Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época, decía ya Lacan en su Discurso de Roma, en 1953, momento al que él mismo decidió fechar como el inicio de su enseñanza. Cuando hacía de la función y el campo de la palabra y del lenguaje un eje central para retornar al psicoanálisis freudiano y restaurar lo vivo de su praxis.
Pasarían muchos años, y hacia el final de su enseñanza, Lacan aún mantendría viva su interrogación sobre el psicoanálisis y la responsabilidad de los psicoanalistas en relación a su porvenir.
La fuerza, la intensidad de esta interrogación, Lacan la ha transmitido sin ambages en noviembre de 1974, en su intervención en el VII Congreso de la Escuela Freudiana de París, realizado también en Roma, a la que hemos conocido como "La tercera"[1]. Allí mismo, volverá sobre "su primera", aquella del año 1953, y dirá que el porvenir del psicoanálisis dependerá de ese real al que la ciencia y sus gadgets nos imponen de un modo verdadero, al punto tal que nosotros mismos, los psicoanalistas, podríamos quedar reducidos a no ser otra cosa más que un cierto tipo de gadget. Es en este contexto, que la apuesta que le queda al psicoanálisis, dirá Lacan, es la de seguir siendo un síntoma, es decir, continuar siendo aquello que se pone en cruz ante el discurso que ordena la civilización en que nos toque vivir.
Apenas un mes antes, en octubre de 1974, en una conferencia de prensa[2] realizada en el Centro Cultural Francés, una vez más en la ciudad del Dios-Padre de los católicos, seguramente en ocasión de aquel Congreso que estaría próximo a realizarse, Lacan dialoga sobre la religión a la que él llamará verdadera, y con su estilo siempre agudo, incisivo y orientado por el real propio que anima al psicoanálisis, plantea, no sin cierto escepticismo, que la religión triunfará y al psicoanálisis le quedará la única alternativa de sobrevivir.
Ciencia y religión: dos praxis que intentan suturar lo real, mediante los artificios que les son propios. La ciencia, mediante la incesante producción de objetos, acompañada del imperativo superyoico de un ¡Goza! y de un ¡Más! que elude la imposibilidad como límite. Y, la religión, mediante la permanente elucubración de sentido, haciendo correspondencia de todo con todo, no parando de ligar, al servicio de taponar lo real.
Consecuencias toma a su cargo el relevo de esta apuesta: la de unir su horizonte a la subjetividad de esta época, la nuestra, mediante la interlocución del psicoanálisis con otros discursos, con el arte y con el pensamiento contemporáneo.
Pues Consecuencias también sostiene la apuesta por lo real, lo contingente y lo singular del síntoma o del modo en que cada uno goza, descompletando el para-todos y abriéndose a la interrogación del psicoanálisis y de su praxis para que ésta no termine reabsorbida por las prácticas discursivas que rechazan la castración, la imposibilidad y la función de lo femenino como aquello que nos guía hacia el buen agujero por donde salir.
He aquí, entonces, una revista que se sitúa en el horizonte de este nuevo Siglo XXI, renovando, una y otra vez, la apuesta de mantener vivo al psicoanálisis de orientación lacaniana, sabiendo que para ello, es condición necesaria y no suficiente, mantener viva la enunciación de Lacan.
Consecuencias es nuestra contribución a que el psicoanálisis inventado por Freud y reinventado por Lacan, no cese de escribirse.
Y ésta, la 7ª. publicación de Consecuencias, es también nuestro modo de brindarle un homenaje a la vigencia del deseo decidido de Lacan: el deseo de situar a los psicoanalistas como aquellos que le permitan al psicoanálisis sobrevivir en esta nueva civilización, aún.
Paula Contreras
Buenos Aires, noviembre de 2011
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