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Consecuencias
 
Edición N° 4
 
Abril 2010 | #4 | Índice
 
Mi recuerdo a Javier Aramburu
Oscar Zack
 

Diez años han transcurrido ya desde la desaparición física de Javier Aramburu, diez años en que nuestra comunidad analítica se encuentra privada de su pensamiento, de su palabra, de su humor, en fin, de todos aquellos rasgos que lo caracterizaban y que hicieron de él un sujeto de excepción.

Siempre encierra una dificultad, al menos para mí, evocar la pérdida de alguien con quien mantuve múltiples lazos. Mis breves palabras están enmarcadas en el sólido lazo transferencial que supe mantener con él, lazo con su posición como psicoanalista, con su posición en la Escuela y también el lazo con sus textos.

 

Fue mi analista durante más de quince años, ofició de control de mi práctica durante todo ese periodo, fue un colega con quien compartí la doble comisión del cartel de los primeros Carteles del Pase de la EOL y también participé con él, en el año de su presidencia, en el Consejo Estatutario de la EOL.

Mi encuentro con Javier data de los comienzos de los años 80, más concretamente, así lo recuerdo, del año 1982. Fue en la época en que, decidido a retomar un análisis, con un analista lacaniano, fui a su encuentro.

Javier AramburuEn aquellos años, él funda junto a otros Seminario Lacaniano, grupo analítico al que me incorporo, que decididamente se mantiene en el Campo freudiano adscribiendo luego a la fundación de la Escuela que promovía entre nosotros Jacques-Alain Miller. De ese tiempo queda como testimonio de su transmisión el libro que bajo el título El acto Psicoanalítico recoge sus clases dictadas en el año de la fundación del Seminario Lacaniano.

Corría el año 1999 cuando, no sin su apoyo y estímulo, me incorporo al Consejo de la EOL, año en que él asumió su Presidencia. Recuerdo el clima de recepción que le impuso a los que recién nos incorporábamos. Nos recibió invitándonos a que formuláramos espontáneamente nuestras ideas, recordándonos el hecho de que nuestra incorporación al Consejo daba cuenta de la autoridad que portábamos para el conjunto de los miembros, por el solo hecho de pertenecer a esa instancia de conducción. A su manera, irónica, divertida y no por eso menos rigurosa, nos hacía saber nuestros derechos adquiridos y también nuestras responsabilidades.

Al poco tiempo, abril de ese año, algunos, los más cercanos, nos enterábamos de su enfermedad. Fue una triste y desagradable noticia.

Compartiendo semana a semana el trabajo conjunto que nos convocaba, me llamaba la atención su manera de transitar ese tiempo, que luego sabríamos era el final. Seguía siendo el Javier polémico, decidido, irónico, chispeante, jovial y lleno de ideas. Era sorprendente, al menos para mí, advertir que no había desaparecido de su discurso el futuro como tiempo verbal. Su constante preocupación por el porvenir del psicoanálisis y de la Escuela, era la razón de ese estilo. El brindis al que nos convocó en la fiesta de la EOL de fin de siglo fue un fiel testimonio de ello.

De sus textos agrupados bajo el título El Deseo del Analista, quiero evocar su posición respecto al estatuto que tiene la conversación como método para responder a la pregunta hoy más vigente que nunca: ¿Por qué la Escuela Una? Allí subraya que es la Escuela la que pone a prueba el deseo del analista, allí donde éste se sostiene en la inexistencia de Otro, haciendo de ella una institución que no se sostiene en el Ideal de lo colectivo, ya que es la continuación del acto analítico que como tal no sutura los puntos de imposible. "La Escuela como comunidad es el gozne entre el uno por uno, lo real del malestar de cada uno, y su vinculación con la comunidad, el lugar donde se potencia el deseo del analista para responder a la comunidad y romper con la segregación y la autosegregación a la que se quiere llevar al psicoanálisis".

Es indudable que su compromiso, su trabajo y su producción dejaron huellas permanentes en quienes supimos tener algún lazo con él, ya que supo transmitir su pasión por el psicoanálisis, su amor por la Escuela y una ética siempre articulada al discurso analítico.

Como escribió Jacques Alain Miller: "El habrá sostenido su lugar hasta el final, derecho como un mástil, tenso como un arco. Habrá sido esa pura presencia de un deseo decidido que dejará una lección. Nos decimos: He aquí como se muere cuando se es analista".

Seremos nosotros y las nuevas generaciones las que recojamos el guante, aquél que permita tomar su letra como una imprescindible y bien orientada brújula clínica, política y epistémica.

Abril del 2010

 
 
 
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