Última edición Staff Links Contacto Instituto Clínico de Buenos Aires Seguinos en FacebookSeguinos en Facebook
Consecuencias
 
Edición N° 4
 
Abril 2010 | #4 | Índice
 
Javier Aramburu y el borde
José Vidal
 
"La torsión de la orientación lacaniana está impresa en el decir del analista, cambia el sentido del nudo, le hace dar una vuelta, cambia los cruces y al mismo tiempo precipita una letra, una marca, una constante de esos recorridos" (Aramburu, Javier. Nuestra clínica de la Orientación Lacaniana, en "El Psicoanálisis de Orientación Lacaniana en la Ciudad", EOL, sección Córdoba, 1999).
 

Javier Aramburu estuvo en Córdoba en el año 1999 invitado por la sección de la EOL a una Conferencia en la Ciudad, en el centro, abierta. En ese entonces ya nos proponíamos hacer llegar a la Ciudad el discurso analítico en la búsqueda de una interlocución posible con la cultura.

La invitación a Javier Aramburu fue, en ese sentido, muy afortunada, porque fuimos los analistas, y no la ciudad, los que pudimos escuchar lo que el psicoanálisis tenía para decir. Algo así como Lacan en Televisión, un discurso sin concesiones al sentido común.

Javier AramburuYo no lo conocía a Aramburu, él no venía a Córdoba, aunque había leído algunos trabajos suyos en El Caldero de La Escuela. Esa noche, con lo que él transmitía, y lo hacía con su voz, con su cuerpo, pude entender la utilidad de la topología en el psicoanálisis que vendría con el siglo XXI. Digo la utilidad porque conocía la topología lacaniana en la teoría pero no había podido hasta entonces integrarla a la práctica analítica. El anticipaba lo que en los próximos diez años nos llevaría, de la mano de Miller, por el camino de la-última-enseñanza-de-Lacan.

La idea que Aramburu presentó, lo que yo retuve, lo claro, es que lo que nos interesa en tanto analistas es el borde. Seguramente dijo muchas más cosas, pero en esa idea mínima creo que se resume muy bien lo que él se proponía dejar plasmado en ese encuentro.

El borde, aquello que permite que una cosa se distinga de otra, que haga relieve, que marque una diferencia, un límite, una frontera. Esta idea sencilla es de una gran potencia.

La topología, como aparato lacaniano, ya venía dándonos dolores de cabeza desde un tiempo atrás, porque hay que decir que todo eso, sin la elucidación de Miller, es poco menos que ininteligible. Hoy, gracias a esa elucidación, vamos avanzando, en la política del psicoanálisis, oponiendo al avance planetario de la evaluación, cuyo eje es la medida, una lógica de dimensiones infinitas, de espacios que se excluyen, de vecindades y anterioridades que hacen que el espacio y el tiempo se tornen elásticos, una lógica que escapa a toda medida y cuantificación y que, al contrario de los que pretenden reducir todo a la cifra, se funda en la cualidad.

Javier Aramburu nos mostró esa noche que no había posibilidad de entrar en el siglo veintiuno sin comprender que ese estatuto del ser que habla, en un mundo que se caracteriza por la falta de referencias, de ordenamiento, de estructuración, que ese estatuto de sujeto depende de un acontecimiento inaugural que introduce la diferencia en el campo de lo homogéneo. No hay sujeto sino luego de la operación del borde. Solo un cuerpo para la biopolítica.

Evidentemente, la caída de los significantes amo, de los S1, la multiplicación de las posibilidades identificatorias, las ofertas incesantes del mercado y la abolición de los emblemas del padre para la organización de la subjetividad conduce a una falta de solidéz, a un mundo líquido como dice Baumann y eso tiene enormes consecuencias en la subjetividad. Y Javier Aramburu nos condujo a visualizar cómo la palabra, en el uso que un psicoanalista puede darle, no está destinada a dar un sentido nuevo a los sentidos que el sujeto trae, sino a que permita establecer un borde.

Un borde provoca, inmediatamente, espacios distinguidos, dimensiones diferentes en relación a ese límite. Y toda una clínica puede ser imaginada en el establecimiento de bordes que permiten luego ¿qué? Hablar. Hablar y que haya un decir, que esa palabra esté soportada por una relación del sujeto a eso que dice. No hay nada más acertado que lo que Miller dice, lo que el psicoanálisis hace es enseñar a un sujeto a hablar. Si logramos establecer con la palabra un borde es recién allí que habrá lo exterior y lo interior, el afuera y el adentro, lo grande y lo pequeño, lo anterior y lo posterior.

El significante, por supuesto, organiza nuestra vida en torno a los opuestos; el lenguaje es posible por la oposición de un significante a otro, eso ya lo sabíamos. Pero lo que Javier Aramburu dijo es que no se trata ya del significante en tanto sentido sino del significante que deviene signo, que se reduce a letra, a una marca de escritura que establecen esos bordes que no son palabras dichas sin ton ni son, las estupideces que decimos cuando no podemos orientarnos. La letra establece un borde que, como un litoral en el que el sentido puede desaparecer pero que permite captar un real. La letra es algo que se va escribiendo con el decir. De modo que el psicoanálisis debe permitir al sujeto una lectura de eso que escribe.

¿Cómo decir lo que es una escritura? Son los dichos de un sujeto, pero también sus actos, sus decisiones, el trayecto de su vida. Todo eso puede verse como un andar que va dejando una huella, una huella que puede leerse como se lee un texto y que dice algo en lo que hace a la verdad del sujeto, su forma de gozar.

Y bien, si la letra es la que hace un borde, eso que una vez escrito provoca que haya diferencias, que haya opuestos, que haya similitudes, hay que reconocer el modo en que esa letra se escribe como forma de goce.

Toda la clínica lacaniana está allí y Javier Aramburu, para ejemplificarlo, nos habló del autismo, la forma extrema de un cerrarse sobre sí mismo, de no hacer lazo con el otro. El autismo definido como un sujeto en el que no ha habido la marca significante, el ingreso del nombre del padre que permita la diferencia y que haga posible la dimensión del Otro. El analista entonces puede hacer ingresar en ese desorden, en esa homogeneidad del goce sin regulación, y mediante la interpretación, un borde. Interpretación que, acá muestra la versatilidad de la clínica lacaniana, puede ser un punto de corte, una exclamación, un gesto. Pero en todos los casos se trata de la introducción de un no, de un límite que la intervención del analista establece como borde en el espacio topológico del goce. Un borde que baliza entonces una diferencia, lo afuera, lo adentro, lo bueno, lo malo, lo anterior y lo posterior. Es decir, introduce la dimensión de lo Otro radical, fundante.

La idea de la relación sexual que no existe es sin duda el modo en que Lacan puede ir más allá de Freud. Un punto de imposibilidad que nos hace pensar que el autismo sería más bien la regla y que, en todo caso, el encuentro con el Otro dependerá de una contingencia. La introducción de un borde permite el reconocimiento de esa distancia y de esa imposibilidad sobre la que se edificará cualquier tipo de relación al Otro.

Surge entonces la clínica de la singularidad, la de los modos en que cada uno puede construir a partir de los bordes que la experiencia inaugural del trauma dejó como huella en la vida. El encuentro con el lenguaje, con el sexo, con la dimensión del Otro ha dejado en cada uno las huellas de ese acontecimiento que es irrepetible, que no puede ser comparado con el de ningún otro. El psicoanálisis se hace entonces ciencia de esa singularidad. El deseo del analista estará al servicio del reconocimiento de esos bordes, de esas letras, para luego permitir que en ese lugar vengan nuevos cruces, nuevos modos de hacer con el goce, una nueva escritura.

Y bien, Aramburu, en su paso por Córdoba, el último pues ya no volvió, estableció una marca, un borde que continúa hoy haciendo diferencia.

 
 
 
Kilak | Diseño & Web
2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA