso a nuevas formas de financiamiento, como fue la promoción de los mercados financieros (Batsch).

En ese sentido, los mercados financieros fueron concebidos para dar una solución pragmática al hecho que los financistas tenían inmovilizado su capital invertido (Orléan, 1999). Mediante la transacción organizada en el mercado, las deudas de las empresas podían transformarse en títulos negociables y, así, ser rápidamente convertidas en capital líquido.

Luego, esta transformación constante se ha hecho posible gracias a las transacciones en el mercado financiero, el cual es capaz de establecer los precios de los títulos a través de un particular mecanismo de evaluaciones públicas. Los precios son, en ese sentido, el resultado de una convención, que reúne la variedad de creencias al interior de la comunidad financiera, acerca del valor de una empresa en un momento dado.

Ahora bien, el precio ofrecido no se encuentra necesariamente correlacionado con los datos económicos objetivos de la productividad (Aglietta, 1995; Orléan 1999). El precio no refleja únicamente el pretendido valor actual de un título, sino que más bien las chances futuras que éste tiene de conservar, hacer subir o hacer bajar su valor. Para mantener siempre abierta la posibilidad de transformar el capital fijo en capital líquido, es importante, que en la compra y venta de los títulos, sean tomados en cuenta los eventuales valores de recompra y reventa posteriores de los mismos títulos. En ese sentido, la fijación de los precios depende de una especulación sobre el futuro que no sería marginal como ciertos autores lo creen. Ciertamente, no se trata de una especulación singular y aislada, sino de una concatenación de apreciaciones anticipatorias que se organizan en una suerte de especulación colectiva en virtud de la cual el valor financiero se desvía del valor del capital productivo.

En ese sentido, el recurso a la liquidez financiera es una trasgresión de la realidad económica productiva (Orléan, 1999). Mientras la valorización del capital productivo es un proceso a largo plazo que requiere de una inmovilización, la liquidez financiera genera una incesante reevaluación que permite trasformar el capital fijo en el más corto plazo. La reevaluación constante de las cotizaciones realizadas en el mercado financiero, a cada minuto, a cada hora, cada día, no tiene relación con las necesidades del mundo productivo. Por lo tanto, en los mercados financieros se crea un mundo artificial de precios que los analistas no cesan de evidenciar en la desproporción que aparece entre la circulación financiera y la circulación de mercancías (Orléan). En el fondo, los mercados financieros aparecen como la pura y simple voluntad de contornear las limitaciones que los plazos de la producción imponen a los procesos de valorización de capitales. En este sentido, entre las evaluaciones del mundo productivo y las evaluaciones financieras, aparece una desconexión que para algunos autores constituye una anomalía transitoria motivada por bolas especulativas, pero que para otros autores es una condición inscrita en el proyecto mismo del capitalismo financiero.

Sin embargo, esta transformación de los mercados financieros no habría podido ocurrir sin una profunda modificación de las relaciones de poder al interior del campo económico. La concepción del control de las empresas en términos de “valor accionarial” (Fligstein, 1997: 36) bien parece describir la transformación que la financiarización introduce en la distribución del poder. Según esta concepción, solo los accionistas minoritarios organizados en instituciones de inversión tienen el derecho de controlar las actividades de la empresa y la sola preocupación de la empresa es maximizar las utilidades de sus accionistas. El “valor accionarial” expresa la capacidad de las empresas de cumplir esta tarea, de suerte que si ella baja su productividad, la empresa podría verse expuesta a una deserción de los accionistas disminuyendo a su vez sus posibilidades de captar nuevos. En ese sentido, los poderosos gerentes pierden el poder que detentaban antes, sometiéndose a la vigilancia de los accionistas según el sistema de corporate governance (Batsch, 2002; Fligstein, 2001).

La publicación de balances periódicos, la creación de listas conteniendo las empresas más y menos performantes y la participación de accionistas asalariados en la gestión son estrategias de presión para asegurar que la administración de la empresa buscará la maximización de las ganancias (Batsch, 2002; Orléan, 1999). Constreñidos a tener que “crear valor” para que el capital productivo no se deprecie, los gerentes se encuentran obligados a tomar decisiones productivas a corto plazo, las que destinadas a reasegurar a los accionistas y a la comunidad financiera, afectan no sólo las políticas de producción, sino que también la organización de la empresa y las condiciones laborales.

Luego, el capitalismo financiero pareciera constituirse por oposición al sistema de producción del capitalismo tradicional, el cual se encuentra impugnado al menos sobre dos planos, a saber la acumulación del capital y la concentración del poder.

III

En el centro mismo de esta recomposición del campo económico, emergen nuevos agentes altamente especializados en finanzas, los traders u operadores de mercados, sobre quienes recae la tarea de negociar en los mercados y determinar la venta y compra de los activos financieros. Se trata de un operador técnico que, teniendo los conocimientos indispensables en economía, matemática e informática, se encarga de obtener beneficios a través de la toma de decisiones inmediatas que se traducen en transacciones y en la movilización de capitales. En ese sentido, los traders deben saber sus posiciones con el fin de poder, en todo momento, intervenir para los mejores intereses de las instituciones a las que pertenecen. Deben saber evaluar la rentabilidad de sus posiciones y saber estimar ágilmente las ganancias que pueden lograr antes de efectuar la menor inversión en el mercado.

Existen distintos tipos de traders según la institución financiera en la que trabajen y según el tipo de mercado y productos que manejen. En ese sentido, se diferencian también según los niveles de riesgo implicados, el grado de especulación comprendido o el tipo de conocimientos que deben aplicar. En nuestra investigación decidimos trabajar con traders que se desempeñan en mesas de dinero de bancos y corredoras de bolsa y que se encuentran transando en mercados electrónicos organizados[1]. La elección se justificó con base en el tipo de trabajo desempeñado, donde el alto nivel de riesgo implicado al momento de operar, constituye una característica distintiva respecto del trabajo más reglamentado y con menores riesgos que estos mismos agentes pueden realizar en otras instituciones.

Ahora bien, los traders trabajan en lugares que concentran diversos servicios organizados y especializados en finanzas y que en el lenguaje habitual de ese medio laboral se conocen como mesas de dinero. El trader es, sin duda, el protagonista principal de la mesa de dinero, sin embargo comparte también este espacio con otros agentes comos los dealers que venden productos a la clientela de la institución y los analistas encargados de establecer las predicciones económicas. Sosteniendo las actividades de la mesa, se encuentran además el sector administrativo donde se efectúa la contabilidad y el control reglamentario de las operaciones hechas por los traders. Ya que si ellos son los encargados de tomar las ultimas decisiones orientadas a la obtención de hacer ganancias, su actividad se encuentra tanto regulada por un corpus legal, como limitada por políticas decididas por la institución financiera a la que pertenecen.

En la mesa de dinero, los traders se encuentran sentados unos al lado de los otros, teniendo a su disposición muchas pantallas que les entregan por una parte indicadores de los precios que se cotizan en el mercado y las últimas informaciones financieras y que por otra, les sirven para realizar transacciones, cálculos y análisis. Disponen también de terminales telefónicos para comunicarse rápidamente con sus contrapartes, vale decir, otros traders con los que se encuentran ofreciendo o demandando precios y acordando transacciones. Pero, tal vez, lo que sorprende más es el alto nivel de actividad de la mesa, donde es posible observar a los traders ansiosa y agitadamente realizando muchas tareas a la vez. Así los podemos encontrar absortos mirando los precios que oscilan en sus pantallas mientras, al mismo tiempo, negocian con otros traders presentes en la mesa o bien discutiendo acaloradamente con los analistas o los administrativos mientras se interrogan a propósito de los rumores sobre las fluctuaciones del mercado. En resumen, la parte de la mesa de dinero donde trabajan los traders, es un lugar ruidoso y en movimiento donde los gritos y los insultos son muy habituales.[2] En ese sentido, pareciera que la mesa de dinero encarna la imagen del mercado que esperamos encontrar, vale decir, un lugar que los mismos traders consideran como desestructurado, ilimitado, sin principio ni fin, donde los precios se mantienen, como ellos, en un perpetuo movimiento.

Es también sorprendente constatar el carácter marcadamente masculino de los traders en el que sólo una pequeña minoría de los operadores son mujeres, las que a su vez son tratadas como hombres[3]. De hecho en la mesa de dinero que estudiamos, no había baño de mujeres, las que debían utilizar uno en otro piso del inmueble. Pero la masculinización del ambiente de trabajo no se limitaba al número de mujeres o a la segregación urinaria. Se trataba también del tono y del contenido de las discusiones entre los traders. Siguiendo sus propios modos de expresión, no era grave si «había que gritar en la mesa », si « nos teníamos que insultar » o si « las bromas eran de las caderas para abajo; estábamos entre amigotes y molestarse por una broma era un problema de minas[4] ». A través de este tipo de expresiones, los traders buscaban en un juego competitivo mostrar sus atributos fálicos, mientras que los insultos buscaban feminizar al rival. Ellos decían, siguiendo sus propios términos, no tener la impresión de estar en el trabajo con los colegas, sino más bien “estar en el liceo con los compañeros”.

Ellos se representaban a sí mismos como guerreros, ya que para ser trader, según sus propias palabras «es necesario amar la apuesta, el riesgo y la adrenalina ». Es también necesario « amar las cosas desestructuradas pues el cambio constante exige estar en extrema actividad». Muchos de ellos explicaban que cuando los precios se estabilizaban, cuando el movimiento del mercado cesaba, se aburrían: « es importante que nunca pare, ojalá que siempre esté en movimiento, para así poder mantenerme absolutamente ocupado ». Luego, esta necesidad de movimiento se explica por el hecho de que las oportunidades de hacer ganancias sólo se producen en los momentos en que ocurren fluctuaciones en el mercado. En ese sentido, cuando los precios varían, muchos de los entrevistados señalaban que la adrenalina aumentaba mientras esperaban ansiosamente lograr al fin acertar. Evidentemente, también podían perder. Sin embargo, ellos precisaban, que si « uno se encuentra dotado de habilidades, se puede ganar mucho más de lo que se pierde y recibir a fin de año un bono sustancial » el cual puede doblar su salario fijo anual.

Sin embargo, el aspecto que más sorprende, es precisamente la actividad a través de la cual los traders que estudiamos realizan ganancias, es decir, la tarea de especular. Fundada sobre anticipaciones, la especulación es una actividad orientada a la percepción del futuro, en condiciones en que las variables que participan en la formación de los precios son inciertas. Si bien sus resultados no son frutos de un cálculo exacto, tampoco son productos de una simple apuesta (Aglietta, 1995). De hecho, algunos autores piensan que la manera de evaluar y de establecer los precios sobre los mercados tiene un fundamento objetivo y racional construido sobre la consideración de las informaciones disponibles: el análisis del valor fundamental.

Sin embargo, al momento de predecir la evolución de los precios en el mercado financiero lo que cuenta, no son tanto los datos objetivos, sino más bien la reacción que tendrá el mercado frente a una determinada información pública. En este sentido, las anticipaciones de los agentes financieros no están tan orientados por la economía real, sino más bien por los otros intervinientes en el mercado, principalmente los otros traders (Aglietta, 1995; Orléan, 1999). Esto implica una importante desconexión entre el mundo de las finanzas y la economía real, implicando que lo que importa al mercado no es el contenido objetivo de las informaciones, sino más bien la posible interpretación que la comunidad financiera hará a propósito de las informaciones. En consecuencia, la predicción de los precios demanda una racionalidad fundamentalmente mimética (Orléan) donde se busca saber lo que piensan los otros o más bien lo que piensan aquellos que podrían ser copiados por la gran mayoría de los intervinientes financieros. Ya que lo que determina los precios, es la opinión compartida al interior del mercado por intervinientes que no siguen necesariamente el contenido de las informaciones, sino que igualmente se encuentran especulando. Por ello, los traders aconsejan “fluir con el mercado” (Douglas, 1990; Knorr, Cetina & Bruegger, 2002), pensar como el consenso piensa, lo cual termina condicionando una tendencia a la uniformización de los razonamientos económicos. Se podría decir que tal homogenización no es la consecuencia, sino la condición misma de la posibilidad de “fluir con el mercado”, de especular y de hacer, entonces, ganancias.

En este sentido, algunos economistas (Aglietta, 1995; Orléan, 1999) han constatado un patrón de comportamiento de los mercados financieros que, reposando sobre la uniformización de los razonamientos económicos de los participantes, puede ser calificado como autorrefencial. Y es que para ser eficaces en sus predicciones, los agentes financieros deben adherir a la lógica que consensualmente en un momento dado domina acerca de los cursos del mercado. Consecuentemente no es inhabitual ver una volatilización o una caída excesiva de los cursos ligadas a polarizaciones de tipo mimético cuando un hecho ha sido seleccionado por una gran cantidad de actores en razón de su supuesta importancia para la predicción del mercado.

Así, al momento de decidir, poco importan los saberes aprendidos para calcular los valores fundamentales. Ya que cualquier razonamiento puede ser desmentido por la opinión colectiva que predomina, importa poco que la distancia que separa el valor fundamental y el valor bursátil sea evidentemente absurda. Sólo el consenso importa y si el resultado neto de las acciones colectivas de todos los participantes esta moviendo el precio contra la posición particular de un trader, entonces es él quien esté equivocado y es necesario que adhiera al razonamiento de los otros si no quiere perder aún más dinero (Douglas, 1990). Y es que para adivinar y prever el flujo del mercado, es necesario “pensar como el mercado piensa”, “creer lo que el mercado cree”, hay que “identificarse a los flujos del mercado”, según lo señalado por los propios entrevistados.

No es entonces extraño, que al lado del análisis económico y de las informaciones entregadas por los servicios electrónicos especializados, los traders usen otras fuentes bastante menos rigurosas como los comentarios, los rumores, las predicciones establecidas a partir de las tendencias de los cursos pasados o las creencias colectivas en un momento dado, fuentes que resumen el saber práctico de esta lógica autorreferencial y fuertemente especular. De hecho, podría decirse que si el trader busca mantenerse constantemente informado, si incansablemente busca impregnarse de los rumores y si aún se sirve de cualquier útil disponible, es porque debe familiarizarse con todos aquellos elementos sobre los cuales reposa la formación de la opinión de la gran mayoría de los actores financieros. Ya que, en el fondo, para prever los cursos financieros ningún útil es cierto, ninguna información es definitiva, ningún comentario es sólido, sólo la intuición dejándose conducir por los flujos del mercado puede hacer posible la toma de una decisión (Abolafia, 1996; Douglas, 1990; Knorr, Cetina & Bruegger, 2002). En ese sentido, todos los traders que fueron entrevistados no se fiaban exclusivamente de las informaciones objetivas, ni de los rumores recibidos, ni de los cálculos de los ordenadores, ni de los análisis económicos. Ellos señalaban que, en el fondo, siempre terminaban tomando las decisiones con « el estómago ».

IV

Luego, este razonamiento especulativo vuelto posible por la evolución tardía del capitalismo, ¿supone acaso una nueva subjetividad ligada a una caída de la ley simbólica? Sin duda se trata de una práctica imaginaria de la cual podríamos decir que el trader sólo puede especular, especularizándose a los otros. En este sentido, – siguiendo a ciertos a autores (Lebrun, 1997; Melman, 2002) - podríamos pensar que se trata de una actividad que da cuenta de la caída de la ley simbólica, ya que funciona con base en el exceso de un imaginario que ninguna ley parece contener. En efecto, los traders mismos tienen la idea de que el mercado es un lugar sin ley, de modo que la única manera de poder “simularlo” y preverlo es a través de “razonamientos” que no pueden ser enmarcados por una ley. Asimismo, siguiendo la lógica de estos autores, podríamos pensar que el sistema financiero ha destituido al sistema productivo tradicional, puesto que el fracaso de las leyes que regulan el segundo dio lugar a la solución por el primero. Y aún podríamos postular una proximidad de la hiperactividad y de la búsqueda de adrenalina de los traders con las “actuaciones” que dichos analistas explican a partir de una desregulación de lo simbólico producido por el declinamiento de la ley del padre en la cultura.

Sin embargo, no nos inclinamos a seguir este tipo de explicaciones. Si bien el sistema financiero muchas veces parece funcionar de manera desconectada del sistema productivo, no podría existir en la ausencia de este último, de modo que el capitalismo financiero no ha conseguido librarse del capitalismo clásico. En ese sentido, es necesario considerar que, aún cuando la especulación financiera trabaje fundamentalmente con la plus-valía –como lo decía Marx (1867) – ella es el resultado del trabajo impago al interior del proceso de producción, y en cuanto tal es inherente al capitalismo tradicional. Así, si al parecer la lógica de funcionamiento de los traders podría ser entendida a partir de la formalización que Lacan propuso acerca del discurso capitalista, es importante considerar que el discurso capitalista no implica la disolución del discurso del amo clásico, sino que más bien constituye un « petit tournant » de éste[5], vale decir, una manera de prolongarlo. Y esto porque desde nuestra perspectiva, el razonamiento mimético y otros aspectos de la práctica de los traders, pueden ser explicados ampliamente a partir de un funcionamiento que esta lejos de comportar una anomia simbólica.

En efecto, nos parece que el comportamiento de los traders se explica muy bien por el funcionamiento de la masa que Freud describió en psicología de las masas y análisis del yo (1921). En ese sentido, la comunidad de los traders puede ser considerada como una masa en la que los diferentes sujetos logran identificarse gracias a que comparten el mismo ideal del yo. Asimismo, la homogenización del razonamiento económico propio del mercado financiero puede ser concebida como el resultado del encontrarse bajo la misma égida que es “hacer el máximo de ganancias” para la institución en la que trabajan. De hecho, la polarización mimética que reúne la opinión mayoritaria de los traders en un hecho cualquiera, parece reposar sobre los lazos que los sujetos tienen al interior de la masa financiera; así, la volatización de los cursos determinada por estas polarizaciones parece estar dando cuenta de una semejanza con los festines periódicos, donde los yoes reunidos en la masa se acercan al ideal hasta coincidir con él, mientras que la caída catastrófica de los precios podría coincidir bien con las reacciones de pánico que sobrevienen cuando los lazos que existen en la masa desfallecen.

Ahora bien, es importante considerar que se trata de una masa que no tiene un líder ocupando el lugar del ideal. Sin embargo, esto no desestima que la masa, para conformarse, requiera del ideal del yo. En efecto, Freud (1921) subrayó que existen masas en las que el ideal se encuentra sustituido por una idea abstracta, que al igual que el líder, ocupa el lugar del padre muerto y desde ese lugar logra, entonces, imponer sus exigencias a los sujetos creyentes. Ubicando la “búsqueda de ganancias” en el lugar de su ideal del yo, los traders se encuentran en posición de establecer identificaciones imaginarias que les permiten acceder al razonamiento mimético y abandonarse a la actividad desenfrenada de intentar hacer ganancias.

Por otro lado, el funcionamiento de las masas, no explica solamente el funcionamiento mimético de los traders, sino que también su sumisión a las condiciones del mercado, y sobre todo, la hiperactividad que los caracteriza. En efecto, tal como lo señalara Freud la constitución de la masa conlleva un cierto grado de regresión, que depende de su nivel de organización y que se expresa en la reducción de la libertad de los sujetos, la disminución de su capacidad de pensar de manera independiente y la derivación de su afectividad en actos. En ese sentido podemos pensar que los traders constituyen una masa organizada por una institución que define sus tareas en torno a un fin supremo, o como lo decía Bourdieu, de una illusio[6] que ellos deben asumir como su propio ideal y por el cual, hay que actuar mas allá de lo que cada trader haría si permaneciera en una lógica individual.

A decir, verdad, el funcionamiento de la masa es muy coherente con el funcionamiento del mercado financiero. No sólo permite que se desarrolle el razonamiento mimético y que se produzcan las “actuaciones” de los traders, sino que igualmente facilita la creencia sobre la cual reposa toda la práctica económica. Elevada al ideal en torno al cual los traders hacen masa, la “búsqueda de ganancias” puede organizar el juego que lleva a cada trader a perder un poco de su individualidad para transformarse en un “guerrero de las finanzas”. Ya que las ganancias efectivas no vienen de cualquier parte, hay que pelearlas para arrancárselas a otros, y para eso hay que creerse con el derecho de hacerlo. En este sentido, este derecho que es correspondiente con la lógica comandada por el ideal, se vuelve contradictorio y conflictivo para los traders fuera de su trabajo.

También la exclusión de lo femenino que describimos antes como una particularidad del trabajo de los traders, bien parece depender del funcionamiento en masa y ser un requisito necesario para operar en el mercado financiero. En efecto, Freud (1921) dijo que las dos grandes masas artificiales, la iglesia y el ejército, se caracterizan por la exclusión de la diferencia sexual y más particularmente de la mujer como objeto sexual. La atracción sexual implica un grado de individualidad que pondría en riesgo la cohesión de la masa, de suerte que ésta requiere una desexualización que ponga fuera de juego la diferencia de los sexos. En este sentido, Freud indicó que aún si la masa es mixta, los lazos que la conforman son siempre investiduras homosexuales de tipo masculino. Ahora bien, la exclusión de lo femenino no sólo permite la cohesión de la masa financiera en otro sentido, es muy útil para el funcionamiento de la misma. Para mantener la homogeneidad necesaria a la producción del razonamiento mimético y de las “actuaciones” que se orientan a la obtención de ganancias, se debe sobre todo estimular la identificación al semejante dentro de la masa de traders. En ese sentido, lo femenino representa justamente aquello que no puede reducirse a lo mismo, aquello que permanece radicalmente Otro, introduciendo un polo diferenciador al interior de la homogenización de la masa. De este modo, cuando en la mesa de dinero los traders se insultan feminizándose los unos a los otros, lo que ellos le están diciendo al otro, es que está mal ubicado, que está puesto a la manera de un Otro, que está demasiado individualizado. La mantención de lo mismo al interior de la masa ratifica la homogenización masculina de los traders, permitiendo también su actitud guerrera que sirve a reafirmar la creencia que cada uno tiene de ser un maestro de las finanzas.

Sin embargo los traders, están bien lejos de ser maestros. Aún si ellos piensan que se deben a sí mismos, la alta rotación laboral o la posibilidad de ser reubicados en puestos de menor estatus en caso que cometan errores o pierdan dinero, indican que los traders no son los verdaderos maestros de las finanzas. Por otra parte, si bien sueñan con acertar y ganar dinero, las grandes sumas que movilizan no son suyas. En ese sentido, si ellos creen ganar, es porque esta creencia es funcional a la obtención de ganancias y se encuentra asegurada por el conjunto de la organización y de las prácticas financieras. De hecho, la creencia que tienen los traders de ser los maestros de las finanzas no es sino una maniobra propia al funcionamiento de las masas, la cual les permite adherir al ideal y uniformarse para especular en el mercado. En el fondo, los traders no son sino una suerte de esclavos sometidos a un imaginario que favorece el funcionamiento de la masa financiera.

V

Para concluir, diremos que la lógica del sistema financiero no es la misma que aquella del sistema capitalista tradicional, del mismo modo que la actividad de los traders no es la misma que aquella de los agentes económicos clásicos. Sin embargo, no hay que creer que por esto el capitalismo financiero y sus múltiples consecuencias encarnan la caída de las leyes que dominaban en el antiguo capitalismo o que este “nuevo capitalismo” implique la ausencia absoluta de toda ley. El hecho mismo de que los traders puedan operar como una masa y que el funcionamiento de la masa sea ampliamente funcional a la articulación del mercado financiero, parece ser un argumento suficiente para sostener que el capitalismo financiero no opera sin ley simbólica. Como lo señala Freud, las identificaciones imaginarias que conforman la masa no podrían establecerse sin un mecanismo propiamente simbólico apto para situar el ideal en el lugar del padre muerto, para que desde este lugar se erija como ley.

En el caso de los traders, bien parece tratarse de una ley que no les exige una renuncia, sino que más bien les comporta una exigencia, un puro imperativo de deber hacer ganancias. Es en este sentido que la posición de los traders parece acercarse singularmente a la posición que el sujeto tiene en el discurso capitalista, en la medida en que en este discurso, el sujeto no se encuentra impedido de acceder al objeto a. Sin embargo, el imperativo de tener que alcanzar sin cesar el plus de goce, no nos parece menos dominado por una ley feroz, que no podría ser menos simbólica que la ley también feroz exigiendo el renunciamiento.[7]

 
Notas
* Académica de la Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile. Doctorante del Laboratorio de « Psychanalyse et pratiques sociales », Universidad de Paris 7. Este artículo fue publicado en Actualités de la fonction symbolique bajo la dirección deP.-L. Assoun et M. Zafiropoulos.Paris, Ed. Anthropos, 2004.
1- El terreno de esta investigación se realizó en mesas de dinero de instituciones financieras en Santiago de Chile.
2- Olivier Godechot ha encontrado observaciones similares en su excelente estudio sociológico sobre los traders. Véase O. Godechot, Les Traders, Essai de Sociologie des Marchés Financiers, Paris, La découverte, 2001.
3- Véase esta observación también en Godechot, op. cit.
4- Mina es una expresión muy común, usada especialmente en Chile y Argentina, que quiere decir Mujer.
5- La concepción del discurso capitalista como un « petit tournant » del discurso de la amo se encuentra explicada por Lacan en su seminario inédito de 1971-1972 El saber del psicoanalista.Para un examen a este problema véase a Guy Lérès Lecture du Discours Capitaliste selon Lacan. Un outil pour répondre au Malaise.
6- Tal como la define Bourdieu, la illusio es esa creencia fundamental en el interés del juego, que lleva a que los agentes se mantengan atrapados e involucrados en el mismo. Estar interesado significa aceptar que lo que pasa en el juego social tiene sentido y que sus apuestas son importantes y dignas de ser emprendidas. Véase Pierre Bourdieu, Méditations Pascaliennes.
7- En el yo y el ello Freud (1923) precisa que es la misma instancia de la ley, el super yo, aquella que introduce la desregulación en la economía subjetiva, y esto de dos maneras. Por una parte en su constitución misma, ya que si bien el super yo nace de una identificación con la imago paterna, este depende de una desxualización de la libido y en consecuencia de una desmezcla pulsional. Por otra parte, porque siendo pura cultura de pulsión de muerte, traducida en instancia hipermoral, exige hasta la destrucción la sumisión del sujeto a sus imperativos categóricos y en consecuencia el cumplimiento de nuevas desexualizaciones.
En el fondo, el conflicto es para Freud el único modo de inserción del individuo en lo social, de manera que el conflicto condiciona tanto la instalación y funcionamiento de la regla como su reverso. Un análisis que sigue esta idea freudiana, se encuentra en la idea de « lado mórbido de lo simbólico ». VéaseMarkos Zafiropoulos (2004) en Logiques du symptôme, logique pluridisciplinaire.
 
Bibliografía
Abolafia, M. (1996). Hyper-Rational Gaming. Journal of Contemporary Ethnography. Vol. 25, n°2: 226-250.
Aglietta, M. (1995). Macroéconomie financière. Vol. 1, Paris, La Découverte, coll. "Repères", 2001.
Batsch, L. Le capitalisme Financier. Paris, La Découverte, coll. "Repères", 2002.
Baudrillard, Jean. L'illusion de la fin ou La grève des événements. Paris, Galilée, coll. " L'Espace critique", 1992.
Boltanski, L. & Chiapello, E. Le nouvel esprit du capitalisme. Paris, Gallimard, coll."NRF essais", 1999.
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