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Consecuencias
 
Edición N° 13/14
 
Noviembre 2014 | #13/14 | Índice
 
La violencia disfrazada de amor[1]
Por Giuliana Grando
 

Giuliana GrandoNuestro tiempo está caracterizado por lo que Jacques–Alain Miller anuncia como: el gran desorden en lo real del siglo XXI.[2] La actualidad, en efecto, presenta una amarga lista de conflictos y violencias.

Siguiendo a Lacan, Jacques–Alain Miller escribe: "El Nombre del Padre [...] fue devaluado por la combinación de dos discursos, el discurso de la ciencia y el del capitalismo".[3] Lacan mismo ha hecho del Nombre del Padre la suplencia de un agujero: "este agujero llenado por el síntoma Nombre del Padre es la inexistencia de la relación sexual en la especie humana, especie de los seres vivientes que hablan".[4] Y justamente, a partir de esta perspectiva, Lacan declara que "Todo el mundo es loco, o sea delirante.[5]

Jacques–Alain Miller nos advierte que no es una broma, sino "la extensión de la locura a todos los seres hablantes que sufren de la misma carencia de saber sobre lo que tiene que ver con la sexualidad".[6]

Partiendo de presupuestos diferentes, Luisa Muraro, filosofa de las diferencias de género, examina la ruptura del contrato social que se ha instaurado con el capitalismo y escribe: "Siempre con mayor frecuencia se registran episodios de una violencia insensata que explota entre nosotros [...] creo que sean el reflejo del desorden simbólico que se ha instalado con el prorrogarse de un pacto social muerto".[7]

En lo que se refiere a la posición de las mujeres en el derecho moderno, según Muraro, ellas están "dentro del pacto social porque ya sometidas a un ´contrato sexual´", están fuera porque no firmaron ni uno, ni el otro. Posición incómoda, que para los hombres –sigue Muraro– "se tradujo en la cómoda separación entre el público y el privado. De esto resulta una experiencia femenina escindida y expuesta a la interpretación de otros [...] relaciones amorosas y familiares solo parcialmente rescatadas por el derecho, que pueden volverse, sin solución de continuidad, violentas."[8]

La violencia familiar y de pareja actualmente ha salido del ámbito familiar y ha inundado las aulas de los tribunales, reduciendo de esta manera la separación entre el público y el privado, pero en un modo fundamentalmente no dialéctico.

El psicoanálisis se interroga y es interrogado por las instituciones sobre el motivo de la violencia intra moenia y sobre los modos de intervención sobre una devastación que no interroga a quien la está viviendo.

Las instituciones pretenden una respuesta aplicable a todos los hombres y a todas las mujeres implicados en la relación violenta, pero el psicoanálisis, si bien está presente en las instituciones públicas, no puede responder sino caso por caso, sobre todo en lo que se refiere a las modalidades y a la capacidad de renuncia a dicha relación violenta.

Muchas mujeres salen de la situación de violencia con el auxilio de los Centros Antiviolencia y de otras instituciones de tratamiento y attention givers; muchas mujeres no piden ayuda; otras si bien piden ayuda, conservan una actitud ambivalente en relación al partner violento, huyendo de las casas de protección o de los lugares de tratamiento.

Salir de la dependencia de un goce amoroso mortífero es un recorrido largo y difícil; el tiempo de la prisa, necesario en muchos casos para resolver la emergencia, no es el tiempo del sujeto que tiene, al contrario, necesidad del tiempo lógico en sus tres escansiones.[9]

En la dependencia, sobre todo en la dependencia de amor, el tiempo lógico está dilatado: el instante de ver la relación de captura tra i partners puede ser infinito y coincidir a veces con el fin trágico de uno de los dos, que generalmente es la mujer; el tiempo de comprender puede encontrar una continua ambivalencia, entre el estar capturado y el salir de la captura, aún en el caso en que se haya emitido una demanda de ayuda, colocando siempre en jaque al Tercero a quien le fue dirigido el pedido; el momento de concluir es un tiempo muy difícil y puede ser, en algunos casos, el pasaje más peligroso cuando adviene el momento de la separación física.

Como nos dicen las estadísticas, en el momento di ruptura de la convivencia, el partner puede responder con la locura del asesinato de la partner, sancionando así, que para ese sujeto, la separación equivale a la muerte. Y en los hechos, al homicidio frecuentemente sigue el suicidio.

La relación violenta, si bien sea diferente caso por caso, aparece sostenida en el eje binario de la identificación narcisista ligada a un plus de goce mortífero que hace sinthoma en la pareja.

La rigidez de la identificación/goce hace que los cambios en la relación sean el pasaje del amor al odio, de la fusión al rechazo del otro, a lo que responde simétricamente la evolución cíclica de la violencia intra moenia, que sigue una ritualidad binaria; violencia–pacificación–violencia–pacificación y así en continuidad.

El motivo del pasaje al acto violento es muchas veces monotemático y puede surgir en un momento determinado del día o de la semana: el sujeto encuentra un real indecible y llega a la explosión de violencia, que establece control y posesión exclusivo del hombre sobre su compañera, no sólo por celos hacia otros hombres sino que pude implicar cualquier relación ya sea de familia como de amistad.

En el marco de la violencia, que puede ser física, sexual, económica, psicológica –muchas veces todas estas formas se presentan combinadas–, se encuentra la representación de un sujeto masculino egosintónico que no tiene ninguna relación con la propia alteridad, la cual se incorpora en la partner y, cualquier movimiento, demanda de amor, pensamiento subjetivado de ella, se vuelve una amenaza para la sobrevivencia del yo y para la integridad de la imagen narcisista. La agresión es entonces una respuesta al peligro de la fragmentación de su unidad corpórea, la cual deriva de la relación con la imagen del semejante constitutiva y constituyente del Yo.

Si la otra (la compañera) se vuelve otra, se abre un alteridad que equivale a una fractura en el real inasumible simbólicamente, por eso es el Yo/cuerpo que pierde toda la propia consistencia. Al objeto de amor, considerado un objeto para poseer –en tanto integra y hace devenir Una­/no otra a la imagen del Yo– se le pide que sea un objeto inmóvil, listo a cumplir cualquier orden, material y sexual, esencialmente no distónico.

F. está limpiando la casa, el marido mira en la TV un partido de futbol pero se lamenta vigorosamente por los ruidos que hace, le dice que tiene dos minutos de tiempo para guardar todo y desaparecer, en el apuro por guardar la tabla de planchar ésta cae provocando un fuerte ruido, él la golpea con la pancha. F. va a Emergencias al hospital y dice que se ha caído en las escaleras: la caída en las escaleras es la justificación más frecuente que el personal del los servicios sanitarios y las fuerzas del orden escuchan contar. F. vuelve a su casa y él la "consuela" diciéndole que esta fue la última vez.

Ella lo perdona sintiendo un recóndito sentimiento de ternura por ese hombre en el momento en que está "arrepentido" del acto violento, en el momento de pacificación, se comporta como un niño indefenso y se vuelve gentil y premuroso. Ambos están convencidos que esa fue realmente la última vez, así como el toxicómano dice que se trata de la ultima dosis, la bulímica de la última cena, el alcohólico de la última botella. Esta es la secuencia que frecuentemente encuentran los familiares, los vecinos, la policía, los médicos de cabecera y, finalmente, los psicólogos y/o las operadoras de los Centros Antiviolencia de género, los cuales interrogan un enigma que los hace sentir impotentes: ¿"Por qué no lo deja"?

En las primeras sesiones F. esconde los moretones también al analista, pero en un momento más avanzado del tratamiento, me dirá: "Yo soy la única que puede contener lo peor de él."

F. se concede sexualmente al marido, apenas le silba, para poder contener su agresividad. En un sueño, que ella relata, la pareja se besa, pero cerca de F. hay un ataúd abierto. Esta mujer encuentra, en la relación con el marido, la repetición de su relación con un padre violento y la de su madre con un marido violento. El padre exigía que ella vaya a hacer la siesta con él, hasta sus 12 años de edad. Este ritual fue interrumpido por la muerte del padre a causa de un accidente automovilístico.

Las horas de la tarde (de la siesta) eran las horas en las cuales el padre, "con un silbido", convocaba a la esposa a la misma cama, por otros motivos.

Puede suceder, como en el caso de F., que las mujeres maltratadas pidan ayuda porque se ha producido una variación en la "linearidad" binaria de la violencia y lleguen a superar el sentimiento de culpa y de vergüenza. Casi nunca es así en los hombres violentos.

Debido a un dramático "malentendido" inconsciente, en efecto, el sujeto femenino se asume la culpa y la vergüenza al puesto del sujeto masculino, que no asume la responsabilidad de su acto y no experimenta ningún sentimiento de culpa y vergüenza.

El verdugo y la víctima se reparten los cargos, pero como en un espejo, en modo invertido: es contra este primer peñasco que se hunde la cura, en un sin–sentido sostenido en otra lógica, a la cual nos tenemos que dirigir para encontrar una brújula que oriente nuestra escucha, que debe tener en cuenta la modalidad de amar y de gozar del sujeto femenino y del sujeto masculino.

Una respuesta freudiana

Es Freud quien señala las asimetrías entre el sujeto femenino y el sujeto masculino: asimétrico es el Edipo, asimétrica es la relación con la castración, asimétrica es la formación del Superyó: este último tendrá importantes consecuencias con respecto a la modalidad de identificación, al modo de goce y a la demanda de amor en el hombre y en la mujer.

Según Freud, la angustia de castración en las mujeres no alcanza un pico tan alto como en los hombres, debido a la ausencia del órgano en la niña,[10] "Su Superyó no deviene nunca tan inexorable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como exigimos que lo sea en el hombre".[11]

En el niño la salida del Edipo adviene cuando la angustia de castración destruye el enlace erótico con la madre y con el padre y el Superyó paterno es introyectado, en la niña será el descubrimiento de la a–falicidad de la madre y la consiguiente desilusión lo que la hará entrar en el Edipo.

Con la entrada en el Edipo, para ella podrá abrirse una demanda de falo al padre o a un sustituto, demanda que podrá quedar indefinidamente abierta y que podrá hacerla dependiente de una demanda fálica, dado que es destinada a la misma persona a quien ha dirigido la demanda de amor. La pérdida de satisfacción deviene tout court pérdida de amor, registrada por el Superyó femenino como indignidad, como culpa y, entonces, como fuente de angustia.

El destinatario de la demanda de amor puede, consecuentemente, someter al sujeto femenino a exigencias sin límite, alimentando en ella la fantasía de que la demanda podrá ser satisfecha (agotada) en un tiempo casi asintótico. Este atroz malentendido podría explicar, al menos en parte, la ostinación que permite a estas mujeres mantenerse en la situación violenta: "antes o después sucederá" es la esperanza con la cual justifican el sostén garantizado al partner y a sí mismas.

Conectando, en cambio, la cuestión a la creencia de la niña en el falo de la madre omnipotente, también en este caso la demanda se puede infinitizar, alimentada por la verguenza y la culpa. Freud revela como la niña cree que solo ella, y no la madre o las otras mujeres, no posea el falo. Tampoco esta posición es sin consecuencias porque si, por un lado, la niña dirigirá su demanda al padre; por otro lado, vivirá su a–falicidad como una injusticia y como un castigo de un Superyó materno aún más feróz que aquel paterno.

Ejemplificando la cuestión de la angustia de castración y la relación con el Superyó, a la luz de la clínica podemos ver como el desenlace fóbico de Juanito y de la pequeña Sandy, que Lacan describe en el Seminario IV, son ambos una defensa de la angustia de castración. Juanito está angustiado por tener sólo algo miserable para dar a la madre (un pequeño pene ingestible); luego interroga el deseo del Otro con respecto a su tener algo con el cual satisfacer al Otro. La pequeña Sandy, en cambio, descubre la falta materna e interroga el deseo del Otro desde el lado de cuánto ella puede recibir de la madre. Para Juanito el objeto está en primer plano, mientras para la pequeña Sandy el objeto está en segundo plano: en primer plano está el poder "ser" ella el falo que satisface al Otro.

Ser y tener no se encuentran, ni en la demanda ni en la oferta, por eso Heidegger, con Lacan, puede hablar, también para la pareja, de Caminos interrumpidos que no se encuentran nunca. El vivirá con el miedo de perder el objeto sexual y ella con el miedo de perder el amor.

Una respuesta lacaniana

Lacan problematiza la cuestión de lo femenino y de lo masculino más allá del Edipo en el enunciado enigmático: no hay relación sexual.

El punto de apoyo en la relacion entre los sexos deviene el goce, al cual Lacan dedica el Seminario XX, Aún. Hay una divaricación absoluta entre el modo de gozar masculino y femenino, por ello entre un hombre y una mujer "no hay" relacion sexual, pero no en sentido de que falte sino en el sentido de la pagina blanca.[12]

Según Lacan, el hombre está cerrado en un goce del Uno, casi autístico: "El goce fálico es el obstáculo debido al cual el hombre no llega a gozar del cuerpo de la mujer precisamente porque aquello de lo que goza es el goce del órgano".[13]

Todo identificado a su goce fálico, el hombre va a la búsqueda del semblante de su objeto en el cuerpo de la mujer, en los divinos detalles que cubren la castración del cuerpo femenino.

Al contrario, según Lacan, la mujer no es toda en el goce fálico: "siendo pas–toute, ella tiene, en relación a cuánto de goce designa la función fálica, un goce suplementario. Notarán que no dije complementario, ¡dónde llegaremos! Recaeremos en el todo".[14]

Del lado femenino se reparten, entonces, dos tendencias diversas: una dirijida al campo masculino en el cual se encuentra un suplemento de su falta de tener y ser, otra dirijida a una demanda de satisfacción del goce suplementario que puede llegar hasta la cara de Dios come en la mística, o también a la erotomanía, también representarse en las varias formas del exceso femenino.

El goce suplementario o goce Otro, en efecto, puede declinarse en una inexorable fuente de creatividad simbólica femenina, pero también declinarse en una deriva peligrosa alimentada por la pulsión de muerte, como en los síntomas de lo femenino, que no encuentran un modo para simbolizar la demanda de amor al otro y se realizan, en cambio, en un goce mortífero.

El sujeto femenino puede identificarse al fantasma masculino del objeto de posesión y, en este modo, no obstante no lo sea, puede ser emparentado con el masoquista, pero parece que sea así porque ella persiste en la búsqueda de una respuesta a su demanda de amor.

La búsqueda incesante del goce Uno puede mostrar, al mismo tiempo, un sujeto masculino tan identificado al goce "del idiota" que podría llegar al fetichismo del cuerpo femenino. Entonces, ésta búsqueda podría comportar un rechazo radical de la palabra del sujeto femenino: del modo femenino de gozar del goce de ser.

Es en este punto de no encuentro entre el goce Uno y el goce Otro (o femenino) que se puede verificar la explosión violenta.

En el regimen de locura generalizada, preanunciado por Lacan, –sin la brújula que los semblantes de la sexuación dan a los hablanteser,como desenlace de la castración simbólica (actualmente rechazada)– emerge de aquel "no hay" de la relación sexual un real no dialectizable, que se puede expresar en el maltrato del hombre a la mujer hasta el feminicidio.

Shivering Mounting
For a young prostitute

He tells her, he loves her
and beats her heart
every bruise a deepening
on her skinny arse
her just formed breasts.

You understand, he loves her,
she knows that
as she steps into the dark, damp night
sliding in and out of cars,
her tiny body a slot–machine.

You understand, he loves her,
and she knows that
to the sound of a punter's sigh,
her child–hood laughter
disappearing down her throat.

They found her in a ditch
with sludge in her hair
her epitaph reads:
time of death unknown
place of death unknown.

You understand, he loved her.
You understand, she believed him.

Agnetta Falk[15]

 
Traducción Silvia Cimarelli y Alessandra De Bettin
 
Notas
  1. Leído por Laura Boldrini, Presidente de la Cámara del Parlamento italiano , en su discurso inagural.
  2. Miller, J.–A., Il reale nel XXI secolo, in Attualità Lacaniana n. 15, 2012. p.7
  3. Ibíd.
  4. Ibíd.
  5. Lacan, J., Journal d'Ornicar?, in Ornicar?, 17-18, Printemps 1979, p.278.
  6. Miller, J.–A., Il reale nel XXI secolo, op.cit.p.8.
  7. Muraro L., Dio è violent. Gransasso Nottetempo, Roma 2012, p.20.
  8. Ibid p.38,39
  9. Lacan, J., Il tempo logico e l'asserzione di certezza anticipata. Un nuovo sofisma, in Scritti, Einaudi, Torino, 2010.
  10. Freud, S., Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
  11. Ibíd.
  12. Para profundizar el tema ver IRMA, La conversación de Arcachon, (datos bibliográficos en italiano: Conversazione di Arcachon, Astrolabio, Roma 1999, p. 209).
  13. Lacan, J., El Seminario, libro XX (En italiano: p. 8)
  14. Ibíd. p. 73
  15. Falk, A., It's not Love It's Love, Casa della Poesia, Baronissi (SA) 2000. Montaña temblante. Para una joven prostituta.
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