Un escrito con un intenso carácter testimonial, en el que una psicoanalista demuestra cómo a partir de su pasaje por la experiencia analítica ha logrado subvertir su creencia en el saber supuesto, en un saber de su goce singular implicado en el síntoma.
Lo que le vuelve disponible un saber-hacer allí con él y renovar su lazo con la causa analítica acompañado de un deseo de transimisión.
No hace mucho tiempo me desperté diciendo "creo en el psicoanálisis, creo en el inconsciente". Me sorprendí no sin cierta perplejidad con lo que me decía. Esto había sido como consecuencia de retomar mi análisis a partir de un detalle, el que voy a desarrollar en esta oportunidad, que había quedado "al margen", como no analizado, que me producía serios inconvenientes y ante el cual mi estrategia de sujeto era: "sola voy a poder". Esta decisión marcó un segundo momento en mi análisis.
Agradezco la invitación a participar en esta convocatoria, a partir de cuyo título, este momento particular de mi experiencia analítica insistió hasta que resultó posible escribirlo.
Ante la necesidad de desarrollar el eje temático "la posición analizante" en la mesa correspondiente a la Comisión Científica, la solución posible para no guardar nuevamente mi deseo, es transmitir un despertar transformado en una creencia, ya no en el supuesto saber sino en mi propia producción. Este descubrimiento, si bien produjo consecuencias terapéuticas en mi vida, también significa un giro importante en el camino a apropiarme de mi síntoma, hacerlo trabajar, aceptar la singularidad y renovar mi compromiso con la causa analítica.
Interrogo entonces el concepto de creencia y para ello selecciono la siguiente acepción: "Creencia: el asentimiento a una idea de la que no se exige demostración, ya porque sea de suyo indemostrable, ya por la firme convicción del sujeto que la profesa, se opone a la duda y a la evidencia." (Diccionario Enciclopédico Salvat).
Esta ilustración de la creencia la pongo en tensión con lo que Jacques Lacan escribe en el Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI. Escribe este "Prefacio" mientras va investigando acerca de Joyce y de su desabonamiento del inconsciente; sólo hablará de Joyce para decir que "…es la consecuencia simple de un repudio harto mental de un psicoanálisis, que el psicoanálisis desde que existe, cambió. Inventado por un solitario, teórico indiscutible del inconsciente, (…) el inconsciente o sea lo real, (…) se practica en pareja, en la cura hay que contar con el analista" (17/5/76)[1]. Esto, que parece una verdad de perogrullo, hace referencia al amor de transferencia, al analista como partenaire del parlêtre y al consentimiento del sujeto a la posición analizante. Un análisis no es sin esto.
El Inconsciente-repetición es el Inconciente en tanto se manifiesta como la repetición de lo mismo. A diferencia del Inconciente-intérprete, lo entiendo como lo que siempre ha hecho el inconsciente, querer ser interpretado. Es el analizante mismo quien toma ese relevo en la cura analítica.
Hay situaciones en la vida en las cuales los neuróticos cuentan con elementos para afrontarlas, salvo cuando el analizante reserva lo traumático al servicio de la repetición.
Un acontecimiento imprevisto sufrido hace 10 años atrás sacudió mi vida. En aquella oportunidad fue la palabra de mi analista en una Conferencia en el ICdeBA[2] acerca de este tema en particular, la que resonó en mí a la manera de una interpretación: "El neurótico cuenta con los recursos para afrontar los imprevistos de la vida".
Estas palabras recortadas e ingresadas nuevamente en la experiencia analítica funcionaron a la manera de dique frente a la angustia y la depresión que me desbordaba ante la experiencia traumática de la pérdida de un ser querido.
Dos intervenciones del analista, en ese primer momento del análisis, son imborrables. La primera, su respuesta ante un llamado mío: "Viaje lo más pronto posible". La segunda, durante una última y única sesión de una serie, cuando me citó a la 8.00 de la mañana porque yo partiría a la medianoche. Lo que quiero subrayar es la posición del analista de ayuda contra la inercia del goce, en tanto el analizante se implica a una intención inconsciente.
Este primer ciclo concluyó satisfactoriamente, pero algo del proceso del duelo había quedado mudo, reservado a la circularidad de la pulsión, retenido. Es así que en cada regreso a la ciudad de Córdoba, en cada aterrizaje, me encontraba desvanecida, acompañándome de un vértigo previo "a tomar tierra" (como dicen los españoles). El cuerpo absorbido en el embudo de lo real y mis familiares buscándome en sanidad aeronáutica.
¿Qué se había deslizado?, ¿el poder sola? Un significante amo se recorta: el significante sola, que es diferente al decir del analista al abrir este tema: "Es verdad, usted sola no puede".
No era el disgusto por volar sino la presentificación de un límite que se tapaba con estos desvanecimientos, asistida por el Otro, un modo de conmemorar una y otra vez lo traumático y "un no querer saber acerca de eso".
Del lado del analizante debe haber el consentimiento a ceder y que en esa cesión algo del goce atraviese el cuerpo, para que este goce sea suficientemente tocado y transformado. Interrogar al significante amo encarnado en el Falo, tratando de negar lo que no hay, yendo a especialistas de oído, pastillas contra el mareo, estudios neurológicos, etc. para dar sentido cada vez, simbolizando su fracaso.
El inconsciente-intérprete interpreta la no relación sexual y al hacerlo la cifra[3], librando en primer lugar al síntoma. Un análisis no hace más que destacar esta extraordinaria contingencia, cuya consecuencia es el Inconsciente. Si existe esta contingencia es porque hay algo que no está necesariamente inscripto. La interpretación del analista: "es verdad que usted no está sola", separó el S1 del S2 del sentido, especialistas de oído, neurólogo, pastillas antivertiginosas.
Esta posición analizante-permanente, posibilitó poner al trabajo el sínthoma, saber desembrollarlo y que, en lugar del cuerpo desvanecido, haya un cuerpo sensivivizado. |