El estallido de la era hipermoderna produce cambios profundos que afectan los posicionamientos subjetivos.
La autora plantea que la industria del entretenimiento parece presentarse en la actualidad como una respuesta anticipada, precisamente para no desplegar una pregunta: la pregunta en relación al deseo en su singularidad.
¿Cuáles son las consecuencias que traen aparejadas la emergencia de múltiples objetos de consumo con el propósito de divertir y enajenar a los sujetos? ¿Qué lleva a hombres y mujeres a demandar más y más productos que los diviertan, si pensamos que todo exceso supone un padecimiento?
Comprar, consumir, desechar, consumir, desechar y volver a consumir, consumiendo-se.
1. Logro, diversión, excelencia y placer en la era hipermoderna
Encontramos que las palabras logro (achievement) y diversión (fun) han ido posicionándose con más y más frecuencia en el vocabulario cotidiano a lo largo de los últimos dos siglos. Puntualmente, la palabra logro aumentó 11 veces su uso, y algo parecido sucedió con la palabra diversión, la cual multiplicó su frecuencia 8 veces. Por otra parte, el término excelencia disminuyó 11 veces y placer es dicho cuatro veces menos. Así lo informó Anand Giridharadas, para el New York Times.
Los datos arrojados, nos permiten abrir interrogantes acerca de la preponderancia de unos significantes sobre otros, y de este modo, analizar las causas y consecuencias de dichas sustituciones. Claramente el logro arrasa con la excelencia y la diversión con el placer. Creemos que, estas modificaciones lingüísticas, se correlacionan con el estallido de la era hipermoderna. Lipovetsky, en "La pantalla global", plantea que:
"La sociedad hipermoderna está dominada por la categoría temporal del presente. Consumo, publicidad, información, modas, ocio: teniendo por telón de fondo el agotamiento de las grandes doctrinas futuristas, toda la cotidianidad se encuentra hoy remodelada por las normas del aquí y el ahora y la instantaneidad".[1]
En este marco se sitúan los cambios producidos, que van más allá del uso de las palabras, más bien a nivel de los significantes. Notamos que dichos significantes circulan en lo social, sirviendo a los sujetos para hacerse de un nombre y a su vez, brindar consistencia de ser. En este sentido, tales significantes, ayudan a la fabricación de semblantes propios de la norma vigente y facilitan la identificación de los sujetos con "cualidades" que resultan positivas bajo la órbita del mandato social actual. De esta manera, "Ser divertido y exitoso", se correlaciona con los ideales impuestos en la era hipermoderna. Son significantes que se multiplican audazmente, impidiendo la emergencia de las singularidades y produciendo una vorágine que resulta violenta llevando a los sujetos a preferir logros inmediatos, más que el camino minucioso de la excelencia. Y de la misma manera, sustituir placeres personales, singulares, por actividades divertidas del orden de lo anónimo y de lo masivo.
Asimismo, la época actual se rige bajo el guión imperativo del superyó, que es de goce. Imperativo, que tiene como nombre a la satisfacción máxima y, de este modo, se instala en el discurso común un más como posibilidad de felicidad[2]. Siguiendo la línea de Lipovetsky destacamos que, según el autor, el mundo hípermoderno, se organiza en cuatro polos estructurales: hipercapitalismo, hipertecnificación, hiperindividualismo e hiperconsumo. "En estas condiciones es donde la época ve triunfar una cultura globalizada o globalista, una cultura sin fronteras cuyo objetivo no es otro que una sociedad universal de consumidores"[3].
2. La industria del entretenimiento
Teniendo la intención de ahondar en la temática de la industria del entretenimiento y los efectos que su masificación produce, debemos tomar como punto inicial qué entendemos por ella. La misma, a su vez, es llamada comúnmente industria cultural o de la diversión, a raíz del material que produce. Como podemos imaginar, la industria del entretenimiento contempla a aquellas empresas o grupos económicos que dedican su accionar a desarrollar e inventar productos masivos de corte cultural para fomentar la diversión de las personas. Los medios utilizados para tal fin pueden variar entre la televisión, la radio, el cine, el teatro, Internet, la música y la prensa escrita.
Algunos de los productos más difundidos van desde una tira televisiva hasta un tipo particular de vestimenta. En el medio, podemos encontrar: espectáculos, videos juegos de última generación, banda ancha, música y videos online, deportes extremos, juegos de azar, teléfonos celulares con sofisticadas funciones, ipad, DVD, televisores planos, libros digitalizados, tele conferencias, cámaras de foto y video, películas, fotos y juegos en 3D y 4D, autos con wi-fi, entre tantos.
A su vez, las particularidades del mercado imperante, habilitan tendencias de productos unificados o triple play, esto significa que es posible comprar packs de servicios como televisión por cable, telefonía e Internet, mediante la contratación de un sólo servidor. Dadas las condiciones para facilitar el consumo, es posible para el hombre del siglo XXI, acceder a variados entretenimientos con un sólo abrir y cerrar de ojos.
Un punto interesante para hacer referencia son las bases del mercado propuestas por Víctor Lebow, a mediados del siglo XX. Llamativamente, dicho analista financiero postula, por aquellos tiempos, lo que en la actualidad se nos presenta con los mayores signos de evidencia. Lo dice de éste modo:
"Nuestra economía enormemente productiva… requiere que hagamos del consumo una forma de vida, que convirtamos la compra y la utilización de bienes en un ritual, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción de nuestro ego, en el consumo… Necesitamos que las cosas se consuman, se quemen, se desgasten, se sustituyan y desechen a un ritmo cada vez más rápido"[4].
A su vez, traza dos leyes que rigen y vehiculizan la fabricación de los productos, las mismas se denominan obsolencia programada y obsolencia percibida[5]. La primera de ellas tiene por función planificar y determinar la vida útil de un artefacto o servicio, de modo que, a lo largo de un tiempo estimado, el mismo se vuelva obsoleto o quede fuera del mercado. No deja de asombrarnos todavía más, el hecho de que éste mecanismo sea calculado adrede para asegurar la inutilidad del producto, de manera que, resulte necesario una nueva fabricación y por consecuencia, un nuevo consumo del mismo. Curioso círculo, que deja garantizado el acto de comprar: consumir, desechar, consumir, desechar y volver a consumir.
La otra cara de la moneda se refleja en lo que anteriormente nombramos como obsolencia percibida, en este punto se pone de manifiesto la actitud de las personas frente a las cosas, pues este tipo de obsolencia se caracteriza por la fabricación de productos de iguales funciones, pero con aspectos diferentes. De manera tal que, los consumidores perciben que su objeto ya no es de punta y deciden cambiarlo por uno más moderno. Nuevamente el círculo del consumo se vuelve a cerrar.
A modo de ejemplo, podemos situar el desarrollo que ha tenido a lo largo de los años, uno de los artefactos más difundidos y utilizados en el mundo, hablamos precisamente del celular. La historia del mismo nos remonta a 1983, momento en el cual sale a la venta el primer equipo. Desde una mirada retrospectiva, podemos decir que sus funciones eran básicas (llamar y recibir llamadas) y su diseño constaba de aproximadamente 17 cm. de alto con 800 gramos de peso. Su ingeniería era algo limitada, ya que, la batería no superaba la hora de conversación. En la actualidad, el celular tiene funciones que transgreden a la acción de comunicarse. Con él se puede chatear, jugar, bajar ringtones, sacar fotos, etcétera. Creemos que, a la variada gama de entretenimientos con los que cuentan los celulares modernos, se puede sumar un plus de goce que hace de adicional a su uso. Ejemplo de esto es que uno de los últimos celulares del mercado, está confeccionado con casi 1300 diamantes y su valor supera los 150.000 dólares.
También, reflexionamos acerca de la construcción de una identidad a partir del objeto que se posee, a modo de "soy lo que tengo", el sujeto se identifica al objeto de consumo. Hace de él una extensión del propio cuerpo, lo carga de subjetividad y lo decora, de tal forma, que lo cree suyo, más allá del mero hecho de haberlo pagado con dinero.
Otro ejemplo interesante, lo hallamos en los denominados Parques de Diversión, la evolución de los juegos y actividades recreativas, llama increíblemente la atención. En los más viejos, el contenido de divertimento no pasaba de paseos, vueltas al lago, calesitas y venta de comida, al mejor estilo de una feria. Hoy, la atracción gira en torno al peligro. Los parques cuentan con torres de más de 30 metros de altura, donde la gente es lanzada abruptamente al vacío, así como también, montañas rusas extremadamente altas y veloces.
Tomando como referencia la cantidad de muertes producidas en dichas actividades, podemos conjeturar que, en este caso, la diversión se encuentra relacionada con la adrenalina que produce el encuentro con el peligro, muchas veces imponiendo un límite real. Límite violento, que viene al lugar de la faltante de una ley que ordene desde el plano simbólico. Lo llamativo es que, por un lado hay una excitación, producida claramente por el juego y por otro, un sufrimiento. Como si se necesitara del látigo que castigue y prohíba, más allá de la fantasía.
Ahora bien, si consideramos al entretenimiento y a la diversión como parte de una industria, no podemos pasar por alto, que estamos hablando de bienes de consumo que ocupan un lugar preponderante en la sociedad y que, a su vez, existe una demanda que sustenta su producción.
Entonces, partimos de un interrogante que nos habla de la cultura hipermoderna en relación a la industria de actividades de entretenimiento y diversión. ¿Cuál es la razón de la vigencia persistente de múltiples modos y productos de hacer cosas divertidas? A partir de ésta formulación, desarrollaremos diferentes líneas de pensamientos que aporten a la construcción de una respuesta que desde el psicoanálisis podemos dar.
Sabemos que el discurso capitalista, tal como lo plantea Lacan, está caracterizado por el rechazo a la castración. En la Conferencia de Milán, dice que éste discurso es astuto y lo plantea desde la fórmula como "una pequeña inversión simplemente entre el S1 y el S que es el sujeto. Es suficiente para que esto marche sobre ruedas, no puede marchar mejor, pero justamente marcha demasiado rápido, se consuma, se consuma tan bien que se consume"[6]. Entendemos que, dicho discurso promueve el avatar consumista que para desentenderse de la falta, propia de los sujetos del lenguaje, enaltece conductas de goce ilimitado, omnipotente y la satisfacción inmediata. De esta manera, la transmisión del imperativo de consumo, hace del acto de comprar un exceso constante que se torna repetitivo y a la vez, mortificante. Decimos con esto, que el mercado actual, se sostiene en la producción de bienes que concentran un goce autoerótico, dificultando el lazo social.
El discurso capitalista, formulado por Lacan deja al sujeto ($) en el lugar del agente, lo que le permite ilusoriamente, taponar la falta, borrar su división con los objetos del consumo, que ocupan en la fórmula lacaniana el lugar del producto. Podemos ir más lejos, Miller en la conferencia de Comandatuba "Una Fantasía" (2004), desarrolla un nuevo discurso: el Hípermoderno. La cuestión del goce de objetos del mercado, se potencia aquí de tal manera que el objeto a ocupa el cenit social, el lugar dominante en la escena. Por lo tanto, el imperativo de consumo se hace más fuerte.
Observamos que consumo y repetición se relacionan de tal forma, que trazar una línea de separación entre ambos resulta una tarea difícil. De este modo, si nos concentramos en lo que Lacan (1970) plantea en el seminario XVII, podemos decir que la repetición contempla al goce. Y si avanzamos un poco más, dice que la repetición lleva a un retorno de lo inanimado. Punto dialéctico con el goce, que se sitúa más allá del principio del placer y en su constante repetición, hace pérdida: "lo que se repite no puede estar más que en posición de pérdida con respecto a lo que es repetido".[7]
En efecto, podemos hacer hipótesis acerca de que el hecho de consumir, sea lo que sea, en forma repetitiva, lleva al sujeto al punto nodal de la existencia misma o mejor dicho, de la ex-sistencia. En este sentido, suponemos que el consumo masivo de objetos (incluidos los de diversión) conlleva a un mecanismo de repetición y de exigencia pulsional provenientes de la acción que ejerce el significante sobre el ser en la constitución subjetiva. Sabemos que, la marca significante agujerea al ser, de modo que, en la apertura de la palabra se produce una pérdida de goce. Se instala de esta manera, un goce a repetir a cuenta de un goce todo que no existe.
En las sociedades occidentales del nuevo milenio, la articulación de compra-venta es moneda corriente. Tal es así, que las personas compran por el mero hecho de hacerlo, enredados en un sin-sentido cotidiano. A modo de mercado libre*, se vende y se compra todo, incluso la diversión. Diversión que se expresa como un modo de goce del imperativo superyoico de la época actual.
3. Industria del entretenimiento como síntoma social
Por un lado, consideramos que la industria del entretenimiento, viene a cuenta de un síntoma social propio de la época actual, donde la declinación de la función paterna hace marca en cada quien, habilitando el terreno a nuevas patologías y modos de anudamientos que se basan en la fórmula del "no hay relación sexual"[8].
Por otro lado, sostenemos que los malestares actuales hablan de un padecimiento que tiene resonancia en sentimientos de insatisfacción e indiferencia, siendo más precisos, hablan de un sujeto aburrido. Varios interrogantes se nos ponen en juego, veremos de todos modos, hacia dónde podemos llegar. ¿Qué lleva a hombres y a mujeres a demandar más y más productos que los diviertan? ¿La proliferación de objetos masivos, lleva a las personas a un estado de insatisfacción tal, que resulta necesario más?
Creemos que en la dicotomía aburrimiento-diversión, nos aproximaremos a alguna respuesta que nos acerque a la temática planteada. Puntualmente podemos definir al aburrimiento como "el fastidio o tedio" [9] y al aburrido como aquel que "aburre o es incapaz de divertir o divertirse"[10]. Además, podemos agregar, un estado de quietud y apatía, cercano al cuadro abúlico descrito por la psiquiatría.
Varias referencias sobre el aburrimiento se encuentran en el plano de la filosofía. Haciendo un recorrido entre los pensadores más destacados, encontramos que Kierkegaard, desde una postura teológica, sostiene que el mundo ha sido creado a partir de un sentimiento de aburrimiento. Desde esta perspectiva, Dios preso del aburrimiento puso manos a la obra, dando forma a Adán y a Eva en el paraíso terrenal. Por otra parte, el autor relaciona al aburrimiento con el estatuto del vacío, dice que:
"El aburrimiento descansa en la nada que se difunde por la existencia, su vértigo es como aquel que provoca ver un abismo infinito, es infinito. El hecho de que esa excéntrica diversión se construya sobre el aburrimiento también se puede comprobar porque la diversión resuena sin eco, precisamente porque en una nada ni siquiera existe eco que hace posible una resonancia". [11]
A partir de dicha cita, podemos hacer eje en lo anteriormente planteado. Relacionando a la excéntrica diversión a la que hace alusión el autor, como productos sustitutos de lo que Freud llama el objeto perdido[12]. De este modo, los sujetos entran en la dimensión repetitiva, de búsqueda, persiguiendo a un objeto que es perdido por estructura. Resuenan sin eco, dice Kierkegaard, porque la vuelta a lo inanimado supone, de alguna manera, la vuelta al vacío. En consonancia, las personas transitan un camino de múltiples diversiones, evitando ilusoriamente el encuentro con el aburrimiento, camino que se convierte en un círculo entrópico.
Por otra parte, encontramos en el pensamiento de Pascal y sus seguidores franceses una referencia interesante sobre el aburrimiento, considerándolo como "el resultado de la alteración de los humores en presencia de condiciones morales despreciables, típicas de quien habiendo abusado del placer, se encuentra en la imposibilidad de desear"[13]. A su vez, Pascal sostiene que la diversión sería la única herramienta para evitar tales sentimientos de hastío, propios del ser humano.
Por un lado, si tomamos en cuenta la cita anterior, introducimos una dimensión importante para nuestro campo de análisis: el deseo. Nos resulta posible hacer notar que, en ésta línea, el aburrimiento supone la ausencia de un deseo. En ésta dirección, el aburrimiento marcaría una constante monotonía, junto a la falta de capacidad de sorprenderse. Pero, por otro lado, podemos sostener que más que ausencia de deseo, el aburrimiento llama a una diversión que habla del deseo de Otra cosa.
Además, podríamos preguntarnos a qué tipo de diversión hace alusión Pascal, ya que, no es lo mismo un tipo de diversión aliada al placer, que un tipo de diversión pareja del goce. Decimos con esto, que hablar de "abuso" de placer nos encamina más del lado del goce, ya que todo exceso supone un padecimiento. Cabe recordar que Pascal nos advierte sobre la naturaleza de la diversión del hombre, al decir que "la diversión que él mira como su mayor bien, es en realidad su mayor mal, pues es lo que más le aleja de buscar el remedio de sus males"[14]. En este sentido, la diversión actuaría con un efecto adormecedor, persuadiendo a los seres humanos a la narcotización de sus pensamientos.
Heidegger, por su parte, hace hincapié en la cuestión del aburrimiento, agrupándolo a la angustia y a la alegría, como aquellos sentimientos que dan cuenta de la aceptación de la totalidad. Desarrolla el concepto de "verdadero aburrimiento"[15] a través del cual somos atravesados por el todo. No se trata, en éste caso, de estar aburrido de tal o cual cosa, sino de experimentar el sentimiento total del aburrimiento como una forma de expresión del ente. De este modo, dice que "el aburrimiento profundo va rodando por las simas de la existencia como una silenciosa niebla, y nivela a todas las cosas, a los hombres, y a uno mismo, en una extraña indiferencia. Este aburrimiento nos revela el ente en total"[16].
En este sentido, entendemos que el aburrimiento para Heidegger da cuenta de un sentimiento de hastío profundo, independientemente de las cosas del mundo. Podemos aproximar que es una experiencia que habla del malestar del ente frente a la pregunta sobre el ser. Sin alejarnos del tema en cuestión, nos es posible decir en relación, que el sujeto de la actualidad, podría estar transitando un estado semejante. De modo que, la exigencia de aprehender objetos de diversión, pueda deberse a la necesidad de calmar el aburrimiento y de alguna manera, no interrogarse sobre el tránsito de su vida. Podemos agregar una cita de Pascal, que profundiza la cuestión sobre la manera en que los hombres silencian los interrogantes que llaman a la esencia del espíritu. De modo que, "Las diversiones en que los hombres ponen su felicidad, no son como quiera viles, sino también falsas y engañosas (…) tienen por objeto fantasmas e ilusiones, incapaces de ocupar el espíritu del hombre"[17].
Desde otro plano, pero en consonancia, Schopenhauer sostiene que "el aburrimiento nos da la noción del tiempo y la distracción nos la quita. Esto prueba que nuestra existencia es tanto más feliz cuando menos la sentimos"[18]. A su vez, hace una comparación entre el cielo y el infierno, dando por sentado que el hombre representa todos los males a través de la figura del infierno, mientras que para el cielo sólo queda el aburrimiento.
"La vida del hombre oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío. Tales son, en realidad, sus dos últimos elementos. Los hombres han expresado esto de una manera muy extraña. Después de haber hecho del infierno la morada de todos los tormentos y de todos los sufrimientos, ¿qué ha quedado para el cielo? El aburrimiento precisamente"[19].
Desde esta perspectiva, el aburrimiento marcaría el aquí y ahora del tiempo vivido. Al introducir la dimensión temporal, el aburrimiento introduciría la finitud de nuestros días. El sujeto tendría, de esta manera, que enfrentarse con un límite poco amigable para el común de las personas: la muerte. Creernos inmortales nos vuelve seres completos, no deseantes. Esta ilusión, se sostiene en la felicidad que soporta la diversión o distracción, al decir de Schopenhauer. Pero es, precisamente una ilusión, que facilita postergar el deseo para después. Volviendo al pensamiento de Pascal, encontramos que la diversión actúa como un paliativo frente a los males mayores a los que los hombres se ven enfrentados. Las actividades de divertimentos se convierten, de esta manera, en una especie de adormecimiento que deja a los sujetos en stand by. En palabras del autor: "No pudiendo los hombres sanar de la muerte, de la miseria, de la ignorancia, pensaron para hacerse dichosos, en el medio de no pensar en esto, a esto se reduce todo lo que han podido inventar para despenarse de tantos males"[20].
Acercándonos al campo psicoanalítico, encontramos que Lacan hace referencia al aburrimiento, al menos en dos oportunidades. Tomando una de ellas nos situamos cronológicamente en el Seminario V (1957), donde lo plantea de este modo:
"Hay también una dimensión en la que no piensan ustedes lo suficiente, estoy convencido de ello, porque viven ahí como en el aire que respiran desde que nacieron, y se llama aburrimiento. Tal vez nunca han pensado hasta qué punto el aburrimiento es típicamente una dimensión de la Otra cosa, que incluso se llega a formular así de la forma más clara -quisiéramos Otra cosa. Estamos dispuestos a comer mierda, pero no siempre la misma".[21]
En este sentido, vemos que el aburrimiento introduce la dimensión del deseo como deseo de Otra cosa. Queremos situar con esto, desde la lectura clásica, lo que incluye a los dos planos de la demanda. Por un lado, la demanda de la necesidad y por el otro la demanda de amor, demanda inconsciente. Cuando se pide, se pide otra cosa de lo que se demanda. No hay que confundir demanda con deseo. El deseo se caracteriza por su movimiento metonímico. Ya lo decía Sócrates, cuando se pregunta en "El Banquete", "¿quién podría desear lo que ya tiene?", impulsándonos a pensar la cuestión del deseo, como motor de la vida misma. Luego, agrega que, "este como cualquier otro que desee, desea lo que no está a su disposición ni tiene en ese momento, lo que no posee, lo que no es él mismo y aquello de lo que está falto"[22].
En este margen, el deseo se presenta como un continuo inexorable. Podríamos pensar que, el aburrimiento lleva a desear otra cosa, pero por causa de los avatares del lenguaje, este objeto causa del deseo es imposible de alcanzar en su totalidad. De este modo, la industria del entretenimiento sirve de consuelo para quienes se aferran en la incesante búsqueda de algo que calme, lo que por estructura es del orden de una imposibilidad.
Nos resulta pertinente, tomar en este sentido, el postulado "Dios ha muerto"[23] de Nietzsche (1885); para resaltar que la caída de los ideales y valores normativos que lideraron épocas pasadas, hoy agotados, llevan al vacío y a la individuación. La oferta de consumo, hace que en vez de desplegarse una pregunta por la vía singular, se tape el interrogante con productos del mercado. "Conforme aumenta el sentimiento de vacío, se multiplican las formas de embriaguez para escapar a la noche de un mundo sin valor, al abismo de la falta de finalidad y sentido"[24]. En este caso, nos resultan interesantes estas palabras, para construir una respuesta posible: "Poder pasar de la desolación hipermoderna, no a una vuelta del ritual al que asistimos, sino a lo que tiene el arte de invención"[25].
Sostenemos que el sujeto debe enfrentarse con el objeto causa de su deseo. No por el camino del consumo; sino más bien por la vía singular. Una cita de Freud nos facilita la reflexión:
"El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito - más bien: no es posible- resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento (…) Sobre este punto no existe consejo válido para todos, cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza"[26]
En este sentido, podemos decir que resulta necesario visualizar el goce singular de cada sujeto, para que desde el plano de la invención se presente como posible algo en relación al deseo en su singularidad. Ya no desde los imperativos de época, sino desde la forma misma en que cada uno pudo vérselas con el agujero de lo real. Y de esta manera, cada quien pueda dar alguna versión, de su propia di-versión.
Es afortunado sostener que el aburrimiento abre una dimensión en relación a la angustia, se presenta como un fenómeno de ésta. Para el psicoanálisis, la angustia en tanto único afecto verdadero, es aquello que no engaña; hace de brújula, nos orienta. En este sentido, es válido pensar al aburrimiento como la posibilidad de relanzar un interrogante y quitarle lo que de él se presenta como horroroso. Siempre y cuando un falso objeto del mercado no venga a obturar la posibilidad de un análisis. |