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Consecuencias
 
Edición N° 5
 
Diciembre 2010 | #5 | Índice
 
De refranes y proverbios
Héctor Darío Gigena
 

El autor del texto nos propone un lúdico recorrido y articulación entre el género de la literatura popular de tradición oral y el acto psicoanalítico, como acto de palabra dicha. Efectos y afectos al respecto. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

No hay propiedad intelectual, por ejemplo.
Eso no quiere decir que no haya robo,
hasta es así, que la propiedad comienza.[1]

 

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Escribe Freud: "Cuando uno se ha familiarizado con el generoso empleo que del simbolismo se hace en el sueño para la figuración del material sexual, por fuerza se preguntará si muchos de estos símbolos no aparecen (...) con un significado establecido de una vez y para siempre (...) Este simbolismo no pertenece en propiedad al sueño, sino al representar inconsciente, en especial del pueblo; y más completo que en el sueño lo hallaremos en el folklore, en los mitos, sagas y giros idiomáticos, en la sabiduría del refranero y en los chistes que circulan en un pueblo.[2] (1909).

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Ya como ocurrencia del analizante, ya como interpretación del analista, es posible que en análisis los enunciados se restrinjan al texto de un refrán, proverbio, o "frase hecha"[3]. Se trata de textos acotados que transmiten una experiencia donde la sabiduría de un grupo humano se vehiculiza generación tras generación. Dichos relatos participan de la cultura popular atesorada en el lenguaje -coagulado en la figura del Otro (des ‘Anderen’)- y restauran de algún modo la ligazón de lo actual con lo pretérito.

Me quiero detener en este margen de la experiencia psicoanalítica y preguntarme a propósito de ella.

Por otro lado. ¿Por qué un analista ha de hablar en público? ¿Qué lo lleva a tomar la palabra? Las respuestas se amontonan: a los fines de una enseñanza, de la puesta en común y confrontación de una práctica, de la profundización en la rigurosidad con que se conciben los conceptos, etc. En cualquiera de estos casos ¿se tratará de decir algo nuevo? Esto es, bien mirado, lo más dudoso. Innovar, casi siempre para empeorar[4], dice un refrán que advierte de los peligros del afán de originalidad. Y como dicen por ahí, bastante colabora quien no entorpece, oímos el llamado a economizar los aportes a los fines del progreso de un discurso recordando que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Dos líneas entonces a desplegar (aunque el que mucho abarque poco apriete): una, el lugar del refranero popular en la experiencia analítica. Dos, la palabra, que se hace pública, del analista. Galgo que va tras dos liebres, sin ninguna vuelve, reza el dicho. Intentaremos no probar su veracidad aunque admitamos el albur de un fracaso y evitaremos como podamos meternos en camisa de once varas. Dicho lo cual si no es feliz el resultado, el que avisa no traiciona.

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Muy bien. En esta oportunidad pretendo decir ciertas cosas, que no sé si son muchas ni sé si son pocas. Y si hablar mucho es hablar por los codos haremos el intento de hacerlo apenas con la boca. A buen entendedor pocas palabras se repite muchas veces sin pensar, lo que conlleva también a tontas y a locas no hablar. El intento es en resumen no arrojar margaritas a los chanchos, que ni inusual ni meritorio resultará dar con quienes, hablando mal y pronto, más querrían una salchicha que cien palabras bien dichas. Y a esos quienes berrean que más ablanda el dinero que palabras de caballero replicamos con firmeza que a palabras necias, oídos sordos. Puesto que si el que calla otorga es verídico, no callaremos aquí y haremos oír lo que digamos aún cuando no haya sordo peor que el que escuchar no quiera. Y que lo sepan: que digan y coreen que buenas palabras no hacen buen caldo no nos impedirá a nosotros seguir hablando.

La preocupación, entonces, es por la palabra del psicoanalista en sus relaciones con los dichos populares, los proverbios ¿Se trata de un hablar con boca prestada, que sabe bien y no cuesta nada? ¿Fundar la intervención en ello no consistirá precisamente en abrir el juego al vil tirar la piedra y esconder la mano? ¿Serán, en otro orden, palabras amables, que enfrían mejor que el agua? El afamado bien-decir lacaneano ¿se reduce a palabras de cortesía, que suenan bien y no obligan; ohan de ser más bien buenas palabras y buenos modos, que dan gusto a todos?

La palabra del analista está advertida que el silencio y la prudencia, mil bienes agencia, y sabio por la consigna que afirma que los golpes hacen silencio, prefiere hablar, advertido pero incauto, que el silencio es más disiente, que la palabra imprudente.

Precisemos: en la experiencia del inconsciente el silencio es el de los fantasmas, el de la neurosis del analista. Y descontado que el pez, por la boca muere, la orientación ha de provocar el cese del propio palabrerío, si es cierto y cosa juzgada que no entran moscas en boca cerrada.

Aunque no todo ha de ser callar. Entre el silencio del velorio mudo, se le zafa a cualquiera un estornudo, oí una vez, y de inmediato caí en el carácter necesario de aquello con lo que el analista paga en toda cura: sus palabras. Por ello no pensamos en una posición de una abstinencia silente y militante, imposible tanto como empezar a comer por la segunda cucharada, sino de resguardar el tiempo y el espacio con el propósito que una palabra haga lugar a una verdad con calidad de acontecimiento.

Pues, según creo, los analistas escuchamos en espera. Como agazapados, aguardamos la emergencia de la discontinuidad en el campo del discurso; aparición imprevista de una palabra que malogre cualquier esférico proyecto, anunciando y enunciando un sujeto que se esconde. La ruptura, como flash, indica que allí se ha medio-dicho una verdad.

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Carta cortés, cada dos renglones, mentiras tres, reza la máxima. Lo cual nos lleva de la palabra escrita a la mentira y la verdad ¿En qué consiste la verdad? ¿Es ella como el aceite, que siempre sale a flote; o es como la rosa, que siempre tiene espinas? A la verdad en psicoanálisis la ligamos al decir, y es en los dichos donde llegará, o no, el momento de la verdad. Agregamos nosotros: cada vez, no-toda.

En otro orden, la amarramos al engaño por tener estructura de ficción (lo que objeta la veracidad en eso de que los borrachos, los niños y los locos siempre dicen la verdad.) Lo cual también matiza la oposición verdad- mentira obviando que la mentira y la verdad no pueden vivir en paz.

Bien. El medio-decir de la verdad. Que no es decir que la verdad a medias es mentira verdadera. Es más bien reconocer que nada es verdad ni es mentira, todo es según el cristal con que se lo mira. Como el hipo, que en el niño es para vivir, y en el viejo para morir. A propósito, en Chile observan que como lo de aquí para allá es subida, lo de allá para acá es bajada. ¿Alusión a lo que Lacan, con Freud, llamó fantasma? Quizá. ¿Quién sabe? El tema entonces es el saber.

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El saber no ocupa lugar, lo que constituye un elogio hacia él, que todos acaso aprobaríamos en la búsqueda de un epitafio que no masculle aquí yace quien nació y murió, sin saber nunca para qué vivió. En nuestro caso el saber del que se trata es el del inconsciente.

Quien demanda análisis bien podría ser situado en el lugar del que no sabe, y querría saber. Saber poco obliga a mucho, se dice por ahí. Indicación que acaso podamos calibrar desde el saber del psicoanálisis, vinculándolo a esa responsabilidad moral por el contenido de los sueños que Freud no dudó en imputar al soñante: "La experiencia me muestra que, empero, (del ser malo) me hago responsable, que estoy compelido a hacerlo de algún modo (...) Está por verse si llegará en la vida a algo más que a la hipocresía o a la inhibición quien, no satisfecho con ello, pretenda ser «mejor» de lo que ha sido creado."[5] Cada uno sabrá, análisis mediante -agrego yo- dónde le aprieta el zapato. Y que se cumpla como se pueda que el que nació para caballo ha de morir pastando. Allí Freud habla de las dificultades que encuentra el yo para admitir las "maldades" del ello. Viene a cuento, entonces, que el último en saber es siempre el interesado, alocución que reserva un lugar postrero, dependiente, al yo que sobre todo pretende saber, con excepción de lo atinente a su ser malo, a sus diabluras.

De este modo el pobre diablo, como llama Freud al candidato a analista, es decir, al analizante, accederá a saber algo. Pero como nos han hecho saber, más sabe el diablo por viejo que por diablo: eficacia así del tiempo (en cuanto finito) que progresa sobre la potencia presuntiva de cualquier ser.

Y hablando de diablos y demonios, al recordar la metáfora freudiana de "quien, como yo, convoca los más malignos demonios que moran, apenas contenidos, en un pecho humano, y los combate, tiene que estar preparado para la eventualidad de no salir indemne de esta lucha" me encontré con un refrán coreano de valor supremo: si no entras en la guarida del tigre ¿cómo podrás apoderarte de sus cachorros?

En el análisis, rectifico la idea anterior, el sabio ha de situarse del lado del analizante. Pero no ha de ser en soledad: un sabio y un tonto saben más que un sabio solo. Por su parte, bien podrá el analista encarnar al tonto. Dice Lacan: "...El único peligro sería tener psicoanalistas tarados. Pero eso no molesta (...) porque con todo el objeto a en el lugar de la apariencia es una posición que puede sostenerse."[6] Tonto o tarado, decía, que encomienda al otro elaborar y dar cuentas de su saber inconsciente: "hable". Experiencia irreductible pues no habrá autoanálisis posible sin el encuentro de los cuerpos analista-analizante. Lo que se aproxima a la sentencia: tantas veces fue el burro al molino, que olvidó al fin el camino y que acompaña la sugerencia freudiana de inventar el psicoanálisis cada vez[7]. Lacan lo considera una insistente recomendación de Freud: "excluir todo lo que él sabe cada vez que aborda un nuevo caso."[8] A callarse ranas (se nos dice a los analistas), que va a predicar el sapo.

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El analista, anoticiado del saber inconsciente en tanto discurso del Otro[9], negando el plagio[10] y su socia, la propiedad intelectual, localiza en la repetición de los dichos (orientado por la primacía del significante sobre el sujeto[11] y sobre el significado[12]) localiza, decía, la posición de quien habla en los intervalos abiertos por las diferencias que en la misma insistencia acontecen. Y propone así una experiencia entre dos con el lenguaje, que es apuesta a lo singular. Más acá de toda fascinada comprensión, escapa como y cuando puede a las trampas que a todo hablante tienden las redes del sentido.

Y en este sentido me pregunto ¿será que todo análisis ha de acoger hospitalariamente la dimensión del proverbio? ¿Se trata allí de una apuesta al suceso de una palabra que, proveniente del Otro, retorne y perdure como tal? Palabra en definitiva proverbial, no reducida al slogan vaciado de experiencia (G. Agamben.) que, a la vez que exige esa preciosa singularidad con que el sujeto ha de responder por ella, lo ob-liga, de un modo dicho a sus antecedentes. Pues, como dicen en el Japón, ni cuatro caballos galopando pueden recuperar la palabra empeñada.

Si hay quienes confían en la máxima harto difundida, el psicoanalista se autoriza a subvertirla diciendoque hablando no se entiende la gente. El analista quizá tarado, no nos hagamos los tontos, no entiende lo que se dice.

Una vez oí: si Freud (representante des ‘Anderen’, del Otro) lo dijo todo ¿por qué un analista habría de seguir hablando? Creo yo, el analista está llamado a hablar a los fines de soportar una experiencia que como tal es irrepetible y que reedita cada vez que inicia un psicoanálisis: que alguien hable a Otro diciendo lo que sabe y más de lo que sabe sin saber que sabe más de lo que dice.

De allí parte y allí se vuelve, en una rara oscilación (tan rara como esa cosa rara que sucedió en la muerte de mi tía: que un rato antes de morir aún vivía) que va de los dichos de un análisis a la letra escrita del saber del psicoanálisis. Y que vuelve, otra vez, al decir analizante.

En ese movimiento no será imposible hallar vaguedades, matices y paradojas que permanecen aún como penumbras de lo no nacido.

Y hasta aquí, pues cuanto más escarba la gallina, más tierra se echa encima. ¿¡Quién osa, que atrevido desafía al susurrar tanto nadar para morir en la orilla...!?

 
Notas
1- Lacan, Jacques. Seminario 16. De un otro al Otro. Clase 2. Paidós.
2- Freud, Sigmund. La interpretación de los sueños. 1900. Amorrortu Edit.
3- Dejamos para otra oportunidad tanto el carácter de agüero, oráculo o superstición como la rima o consonancia acústica que comporta la estructura de ciertos proverbios.
4- Todos los refranes fueron extraídos del Diccionario Panhispánico De Refranes, de Delfín Carbonell. Editorial Herder y del Diccionario de Refranes Campos Barella. Editorial Espasa-Calpe – España.
5- Freud, Sigmund. La responsabilidad moral por el contenido de los sueños. Amorrortu Edit.
6- Lacan, Jacques. El saber del psicoanalista. Charlas en Sainte Anne 1971-1972.
7- En julio de 1978, en el congreso de la EFP sobre la transmisión, Lacan confirma que el pase lo ha decepcionado. Al instaurar el pase con la proposición, dijo "...haber confiado en algo que se llamaría transmisión si hubiera una transmisión del psicoanálisis"; y prosigue: "...según lo que he llegado a pensar ahora, el psicoanálisis es intransmisible, resulta muy fastidioso [ ... ] que cada psicoanalista se vea obligado ( ... ) a reinventar el psicoanálisis."
8- Lacan, Jacques. Proposición del 9 de Octubre de 1967. En Ornicar? 1. Ediciones Petrel.
9- "Aquí reaparece lo que ya les señalé, a saber, que el inconsciente es el discurso del otro. Este discurso del otro no es el discurso del otro abstracto, del otro en la díada, de mi correspondiente, ni siquiera simplemente de mi esclavo: es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones." Jacques Lacan. Seminario 2. El yo en la teoría de Freud. Piados.
10- "...si hay por lo menos un prejuicio del que el psicoanalista deberla desprenderse por medio del psicoanálisis, es el de la propiedad intelectual." Jacques Lacan. Escritos 1. Respuesta al comentario de Jean Hippolyte sobre la Verneinung de Freud.
11- Lacan, Jacques. Seminario 9. La identificación. Inédito.
12- Lacan, Jacques. Escritos 1. Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista.
 
 
 
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