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Consecuencias
 
Edición N° 4
 
Abril 2010 | #4 | Índice
 
Diario
Osvaldo L. Delgado
 

Sitúa una supervisión que marcó un antes y un después en su vida y en su formación como analista, y ubica que a pesar de ello los términos de la neurosis insistieron en relación a la fundación de la EOL, ya que a pesar de su clara posición al respecto, la significación de pérdida del amor del padre encarnada en un especialista profesor en Freud lo tuvo durante años en una división sintomática, hasta que el encuentro con un informe de un cartel del pase, produjo la decisión de ingreso en la Escuela. En ésta, un rasgo que le vuelve desde el Otro de sus colegas, lo nombra "conocedor de la obra de Freud".

Por lo tanto, fue el control, esa zona litoral, éxtima, como dice Miller, lo que permitió esa orientación.

Hasta tal punto, que su ingreso a la Escuela, también implicó el reencuentro con aquel supervisor y más uno del cartel, en una fecunda transferencia de trabajo: Javier Aramburu.

Lo cita: "… el control del acto es pues la escritura de la lógica que se desprende de él. Escritura en el sentido de la lógica del caso".

 

Hace más de 30 años, en los inicios de mi formación, mi resistencia a leer los textos de Lacan hizo que mi maestro en Filosofía, Raúl Sciarreta me acercara, por primera vez, un texto de Lacan. Se trata de aquel párrafo del capítulo XX, de "El Seminario XI", en el que se aborda el límite de las categorías Hegeliano-Marxistas para dar cuenta del Holocausto, en la dimensión del sacrificio a los dioses oscuros. Este primer encuentro, revelaba el pasaje que se estaba realizando en mí, entre el activismo militante y el despliegue de una pregunta que se orientaba hacia el psicoanálisis.

A su vez, el pasaje, portaba las marcas de la referencia paterna en el significante "segregado".

Luego de haber concluido un tratamiento que tuvo como orientación una reivindicación del amor al padre, con efectos de inflación imaginaria con la significación de la proeza, produciendo el aplastamiento del deseo, alimentando el tratamiento imposible del mismo y la modalidad de satisfacción concomitante; comienzo mi práctica.

Javier AramburuLa práctica psicoterapéutica que sostenía, tenía una marcada orientación salvacionista, con el goce que ella comporta.

El límite del análisis de mi "ex-analista" y su escasa formación en la obra de Lacan, que lo llevaba a confundir figura con función, alimentaba el sentido asegurado de mi posición neurótica. Mi orientación "clínica" estaba dada por la dimensión del ideal que articulaba el amor al padre, y el circuito de satisfacción de la demanda e identificación al analista. Se trataba de un para todos en su modalidad imaginaria: todos los padres debían ser salvados.

La lectura de textos psicoanalíticos se cernían a la obra de Freud, y a la prevalencia del lugar paterno como pivote fundamental.

El quiebre subjetivo, producido por la derrota política producida por la dictadura militar, podía ser suturado por la religión del padre, a partir de una versión obsesiva del texto freudiano.

En una supervisión, ante un material clínico que había llevado a controlar, mi supervisor me pregunta ¿por qué defendés al padre? Pregunta insólita que conmovió el sentido asegurado; ya que todos los padres debían ser defendidos.

La pregunta tuvo un triple efecto para mí: comenzar un nuevo análisis, escuchar en la insistencia del paciente, los significantes di-ario, encerrados en la palabra diario, significantes que nombraban un acto oscuro del padre del paciente, que éste cargaba sintomáticamente; y como tercer efecto poder abordar un párrafo del seminario XX de Lacan, que hasta ese momento me había resultado absolutamente imposible de abordar en mi trabajo como cartelizante. El párrafo dice así: "Freud, afortunadamente, nos brindó una interpretación necesaria (que no cesa de inscribirse como defino a lo necesario) del asesinato del hijo como base de la religión de la gracia. No lo dijo del todo así, pero marcó bien que ese asesinato, era un modo de denegación que constituye una forma posible de la confesión de la verdad: Freud salva así al padre. En lo cual, imita a Jesucristo..."

La pregunta, hizo caer a su vez el valor fantasmático que tenía el control. El control era el lugar donde, al modo obsesivo, se podía inscribir mi hazaña, el registro y el testimonio mismo de mi proeza terapéutica, habiendo tomado en mi consulta a alguien que había sido rechazado por 2 psiquiatras, por hostil, intratable, un deshecho segregado.

El derivante me había dicho: "Te mando este judío insoportable, ya que vos te llevas bien con los moishes"

Ciertamente en mis antepasados, marcados por la lucha antifascista, tanto en línea paterna como materna, los judíos eran camaradas, amigos, socios. Pero como he dicho, la figura del perseguido y segregado nombraban a mi padre.

La pregunta de mi supervisor, produjo un sueño, en donde en una página de un diario, aparecía escrito dos veces el sobrenombre del paciente, que también era el de mi padre. Cuestión que registro por vez primera al despertarme de ese sueño.

El sobrenombre escrito en un diario, remitía directamente a un recuerdo traumático de mi infancia que constituyó el fundamento mismo del lazo con mi padre. En ese diario se informaba de la muerte violenta de mi padre, cuestión que en ese momento fue una noticia incorrecta. Es con esto, con lo que inicié el nuevo análisis.

Diario, por su parte, nombraba una práctica enigmática del paciente (la acumulación absolutamente excesiva de diarios, durante años en su casa, cosa que le impedía moverse prácticamente en ella. Era como un depósito inmenso de diarios).

Luego de mi sueño, pude escuchar: di – ario.

La conmoción que sobrevino, hizo emerger el relato de las condiciones en que el padre del paciente de origen judío; aprovechó la guerra para obtener beneficios económicos y de ascenso social.

Con una mudanza, cambiaron de identidad, hasta el punto de ser obligado por su padre, él y sus hermanos, a pertenecer a la juventud hitlerista. Esto continuó en el modo de inserción social en la Argentina. Debían decir que eran de raza aria.

El paciente, sólo había encontrado un lugar, en donde había revelado su origen. Ese lugar había sido un grupo Trostkysta.

Luego de un tiempo me confiesa que a partir de la segunda entrevista que había tenido conmigo, me había empezado a llamar Trostky.

En esa segunda entrevista, él había comenzado a hacer un comentario elogioso del psicoanálisis, y se detuvo. Yo le recordé como continuaba y le aclaré, sin saber porqué, que se trataba de un discurso de Trostky. El saber del militante político se colocaba al servicio del discurso analítico (como años después pude leerlo). Claro que Trostky, también es un nombre del segregado.

La resonancia interpretativa de "Di – ario", hizo emerger una gran angustia, luego la desaparición de una inhibición casi absoluta, la salida del proceso de melancolización en el que se hallaba, y la caída de una práctica sintomática, hilada a una existencia de "tabicamiento militante", sin razón en su actualidad, pero que había quedado como en un tiempo congelado. Toda su vida, era "vivir" esa época en forma inmutable.

El hecho deleznable era cargado por el paciente como estigma: "hijo de un traidor", que no cesaba de inscribirse.

Los significantes Di-ario, en transferencia, hacen caer las defensas de aislamiento y anulación.

El paciente no "recordó" el episodio biográfico, siempre fue conciente, pero no se asociaba con la vida que llevaba. Ciertamente el significante Trostky, fue una condición para el encuentro. A pesar de que esa supervisión marcó un antes y un después en mi vida y en mi formación como analista, los términos de la neurosis insistieron en relación a la fundación de la EOL, ya que a pesar de mi clara posición al respecto, la significación de pérdida del amor del padre encarnada en un especialista profesor en Freud me tuvo durante años en una división sintomática, hasta que el encuentro con un informe de un cartel del pase, produjo la decisión de ingreso en la Escuela. En ésta, un rasgo que me vuelve desde el Otro de mis colegas, me nombra "conocedor de la obra de Freud".

Por lo tanto, fue el control, esa zona litoral, éxtima, como dice Miller, lo que permitió esa orientación.

Hasta tal punto, que mi ingreso a la Escuela, también implicó el reencuentro con aquel supervisor y más uno del cartel, en una fecunda transferencia de trabajo: Javier Aramburu.

Lo cito: "… el control del acto es pues la escritura de la lógica que se desprende de él. Escritura en el sentido de la lógica del caso".

 
Bibliografía
Lacan, Jacques: El Seminario, Libro XX, Aun. Buenos Aires, Paidós, 1981.
Freud, Sigmund (1912): "Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico". En Obras Completas, Vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1989.
 
 
 
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