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Consecuencias
 
Edición N° 5
 
Diciembre 2010 | #5 | Índice
 
Notas y comentarios n°: 2
Hugo Freda
 
Lo «íntimo» siempre escapa a la representación, no se deja atrapar.
(…) «extimidad», aquello que agujerea, rompe, descompleta «lo íntimo».
 

71 Rue de Maubeuge es mi dirección en París. De allí salí el viernes a las 10 hs, para hacer lo que desde hace ya varios años practico: un footing de 1 hora y 10 minutos, aproximadamente.

El recorrido es casi siempre el mismo. Bajo por el Foubourg de Poissoniers hasta el Sena, lo atravieso, y retomo por el puente Saint Michel, para volver por el mismo recorrido, en sentido inverso, hasta el punto de partida: mi domicilio.

Hugo FredaEl viernes, el itinerario no fue el mismo. Crucé el Sena y seguí derecho, llegué al Teatro del Odeón, entré en el Parque de Luxemburgo, con la intención de llegar a la Rue de la Grande Chaumière. En dicha calle se encuentra la Maison Gattegno, donde compro siempre mis pinturas, lápices, barnices y telas. Preparo actualmente una exposición sobre «el monocromo».

Cuando corro, mis pensamientos fluyen, paso de un tema a otro, sin prestar particular atención al contenido de los mismos. Fundamentalmente, miro. El paisaje urbano me fascina. Correr en New York , en Madrid o en San Telmo un domingo a la mañana, constituye un momento de placer casi único. Siempre pasa algo en la calles de las ciudades.

El viernes 26/03 pasó algo. En el Parque de Luxemburgo, en uno de los ángulos del mismo que da a la Rue d’Assas, en diagonal a la casa de Jacques-Alain Miller, un grupo de adolescentes -de toda evidencia alumnos de una escuela de arte- copiaban y pintaban una de las estatuas que adornan el parque.

El Parque de Luxemburgo es un verdadero museo de estatuas, se cuentan unas 106. De ese total, 39 representan artistas –Chopin, Flaubert, Delacroix, Millet- ; 22 representan reinas, reyes y damas ilustres -la Comtesse de Segur, Marie Stuart, Valentine de Milan- ; 33 representan figuras de la antigüedad, alegorías o mitos -«La Libertad aclarando el mundo», reproducida en la bahía de New York- ; y 12 monumentos, homenajes, animales -«Los estudiantes en la resistencia», El grito, El esfuerzo, dos leones.

Por la ubicación de los alumnos pude saber que la estatua que copiaban representa a Sainte-Beuve, escritor del que Lacan ha hablado en su texto «La Juventud de Gide», que figura en sus «Escritos».

La figura del literato surge altiva entre el amarillo resplandesciente de las fursisias en flor.

El espectáculo me frena. Me acerqué al grupo y observé el bosquejo que uno de los estudiantes intentaba en su carnet de dibujo. De toda evidencia, él intentaba reproducir exactamente lo que se presentaba a sus ojos. Me permití romper su atención y le dije: «hay que pintar el amarillo». Nuestras miradas se cruzaron y sin esperar un segundo, retomé mi footing.

En ese momento, las cosas cambiaron ¿Qué quise decir pronunciando la sentencia «hay que pintar el amarillo» ? Una cierta perplejidad se apoderó de mí. Recordé entonces que el día anterior había leído un fascículo sobre la retrospectiva de Lucien Freud, que se presentó en el Centro George Pompidou.

Si resumo el contenido de dicha revista, el autor indica que la obra pictórica de Lucien Freud se caracteriza por una «insistencia» a pintar lo mismo, a tomarse él como modelo -sus autorretratos-. Su atracción por «la carne humana», con sus múltiples formas y deformaciones, que denota la búsqueda incesante de «lo íntimo» del sujeto representado en sus cuadros. De los más íntimo, precisamente. Lucien Freud pinta eso, «la intimidad», su intimidad, hasta provocar en el espectador un cierto «asco», una cierta repulsión.

Llama la atención «la insistencia». Lo que nos introduce en otra dimensión, dado que ella marca, señala, pone de manifiesto, la imposibilidad de pintar «lo íntimo».

Lo «íntimo» siempre escapa a la representación, no se deja atrapar. Es para encontrar una lógica a ese hecho, que Jacques-Alain Miller dedicó un Seminario al concepto de «extimidad». A aquello que agujerea, rompe, descompleta «lo íntimo». A aquello que de lo íntimo no se puede decir gran cosa.

Hablo de lo verdaderamente íntimo. Que no se confunde nunca con lo vivido, ni con el pasado, ni con lo percibido, ni con lo que hay que ocultar, ni con lo vergonzoso, ni con lo que no se debe decir. Lo verdaderamente íntimo está fuera de la palabra, lejos del significante, y cerca del goce y de lo real.

Lucien Freud se instala en esta vía, y urga en las irritaciones, en las escaras, en las heridas, en las cicatrices de la carne, los signos de «lo íntimo» para poder pintarlos. Y allí, él fracasa en su propósito, y es de ese fracaso que surge lo mejor: su pintura.

De lo peor nace lo mejor, lo que nos recuerda esa canción italiana que dice: «del diamante no nace nada, de la mierda nacen las flores», canción que entonaban los psicóticos de un hospicio de Milán.

Dicha posición no es extraña a los psicoanalistas del Campo Freudiano.

Ellos saben diferenciar la verdad que puede surgir del síntoma, de lo mejor que puede nacer del goce.

Volvamos a nuestro amarillo. Está el amarillo que se ve, el de las magníficas fursisias. Ese es el amarillo que se ve, el que se encuentra en un tarro de pintura o en un pomo de óleo. Pero yo no me dirigía a ese amarillo, sino al otro: al que está en el interior del amarillo que se ve. A ese otro que hace que el amarillo sea amarillo, y que hay que dar a ver, que hay que develar, como lo hizo Joyce con la lengua inglesa. Yo hablaba de lo que contiene el amarillo y se oculta al ojo. Tal vez, yo hablaba de la desesperación de Picasso, cuando se quejaba porque «la pintura gana siempre, y que él quiere pintar la pintura», y que lo llevó a responder en otro momento: «yo he pintado un solo cuadro».

Seguramente es la misma constatación de Freud en su texto «Construcciones en el análisis», cuando se da cuenta que el verdadero «inconsciente» nunca se hace conciente, y que su propia creación se había convertido en su enemigo. Sin embargo, es de eso de lo que se trata: de hacer del imposible una obra.

Lacan se confrontó a eso y le dio un nombre: el sinthome.

El sinthome es lo que se inventa, y -como toda invención- se puede decir, se puede escribir, se puede pintar. Ese poder decir en el análisis tiene un nombre: «el pase».

Hacer el pase es poder decir cómo cada sujeto se inventó su sinthome.

Ahora entiendo un poco más mi «hay que pintar el amarillo». Era la mejor manera de decirle: no copies nada, escapate del discurso constituído, el discurso universitario tiene sus límites, «…mira el amarillo y píntalo de cualquier color, no importa, pero píntalo…»

Malevicht, a principios del siglo XX, pintó negro sobre negro, porque quería el alma del negro. Él rompió el negro para encontrarlo. Nada más.

Y me queda en el tintero algo radical: lo íntimo no se confunde nunca con la repetición. Lo que insiste no es lo que se repite: que se sepa.

Tal vez, alguna vez, retomaré esta pista.

Minutos después, me encontré en la Rue de la Grand Chaumiere y mi amigo Patrick me informó que el papel Lana que había encargado, había llegado…

 
 
 
 
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2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA