Primero fue un texto breve, brevísimo, el título de su seminario: El acto analítico. Lo tomé como significantes de una orientación y fueron la materia prima con la que construí su nombre de analista: "el-analista-que-mete-las-manos-en-la-masa". Esperaba, con él, ir más allá de los semblantes que me sostenían sintomáticamente en el mundo, con cierto éxito y un alto precio en padecimiento.
Luego fue una voz, también escueta, la de su contestador telefónico al que tuve que atestar de mensajes hasta que consideró que mi demanda de análisis era decidida.
Hasta que su presencia se hizo En-corps[1]. Javier Aramburu, con su imagen elegante y desgarbada a la vez, su presencia parsimoniosa pero inquietante y su voz que se hacía escuchar más allá de sus dichos y más allá del consultorio, a menudo con un humor y una ironía que calaban hondo.
Al respecto relataré un fragmento del análisis, que transcurrió afuera del consultorio.
Mi relación con la Escuela era prevenida, de merodeo, creía en ella pero sustrayendo el cuerpo. Esto entraba en resonancia con mi síntoma y fantasma que podrían unificarse en una frase: "estoy por fuera".
Compartíamos el ascensor en el edificio de la EOL, que está en el 5º piso. Yo bajé en el 2º, porque iba a otro lado por trabajo. J.A. me dijo "no es acá, es arriba". "Acá vengo a trabajar", respondí un tanto avergonzado. "Sí claro – insistió – pero no es acá, es arriba". "Después subo" – le mentí. Y él, en tono más alto, "¡¡no es acá, es arriba!!". La vergüenza me envolvía. Sudoroso y supongo que colorado como tomate, dejé el ascensor y fui a trabajar. Incómodo porque me había destrozado el engaño con el que me las había arreglado bien para seguir gozando de mi fantasma.
"Uno entra en este campo de saber – el psicoanálisis - por una experiencia única que consiste simplemente en psicoanalizarse. Después de lo cual, se puede hablar. Se puede hablar, lo cual no quiere decir que se hable. Se podría."[2]
Javier hablaba de psicoanálisis. Hablaba en contra del oscurantismo exponiendo sus puntos de no saber, y poniéndolos al trabajo en la comunidad de analistas.
Un supuesto interlocutor lego en el ascensor – lo grave es que un analista desorientado también - podría decir: "bueno, finalmente no fue más que un consejo." ¡O incluso: "pero vos tenías que ir a trabajar…! ¿Cómo podrías estar en dos lugares a la vez?"
Error. Como dijo Lacan, uno se interna en el psicoanálisis por esa experiencia única que es psicoanalizarse y yo supe inmediatamente que el analista había dado en el blanco, mostrando lo que no se podía decir.
La intervención fue un acto que cortó lo intemporal de la repetición - siempre como si fuera la primera vez - introduciendo el tiempo de saber. Instauración de la perspectiva del Sujeto supuesto Saber hacia el futuro y no hacia la puesta en acto del pasado.[3] Por la contingencia de la transferencia, un fragmento real cesó de no escribirse dejando espacio a la invención. A partir de allí, lo que contaba era mi decisión.
Experimenté que la interpretación es un decir que señala un horizonte más allá de su enunciado.
La intervención en el ascensor es como el dedo de San Juan[4].
Ese "dedo interpretativo" del analista apuntando hacia arriba, me señalaba un horizonte claro. Más allá del goce autista del fantasma había un lugar al que identificarme y hacer un lazo con el Otro de la Escuela, como analista. Fue tanto un señalamiento y tan poco un consejo, que no dijo a qué punto de ese Otro convenía identificarse. Eso quedaba de mi lado y requirió de más vueltas en el análisis.
Otras veces su voz provenía de todas partes y de ninguna a la vez, deslocalizada, cuando se acercaba para decirme al oído el significante exacto que en mi discurso era el tránsfuga de un goce que se negaba a hacerse reconocer. Como en la interpretación del ascensor, ese decir avergüenza porque toca un goce revelado, y hasta ese momento desconocido por mí.
El humor, como dije, fue otro de sus rasgos. Parecía que hacía honor a sus iniciales: JA, ja! Un humor que transgredía los semblantes y los cuidaba a la vez, que investigaba el real más allá de las convenciones que obstaculizan el saber. Osado y cauteloso a la vez, con lo real y los semblantes.
No seguiré elogiando al Javier analista ni otras de sus facetas, porque no las conocí.
Simplemente agrego que no saber nada de su vida personal no me impidió saber que estuve con un gran tipo, como cuando decimos "una persona mayor"[5], es decir que se sabía responsable de sus actos, hasta de lo que decía en los ascensores. |