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Consecuencias
 
Edición N° 4
 
Abril 2010 | #4 | Índice
 
Más allá del principio del placer: la repetición [*]
Manuel Fernández Blanco
 

Los conceptos de trauma y repetición son examinados en este texto a partir de un recorrido muy vasto y preciso por la obra de Freud y la orientación por lo real que se desprende de la enseñanza de Lacan.

De la compulsión a la repetición como hallazgo freudiano, pasando por la tyche como nombre lacaniano del trauma, hasta llegar a la última formulación del "no hay relación sexual", el autor realiza un movimiento que va del trauma como inasimilable al agujero en el saber sobre el goce sexual, proponiendo una orientación clínica que no se agota en el atravesamiento del fantasma como pantalla que vela lo real. Se tratará, por lo tanto, de ir a las marcas del encuentro traumático y contingente con el goce sexual, ocasión para el surgimiento de una respuesta sinthomática singular.

 

Antes y después, en Freud, de "Más allá del principio del placer"

El carácter subversivo del discurso freudiano viene dado por la demostración de que algo en el sujeto no quiere su propio bien. Pero esta afirmación no se expresa igual al inicio de los desarrollos teóricos de Freud sobre la realidad del inconsciente que en sus desarrollos posteriores. Hay un antes y un después de "Más allá del principio del Placer". Hasta ese momento (1920) el principio de realidad se oponía al principio del placer. Reprimía el placer, el buen placer podríamos decir. Por eso el planteamiento inicial de Freud pasaba por la liberación de la represión como vía de acceso al placer, inconsciente, reprimido.

A partir de 1920 la noción del inconsciente está íntimamente ligada a la noción de "compulsión a la repetición". Repetición de lo peor en contra del sujeto. Esto cambia toda la estructura teórica freudiana. Ya no es el principio de realidad oponiéndose al principio del placer. Ahora se trata de que el principio del placer busca que la excitación cese. El principio de realidad al servicio de que el placer dure y la compulsión a la repetición presentificando la pulsión de muerte, el empuje a lo peor.

Las neurosis traumáticas y la repetición

El estudio de las neurosis traumáticas contribuyó a que Freud hiciera este viraje. Freud se preguntó por qué los sujetos que habían vivido un episodio traumático soñaban revivir el episodio de modo reiterado. Freud comprobó la siguiente paradoja: las personas que han sufrido un acontecimiento traumático, por ejemplo, en la guerra, y tienen una marca, una herida o una cicatriz, no solían tener sueños traumáticos, al contrario de aquellas que no tenían ninguna marca. Estos sueños, por otra parte, parecían venir a contrariar su teoría del sueño como realización del deseo.

Lacan señala la vía que adoptó Freud para resolver esta cuestión. Lo que se intenta con estos sueños es ligar la energía, para dominar el acontecimiento traumático (vía repetición en el sueño). Ligar la energía supone el intento de inscripción, de ciframiento, en el aparato psíquico, y es condición para que luego haya deslizamiento por la cadena significante. El trauma es, para Freud, un hecho sin dicho. Una excitación sin palabras. Todos los hechos son hechos del lenguaje excepto el trauma. El trauma es inasimilable en las redes del principio del placer (tratamiento del goce por lo simbólico), se resiste a la captura en la cadena significante.

Los sueños traumáticos de repetición parecería que contradicen la ley del sueño (realización del deseo), pero no es así. Sólo que la realización del deseo no es el cumplimiento de un anhelo. Lo no realizado (fuera de lo simbólico) es tomado por el sueño hacia su realización, en el sentido de que el sueño se dirige a esa realidad que está ahí, a la espera, porque las redes del significante no pueden tomarla. El sueño se dirige a ese punto de real (imposible de asimilar) que el sueño traduce. Pero decirlo así es ya utilizar la categoría de lo real como imposible. Categoría que no está en este momento de la enseñanza de Lacan que se corresponde con su Seminario II. En este momento Lacan sólo rescata el carácter de estos sueños, no como un intento de dominio, sino como el intento de ligar la energía, la excitación, a una representación simbólica.

Compulsión de repetición como insistencia significante (deuda simbólica)

En este momento la compulsión a la repetición es, en Lacan, estrictamente equivalente a la insistencia del significante, es decir del orden simbólico constituyente del sujeto y que tiene la particularidad de ser una especie de máquina automática que insiste en el discurso. Esto supone considerar al sujeto en relación a un orden simbólico que lo preexiste. O, por utilizar la cita textual del Seminario II: "El inconsciente es el discurso del Otro. Este discurso del otro no es el discurso del otro abstracto, del otro en la díada, de mi correspondiente, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones. Es el discurso de mi padre, por ejemplo, en tanto que mi padre ha cometido faltas que estoy absolutamente condenado a reproducir: lo que se llama súper-ego. Estoy condenado a reproducirlas porque es preciso que retome el discurso que él me legó, no simplemente porque soy su hijo, sino porque la cadena del discurso no es cosa que alguien pueda detener, y yo estoy precisamente encargado de transmitirlo en su forma aberrante a algún otro"[1].

Aquí Lacan hace equivalente la repetición a la transmisión de la deuda simbólica. Esto es lo que supone entender al sujeto, en psicoanálisis, en relación con un orden simbólico, en relación al Otro (con mayúsculas ahora) que lo determina y lo constituye. Este párrafo de Lacan condensa de modo extraordinario un gran número de conceptos:

1.- Una concepción del Edipo.
2.- Una idea, muy precisa, de lo que es interiorizar la imago paterna (el Superyó como heredero del Complejo de Edipo).
3.- El Superyó como una instancia que está ligada a la repetición de lo peor (imperativo de goce dirá, más adelante, Lacan. Goce como concepto que le permitirá años más tarde, a Lacan, unificar libido y pulsión de muerte).

El Seminario II es para Lacan el seminario de la insistencia repetitiva, de la compulsión a la repetición. Pero ésta aparece ligada, en este momento, exclusivamente a la cadena significante. Lo que subyace, todo el tiempo, a este desarrollo es su aforismo: "El inconsciente está estructurado como un lenguaje". Vemos cómo, en este Seminario, Lacan nos lleva a leer este aforismo de determinada manera. El inconsciente no son sólo inscripciones, sino que además, trabaja. La repetición nos conduce directamente a esta idea. Así, el inconsciente no es sólo el lugar donde se inscribe la cifra del sujeto (la cifra que determina su destino), también es una máquina que trabaja constantemente y no precisamente en busca del bien del sujeto, sino en busca de la repetición. El inconsciente está escribiendo constantemente y conduce a la repetición. Cuanto menos se sabe, más trabaja. Sólo el esfuerzo de producir un saber sobre el inconsciente, en el análisis, es lo que puede permitir un descanso a la máquina de repetir que el inconsciente comporta.

Trauma y compulsión de repetición

Esto es así porque lo que Freud llama representantes de la representación no consiguen ligar toda la energía por la operatoria de la condensación y el desplazamiento (metáfora y metonimia para Lacan). El trauma supone que hay algo que nunca termina de inscribirse, nunca es posible transformar por completo la cantidad en pura cualidad (en términos freudianos). El campo de la representación no logra absorberlo todo, porque no todo el goce puede inscribirse fálicamente, pasar al significante. Este resto, imposible de absorber en la cadena significante, obliga al aparato a seguir trabajando. La repetición no consigue ligar toda la energía, fracasa en su objetivo, y esto obliga a repetir constantemente. La repetición es monótona y muestra una vertiente no pacificadora. Es antihomeostática. Es repetición del fracaso de un cierto intento. Esta "compulsión a la repetición" observada por Freud es la causa de su viraje teórico en 1920 con "Más allá del principio del placer".

La repetición en el Lacan del Seminario XI: tyche y automaton

En el Seminario II Lacan no había introducido la dimensión del "objeto a" como causa real. Esto lo hace en el Seminario XI. Por lo tanto, el Seminario II se inscribe en el paradigma de la primacía de lo simbólico. La barrera del goce, en el Seminario II, si seguimos el desarrollo que hizo Miller de "Los paradigmas del goce"[2] a lo largo de la enseñanza de Lacan, se sitúa en el paradigma de la imaginarización del goce. ¿Por qué?, porque lo que está en juego en ese momento de su enseñanza es la primacía de lo simbólico, y la barrera a lo simbólico se sitúa en el campo de lo imaginario. De ahí el análisis del yo como función de desconocimiento. Lacan situaba, entonces, la repetición como el resultado de la insistencia significante, de la cadena del discurso concebida como el circuito en el que el sujeto está integrado y que lo conduce a la repetición de la falta del padre, de la deuda simbólica. La repetición se hace, en el Seminario II, equivalente a la escritura constante del inconsciente.

En la quinta lección del Seminario XI, Lacan nos lleva a encontrarnos de nuevo con la repetición. Este guiño encuentra sentido en nuestro desarrollo del tema, ya que la repetición exige lo nuevo. La repetición no es simplemente la reminiscencia e implica, como lo dice el sentido común, que algo se produce otra vez: "De nuevo, otra vez". De ahí la referencia y el interés constante de Lacan, a lo largo de su enseñanza, por el libro de Sören Kierkegaard sobre "La repetición", publicado en 1843.

Lacan comienza esta lección del Seminario diciéndonos lo siguiente: "Voy a proseguir hoy con el examen del concepto de repetición, tal como se presentifica en el discurso de Freud y en la experiencia del psicoanálisis"[3]. El núcleo conceptual de esta lección se condensa, a nuestro juicio, en la siguiente afirmación:

"Ahora tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma -en tanto que el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición-; esto es lo que ahora nos toca precisar"[4].

Bien, si en el Seminario II Lacan hace idéntico al inconsciente y a la repetición, al identificar la repetición a la insistencia de la cadena significante, ¿qué nos encontramos como última frase de la introducción de esta lección?

"El análisis, más que en ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real"[5].

¿Dónde encontraremos ese real?, se pregunta Lacan. Y se responde: de un encuentro que se escabulle por estar fuera de lo simbólico. Aquí, la tyche Lacan la hace equivalente al encuentro con lo real. Real que se sitúa más allá del automaton del retorno, del regreso de los signos, a los que somete el principio del placer.

Lacan separa:
- La tyche (que hace equivalente al encuentro con lo real)
- El automaton (situado del lado del principio del placer)

Lo real es lo que yace tras el automaton.

La pregunta de Freud era: ¿Qué real está tras el fantasma? ¿Cuál es el primer encuentro? Lacan nos advierte de que la repetición no debe confundirse con el retorno de los signos. Por eso se trata de distinguir repetición y transferencia. Lacan separa, en este seminario, de modo radical transferencia y repetición. Si los postfreudianos conectaban la transferencia (especialmente a partir de Melanie Klein) al fantasma, es decir, a la repetición; Lacan va a reunir, de manera sorprendente, transferencia y pulsión. Por eso va a privilegiar la vertiente objetal, pulsional, de la transferencia. Más adelante, en este mismo Seminario Lacan dirá que, como lo ilustra la transferencia, el amor es persuadir al Otro que tiene lo que puede completarnos[6]. Y, en la última lección afirma que "si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión..."[7].

La repetición se distingue así de la transferencia y sólo se puede situar a partir de la función de lo real en la repetición. El nombre lacaniano de lo real como encuentro es la tyche. Es el nombre del encuentro en tanto el encuentro es esencialmente fallido. Y el encuentro, en tanto esencialmente fallido, en psicoanálisis, tiene el nombre de trauma.

¿Qué es un trauma?

El trauma es lo real como inasimilable. Es una excitación sin palabras, sin saber. Es un hecho sin dicho. El trauma supone siempre una contingencia, un encuentro imprevisto y azaroso. La excitación propia del trauma puede provenir "de fuera" o "de dentro" pero, para que sea trauma, tiene que ser un acontecimiento con una implicación subjetiva. Algo que concierne al sujeto. Una mezcla de real y subjetividad. Sin esa implicación (aunque no sea evidente) no hay trauma. Recordemos a la mujer de la Presentación de enfermos de ayer. Hace un par de meses, una tía materna le revela a la paciente que su padre intentó violarla. Esta revelación se la hace a la paciente y a su hermana (son dos hermanas que tienen un año de diferencia de edad), pero produce un efecto traumático sólo en una de ellas, en la paciente -y no así en la hermana-. Y eso no depende de la gravedad pretendidamente objetiva del hecho en sí. No es por ser grave que es traumático, es por ser traumático que es grave. Un trauma de algún modo siempre es un segundo momento.

Actualmente, por lo menos en España -me imagino que casi en cualquier parte-, ante una desgracia, un desastre, un accidente colectivo, etc. se precipitan las ayudas y acuden las "brigadas del trauma" para destraumatizar lo más pronto posible a los sujetos supuestos traumatizados. Esto es un error, -y no es error el estar disponible– es un error constituir al sujeto en supuesto traumatizado. Por eso nosotros, en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en España, cuando tuvieron lugar los atentados del 11-M en Madrid, abrimos una Red asistencial para tratar a los afectados; pero estábamos disponibles para el que quisiera venir, no nos pusimos el chaleco fluorescente.

En ese momento tuvimos una ventaja, estaba en Madrid nuestro colega francés Guy Briole -que ahora es también miembro de la ELP pues vive entre Barcelona y París-. Es un analista que tiene mucha experiencia sobre el trauma, es médico militar, psiquiatra de gran experiencia, y nos ayudó en la puesta en marcha de la Red asistencial.

Recuerdo un caso de Araceli Fuentes tratado en esta Red asistencial. Se trataba de una mujer bajo el peso de la repetición de la escena del trauma, una escena en la que ella ve una persona tumbada en el andén, después del atentado, y que le evocó la figura de un Cristo yacente.

Raquel Cors Ulloa: Sí, ese caso está publicado en "Efectos terapéuticos rápidos"y justamente lo estamos trabajando.

Manuel Fernández: Sí, en ese caso se ve bien que no se trata de la escena más truculenta. Sin embargo es la escena del trauma, que en el trabajo analítico se revela que tiene que ver con la función sacrificial que le exigía a la paciente un padre fundamentalista religioso y cuyo modelo era el Cristo crucificado. Es por eso que esa escena se revela traumática en el momento en que pasa por una interiorización.

Por eso, tratar a un traumatizado como víctima, es la peor caridad que se puede hacer, porque impide que se responsabilice de su implicación con el trauma, lo condena a la repetición. Es esta la vertiente inhumana del psicoanálisis. En cualquier caso, la marca del trauma perdura y se impone en la repetición. Faltan las palabras para decir lo insoportable.

Como el trauma presenta un aspecto incurable estructuralmente, el sujeto se dota de un fantasma para tratarlo. Por eso el trauma está oculto detrás de la pantalla del fantasma. Lacan nos habla, en la cita que destacamos antes, de que "tenemos que detectar el lugar de lo real, que va del trauma al fantasma -en tanto que el fantasma nunca es sino la pantalla que disimula algo absolutamente primero, determinante en la función de la repetición-"[8].

Partamos del axioma de que hay un saber en lo real. Tenemos ejemplos. Uno puede ser el de la Teoría de la Gravitación Universal: los planetas "saben" que deben girar describiendo una determinada órbita. Otro ejemplo: los animales saben el comportamiento que deben seguir para copular (eso se llama instinto). Pero a nosotros, los seres humanos, nos falta ese saber, en lo real, sobre el goce sexual. No disponemos de la respuesta automática del instinto. Entonces tenemos que encontrar respuestas particulares, para poner en juego el goce sexual. Esto es lo que significa la expresión de Lacan: "No hay relación sexual". Es decir, no hay relación natural, calculada por la naturaleza, de lo que debe ser la relación entre un hombre y una mujer. Entonces, ¿qué es el trauma?

El trauma es el encuentro con un goce sexual, sin ese saber sobre la sexualidad. Por eso, en la escena traumática, el cuerpo no metaforiza, no metaboliza, el goce. Lacan dirá en el Seminario XVI ("De un Otro al otro"), lo siguiente: "Aquí se encarna la función del Otro. Es este cuerpo en la medida en que se lo percibe separado del goce"[9]. En el lugar de eso no quiere decir nada, gobierna un eso quiere decir sustituto: la repetición. No es el sexo lo traumático, sino la ausencia de saber y el enigma en el que esa ausencia deja al sujeto porque no hay respuesta. El cuerpo, como construcción simbólica, no integra el todo del goce. Por eso el sujeto tiene que construir su propia respuesta en forma de síntoma. Todos los seres humanos neuróticos encuentran ese real en la contingencia, en el azar, y responden bajo la forma de su síntoma.

Esta es la causalidad que llevó a Freud a enunciar su teoría del trauma y, posteriormente, la del fantasma. Primero Freud (en "Estudios sobre la histeria") presenta el trauma como causalidad simple, causa directa del síntoma. Pero luego (incluso en los capítulos siguientes de esta misma obra ya que este texto es el reagrupamiento de diversos artículos, escandidos en el tiempo, que quedó configurado como un texto en un segundo momento) lo presenta ya estratificado.

Habría al menos dos momentos del trauma: el trauma causal (que produce el surgimiento del síntoma) y el trauma originario (la irrupción de lo real en la vida del sujeto). A la vez, la causa deja de ser lineal, ya que se juega en el après-coup de sus efectos.

Trauma y repetición

El caso Emma de Freud[10], nos permite ver claramente que el encuentro con lo real del goce sexual es contingente, azaroso. El trauma no está causado, en este caso, por el acto pederasta en sí, sino por la ausencia de un saber capaz de metabolizarlo. El primer encuentro de Emma (tyche) es con un real que supone la irrupción de un goce sexual, en ausencia de un saber sobre el sexo. El segundo encuentro es ya repetición (automaton) y se produce bajo la forma de un fantasma que organiza la escena para el sujeto, fantasma que ya es respuesta, es un modo de tratamiento del trauma.

Trauma y fantasma

De este modo, pasa Freud de la teoría del trauma a la del fantasma. Cuando el sujeto habla del trauma en la realidad (en el sentido de la anécdota imaginaria) lo utiliza como coartada del síntoma (como en el primer Freud). Es decir, se sitúa como víctima del Otro. Eso le hace ver la realidad por la ventana de ese fantasma. El fantasma es una ventana sobre lo real. El trauma, en su dimensión de acontecimiento de la realidad (anécdota), vela el goce que hay en juego para el sujeto y lo real de la ausencia de un saber sobre el sexo. El fantasma es una pantalla que, a la vez, muestra y oculta ese encuentro. Por eso no hay un fin de análisis sin atravesamiento del fantasma, para hacer un abordaje de lo real.

Al final de su enseñanza, Lacan denominó sinthome a ese punto situado más allá del fantasma, testimonio del modo en el que el sujeto se confronta a la pulsión. Esto apunta, además, a un más allá del atravesamiento del fantasma, a la identificación al sinthome, a saber-hacer con el síntoma, con la invención más particular del sujeto, con su auténtico nombre, con su nombre de goce. Alcanzar este punto supone confrontarse a los pequeños trazos, a las marcas de goce con las que el sujeto ha respondido a la inexistencia de la relación sexual, a la ausencia de saber, en lo real, sobre la sexualidad.

El trauma aparece, entonces, como el encuentro contingente - o series de encuentros contingentes - con el goce sexual y como la ocasión para construir una respuesta particular, ante esta irrupción, bajo la forma de sinthome. A partir de ese momento, todo surgimiento de cierta modalidad de lo real será leído con las significaciones del sinthome. Ya no serán fenómenos casuales, sino causados por la repetición del sinthome y por la posición del sujeto en el discurso. Sobre todo encuentro posterior recaerá, en un efecto de après-coup, un primer sentido.

Por eso, si el análisis tiene algún sentido, es posibilitar un encuentro que no sea repetición, porque todos los encuentros se inscriben bajo la lógica de la repetición.

Tenemos entonces:
1.- Lo previo, lo real como agujero. Es decir, la falta de un saber en lo real sobre el sexo.
2.- El trauma como encuentro (lo real como inasimilable).
3.- El sinthome como respuesta. El tratamiento del trauma que no se deja olvidar, "el trauma es concebido como algo que ha de ser taponado por la homeostasis subjetivante que orienta todo el funcionamiento definido por el principio del placer"[11].

Así podemos ver, con Freud y Lacan que el traumatismo no es el fantasma. Es traumático el elemento que no entra en las normas del principio del placer. La exigencia pulsional es, en sí misma, traumática y la neurosis es su tratamiento.

Resumiendo, podemos decir:
1.- Existe el principio del placer y su más allá.
2.- El principio del placer es el funcionamiento del aparato psíquico que tiende a la homeostasis. Su funcionamiento constituye el automaton del aparato.
3.- Pero algo, no integrado en el aparato psíquico, escapa a ese principio del placer, situándose en ese más allá. Su emergencia constituye la tyche, alojándose en un más allá del principio de repetición que es el principio dominante del aparato psíquico (la tyche es el más allá del principio de repetición).
4.- En la vida de todo sujeto existen encuentros y encuentros.
5.- Los encuentros de una vida, por muy desagradables que sean, se alojan dentro del principio de placer/repetición.
6.- Clásicamente se han opuesto el principio del placer y el de realidad.
7.- Verdaderamente quedan ambos del mismo lado, pues ambos son homeostáticos.
8.- La vida es fantasmática, y el fantasma es una construcción homeostática. Dentro del principio del placer/repetición, no se repite cualquier historia. Se repite lo que está cerca del trauma. El trauma guarda una relación directa con lo pulsional, imposible de simbolizar.
9.- El trauma rompe el escudo homeostático del fantasma, produciéndose en ese momento el encuentro, en singular.

Rasgo unario y repetición

Lacan dice, en el Seminario XI, que el fantasma no es más que la pantalla que disimula algo absolutamente primero determinante en la función de la repetición. Ese factor primero no se deja reducir a un hecho accidental, sino más bien a un hecho de estructura, o sea a la esquicia del sujeto. Por lo tanto no se trata ya del real traumático -que Freud entendía presente en el síntoma- sino de la imposibilidad de representación. Quiero insistir en esto. Si el fantasma es lo que viene al lugar de la imposibilidad de representación del sujeto en el momento traumático, entonces el fantasma pasa de una función protectora, a lo que viene en el lugar del sujeto.

El momento del trauma es el momento del encuentro con el A tachado. Es el momento de la imposibilidad de representación del sujeto. No hay palabra en el Otro para metabolizar, para metaforizar el momento traumático. Y si no hay una respuesta por el lado significante, la respuesta se dará por el lado del objeto. Hay que recordar que el fantasma es una interpretación fija de la realidad. Hay una vertiente simbólica, frase del fantasma, y hay una vertiente goce del fantasma.

El fantasma tiene una vertiente imaginaria, porque el objeto a en la fórmula del fantasma es un objeto imaginarizado con el que la falta-en-ser del sujeto se complementa. Hay una vertiente simbólica que se reduce a la frase fundamental. Y hay una vertiente de goce que es goce, siempre el mismo, que el sujeto extrae de su fantasma, es decir la constancia del goce. Es la operación respecto el objeto imaginario que tiene un efecto de goce real. Por lo tanto, tenemos una vertiente para tratar la falta-en-ser del sujeto, y es por medio del fantasma. Pero esto no es todo, porque el objeto que el fantasma proporciona, se lo proporciona a la pulsión. La pulsión no tiene objeto, pero en el fantasma cree tener un objeto. Es el modo de hipotecar la pulsión en el marco del fantasma. El sujeto se da una consistencia de goce por medio del objeto.

Para la pulsión, Lacan inventa la expresión "hacerse" que indica la implicación subjetiva, porque la pulsión siempre retorna sobre el sujeto como el objeto en que se realiza. Es decir, la pulsión tiene señuelos, no tiene objeto. Pero hay señuelos del objeto, se dirige a ellos y en el recorrido en el que rodea esos objetos alcanza en su efecto de retorno al sujeto en el cuerpo, porque no hay más goce que el goce en el cuerpo. Por lo tanto la pulsión siempre tiene al sujeto como objeto y por eso lo propio de la pulsión es el "hacerse". Cuando hablamos del hacerse en el sentido de la pulsión no estamos hablando de lo mejor, sino del hacerse comer, hacerse cagar, etc. En el silencio del las pulsiones lo que se realiza es este "hacerse".

¿Dónde se articulan la pulsión y el fantasma? Hemos dicho que la pulsión necesita un objeto que se lo proporciona el fantasma, y que el fantasma es la coalescencia de la división subjetiva con un objeto. Pues bien, ese objeto en la neurosis es la demanda y la pulsión es una demanda inconsciente.

Tenemos la fórmula del fantasma ($ à a) y la fórmula de la pulsión ($ à D). Cuando hablamos de demanda, hablamos de demanda inconsciente. La fórmula de la pulsión nos permite observar que el circuito pulsional se articula a la demanda del Otro, es decir que la demanda del Otro cumple función de objeto en el fantasma del neurótico.

Es la articulación del sujeto con los significantes primordiales de la demanda. Esto es lo que ha llevado a confundir la transferencia analítica con una regresión, en el sentido que el analizante situaría en el analista al Otro fundamental de la demanda. Entonces, el analista es el papá o la mamá y así, el analizante, le dirigiría las demandas arcaicas no satisfechas al padre y a la madre. Entonces lo correlativo a eso, sería la técnica analítica basada en el análisis de la transferencia. Lo cual lleva a un atasco inevitable, porque si hay regresión es a los significantes primeros de la demanda y, si esto lo llevamos a la figura del analista, lo que hacemos es imaginarizar la transferencia.

Cuando se reduce la pulsión al fantasma, el goce que se obtiene falta al deseo, por eso no satisface al sujeto.

 
Notas
* Extracto de un apartado del libro La repetición como concepto fundamental del psicoanálisis. Caracas, Capitón, Seminarios Clínicos 4 (publicación del Centro de Investigación y Docencia en Psicoanálisis "Las Mercedes"), 2010. El libro es el resultado de la trascripción del Seminario Clínico: "La repetición como concepto fundamental del psicoanálisis" que dictó el autor en Caracas el 5, 6 y 7 de marzo de 2009.
1- J. Lacan, El Seminario, libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-55). Barcelona, Paidós, 1983, p. 141.
2- J.-A. Miller, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Buenos Aires, Paidós, 2003, lecciones XII-XV, pp. 203-276.
3- J. Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Barcelona, Paidós, 1987, p. 61.
4- Ibíd., p. 68.
5- Ibíd., p. 61.
6- Ibíd., p. 139.
7- Ibíd., p. 281.
8- Ibíd., p. 68.
9- J. Lacan, El Seminario, libro 16, De un Otro al otro (1968-1969). Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 249.
10- S. Freud, "Proyecto de una Psicología para neurólogos" (1895, publicado en 1950), Apartado 4 de Psicopatología de la Histeria (La Proton Pseudos histérica): Caso Emma, en Obras Completas (9 Tomos). Madrid, Biblioteca Nueva, 1974, Tomo I, pp. 252-254.
11- J. Lacan, El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, p. 63.
 
 
 
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