Lacan, en la Dirección de la cura, sitúa en lo simbólico la relación de la palabra porque el trabajo del analista debe situarse en este eje, debe ocupar el lugar del lenguaje y permitir al sujeto ser sujeto de la palabra.

Los niños nacen en un mundo de lenguaje y aunque las dificultades para hablar se traduzcan en un síntoma, o su entrada en el lenguaje no se produce ocasionando sufrimiento para los padres, es posible un tratamiento con el adicional recurso de la relación lúdica que estos sujetos tienen con los objetos y las ficciones.

En el caso de un niño que solo podía decir frases sin sentido a los cinco años, que tampoco podía hacer trazos en una hoja cuando concurría al jardín de infantes, se entusiasmaba con juguetes y la lectura de cuentos que le ofrecía su psicóloga. Después de un tiempo de tratamiento y con verdadera sorpresa para ambos, reconoció en un libro de cuentos la palabra "doctor".

En este caso, el significante no tiene la misma función que el significante "caballo" en el caso Juanito, porque para cada paciente tendremos que ver qué función tiene el significante y en esta ocasión tuvo la función de despertar una significación especial, dado que pertenecía a la historia del sujeto: visitaba al médico porque se enfermaba con frecuencia.

El reconocimiento de esta palabra le va a permitir al niño pedirle a la psicóloga la lapicera para hacer su trabajo. Escribe líneas siguiendo los renglones hasta detenerse para hacer un espiral de círculos, casi un agujero, mientras gritaba con triunfo el logro de hacer un trazo fuerte.

En el momento en que sí puede hacer trazos comenzará a realizar dibujos inspirado en lo que transcurría en cada entrevista. Dibujos pequeños, con pocos detalles pero que constituían un verdadero logro inspirador de sus avances.

El dibujo es ya el comienzo de la entrada de este niño en lo simbólico. También va a introducir la diferencia sexual aunque sin ubicar el falo. Otro elemento importante es que por primera vez le va a dar importancia al primer nombre que le había puesto su madre y comienza a escribirlo en sus dibujos; a realizar pequeñas figuras humanas y ubicarse él en una de ellas, va organizándose en un mundo de símbolos.

En la medida en que avanzaba en la escuela introducía en las entrevistas letras y números casi siempre con gran entusiasmo. Pero en un momento detuvo su progreso y comenzó a angustiarse, uno de los detalles es que no pudo hacer el número tres, pero tampoco quería hablar, ni jugar, también comenzó a enfermarse con más asiduidad, la madre también resaltaba su progreso con las letras pero aún no tenía acceso a la escritura. Su padre hacía lazo con él llevándolo a pasear.

Pero en una entrevista comenzó a dibujar: arriba de la hoja un barco, abajo y alejado el agua, al hacerle notar este detalle, parecía no entender. Entonces al decirle –al modo de Melanie Klein– "el barco papá entra en el agua mamá", dibujó el barco en el agua.

Lacan, en Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis[1] dice: "no cabe pues dudar de que el analista puede jugar con el poder del símbolo evocándolo de una manera calculada en las resonancias semánticas de sus expresiones. Esta sería la vía de un retorno al uso de los efectos simbólicos de la interpretación, la propiedad de hacer entender lo que no dice".

De esta manera comenzó a realizar otro tipo de dibujos: grandes, con detalles y a relatar lo que había dibujado. En una oportunidad se refirió a un personaje de un libro que se sentía feliz, entonces pudo decir que él también se sentía feliz pero de escribir su nombre. Lacan nos dice ¿qué hace que podamos preguntarnos siempre, cuando leemos cualquier texto, en qué se distingue como legible? Debemos buscar el secreto por el lado de lo que hace al significante Amo. Acceder al nombre, al significante amo, abre la puerta de lo que se llama lectura.