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Consecuencias
 
Edición N° 9
 
Noviembre 2012 | #9 | Índice
 
El autismo: un problema político...
Por Francisco-Hugo Freda
 

Introducción

Comencemos por el título cuyos dos puntos que lo ordenan pone en evidencia la relación entre los términos que lo componen. Es necesario ante todo aclarar el sentido de dicha relación. Ella indica que todo problema clínico es también un problema político, y que querer evitarse dicha reflexión es reducir a aspectos puramente terapéuticos los efectos del «acto analítico».

El «pase» y su procedimiento, propuesto por Lacan, es un ejemplo mayor al respecto. Entre muchos otros aspectos, lo que desaparece de todo el procedimiento del pase es el analista del postulante al pase en tanto que «didacta», y se lo redefine a partir del «acto» analítico del cual testimonia el pasante. El acento está dado por los efectos de la interpretación, nunca por los efectos imaginarios de la relación analítica. La conclusión acentúa mucho más «el Otro no existe», y el hecho de que frente a lo «real» no hay más que singularidades.

En ese sentido, el pase es profundamente político. De allí la importancia de dicho aspecto en el nombramiento de un AE, en tanto que él es «agente» de dicha política.

Volvamos rápidamente al problema que nos preocupa hoy: el autismo y su tratamiento refleja otra vertiente de la relación entre clínica y política.

En Francia, la patria de Lacan, la cuna del Campo freudiano, una disposición de la administración sanitaria aconseja excluir del tratamiento de los autistas a las orientaciones psicoanalíticas. Las razones evocadas son múltiples, los argumentos pseudo científicos pululan, la ideología más reaccionaria se hace evidente. Se puso en marcha lo que podemos llamar «una campaña» orquestada contra el psicoanálisis. Dicha orientación de exclusión es el primer paso. Pensamos que habrá procedimientos similares sobre otros síntomas. Es el primer paso de una política que tiende a excluir al psicoanálisis de todo el campo social y sanitario para confinarlo a una reducida práctica liberal. Nunca fue esa la idea de Freud y de Lacan.

En Argentina pasa lo mismo, aunque puede tomar formas diferentes. Las prácticas comportamentalistas y cognitivistas muy en boga, son las requeridas y las aconsejadas, dejando de lado con toda intención el abordaje psicoanalítico.

La situación es muy delicada, merece su estudio, una respuesta adecuada y sobre todo « una interpretación ».

Fue en esos términos que me he manifestado en la «asamblea» de miembros de la Escuela freudiana de París en el mes de octubre de este año.

Cuando decía «interpretar» la situación, y les confiaba a los AE de las escuelas del Campo freudiano dicha tarea, me apoyaba en la diferencia esencial a hacer entre «respuesta» e «interpretación».

La interpretación anticipa y orienta una política. Luego se sacan las conclusiones por las consecuencias que dicha interpretación ha producido. En cierta manera, la interpretación anticipa los hechos. La «interpretación» analítica abre un camino, genera una orientación, propulsa una acción.

La respuesta, al contrario, acepta el estado de las cosas, se opone o no, según los casos, pero deja siempre en manos del Otro la responsabilidad de lo que sucede.

Intentaré, a partir de mi experiencia, demostrar la implicación de los términos propuestos: clínica y política.

PUNTO DE PARTIDA: Mi experiencia.

Pregunta: ¿Ha tratado autistas?

Respuesta: Sí.

Pregunta: ¿Dónde?

Respuesta: En instituciones y en privado.

Pregunta: ¿Ha controlado su práctica con autistas?

Respuesta: Sí.

Pregunta: ¿Recibió autistas recientemente?

Respuesta: Sí.

Es desde mi práctica, sometida a la verificación que impone el psicoanálisis, que escribo.

Una madre se presenta a mi consultorio acompañada de su hija con la firme intención de hacer todos los esfuerzos necesarios para que su hija, autista grave, pueda beneficiarse de los efectos de un tratamiento psicoanalítico. Acepto lo que ella me propone.

Propongo a la madre que me deje solo con su hija quien manifiesta una profunda oposición a separarse de ella. Sin la más mínima reticencia acepto la situación indicándole que ella podía hacer lo que quisiera en el consultorio. Me miró fijo y abrazó fuertemente a su madre. Convenimos que la vería la semana siguiente. Las sesiones sucesivas se desarrollaron de la misma manera.

Uno de sus juegos preferidos era golpear con extrema violencia en el poza–brazos de uno de los sillones. Le indiqué que era libre de hacer lo que quisiera, pero que me gustaría saber por qué insistía en golpear en el poza–brazos. Su mirada se fijó en mí y a partir de ese momento cesó dicho gesto. La madre manifestaba cierta molestia en presenciar el desarrollo de las sesiones que normalmente se interrumpían cuando ella me fijaba su mirada. Un hecho irrumpe durante una sesión. Suena el teléfono y la comunicación se interrumpe muy rápidamente sin que yo pudiera responder al llamado. Ella se precipita al teléfono, toma el auricular entre sus manos y vocifera. El teléfono se encuentra al lado mío. Ella percibe, se da cuenta, de la proximidad de nuestros cuerpos. Me mira nuevamente, se pone colorada, deja el teléfono, corre hacia su madre pidiéndole manifiestamente salir del consultorio. En el umbral de la puerta le digo: a partir de la próxima sesión «podrías» estar sin tu madre. No me asombró que a la sesión siguiente aceptara entrar sola. Entre ella y yo había un teléfono. ¿Qué es el teléfono? Fundamentalmente, un lugar donde se emiten palabras o se transmiten palabras. Ella descubrió que al interior del audífono había palabras sin voces, sin sonido. Puesta en escena exacta de la definición que da Lacan del autista. Las sesiones tomaron un nuevo cauce. Ella se precipitaba al teléfono. Dicho aparato tenía la virtud de poseer una pantalla en la cual se visualizaban los números que ella marcaba. Dicho aparato además podía marcar letras, escribir y enviar pequeños textos, lo cual le permitía a ella jugar con una sucesión indefinida de letras y números que aparecían en la pantalla y que le provocaban gritos, aullidos, risas, cóleras, tomar el auricular y vociferar, mirar que otro le hablaba, dar vuelta el teléfono, ponerse la parte con la que se habla en la oreja y mil y una maneras de comunicarse con un Otro que ella había inventado y donde mi teléfono pantalla no era otra cosa que la metonimia de ese Otro con el cual ella hablaba a su manera. La situación se repitió durante meses, hasta que un día el juego no fue el mismo. Entró muy despacio al consultorio, se dirigió hacia un cuadro donde había una foto de Jacques Lacan. La miró, muy atentamente, diría minuciosamente, señalando con insistencia el anillo de Lacan. Se acerca a mí corriendo, y con el mismo dedo que tocaba el anillo de Lacan, por primera vez tocó mi anillo. A pesar de la proximidad del juego, nunca me había tocado. Ella me indicaba, de una manera precisa, que en el desplazamiento metonímico del objeto se podría introducir una posible metáfora. Momento clave del análisis porque daba la fórmula de la transferencia y el índice de que el tratamiento había comenzado.

Fue esa la conclusión que se sacó en el control que con Jacques–Alain Miller realizaba en esa época y al que se refirió públicamente en su seminario. El caso continuó; ella hablaba por teléfono con un desconocido o con alguien que conocía muy bien. Luego cesó su vínculo con el teléfono; tomaba los libros de mi biblioteca, los abría, los cerraba, los daba vuelta, recorría sus páginas de derecha a izquierda y de izquierda a derecha emitiendo voces inaudibles, frases incomprensibles, modalidades del decir que a mí se me escapaban. Nunca le pregunté qué quería decir lo que ella dice. Un día la madre llegó aterrorizada al consultorio. Con lágrimas en los ojos me dijo: mi hija sabe leer y esto casi nos cuesta la vida. Le pregunto qué había sucedido y me relató lo siguiente: iban hacia su casa de campo y, como siempre, como medida de precaución, la hija iba atrás. De pronto, escucha cómo la hija lee perfectamente un enorme cartel publicitario, casi chocan. La madre tuvo que parar el auto, y cuando le pidió que releyera el cartel publicitario la hija volvió a su mundo.

Siempre supe que ella sabía hablar, siempre supe que ella sabía leer.

Algo esencial: La libertad existe y su valor está ligado a la idea que nos hacemos del Otro.

Me explico: mi paciente, ¿qué hacía? jugaba con las palabras, pero jugaba a su manera; jugaba como ella quería, sin ley y sin orden. Ella sabía leer, nadie le había enseñado; leía como quería, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo; con el libro abierto, con el libro cerrado, con el libro dado vuelta; ella «leía a su manera»; componía sus frases con su gramática: una joyciana sin Ulises.

Ella leía sin preocuparse si el Otro estaba de acuerdo o no, lo cual trae siempre algunos problemas.

Ella ponía en evidencia un problema político mayor: la irreductible oposición entre «La Libertad», y el «Otro». Los dos términos con mayúscula.

Dicha tensión transita toda la obra de Freud, y aún más explícitamente la de Lacan. Podría explicarme nuevamente si es necesario. El pase testimonia de ello, bien lo sabemos; y si no es así...

Hay un problema político propio a nuestra época: la religión.

Esta puede tomar diferentes formas. Una de ellas es la salud, el bienestar, la felicidad… Hay muchas otras.

Si la Escuela analítica no se ocupa de lo que su praxis le enseña y de su trasmisión más allá de sus fronteras, con todos los medios que esto impone, entonces sella un destino: la desaparición del psicoanálisis.

El compromiso de los psicoanalistas es mayor. Y no es siempre cierto que muerto el perro se acabó la rabia.

Si el psicoanálisis desaparece como peste, es decir, como uno de los nombres de la «libertad», lo que viene en su lugar es de temer: la religión, en todas sus formas y bajo todos los disfraces.

En Buenos Aires, una de las capitales mayores del psicoanálisis, el gurú espiritual Sri Sri Ravi Shankar reunió hace unos meses a más de 150.000 personas en los Bosques de Palermo. Su terapéutica es simple: respire bien y será feliz. En la misma ciudad, «la psicología positiva» gana cada día más terreno. Algunos datos: el libro «Encuentro», cuyo autor es uno de los más eminentes representantes de dicha psicología, fue el más vendido en la última «feria del libro». Los teatros se llenan en todo el país para escuchar las «misas» psicológicas y las recomendaciones para ser «feliz». Y la prensa le dedica páginas enteras.

Ante este fenómeno, la respuesta de un miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina consultado al respecto por un periodista da cuenta de aquello que Lacan indicó: el psicoanalista tiene horror de su acto.

El autismo, tal vez se está generalizando...

 
 
 
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