A través de un interesante recorrido bibliográfico el autor nos invita a reflexionar acerca de la relación existente entre el derecho al goce mostrado por Sade y el planteo sobre los derechos del hombre instaurado por la revolución francesa. Asimismo lo vincula con el carácter paradojal del Superyó freudiano, entendido como la instancia moral del sujeto que halla su reverso en el mandato de goce. Un mandato, que bajo la luz del discurso capitalista conceptualizado por Lacan, resulta ser cada vez más feroz debido al rechazo de la castración que dicho discurso supone.
El discurso de la ciencia galileana, de la matematización de lo real halla aquí su lugar y vinculación con el surgimiento de la informática y el principio de ilimitación que rige a las sociedades modernas.
Derivando en un planteo muy actual sobre las incidencias políticas de ciertos dispositivos científicos técnicos; cómo fue el caso de Google y de las redes sociales en la crisis de los gobiernos totalitarios que atraviesa el mundo árabe.
El discurso del derecho al goce, tal como lo muestra Sade en su panfleto "Franceses, un esfuerzo más…", surge en el fondo mismo del planteo por los derechos del hombre que la revolución francesa instala. Es interesante que un hecho político antecesor de la revolución francesa lo insinúe, nos referimos a la Declaración de derechos de Virginia (USA)[1], que data de Junio de 1776. Entre los derechos invocados estaba "el goce de la vida y la libertad, con el objeto de adquirir y poseer propiedades, perseguir y obtener felicidad y seguridad". Para Jules Michelet los derechos del hombre se transforman en "el credo de la nueva era"[2]. Por supuesto que es Sade quien le da a esa invocación al goce, en la apelación de su discurso, un alcance que viene a subvertir "el prejuicio introvertido de dos milenios (…) [instalando un tema en la cultura que barre con la idea clásica del bien ordenador de la ética], el tema ´de la felicidad en el mal´."[3] La mera declaración revolucionaria de los derechos republicanos no alcanza, para Sade quedarnos allí sería "marrarla una vez más"[4], quedarnos a medio camino, ya que, para este autor, "el acto de goce es una pasión que subordina, (...) todas las demás a sí misma, pero que al mismo tiempo las aglutina, (...) (ya que el hombre) goza de su potencia más que nunca, (mientras) la ejerza a través de todas las violencias que se le antojen, incluso a través de suplicios, si así lo desea"[5].
Es así, pues, que captando la subversión que Sade introduce en el fondo de los derechos del hombre, podemos entender el escepticismo del propio Lacan respecto a este nuevo credo. En Kant con Sade dirá que "Se reducen a la libertad de desear en vano". En cambio, ciertas puntuaciones del Seminario 14 ubican más bien el aspecto, diríamos, defensivo, de "malla protectora" del discurso de los derechos del hombre frente a la perturbación que el problema del goce introduce en ser hablante. Dice Lacan allí: "…no me es dado ni dable otro goce que el de mi cuerpo. Así (…) se instaura alrededor este goce, que desde entonces es mi único bien, esta malla protectora de una ley dicha universal que se llama los derechos del hombre."[6] Es, pues, el discurso psicoanalítico el que retoma las paradojas del goce inyectadas por Sade en las profundidades del gusto, transitando la cultura europea del siglo 19, siendo Freud finalmente el creador de una práctica clínica que tuvo en cuenta y partió de las "aporías de la razón", en adelante razón fundamentalmente libidinal, es decir, la que pone en cuestión la idea del Bien universal, y repara cómo el principio del placer "abre las puertas al más allá del placer."[7]
Pues bien, dichas aporías se condensan en esa instancia psíquica "obscena y feroz" llamada Superyó. Freud mismo lo define como una instancia paradojal, puesto que, tras su semblante de conciencia moral o enclave de "una esencia superior", resuena el vozarrón de la pulsión que invoca al sujeto hacia su goce: "la cruz se esfuma como una sombra, y en su lugar, en sustitución de ella, se eleva radiante la imagen de una voluptuosa mujer desnuda en la misma postura de crucifixión"[8]; así nos describe Freud la torsión que sufre la mirada ante un aguafuerte de Félicien Rops, "La tentación de San Antonio". Entonces, el Superyó como instancia moral que decreta derechos y deberes del sujeto, que enuncia su imperativo categórico, tiene su reverso y verdad como mandato de goce.
Ahora bien, situándonos más precisamente en nuestra época actual, retomemos una afirmación de Lacan de El saber del analista: "Lo que distingue al discurso del capitalismo es esto: la Verwefung, el rechazo fuera de todos los campos de lo Simbólico, con lo que ya dije que tiene como consecuencia. ¿El rechazo de qué? De la castración."[9] El efecto es, según Jorge Alemán[10], el de una apropiación ahora posible del plus de gozar sin barrera alguna, sin semblante de ley (forclusión de lo simbólico) que obstaculice el acceso al goce (la expresión del título "desenfreno científico-técnico"[11] la tomamos de este autor). Es así que J. A. Miller establece en El banquete de los analistas la coincidencia estructural entre este movimiento infinitizado y circular del capitalismo y la paradoja superyoica, "circular", de a mayor renuncia, mayor goce. "Nada es imposible", reza el slogan de las zapatillas, precisamente de Adidas, ese objeto a dentro del placard como dice M. H. Brousse[12] en su artículo publicado en la Revista Mediodicho 36. Y si nada es imposible en esta versión capitalista del derecho al goce, sin un semblante de ley que le permita al sujeto separarse, la conminación que entonces le llega de su propio mandato se hace mucho más feroz. Debemos concebir en estos tiempos un paradigma del goce más allá del de la trasgresión, ya "el goce no funciona así: el goce no obedece a la lógica del deseo; la ley es inoperante en relación con el goce"[13]. Lo dice también E. Laurent en el reportaje realizado para estas jornadas: la increencia del ciudadano contemporáneo en los semblantes de autoridad "deja al sujeto abierto a sus imperativos de goce propios, particulares, no admite fácilmente que haya una función reguladora".
La revolución francesa puede muy bien ser planteada como una consecuencia política de la Ilustración (J. C. Milner)[14], y ésta como "procedente directamente del racionalismo del siglo XVII y del auge alcanzado por la ciencia de la Naturaleza, la época de la Ilustración ve en el conocimiento de la Naturaleza y en su dominio efectivo la tarea fundamental del hombre"[15]. La discontinuidad del corte moderno es introducida, Lacan aquí sigue a A. Koyré, por el discurso de la ciencia galileana, el discurso de la matematización de lo real. Del mundo cerrado al universo infinito, se titula uno de los ensayos de Koyré, concluyendo que es el nuevo universo el que se lleva los atributos divinos de infinitud, espacial y temporal, tras la marcha de Dios. Laplace, le responde a Napoleón, interrogado por la función de Dios, que ya no tiene "necesidad de esta hipótesis", el infinito se actualiza a partir de aquí en el universo mismo, pronto G. Cantor podrá subvertir otro prejuicio (aristotélico) milenario, el infinito es a partir de él actualizable en una escritura matemática[16]. El propio Cantor es el genio creador, no solo de los números transfinitos mencionados, sino de la teoría de los conjuntos, axiomática de la que sabemos se sirvió Lacan, y que si bien "nace sin aplicaciones físicas ni geométricas, resulta que hoy se aplica. La informática y la nueva tecnología del software derivan de allí"[17]. El famoso algoritmo de Pagerank y el icono de Google, cuyas o se estiran ad infinitud y hasta donde queramos, según nos hacen creer, derivan de allí. Entonces, un principio de ilimitación rige las sociedades modernas, de ahora en más "cambiar el curso de los ríos, salir de nuestra galaxia, dominar lo aleatorio, desplazar las representaciones imaginarias, todo es posible, [sea por la omnipotencia de la técnica, la literalización matemática, o el flujo mediático]. Esto rige a la totalidad de los seres hablantes, a la cual no hay ser hablante que diga no; dicho de otro modo la humanidad no-toda"[18].
Para finalizar recortemos una de las modalidades del un poco más de satisfacción, paradigmáticas, a nuestro juicio, de la época actual, nos referimos a la googlemanía, cuyo espíritu podría resumirse así: todos podemos acceder, cada vez, a un poco más de saber, un saber que ya no es tanto efecto de la matematización de lo real sino de la informatización de todo el universo simbólico de la cultura. Podemos resumir sus 10 mandamientos, y su lema princeps no escrito ("don´t be evil") en el siguiente imperativo categórico: "no seas malo", permítenos "entender exactamente lo que quieres decir y ofrecerte exactamente lo que necesitas", para acometer nuestra misión universal, que es "organizar la información mundial para que resulte universalmente accesible y útil". El efecto de este derecho universal a gozar de todo el saber informatizado, es una "absolutización" del mismo, su pasaje "al rango de un valor incondicional"[19]. Algunas incidencias políticas interesantes de estos dispositivos científico-técnicos se palparon recientemente en la crisis egipcia. Los medios de Twitter y Google tuvieron un papel predominante en la difusión y propagación de la protesta. Es más, para Wael Ghonim, el gerente de Google encarcelado unos días por Mubarak, y devenido un agente político activo, "Si no hubiera habido redes sociales, no se habría desencadenado (la revuelta)"[20]. La crisis egipcia, acompañada de esta llamada "revolución" tecnológica, de la que nadie puede escaparse, ni predecir demasiado su curso y efectos, puso al menos en escena, claramente, una lógica "social" que rebasa las formas de gobierno totalitarias tradicionales de esos países.
|