Última edición Staff Links Contacto Instituto Clínico de Buenos Aires Seguinos en FacebookSeguinos en Facebook
Consecuencias
 
Edición N° 5
 
Diciembre 2010 | #5 | Índice
 
Niños sobreocupados y viejos inermes: un problema contemporáneo
Greta Stecher
 

Este es un artículo en el que se trata un problema contemporáneo desde un sesgo casi nuevo o poco usual en la literatura psicoanalítica: los niños sobreocupados y los ancianos inermes. Ambos términos, parecen armar un contrapunto del cual la autora se sirve, con un estilo audaz, por momentos humorístico, pero no por eso menos preciso, para plantear las paradojas de una época donde el Ideal de renuncia troca en empuje a gozar, tras las falaces promesas de felicidad y completud con las que la cultura occidental intenta suturar la hiancia subjetiva.

Los niños sobreocupados revelan el fracaso de este texto al modo de un síntoma, y los viejos inermes, su envés: el deshecho que queda por fuera del mismo.

 

¿Cómo ocupar el tiempo? Una interrogación que va en el sentido más mecánico de la palabra. Un tiempo físico a ser rellenado con prisa. Un taponamiento gozoso de lo insondable.

Las últimas generaciones de niños comienzan su escolaridad cada vez más temprano y participan de un sinfín de actividades extra clase que los mantiene intensamente ocupados hasta la hora de la cena.

Las últimas generaciones de ancianos han ganado una sobrevida cada vez más longeva y aún no se ha pensado un lugar para estos viejos nuevos que son un elemento instituyente para el tejido social. Un emergente para el que la cultura occidental no tiene respuesta.

Los niños sobreocupados y los viejos inermes son a todas luces un problema contemporáneo.

 

Sobre la generación intermedia

Estar activo aloja una promesa de felicidad. Los adultos, la generación intermedia, corren tras un decálogo de actividades narcisistas que se suceden ad infinitum. Un estado de supuesta completud espiritual espera asintóticamente tras la exigentísima lista. Tengo que, formulación clásica del imperativo superyoico, antecede cada acción. Un reclamo voraz que no da tregua y se anuda a los influjos del tejido social, que se suman embanderando la exigencia, y se hacen carne. ¿No es sino efecto de un empuje masoquista que habita primariamente en cada quien? Freud (1924) escribe sobre el masoquismo como un asunto estructurante de la economía psíquica. El masoquismo antecede cualquier acción contra el mundo, primero fue contra sí mismo. Las exigencias de la época ganan adeptos como moscas a la miel porque copulan con el superyó, la fuente de todos los motivos morales.

¿Cómo hacer entrar todo en 24 horas? Tener una familia o lo que mejor se le parezca; tener tiempo para la pareja y divertirse; trabajar de aquello que se desea; ganar el suficiente dinero; ser solidario; ocupar frondosamente el tiempo libre; hacer deportes; comer sano; estar a tono con el resto tonificado; hacer lazo; embellecer la piel, el pelo, las costumbres; leer; pensar; opinar; participar; circular; seducir; tener sexo frecuente y disfrutarlo; mirar, ser mirado; la lista es infernal. Hasta aquello que pareciera mostrar una veta gregaria termina abonando satisfacciones de índole narcisista. Hay que ser mejor persona por dentro y por fuera. Y el tiempo no alcanza. ¿Cumplimentar las exigencias tiene como correlato inevitable un tiempo demasiado ocupado? ¿O estas actividades surgieron como consecuencia de la necesidad de re-llenar el tiempo? De una u otra forma ¿Qué aparece si ese tiempo asfixiado por la prisa no se ocupa? De de-vela un lapso, que se escribe como una brecha, una hiancia, en suma la vivencia sujetiva de un vacío insoportable.

Los niños

¿Qué lugar para los niños en esta maquinaria febril de verbos, de acciones incesantes? ¡Pues que empiecen cuanto antes ellos también! ¡Pongan urgente a sus pequeños a tiro! ¡Apunten… fuegooo!!

El niño no sólo colma, también divide señalaba Miller (1996, “El niño, entre la mujer y la madre”) o dicho de otro modo niño es falo y es castración. El hijo es la esperanza narcisista, his majesty the baby, representante de lo más valioso y de lo más inquietante. Promesa de completud y con ello del horror, episódicamente ¡o todo el tiempo! evoca lo que no cierra, lo que no anda, lo que no cesa de no inscribirse.

Los padres, divididos, llaman a las instituciones a echarles una mano en la crianza, en la puesta de límites, en la dosificación de los horarios. A más actividades pautadas para el niño más tiempo a disposición del adulto. En los jardines de infancia los argumentos parentales se disfrazan torpemente de falsa laxitud ¡Lo mando sólo para qué venga a divertirse! Pero hay una demanda de que se enlace, se oriente, se ponga en vereda. Freud (1917, “Conferencias de introducción al psicoanálisis”) señalaba que la sociedad no puede subsistir si la mayoría de sus miembros no orientan sus pulsiones, su energía psíquica, al trabajo. Esa tarea empieza en la escuela, en el club, en el campo de deportes, en el profesor de música, de inglés, de taekwondo.

Los padres no saben qué hacer con sus niños y hacen lo que con ellos mismos ¡Los ponen a trabajar duro desde el tiernísimo comienzo! ¡Cuánto antes sea mejor aún! Ocupados no ¡ocupadísimos! Los niños escriben, leen, comprenden, operan con la tecnología, socializan, activan cada vez más temprano. ¿Para qué? ¿Acaso esto garantiza futuros adultos felices, exitosos, responsables? ¿No es sino motivo de sobrexigencia que va a traducirse mañana hastío, angustia, desorientación?

En la escuela los niños van a jugar y aprender dentro de pautas y establecimiento de lapsos, van a incorporar rasgos, hábitos y ocupaciones valoradas culturalmente. No es sin eso, demonizar las instituciones sería una burda absurdidad. Pero, aún con ellas, no se sabe dónde poner a los niños, desbordan todo el tiempo ¡El valioso tiempo! El tiempo de disfrutar, de salir, de pareja, de amigos, de gym, de estética, de lectura, de trabajo, de éxito económico y reconocimiento social, de descanso.

Los niños jaquean el uso egoísta del tiempo y sacárselos de encima y ocuparlos cuanto antes es ponerlos a tono para que acepten, mansamente, someterse a lo mismo que se someten, no sin goce, los adultos cada día. Con la promesa de un placer por venir, o al menos bajo el supuesto de minimizar malestar. Los cual es a todas luces imposible. El malestar es ineliminable, es estructural y estructurante de nuestra existencia misma. Se puede intentar desconocerlo, tras la promesa de suturar esa hiancia que ofrecen los gadgets, los objetos de consumo, las actividades sucediéndose sin fin. Ofrecerse y ofrecerlos sacrificialmente con prisa, sin pausa ¿Para qué? ¿Con qué consecuencias?

Con todo, y este es el nudo del problema ¿Qué tiempo les queda a los niños para el juego sin tiempo, para el descanso, para la distracción, para el ocio creativo? El aburrimiento es correlato del aturdimiento hiperactivo al que se los somete desde muy pequeños.

Y, cuando parecía que ya concluíamos, los viejos; casi fuera del texto

Morirse con la pala en la mano fue el adagio de los inmigrantes del siglo pasado. Para los hombres, varones, la función social irrecusable era el trabajo, el sostén económico y el progreso para la familia. Las mujeres tomaban el rol de la crianza y la organización puertas adentro. Así era hasta la muerte.

Las mujeres contemporáneas, a excepción de las de las clases bajas (y probablemente más incultas[1]) que aún siguen criando comunitariamente a los hijos de los nietos (y, por lo tanto, tienen una tarea activa asegurada, un rol importante para cumplir); las otras, mujeres de hoy envejecen sin hallar un quehacer firme. Profesionalizadas muchas, liberadas, ya desde la juventud, de la atadura que suponía quedarse exclusivamente puertas adentro, ¡Progreso cultural que supieron conseguir!, llegan a un momento de la vida que ya no tienen lo que hacer,

Los varones de hoy, en cambio, no se han librado de la exigencia del trabajo, no se concibe, sin feroz hipercrítica, que un varón no trabaje, no produzca. Hacer dinero y responder con la erección son dos pretensiones ineludibles que la cultura reserva a los hombres. Y castiga sus fallos con destructiva dureza.

Pero los hombres contemporáneos alcanzan la jubilación y viven muchos más años que antes. ¿Cómo conservar sus atributos masculinos cuando ya quedaron fuera del circuito de producción y su cuerpo no responde como antes? Más allá de la promesa de sutura que suponen los fármacos para lidiar con la detumescencia. Bien sabido es que el sildenafil (viagra), logró unificar a jóvenes y viejos en el ideal de responder más allá de los nervios, la angustia, el cansancio o la pérdida de fuerzas.

La vejez, nominada a partir de equis años, sube un escalón casi cada día. Todos se apelotonan febriles en la generación intermedia, nadie quiere cruzar el umbral hacia Cocoon. Las cirugías plásticas, los ansiolíticos; los multivitamínicos, los hipotensores, los antiglucemiantes, lo del control de colesterolemia, pomadas e inyectables para celulitis, arrugas, calvices y canas, parapetan y escansionan el encuentro con lo que angustia.

Pero, en algún momento, ellas y ellos han verse a los ojos con la cabeza de medusa de su vejez, con los achaques del cuerpo y de la cabeza, con la pérdida de referentes que supone estar jubilado. Con la hiancia insoportable que abre el uso desocupado y silente del tiempo.

Si la promesa contemporánea de felicidad copula con estar activo y llenar el tiempo; el viejo, el anciano, es el máximo exponente de que sostener este adagio en el largo plazo es un imposible.

La vejez nos enfrenta al demonio de la quietud, el tiempo vacío, el fracaso del lazo, del resquebrajamiento de la belleza del cuerpo.

¿Qué hacen los viejos con su tiempo? ¿Qué propuesta social para sus ancianos, cada vez más pero mucho más viejos y más solos, más inmersos en el tedio, más olvidados, más enfermos, más mantenidos artificialmente con más tiempo de vida que es menos vida? La generación intermedia no sabe dónde poner o dónde ponerse a los viejos… como tampoco sabe bien qué hacer con sus niños, según dijimos, sino es subirlos a la ruedita del hámster ¡y que se entrenen duro!

A medida que se envejece se piensa más en sí y para sí. Los viejos reactivan hipernítidas sus huellas infantiles, sólo quieren hablar, repetidamente y hasta el hartazgo, de ellos y sus cosas ¿Vale demonizar que se miren senilmente el ombligo cuando en realidad es lo que los adultos activos, idealizan cultivar para sí mismos y todo el tiempo?

Para algunos viejos-jóvenes los lazos entre jubilados pueden ser una opción, pero a cierta edad el cuerpo ya no responde para participar, la cabeza pretende mayor introspección narcisista y ya no es interesante ni es posible reunirse con frecuencia. Para otros, aún con fuerzas, la Universidad, el Centro Cultural, el curso de bonsai pueden ser una respuesta posible al uso del lapso. Un lapso que se hace insoportable cuando ya no se puede estar a tono con las exigencias presurosas de la época. O leer en la máxima soledad o estar todo el día como una planta frente al televisor o mecerse silente con el chirrido de la radio.

Y cada tanto, cada vez más infrecuentemente, los viejos tienen oportunidad de verse con la familia, con los queridos seres que muchas veces los evitan porque los ven cada vez más viejos, más moribundos, más inquietantes.

¿Entonces qué con ellos, con los ancianos? Quizá sólo es cuestión de hacerlos entrar en el texto, de hacerles lugar, trazarles un tiempo, de soportar/sostener su demanda y devolverles así la dignidad. La dignidad de sujetos por el hecho de tomar la palabra, volver a contar sus historias, su historia. Que el deseo, como motor, haga su parte en el encadenamiento significante mismo. Hablar para encontrar, re-encontrar, rescatar las marcas de su subjetividad que amenaza pederse en la senilidad, en el olvido de los otros y en lo infernalmente infinito del tiempo libre, que, paradojalmente, es cada vez más finito, más próximo a la muerte.

 

 
Notas
1- Sí, embanderamos el prejuicio freudiano de las mujeres de sopas y albóndigas y la suposición de una sexualidad con menos taras y quien sabe cuántas otras; hacemos carne los preconceptos que nos convienen.
 
 
 
Kilak | Diseño & Web
2008 - | Departamento de psicoanálisis y filosofía | CICBA