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Consecuencias
 
Edición N° 4
 
Abril 2010 | #4 | Índice
 
Intervención
Jacques-Alain Miller
 

Jaques-Alain Miller a lo largo de este texto realiza un recorrido por una serie de conceptos formulados por Javier Aramburu en su libro "El Deseo del analista". En tanto, es un libro que enseña, se va a detener en distintos puntos que le hacen pensar. Primero, una preocupación de Aramburu ligada a "la depresión de los analistas". Analistas deprimidos al no poder sostener el deseo del analista que es lo que guarda y hace existir el inconsciente. Segundo, una definición sobre el ideal. "El ideal es el lugar donde se constituye el "ser como todos" y el "ser como todos" es el principio mismo de la depresión", según su definición. Tercero, destaca "su pasión por lo real"; un real del cual no desconoce el horror, sus fundamentos en la castración y sus fundamentos en la femineidad. Cuarto,"el decir del analista tiene una responsabilidad esencial". Este es el sentimiento eminente que tiene Aramburu y que se puede leer en "La ética de lo real del sueño", un texto que al decir de Jaques-Alain Miller es "la joya escondida de esta recopilación".

 

Javier AramburuEstoy feliz. Estoy feliz de que haya aparecido el libro de Javier Aramburu, porque es un libro que hace pensar, es un libro que enseña. Quiero dirigirme al matema que me ha transmitido la lectura de este libro recién aparecido. Hay aquí un pensamiento que no proviene de caminos trillados, que traza su propio camino de manera extraordinariamente consistente durante 20 años y que está fuera del discurso común. Incluso de nuestro discurso común, algo aparte, y que vela su particularidad con discreción, para no molestarnos. De tal manera que après-coup, podemos reconocer en el autor a alguien que ha tenido un papel de éxtimo discreto entre nosotros. Digo el discurso común; ¿desde cuándo tenemos la idea de una voz anónima de la cultura de la época?, ¿desde cuándo tenemos la idea de la voz de todos y de nadie del discurso común? Puede ser que sea una idea romántica, porque en la época de las Luces creían en conspiraciones buenas y malas. Las malas eran las de los curas y de los poderosos, las buenas; las de la masonería. Eso es la tontería de las Luces. El romanticismo es más profundo pues tenía el concepto del espíritu de una época, pensaba que todos en una época comparten algo en común. Es la idea tanto de Chateaubriand, con su genio del cristianismo, como la idea de Hegel, que pensaba en algo como el espíritu objetivo de una época. Heidegger ha dado en nuestro siglo una forma a esta idea romántica con su concepto de se. Como cuando se dice se habla, el se, que traduce en nuestra época la doxa de los griegos, la opinión común. Ahora es algo que se calcula, el partenaire de los empresarios como el de los políticos y a veces el de los analistas, un partenaire que se calcula como tal. Aramburu escuchaba algo en la época, la voz del se de la época, que capta de la manera siguiente en 1997, en la página 144, cuando nos dice: "No hay histeria, no hay inconsciente, no hay deseo, se terminó eso, es una antigüedad, para depresión de los analistas". Me llamó la atención esa expresión que él utiliza: "la depresión de los analistas". Creo que Aramburu pensaba que los analistas estaban amenazados por la depresión o podía temer que la época prometiera a los analistas la depresión. Y él pensaba que era esencial que los analistas no se depriman porque el inconsciente depende de ellos y depende del hecho de que no se depriman, aún en circunstancias tristes. Lo señala en su texto "Fundamentos de la Clínica", de 1998, en la página 95. Ya ha sido citado por Frida Nemirovsky. Se inspira en el Seminario de Lacan de los Cuatro Conceptos… para subrayar que Lacan indica que el estatuto que puede darse al inconsciente no es ontológico sino que es ético, su existencia y su inexistencia es ética, por lo tanto su existencia depende de un deseo, es solamente el deseo del analista el que puede hacer existir al inconsciente. Conocemos la referencia, pero en Aramburu eso toma una resonancia muy especial en tanto que él percibe que el deseo del analista está amenazado en la época por la depresión. Entonces, capturado por lo que he percibido en la lectura acerca de esa preocupación, busqué lo que podía ser la definición dada por Aramburu de la depresión. Hay muchas posibles, pero en la página 138 encontré lo que me pareció dar una clave de su preocupación cuando dice: "La depresión es la falla del sujeto que ha cedido su deseo para ser como todos." De tal manera que nos define –no es una definición para nada clásica de la depresión, y por supuesto que él no ignoraba otras maneras de captar el fenómeno-, creo que designa la depresión contemporánea en tanto que amenaza particularmente a los analistas. La depresión como sacrificio de su diferencia en la época contemporánea, época de la globalización del mercado, tema que desarrolla en otras partes. De tal manera que la idea del autor es que es esencial para el psicoanálisis que un analista proteja su diferencia y eso da el sustratum teórico de lo que señaló Graciela Brodsky al inicio, el lado aparte de Javier Aramburu y a la vez su conexión con la amplia comunidad que formamos. De tal manera que para él, ceder su diferencia significa deprimirse, no poder sostener el deseo del analista que es lo que guarda y hace existir el inconsciente. Encontré a partir de este hilo que ésta, seguramente, era una idea muy antigua y muy propia de Aramburu. He podido releer su texto de Caracas 1980, estuvimos juntos en esa ocasión, y fue la vez que lo conocí; he releído el texto que había escrito sobre Melanie Klein, "Melanie Klein, un intento de privar a la madre" y encuentro al final esa definición divertidísima del objetivo kleiniano, como lo dice, que sería deprimir al sujeto; y en eso se ve cómo funciona en los textos de Aramburu la oposición entre la depresión y el deseo. Una depresión cuyo fundamento es el para todos. El deseo del analista necesita, está conectado con la diferencia y conforme a la definición de Lacan, en el Seminario 11, que dice que el deseo del analista apunta a la diferencia absoluta. Él lo ha tomado en serio.

En la misma línea encontramos la relación muy especial de Javier Aramburu con los ideales. Se podría pensar que encontramos trabajos suyos sobre el ideal porque fue en un momento un tema de nuestra comunidad. Pero no, ya es una preocupación suya muy anterior, y tiene también una definición muy especial del ideal. Para él, la depresión está vinculada al ideal, los dos términos son correlativos; y en su texto "Del ideal al síntoma", resume a Freud sobre el tema, en la página 164, de manera fulgurante. Resume la tesis de Freud de "Psicología de las masas…" de la siguiente manera: "El ideal es el lugar donde se colectiviza, se hace masa". Podemos decir que eso lo sabemos de algún modo, pero hay que conectar las frases. Para él el ideal es el lugar donde se constituye el "ser como todos" y el "ser como todos" es el principio mismo de la depresión, según la definición de Javier Aramburu. De manera que tenemos de un lado la depresión y el ideal y del otro lado el deseo, y esta conexión, esta oposición, se confirma en la página 73, en el texto "La transferencia y el deseo del analista", cuando dice: "El ideal aparece en el punto del desfallecimiento del deseo". Claramente considero confirmada esa combinatoria que estoy esbozando. A la vez se apoya en Freud y dice: estoy traduciendo lo que Freud dice, que el ideal reprime a la pulsión o podemos decir que el se reprime al ello. De tal manera que tenemos una crítica muy propia de los ideales por parte de Aramburu. Ocurre que reconocemos a los ideales usualmente en el discurso común: "son criticables pero tienen la virtud de hacernos mover hacia delante, de empujar", pero para nada es así. El ideal, según Aramburu, adormece, el ideal deprime, el ideal de su definición en este contexto, es el acento puesto sobre toda la maldad o sobre el mal uso del ideal. Por ejemplo, utiliza la palabra ideal en la página 137 cuando analiza los síntomas de la época contemporánea y dice: "Nos vemos ahora quizás, no desde el padre, nos estamos viendo desde el televisor mismo, desde la pantalla vacía del televisor. Desde ahí nos mira el ideal". Es decir, que reconoce el ideal en lo que nos mira desde el televisor. "Más totalizador que el anterior, pero menos totalitario pues no necesita la violencia, salvo puntualmente como en las manifestaciones de Neuquén o Salta". Así, el deseo, según él, está capturado por el ideal, pero hay más en el deseo que lo que se captura por el ideal. A propósito del ideal, podemos retomar su texto de 1980 y subrayar la nota de la página 23 del texto, escrito en ocasión del aniversario de la muerte de Freud. Señala esta cita de Freud en la "Metapsicología": "Los objetos predilectos de los hombres, sus ideales, provienen de las mismas percepciones y vivencias, de lo más aborrecido por ellos y, en el origen se distinguen unos de los otros sólo por ínfimas modificaciones". Es decir, que en esta cita que destaca Aramburu en 1980, se ve la conexión originaria que hay entre el ideal y el horror, y nos da también el término opuesto al ideal para él, es decir, lo real. Hay depresión versus deseo y hay ideal versus real. Ahora, una vez que se ha recompuesto esa combinatoria, entendemos mejor el final de su texto de Caracas de 1980, página 181, que podemos leer sin percibir la construcción que lo soporta, cuando dice: "Para oponerse al objetivo kleiniano de deprimir al sujeto, los analistas tenemos pasión por lo real", y esos dos términos se oponen.

Hugo Freda ha inventado el amor por lo real, tema que ha sido retomado por Virginio Baio. En Aramburu, muchos años antes se trata de otra cosa, se trata de lo que él llama la pasión por lo real. No creo que la expresión aparezca en otros textos de la misma recopilación y es un real del cual no desconoce el horror, no desconoce sus fundamentos en la castración, y también sus fundamentos en la femineidad. La pasión hacia lo real es también una pasión hacia los trastornos del objeto femenino, y no falta la cita de Lacan en la página 190, donde hace la conexión que él subraya, es Lacan el que habla: "No dije que la mujer es un objeto para el hombre, muy por el contrario, dije que es algo con lo que nunca sabe arreglárselas". Esta cita muestra que, para decirlo así, la mujer es uno de los nombres de lo real, y seguramente en Aramburu, su interés por la clínica de la posición femenina, está vinculado a su pasión por lo real. Eso nos da, por ejemplo, esa definición impecable de la mujer como un real, en la página 190: "La mujer es una molestia". Es por eso que, en 1997, leyendo el diario Clarín, que es un diario enorme, donde hay de todo, va a pescar la anécdota siguiente escrita en la página 288: "Hace dos días salió en el diario Clarín una noticia en la que se decía que una señora casada, con hijos, etc., muy posmodernamente, dejó de ver televisión para manejar la computadora y se conectó a Internet. Efectivamente empezó a manejar Internet y entonces ¿qué se le ocurre a esta señora?; mandar un mensaje pidiendo encontrar un partenaire que se prestara a torturarla sexualmente hasta la muerte. En eso se suma el horror, lo real y la femineidad. Efectivamente tuvo 600 respuestas de gente dispuesta. Esta mujer tenía muy buen ojo, porque eligió de esas 600 o 900 cartas, justamente, a la persona efectiva. Además era un analista, de sistemas; es decir, una persona que precisamente es experta en estas cuestiones, y se citaron. Bien, esta persona recibió lo que había pedido, la asesinaron". Contado por Javier Aramburu en 1997. Esta anécdota aparece en este libro porque constituye un nudo entre la pasión por lo real, el horror y la femineidad. A la vez, al leer los diario, al mirar la televisión, Javier Aramburu no tiene ninguna complacencia con respecto al blabla de la época y va a inventar esta categoría novedosa de "histeria de conversación", que opone a la vieja histeria de conversión. Ésta se burla de la "histeria de conversación" porque para él lo que hace una diferencia es el decir del analista, hablar de todo sin el decir del analista no es más que "histeria de conversación", de tal manera que acentúa la función de su decir. A propósito de su decir, podemos leer una frase de Jorge Alemán en el prólogo, que caracteriza, que dice del carácter firme de Aramburu en su decir. En el último número de la revista Enlaces, Pablo Russo habla del estilo de Aramburu diciendo: "Su estilo un tanto hosco pero tan apasionado", y creo que cada uno de esos adjetivos está condicionado por la posición de Aramburu. Por supuesto que su estilo tiene algo de hosco, porque rechaza lo que se dice, pero a la vez, como lo señala Russo, es apasionado de la pasión por lo real, declarada ya en 1980 y, como dice Alemán, es firme, porque para Aramburu, el decir del analista tiene una responsabilidad esencial. Y debo decir que me ha hecho entender algo de esta responsabilidad que señala Lacan en una frase, que comenté no se cuántas veces, cuando escribe en los Escritos que de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables, él dice que la posición del analista no permite escapatorias. Se entiende, si uno cree en el inconsciente, no puede decir que tiene buena voluntad, no puede disculparse basándose en su buena voluntad. Cuando uno cree en el inconsciente debe asumir las consecuencias aunque sean no deseadas. Es decir, que esta frase implica que nuestro inconsciente también es nosotros. Es este el sentimiento eminente que tiene Aramburu desde el inicio, lo veo en el texto que para mí es la joya escondida de esta recopilación. Un pequeño texto de tres páginas de 1980, que se llama "La ética de lo real del sueño", en este texto, en las páginas 172, 173 y 174, resume un texto de Freud de 1925, que es también un texto muy breve que se llama: "Sobre la responsabilidad moral por el contenido de los sueños". Resume el texto diciendo que Freud no nos quita responsabilidad frente a lo que soñamos, y a partir de eso fui a releer este texto. Debo decir que no tengo ningún recuerdo de haberlo leído, lo releí esta tarde como algo novedoso a partir de esta referencia y tomando su sentido más profundo. Lo tengo aquí en la edición castellana. Dice Freud: "Si el contenido onírico no ha sido inspirado por espíritus extraños, entonces no puede ser sino una parte de mi propio ser, si pretendo clasificar de acuerdo con cánones sociales en buenas y malas las tendencias que en mí se encuentran, entonces debo asumir la responsabilidad para ambas categorías y si, defendiéndome, digo que cuanto en mí es desconocido, inconsciente o reprimido no pertenece a mí, yo entonces me coloco fuera del terreno psicoanalítico." Pero, ¡eso es lo que inspiró a Lacan la frase sobre la posición del sujeto siempre responsable! "Dejo de estar en el psicoanálisis, no acepto sus revelaciones y me expongo a ser refutado por la crítica de mis semejantes, por las perturbaciones de mi conducta y por la confusión de mis sentimientos" y Freud concluye: "He de experimentar entonces que esto negado por mí, no sólo está en mí, sino que también actúa ocasionalmente desde mi interior".

Creo que de aquí, de esta ubicación hecha ya en 1980, proviene el alto sentimiento de responsabilidad que tiene el autor de este libro y es una palabra que Graciela Brodsky también ha utilizado en su ponencia –no nos hemos consultado- , ha subrayado que está siempre presente en el texto sobre las garantías de la responsabilidad. La responsabilidad del analista de saber lo que él mismo tiene de malo, como lo muestra Freud: Tú eres también lo que tú consideras malo, es lo que Lacan traduce diciendo que un analista debe ser vecino de su propia maldad, de manera de hacerse responsable de lo que tiene de maldad también. Hacerse responsable de su diferencia, por supuesto sin ningún solipsismo. Es suficiente referirse a la página 320 para percibirlo. Dice el autor: "Es decir que también forma parte de la responsabilidad del analista, el agruparse con otros analistas". Es decir, que la protección de la propia diferencia no impide, al contrario, implica el agruparse con otros analistas, pero no de cualquier forma, porque hay formas de agruparse que precisamente a lo que tienden es a apartar, a volver a cerrar el deseo del analista". Vamos a decir la responsabilidad de cada uno por mantener una pasión por lo real. A partir de la recomposición que hago de esa combinatoria de Aramburu, puedo dar lugar a dos anécdotas, que no son de concepto, son anécdotas. Primero puedo dar lugar al gusto de Aramburu, que me señaló Mario Goldenberg, por el cuento de Chuang-Tzú y de la mariposa. No era solamente una anécdota, se fundamenta en el texto de Freud: "La responsabilidad moral por el contenido de los sueños". No es cuestión solamente de quién sueña a quién, una cuestión imaginaria de a-a´, es la cuestión de hacerse responsable también de lo reprimido.

Y segundo, aquí se inscribe en su lugar lo que fue la actitud de Aramburu con respecto a su muerte, es decir, morir con un sentimiento de responsabilidad, asumir la responsabilidad de representar para los otros hasta el final la pasión por lo real; y hay que decir, es motivo de alegría saber que hemos sido compañeros de un ser así.

 

 
Desgrabación de la exposición de J.A. Miller: Walter Capelli. | Versión no revisada por el autor.
Publicado en el Caldero N° 80  Presentación del libro "El deseo del analista" de Javier Aramburu, ed. Tres Haches julio del 2000.
 
 
 
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