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Consecuencias
 
Edición N° 9
 
Noviembre 2012 | #9 | Índice
 
De la creencia en el Padre a la creencia en LA Mujer
Por Lêda Guimaráes [1]
 

El pasaje de la creencia en el Padre a la creencia en LA Mujer se mantiene como eje de las grandes transformaciones de nuestra época. Pasaje que nos permite considerar seriamente que hay una bisagra, una doble cara estructural, entre la versión de goce del Padre y la versión del goce de LA Mujer. Dos versiones de la creencia en un Otro de donde proviene un mandato de goce que engendra nuestra existencia humana sexuada como hombre o mujer.

Eric Laurent –en la conferencia Hacia el VIII Congreso de la AMP realizada en la UBA en Diciembre/2011– formalizó muy bien esta cuestión, cuando dice que la creencia en una mujer adviene de una experiencia que surge como una certeza, certeza sobre la autorización de un goce, de un goce posible y vívido. Sin embargo, destaca que el problema de nuestra época es que esta creencia no se mantiene sin el retorno de una nueva creencia en un universal: LA Mujer[2].

Hay por lo tanto un detalle interesante en este pasaje de la creencia en el Padre a la creencia en LA Mujer que nos exige un tratamiento conceptual delicado.

En el predominio del Padre había una vigencia de significantes amos identificatorios – S1s– que organizan un Todo a través de revestimientos simbólicos e imaginarios de Ideales moralizantes, que recubrían el lastre del goce perverso del Padre. Ahora en la vigencia de la creencia en un universal de LA Mujer estos ideales ordenadores del Todo cedieron lugar a una invitación universal embriagante, irresistible, avasallante, que nos convoca a un goce desmedido, tal cual el canto de las sirenas mitológicas que retornan en nuestra época a través de la voz melodiosa que hace eco en las vibraciones de goce de nuestros cuerpos, invitándonos a sumergirnos en un mar ilimitado de libido en dirección a la mortificación.

A partir de las formalizaciones de Miller y de varios colegas que se dedican a esta cuestión, hemos hablado de una feminización del mundo y de una prevalencia del no–Todo, tomando como base conceptual la tabla de la sexuación del seminario Aun de Lacan.

Pero hablamos también de las mujeres actuales como excepciones, como está contenido en el programa del curso del Departamento de Psicoanálisis y Política del CIEC, que hoy inicia. Lo que al principio puede parecernos muy ambiguo, ya que del lado femenino, de la tabla de la sexuación de Lacan, no hay la función de la excepción a la castración, y es exactamente por eso que lo femenino constituye a las mujeres del lado del no–todo, por lo tanto, fuera de lo universal, haciendo valer para cada mujer el una por una.

Pero, ¿cómo entender la proposición de Miller? En el texto Una Partición Sexual[3], cuando dice que: "ya que las mujeres son inclasificables por no constituir un Todo, cada una es excepcional, y por eso del lado femenino tendríamos una constelación de excepciones, donde cada una es excepcional". Proposición que agrada muchísimo a las mujeres de un modo general, pero que nos deja con una cierta dificultad conceptual.

La salida para la aparente ambigüedad del uso conceptual del término excepción para las mujeres, adviene cuando tomamos en consideración que en la subjetividad humana hay una íntima articulación entre el campo del Todo y el campo del no–Todo, una íntima articulación entre el goce fálico y el goce femenino, una íntima articulación entre la posición masculina y la posición femenina ante el goce sinthomático que amarra la estructura de cada uno.

Así lo femenino no podrá ser concebido como enteramente disociado de lo masculino, pues inclusive, cuando nos ubicamos de modo más prevalente del lado femenino en la tabla de la sexuación, algo de la significación fálica ahí todavía persiste, pero no–Toda, alojando lo femenino en el campo de la extimidad a lo simbólico, mientras más íntimo y exterior al mismo tiempo. Es exactamente desde una posición subjetiva más dominante situada del lado de lo femenino que el goce podrá llegar a ser concebido como éxtimo, es decir, incapturable por la palabra, incapturable por la significación fálica. Goce denominado por Lacan como femenino, pero que en última instancia dice respecto del goce pulsional de cualquier ser humano, relativo a la dimensión real del goce que nunca alcanza un representante de la representación, según los términos freudianos acerca del representante psíquico de la satisfacción pulsional presente en lo real del cuerpo. Goce éxtimo que afecta especialmente a las mujeres ya que lo real de su cuerpo se impone de modo más preeminente en su subjetividad, debido a la ausencia del órgano que fijaría el símbolo fálico como su atributo. El goce femenino también afecta a los hombres cuando ellos se enamoran, pues a partir de una lectura fálica acerca de la ausencia de cualquier control sobre esta afectación de goce en el cuerpo, ellos lo experimentan como un riesgo para su virilidad.

Considerando el estatuto éxtimo de lo femenino, ¿cómo podríamos situar una mujer como excepción?

Ubicar una mujer como excepción adviene de una lectura fálica acerca de lo femenino, adviene de una lectura de lo femenino desde una perspectiva masculina del lado del Todo. Lectura que aloja el goce del Padre y el goce de LA Mujer como excepción al conjunto de Todos castrados.

Lo que no es propiamente ninguna novedad para nosotros, pues bien sabemos que un hombre aborda a una mujer desde su versión fálica singular acerca de lo femenino, que alberga en su fantasma fetichista, fantasma que sitúa a una mujer como objeto a causa de su deseo. En la medida que ocurre una fijación de la alianza entre un hombre y una mujer, tal mujer adquiere para el hombre el valor subjetivo de excepción, en la cual él fija su creencia en la existencia de LA Mujer. Creencia que también es albergada por muchas mujeres, cuando ellas abordan lo femenino desde la preeminencia de la perspectiva fálica del lado masculino de la tabla de la sexuación, creyendo en la existencia de LA Mujer ubicada en otra mujer, suponiendo a través de esa creencia que la Otra mujer contiene el secreto de la femineidad.

La gran novedad de nuestra época está en la extensión y en la universalización de esta creencia, al modo de una nueva religión pagana que diviniza a LA Mujer, pero sin prometer la santidad de culto de los místicos, pues abre las puertas a la autorización de entrada en un paraíso de goce, que acaba revelándose como un desvarío que trasciende ferozmente las medidas fálicas. Tenemos así una mezcla íntegramente nueva en nuestra civilización entre lo masculino y lo femenino, a través de un nuevo modo de articulación entre el campo del Todo fálico y el campo del no–Todo fálico. Una nueva mezcla en la cual impera una lectura fálica y fetichista de LA Mujer, aunque bajo el predominio de un goce desmedido más propio del campo de lo femenino, que no conviene ser denominado propiamente goce femenino, y sí más precisamente goce superyoico, o mejor dicho, superyó femenino en cuanto imperativo de goce universalizante que sostiene la creencia en LA Mujer.

Los efectos de esta nueva creencia ya son verificables en ambos sexos. Las mujeres de la actualidad vienen pagando un alto precio al intentar alcanzar el Ideal de esta nueva mujer universal, que se traduce en el campo del Ideal a través de una máscara para la femineidad que incluye varias potencias fálicas, que podría ser así anunciada: "sea linda, autónoma, poderosa, capaz, inteligente, saludable, liberada, etc. ..." imperativo de ser muy pesado y difícil de sostener, a no ser a través de fuertes defensas obsesivas que amordazan la ligereza y fluidez de la vertiente vivificante histérica del goce femenino, obliterando la vía del amor que es tan fundamental al goce femenino. Mientras tanto, los hombres vienen siendo convocados a dejar prevalecer su núcleo histérico, bajo riesgo de una desregulación inquietante y desestabilizante de su identidad viril, pues la emergencia preeminente del superyó femenino los convoca a una feminización, que tiende a capturarlos en una posición de objeto de los mandatos de goce de LA Mujer de esta nueva creencia universal.

Para cerrar mis consideraciones preliminares al debate, destaco que la posición femenina que concierne al analista se aleja radicalmente del mandato de goce que sostiene el culto de LA Mujer. La posición analítica es esencialmente una posición inhumana, independientemente de la sexuación del analista como hombre o mujer. Si la posición analítica toma prestado el semblante de objeto relativo a la posición femenina, así lo hace a precio de no usufructuar eróticamente el goce femenino relativo a esa posición. Especialmente, la posición analítica requiere que el analista se ubique subjetivamente en el vacio de su desser fantasmático, desacoplado del imperativo de goce que sostenía su identificación a la posición de objeto para el Otro. Por otro lado, la posición analítica hace uso de los fluidos y rápidos impulsos femeninos a favor de la precisión del acto analítico, utilizando el poder de intervención en el goce de un sujeto provisto del amor de transferencia, sin sobrepasar los límites imperiosos de las decisiones éticas de cada sujeto en relación a su propio goce.

 
Traducción: Josefina Elías.
 
Bibliografía
  • Conferencia pública: "Hacia el VIII Congreso de la AMP", en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Diciembre Del 2011. Dictada por Eric Laurent.
  • Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Bs.As, 2009.
 
Notas
  1. Texto presentado en Córdoba, para El curso "De mujeres, psicoanálisis y política" del Departamento de psicoanálisis y política del CIEC, El 17 de abril de 2012
  2. http://www.congresoamp.com/es/template.php?file=video/11–12–06 conferencia–de–Eric–Laurent–en–la–UBA.html.
  3. Miller, J–A., "Uma partilha sexual",1997–98/2003 en Clique, n.2. Revista dos Institutos Brasileiros de Psicoanálise do campo Freudiano. MG: Instituto de Saúde Mental de Minas Gerais, agosto, p.12–29.
 
 
 
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