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Consecuencias
 
Edición N° 13/14
 
Noviembre 2014 | #13/14 | Índice
 
Una mujer sin orificio
Por Gresiela Nunes da Rosa
 

Gresiela Nunes da RosaDespués de tres años de casada y sin haber llegado a la relación sexual genital, C consulta una ginecóloga con la hipótesis de que tal vez no tenga orificio. La médica le responde con un espejo apuntado hacia sus genitales, que le garantiza que el orificio está ahí. C ve la nada, algo oscuro. Incluso con esa garantía de la médica, C continúa sin la posibilidad del acto sexual, que, a pesar de las constantes tentativas de su marido, acaba siempre con pavor y con la interrupción antes de que pueda ocurrir la penetración. Lo que C puede decir sobre esa imposibilidad es que hay un miedo, un horror, que como máximo logra denominar miedo al dolor.

Algún tiempo después, sufriendo de dolores abdominales C vuelve al ginecólogo, ahora otro, que le dice que tiene quistes en el útero y le indica la histerectomía. C huye. No vuelve más al médico y se trata con medicamentos caseros. Los dolores desaparecen. Pero el "desánimo", como ella misma lo denomina, aparece violentamente, impidiéndole realizar sus actividades diarias, incluso llevándola a alejarse del trabajo por varios meses. Hay un verdadero impulso al desaparecimiento, en que, por momentos, le parece imposible colocarse frente a la mirada del otro. Querría apenas quedarse escondida debajo de las cobijas, desaparecer, morir. Cree que el Otro ve en su cara el desánimo y su anormalidad sexual.

Después de algunos años en tratamiento psiquiátrico, medicada con antidepresivos y ansiolíticos, C va a otro ginecólogo para consultar sobre los quistes. En esa consulta le dice al médico que a pesar de estar casada hace nueve años no ha tenido todavía relaciones sexuales con su marido. El ginecólogo considera que la cuestión del quiste es irrelevante y la remite hacia mí.

La recibo en estado de gran tristeza, desánimo y profunda pobreza simbólica. Se presenta en una fuerte condición de deyecto. Dice que está muy mal por no ser una persona normal, por todo estar tan equivocado en su vida, y que todo lo que quiere es desaparecer. El tratamiento la va sacando lentamente, con idas y venidas, de esa condición de deyecto, en la medida en que le va quitando consistencia al Otro que la pone en una posición sin salida. El análisis ha permitido una maleabilidad más grande en el uso de lo simbólico y permitido que le sirva de amparo ante la consistencia del Otro, y, que no se sienta transparente ante el Otro. Este Otro encarnado sobre todo en la madre, también se desplaza hacia el director de la escuela en que es profesora; hacia alguien que le hace alguna pregunta que le remite a su cuestión sexual, como, por ejemplo, el porqué de no haber tenido un hijo; hacia alguna persona muy invasiva; hacia el concepto de normal y de mujer; hacia las certezas que provienen de los médicos, etc.

A lo largo del tratamiento ha aparecido con frecuencia un elemento, al que llamé inicialmente humor pero que, a partir de una indicación de Mario Goldenberg, durante la última jornada de la EBP–SC, creo que se trata de la ironía, en lo que se refiere a la diferencia que Miller hace entre los dos conceptos. La manera directa de hablar de C sobre ciertas cosas, produce risa en las personas, lo que ha sido gracioso para ella. Ella no sabe qué produce en el otro, pero sabe que produce algo. Me parece que ese reconocimiento, de saber que produce ese algo en el otro, le es satisfactorio. Por ejemplo, un día llega a una clase y ve un pene dibujado en el tablero negro. Ella dice "un órgano sexual masculino, un pene" y borra el tablero. Todos se ríen.

En la medida en que la consistencia del Otro va cediendo, va apareciendo la importancia de la relación que tiene con su trabajo. Ser profesora es algo que le hace bien. Es una ocupación de valor. Y le va muy bien con los adolescentes. Logra fácilmente manejar las situaciones en que aparecen la violencia y la sexualidad. Mi hipótesis es que esos temas no le dicen nada.

Se trata de una paciente psicótica, sin embargo, para mí, aún es difícil especificarlo, pues encuentro elementos melancólicos, paranoicos y esquizofrénicos en el caso, aunque algunas veces parezcan sutiles.

¿Podría este tratamiento estar en el camino de "retirar" tanto los elementos paranoicos como los melancólicos, para hacer restar un cierto "núcleo esquizofrénico" en que pueda encontrar una salida por la vía de la ironía?

Miller hace la diferenciación entre los términos humor e ironía diciendo que en la esquizofrenia se trata de ironía y no de humor. Dice: "Ironía y humor, los dos hacen reír, pero se distinguen por estructura".[1]

Define el humor como vertiente cómica del superyó. "El humor se inscribe en la perspectiva del Otro. El dicho humorístico se profiere por excelencia en el lugar del Otro. Agarra al sujeto en la miseria de su impotencia."[2]

A propósito de la ironía dice que, al contrario, no es del Otro, es del sujeto, y va contra el Otro. "¿Qué dice la ironía? Dice que el otro no existe, que el lazo social es, en el fondo, una estafa, que no hay discurso que no sea del semblante."[3]

Miller recuerda allí que el esquizofrénico es el sujeto para el cual todo lo simbólico es Real y que es a partir de su posición subjetiva que puede aparecer para los otros sujetos, que lo simbólico es sólo semblante. Y sigue:

En términos dialécticos, se dirá: la palabra es la muerte de la cosa. Esta es una proposición de la primera enseñanza de Lacan. Ya está dicho todo, porque eso comporta que lo simbólico se separa de lo real. En la perspectiva esquizofrénica, la palabra no es la muerte de la cosa, es la cosa.

Ya para el paranoico, la palabra no es suficientemente la muerte de la Cosa, "puesto que le es preciso en ocasiones golpear la Cosa, al kakon, en el Otro, en un acto de agresión que podría servirle, durante toda la vida, de metáfora, de suplencia". Y en cuanto al Otro en la paranoia, él existe y es Real, "y es incluso goloso del objeto a".

Y el melancólico vuelve contra sí mismo el efecto mortífero del lenguaje en el acto suicida en que cumple su destino de Cosa, dice Miller.

En el caso citado, pienso que la ironía, en la medida que muestra el carácter de semblante del discurso, demostrando que el Otro no existe, al mismo tiempo hace aparecer un otro a quien se dirige. No más el Otro invasivo, total, que aparece violentamente, empujándola al desánimo y al desaparecimiento, sino un otro, con letra minúscula, con quien hace ese lazo, cuando ve (reconoce) que el otro ríe de lo que ella produjo.

Al respecto de este caso, Ana Lúcia Lutterbach Holck me cuestiona sobre lo que pienso sobre el hecho de que esa risa que viene del otro sea un lazo y no un elemento persecutorio. Pienso que el elemento persecutorio para esta paciente viene del sentido, del Otro como sentido, y la risa, esa risa específica, no tiene ningún sentido, ni sabe ni se pregunta el porqué de esa risa, y por eso no resulta persecutoria para ella.

 
Notas
  1. Miller, J.–A., Consecuencias – Revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento, Edición N°7, Noviembre de 2011. Fuente web: http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/007/
  2. Ibíd.
  3. Ibíd.
 
 
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