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Consecuencias
 
Edición N° 10
 
Junio 2013 | #10 | Índice
 
Problemáticas del consumo como signo de la época
Por Mariela Rodríguez Rech
 

Mariela Rodríguez RechReflexionar sobre los signos de la época y las problemáticas del consumo nos exige, sin dudas, admitir que la constitución del Sujeto descansa en el a priori histórico que lo condiciona.

No son tiempos fáciles, la revolución tecnológica de los últimos años ha producido un cambio estructural en la sociedad, en la cultura y, sin duda, en los vínculos. Vivimos casi a merced de nuestros nuevos amos: la ciencia y la tecnología.

Hoy por hoy los signos de la época parecen teñir todos los ámbitos del desarrollo humano y su desenvolvimiento va acompañado por esta revolución que justamente altera, modifica y transforma.

Las patologías del consumo no han quedado exentas de estas transformaciones, y también han dejado su impronta en el Sujeto.

Hoy sufrimos las marcas de la época en el campo de las adicciones y esto genera una revisión profunda de nuestra práctica y de nuestro encuentro con el Otro.

En la práctica diaria es inevitable considerar a fondo las contingencias histórico–culturales.

Un poco de historia...

Hay un paradigma actual que sin duda puede resultar provocativo: no existe, ni existió, una sociedad sin drogas, recorriendo la literatura podemos ver que desde el siglo XIV siempre hubo un producto que funciona de una manera distinta del resto y que se caracteriza por ir más allá del registro de las necesidades básicas.

A lo largo de la historia hubo un deslizamiento: las drogas fueron ocupando distintos lugares en el imaginario social y en la vida de cada sujeto: así fueron sustancias curativas, fenómenos de liberación cultural y social, fenómenos de inclusión, etc. etc. Pero sin duda no se puede dejar de ver que si bien sufrieron estos cambios, tuvieron siempre un sentido en la vida psíquica y emocional del Sujeto, ocuparon un lugar en su discurso imaginario y simbólico.

Hoy estamos frente a una patología sin precedentes que ha ido adquiriendo variantes que la complejizan no sólo por las nuevas drogas existentes y sus modos de consumirla sino también por la posición del Sujeto en este mundo postmoderno.

Hoy por hoy no podemos dejar de ver que el entramado social y cultural en el que está inserto el sujeto sin duda ha cambiado y esto ha generado sus efectos y me animaría a decir que hasta ha propiciado lugares y circunstancias para que su posicionamiento como tal, su particular modo de gozar y desear hayan vacilado.

¿Qué es entonces lo que hemos ido observando a lo largo de este recorrido de escucha clínica de las patologías de consumo?

Estas se han ido insertando en un mundo postmoderno, globalizado y total, que ha traído aparejado un extraordinario conjunto de cambios que cuestiona no sólo la economía sino la totalidad de las relaciones sociales.

Es el comienzo de una nueva era de la humanidad: la sociedad del conocimiento, donde la tecnología ha devenido tan importante e integrada a nuestras vidas, trasciende su sentido utilitario para construirse en eje de todos los cambios políticos, económicos, sistemas de ideas y creencias, determinando comportamientos individuales y colectivos.

La tecnología ha devenido una suerte de pan–ideología con pretensión de validez universal, que tiñe, absorbe, y hasta determina todos los ámbitos del sujeto…

Esto trae aparejado grandes riesgos:

La vivencia de tiempo y espacio se ven profundamente alteradas: todos podemos estar conectados ya, sin el otro presente a miles de Km. de distancia y con una rapidez e instantaneidad que no se lo puede comparar con otro fenómeno humano. Es vivir parte de la existencia en un mundo virtual donde no hay diferencia entre lo cerca y lo lejos, por ejemplo no es un mundo perceptible ni tangible: el otro es un desconocido, no tengo contacto con él, realmente está muy lejos…

Leía en algún texto que el símbolo de la época no es el libro por ejemplo, sino la pantalla.

Esto marca un impacto importante en la persistencia y durabilidad de un contacto o de un vínculo: la hiperconexión genera la paradoja que estemos absolutamente desconectados, la velocidad con la que la tecnología se renueva (por supuesto esto es intencional, los soportes tecnológicos no duran más de dos años, la tecnología ha sido concebida para eso que se vuelvan obsoletos al cabo de cierto tiempo) nos obliga a un ritmo insostenible de reorganización permanente de nuestras costumbres mentales.

La red de información da vuelta al mundo, rápido para todos (twitter, facebook) nos llama la atención un tiempo y rápidamente deja de interesarnos. Nos vamos moviendo así, en un mundo de relaciones mutables, renovables, efímeras…

Hay una propaganda actual que dice en su texto literal:

"Tenés Internet ilimitado, todos juntos, todo el tiempo, en todos lados…."

"Yo soy ilimitado, ¿qué es un mundo ilimitado?..Tenés todo, sin renunciar a nada…ilimitado."

Presencia inquietante de la ausencia de límites, del todo es posible.

Recapitulo algunos conceptos que quiero que persistan de estas líneas anteriores para poder pensar luego las patologías del consumo:

Simultaneidad, falta de jerarquización, sin identidad, el todo parece ser posible a cualquier precio, sin historia, la satisfacción tiene que ser ya, el tiempo y el espacio pierden su real dimensión, el lenguaje se agota, aparecen nuevos modos de comunicarse, estamos atestados de objetos que sin duda producen un aplastamiento subjetivo, ya no hay garantes y estamos en absoluta soledad… soledad del Sujeto conectado.

Si retomamos las patologías del consumo, no podemos dejar de pensar al adicto fuera de ésta época con sus signos y su síntomas; cada una de estas mutaciones en el mundo global deja su impronta que escuchamos puertas adentro del consultorio o la institución.

Hoy la época trae aparejada consigo una lógica del consumo, en donde la angustia pasa a ser inadvertida para tenerlo todo, rápido primando fundamentalmente la ignorancia: este no querer saber sobre las preguntas fundamentales de la existencia humana: el amor, la muerte, el sufrimiento.

Podemos escuchar a diario, una pérdida de ideales, una banalización de los objetos que vienen a colmar éstas preguntas inquietantes, movilizadoras, angustiantes por cierto. En el mundo adulto como el adolescente hay un derrumbe de la función paterna como efecto regulador y ordenador. Hay un culto a la juventud, la imagen y el cuerpo que impregnan el mundo del Sujeto. Hoy tenemos una amplia gama de modos a los que el individuo recurre para cancelar el malestar estructural que lo atraviesa y del que nada quiere saber.

Aparece el objeto droga como objeto investido por el Sujeto y su familia, por una cantidad de propiedades inagotables: es mágico, certero, contundente, con quien se mantiene una relación pasional, voraz; una vinculación despótica, idealizada y siniestra a la vez, de la que no se puede salir.

Estos modos de vincularse al objeto (sea cual sea) es propicio para la época: no deja lugar para la pregunta y posibilita al Sujeto seguir en esa ignorancia acerca de su responsabilidad subjetiva en éste síntoma elegido: la adicción.

Extraigo de la clínica un breve fragmento: en una entrevista familiar donde estaba el padre, la madre y el joven de 19 años, ante el reclamo paterno acerca de cómo lo trata el hijo, su falta de respeto, los insultos, etc, etc, (padre que en su función es bastante inconsistente) dice el joven:

"Cómo me vas a poner límites ahora si nunca me dijiste un NO, ahora no lo quiero, no me gusta, siempre hice lo que quise, nunca me dijiste un no a nada…"

En su sesión otro adolescente refiere:

"Siempre tuve todo, no me faltó nunca nada, estuvieron siempre encima mío, yo le digo a mi viejo en lo económico nunca faltó nada, tuve de más y eso no hace bien..."

Es el mismo joven que abraza a su padre y ante la respuesta tibia de éste, le dice:

"Abrazame fuerte carajo… rompeme la espalda no ves que soy tu hijo…"

Un llamado al orden, a una ley que regule el caos, a un garante que testifique que no todo es posible, que la demanda incesante puede llegar a ser mortífera si no se la puede encauzar por el camino del deseo; un demás dice uno de los pacientes, un demás que entorpece el desenvolvimiento subjetivo y que deja sin palabras.

La adicción aparece como un intento de poner en palabras aquello de lo que no se quiere saber y a la vez un modo de cancelar el malestar constitutivo del Sujeto. Y así como en Internet el Sujeto queda borrado, no sabemos quién está ahí, el tóxico oculta al Sujeto, todos estamos entretenidos mirando la droga, la sustancia.

Pero llegado un punto la droga se convierte en un malestar. Para quien?

Para la pareja, el juzgado, la escuela, la familia, etc.etc. no para el paciente, la urgencia es del Otro, por eso hay que ser muy cauto cuando aparecen las llamadas urgencias, me pregunto si acá no habrá que esperar a que aparezca la emergencia en el sentido de esperar y dejar emerger esta soledad con la que se tiene que encontrar el paciente: en definitiva enfrentarse a su inconsistencia del ser.

Retomando un poco lo planteado al inicio, la época sin duda deja su impronta en las patologías que hoy nos convocan, y es un verdadero desafío en nuestra tarea diaria acompañar a este sujeto y a su familia.

Se intenta desde la clínica abrir un espacio que posibilite la palabra, donde sea factible la renuncia al amparo absoluto y estragante que no permite la circulación del deseo, a abandonar la ignorancia aunque angustie, a lograr algo en el orden del saber, a restablecer un lazo social que no esté entorpecido por el partenaire–droga, y donde el deseo pueda fluir.

Se apunta sin dudas a conmover algún signo de la época, este mundo ilimitado, a sacar de su lugar algo de esta solidez para que por una ínfima grieta se cuele la palabra.

 
 
 
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