Corría el año ´98. Se me imponía la necesidad de un interlocutor para poder hacer de algunas cosas personales que llegaban a su fin, una conclusión, y orientar mi camino a seguir.
No lo conocía tanto; no había integrando el grupo asociado al Campo freudiano en el que Javier había participado, pero creía que él podría ayudarme en esa coyuntura.
Lo llamé. Media hora después contaba con un horario en que me recibiría al día siguiente.
Fueron algunos meses, hasta agosto del ´99, en los que me acompañó a poner en forma las consecuencias de una conclusión y la apertura de una nueva demanda de análisis, allí donde la transferencia estaba para mi concernida desde hacía mucho tiempo.
Nunca intenté catalogar qué tipo de intervención había sido esa, ni creo que él tampoco lo hiciera. Solo sé que allí me percaté de su agudeza para captar lo que estaba para mí en juego en la demanda de interlocución que le dirigía, y la rigurosidad del deseo con el que sostuvo un trabajo incisivo que me posibilitó, de una vez, precipitar la conclusión.
Cuando esto fue hecho, me acerqué por última vez a su consultorio a contarle el des-enlace. Solo me dijo: "Tu demanda está bien dirigida".
El otro recuerdo, concierne una intervención pública realizada por Javier en una Noche de la EOL.
También en 1998, en el 50ª aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, en una decisión inédita para esos años de nuestra Escuela, se organizó una Mesa redonda, de la que él participó.
La intervención está publicada, pueden consultarla [*], y podrán leer allí el efecto del que hablo: no solo encontramos allí un despliegue de los fundamentos doctrinarios con los que explora la cuestión de los derechos humanos, sino que realiza allí una "pequeña incursión" –así titula el apartado- donde enfrenta una pregunta que fue muchas veces solapada en los años de la dictadura y posteriores a la misma: ¿Está la operación analítica contra los derechos humanos? ¿Es indiferente a ellos o responde a la misma lógica?
Se servía del comentario de un libro de Jean Allouch –La etificación del psicoanálisis- donde ese autor critica la expulsión de la Asociación Internacional de Psicoanálisis de un analista y su analizante –de quien se había constatado que, además de ejercer la práctica analítica, había trabajado como torturador en la policía de Brasil.
Recuerdo, aún hoy, el impacto que me produjeron algunas de sus afirmaciones, tajantes, dichas en primera persona, algunas de las cuáles reproduzco aquí para Uds: "Yo insisto en que un torturador no es ni analizante, ni mucho menos analista, aún cuando no torture a sus pacientes". O: "Hacerle frente al horror no es contemplarlo neutralmente en nombre de un psicoanálisis comprometido solo con la diferencia, como si esta fuera un nuevo Dios que permite cualquier cosa. Hacerle frente es condenarlo". "El negarle el análisis –a un torturador- vale como una sanción, una condena para el acto, pues lo hace responsable de él y de sus consecuencias. Yo confío más en esta operación analítica, para ese acto, que tomarlo en análisis"
Encuentro allí que Javier cultivaba con insistencia esa "política de la enunciación" que valoramos hoy en día. Agudo, riguroso, incisivo, minucioso, vehemente, no se privaba de decir lo que su convicción como analista y como ciudadano le indicaba. Fiel a una ética que prosiguió hasta lo último que le oímos decir y hacer. |